Capítulo 25

—Te he convertido en una adúltera. Cada día de tu vida serás juzgada por personas como esas de ahí fuera.

Jack recordó la lágrima que se deslizaba por sus mejillas y que él había lamido con ansia cuando la abrazaba en el ascensor, mientras los cables se enredaban, sonaban y revoloteaban alrededor de ellos.

—Pero cada día te follaré hasta que el dolor se vaya.

Él podía ver en la mirada de Rose que una pregunta se estaba formando.

—Aunque sea por un momento —añadió.

El dolor siempre estaría esperando.

Un sonido advirtió a Jack de la interrupción que se avecinaba.

—¡Hola, señora Clarring! —Fuera no se oían las voces. Parecía que había una pausa en los chismes—. Señor.

Durante un tenso y largo segundo, Rose evaluó a Jack. Con la cabeza apuntando hacia arriba, ella sonrió. Una sonrisa llena tanto de calidez como de sinceridad.

—Hola, señora Throckenberry.

—Lamento haberla hecho esperar. —Una mujer desarreglada y con el cabello color zanahoria, más vieja que la niña que les había llevado las bebidas pero más joven que Rose, se sentó en la silla de terciopelo rosa que había frente al sofá. Instantáneamente, se puso de pie—. Perdón. Por favor, denme sus abrigos.

—No, gracias, estamos bien —le aseguró Rose.

La mujer de cabello color zanahoria se sentó otra vez.

—Veo que han estado en el establecimiento de madame Benoit. La mujer se inclinó hacia delante y levantó la tapa de la caja de sombreros—. ¿Puedo?

—Por supuesto —dijo Rose.

Jack tomó en silencio la copa de Rose. No podía protegerla de los chismes, pero sí podría protegerla del brandy barato. Dejó las dos copas sobre la mesa cubierta de encaje.

—¡Qué belleza! —El púrpura se reflejó en sus ojos. La mujer de cabello color zanahoria sostuvo en alto el sombrero heliotropo—. Sé cuál es el vestido que le quedaría perfecto.

Abrió el libro de las ilustraciones, que estaba sobre la mesa.

—Aquí está... ¿no es espléndido?

Jack lo miró sin ninguna emoción, él no entendía de vestidos, y menos si los veía dibujados. Para apreciarlos, tenían que estar sobre el cuerpo de una mujer.

Rose no lo vio tan perfecto.

—Tiene piel...

—Se la podemos quitar —le aseguró rápidamente la modista—. Tanto el vestido como el manto están hechos de rayón heliotropo francés y son bastante versátiles. Se pueden lucir en primavera, verano y otoño. El manto es de un heliotropo más oscuro y tiene una cuentecilla y adornos en chenil al frente y en la parte de atrás, con gotas de color heliotropo en los hombros. Con su figura y su cabello, estará completamente deslumbrante, señora Clarring. A menudo pienso...

Jack miró hacia arriba.

El rostro de la, mujer era del mismo color rosa que el sofá. Sus ojos eran sinceros. No había mezquindad en ellos.

—Lo que quiero decir, señora Clarring, es que yo creo que usted es una mujer hermosa. Usted ha sido mucho más que amable conmigo y me disculpo muy sinceramente por el recibimiento que se le ha dado hoy en este establecimiento.

—Gracias, señora Throckenberry. —Rose podía perdonar, Jack no—. El vestido es hermoso. ¿Cuándo lo puedo tener?

La mujer pelirroja no era bonita, pero su sonrisa le transformaba el rostro.

—Pienso que dentro de una semana.

Jack pensó que si él presentaba la solicitud de separación esa semana, la siguiente se celebraría la vista.

—¿Hay otro sombrero en ese paquete? —La mirada de la modista capturó la mirada de Jack. Su hermosa sonrisa se evaporó—. ¿Puedo verlo, señor?

—Por supuesto —dijo Jack, haciendo eco de lo que había dicho Rose.

Deslizando la mirada de la de Jack, la mujer pelirroja levantó con eficiencia el sombrero de la caja.

—Éste es encantador, señora Clarring. Si vuelve la página...

Rose observó las láminas del libro. Jack observó a Rose.

Sus dedos, siguiendo el miriñaque... sus senos, estirándole la capa... su mano, alcanzando una muestra de tela... su voz, decidiéndose por uno de los patrones...

Estaba animada de una manera que él jamás había visto en una mujer.

Jack se dio cuenta de que ésta era la imagen de la feminidad que tenía el Parlamento: una mujer que sentía placer con las simples comodidades materiales. Un vestido. Una casa. Un bebé.

No veían que debajo de la seda y el encaje su piel pulsaba con la necesidad de amor.

Pero Jonathon Clarring sí lo sabía, pensó Jack.

La modista reunió las notas.

—Comenzaremos a trabajar de inmediato, señora Clarring.

—Tengo una nueva dirección, señora Throckenberry. —Rose buscó en su cartera y sacó una tarjeta—. Por favor, mande la factura ahí.

—Sí —dijo la mujer pelirroja, sonriendo—, por supuesto.

La modista salió del cuarto. No cerró la puerta.

—Cuando estás dentro de mí —se dirigió Rose a Jack, pero seguía mirando la silla vacía—, ¿tu dolor se calma?

Jack miraba fijamente el fieltro negro y las plumas blancas.

—Sí.

—¿Te gusta que te lama el pecho? —La capa negra de Rose se tensionó mientras los senos subían a causa de una inhalación.

La emoción que ella le producía le conmovió.

—Sí —dijo Jack.

—Siempre te deseo, Jack —dijo Rose, levantando la mirada—. Pero cuando más te deseo es cuando estás dentro de mí.

El hecho de que ella admitiera su deseo hizo que Jack derramara una gota del glande. Cambiando de posición y subiendo la mano, presionando la cadera de Rose con su rodilla, Jack le acarició la mejilla, que era más suave que la seda.

—Rose...

—Disculpe, señora Clarring, señor. —El encanto del momento se rompió.

La modista parecía molesta. Estaba rígida y los miraba con desaprobación.

Jack se contuvo, bajando la mano. Sabía lo que estaba a punto de venir.

Rose apartó la mirada de Jack, sin saber aún lo que él le había hecho.

—¿Ocurre algo, señora Throckenberry?

—La señora Cambray dice que ella no podrá despacharle nada a su nueva dirección.

El sobresalto le oscureció los ojos a Rose.

—Que ha dicho...

Jack esperó, concentrándose sólo en Rose.

—Dice que con mucho gusto le enviará la factura a casa de su esposo. —La voz de la modista temblaba de la vergüenza—. O, si prefiere, puede pagar ahora.

Diferentes emociones desplazaron el sobresalto de Rose: dolor... rabia. Darse cuenta de lo que tendría que soportar durante toda la vida por haber tomado una decisión.

—Por favor, dígale a la señora Cambray que venga aquí inmediatamente. El señor Lodoun y yo queremos hablar con ella —dijo Rose, sin alterar la voz.

—Sí, señora.

La puerta se cerró a medias.

Rose miró más allá de Jack durante varios segundos antes de mirarle directamente a los ojos.

—Nunca le preguntaste a la señora Whitcox si quería el divorcio.

—No —dijo él, rozándola con la rodilla, y con el pene dolorido.

—Por esto mismo.

—Sí.

Se habría convertido en una paria de la sociedad en la que vivía.

—Temías que no te amara lo suficiente como para acceder a divorciarse.

Era verdad, pero no por completo.

—Pero temías mucho más que su amor no sobreviviera el escándalo —dijo Rose, con los ojos azules oscurecidos por el dolor.

Y ahora jamás lo sabría.

—Sí —dijo Jack.

Él olió a la propietaria de la tienda, una oleada de perfume costoso y mezquindad. Olía muy parecido a Blair Stromwell.

—¿Hay algún problema, señora Clarring?

Una mirada le quemó la rodilla. La mujer estaba fotografiando mentalmente la imagen de Rose y de Jack para alimentar los chismes.

—De hecho, sí, señora Cambray —dijo Rose, apartando lentamente los ojos de los de Jack—. Deseo expresarle mi agradecimiento.

—Bueno... —El tono de voz de la mujer era de desconcierto. Con poca sinceridad, añadió—: Gracias.

—Su establecimiento debe de ser muy próspero —continuó Rose con calma, con la cara pálida y la barbilla en alto.

—Sí, nos va bastante bien. —La voz de la mujer mayor rebosaba orgullo.

—Le debe de ir tan bien, señora Cambray, que no le importará perder siete clientas.

Jack podía sentir que la satisfacción de la propietaria de la tienda se desinflaba como un globo.

—Se da cuenta, estoy segura —dijo Rose—, de que si se niega a llevarme la factura a mi dirección, estará perdiendo seis clientas más: mi madre y mis cinco cuñadas.

—Lo siento mucho, señora Clarring —se disculpó rígidamente la propietaria—, si de alguna manera le hemos dado a entender que queremos perderla como clienta.

No había rencor en el rostro de Rose, sólo la paciente determinación de una mujer que se negaba a ser juzgada.

—Entonces me enviará la factura a la dirección que le di a la señora Throckenberry.

—Por supuesto. —Al otro lado de la puerta, susurros maliciosos pasaban de un lado a otro—. Hablaré con la señora Throckenberry. Tal vez malinterpretó mis palabras.

—Gracias, señora Cambray. —Rose asintió con la cabeza, autorizándola para que se marchara. Un rosa oscuro le adornaba las mejillas—. Estaba segura de que era un malentendido. Por favor, dígale a la señora Throckenberry que escoja los accesorios que ella crea convenientes para completar mi ajuar. Es muy afortunada al tenerla. Si no la tuviera, tendríamos que ser clientes de otro sitio.

—Valoramos muchísimo a la señora Throckenberry, señora Clarring. Al igual que a usted y a su familia. Que tenga un buen día. —Jack sintió la mirada punzante de la propietaria—. Señor Lodoun.

La mujer, vencida, salió con un movimiento de la seda: su esencia permaneció.

Rose había apostado y había ganado.

Esta vez.

Jack se puso en pie y extendió la mano.

—¿Qué habrías hecho si ella te hubiera dicho «adiós»?

Los dedos desnudos de Rose se aferraron a sus dedos desnudos. Se puso en pie, en medio de una ráfaga de lana. El olor a rosas y Rose reemplazaron la esencia del perfume y la avaricia.

—Habría lamentado perder esos hermosos vestidos.

—¿Y ella habría perdido seis clientas más? —preguntó Jack, alarmado.

¿Había perdido Rose a su familia, al igual que había perdido a su esposo?

La tristeza ahogó el triunfo en sus ojos.

—Nunca lo sabremos, ¿no?

Jack le acarició la mejilla con el dedo índice, ofreciéndole un respiro.

—Te deseo, Rose.

Ella cerró los ojos brevemente y se inclinó sobre su caricia.

El silencio cayó sobre la tienda, mientras la propietaria asesinaba uno a uno los rumores.

Rose se retiró abruptamente de Jack y se colgó de su brazo.

—¿Nos vamos?

El sol celebraba la victoria de Rose, bailando y rebotando sobre el vidrio y los arneses de metal.

Al cruzar la calle, Jack se fijó en un coche; un perfil oscuro se dibujaba en la ventanilla, aunque Jack ni siquiera pudo distinguir si era el perfil de un hombre o el de una mujer.

Miró a Rose, y el coche pasó de largo, perdiéndose.

Rose le estaba haciendo señas a un cabriolé, el bolsito bordado se mecía en su brazo mientras ella lo movía para llamar al coche.

Jack miró los ojos azules aciano con tristeza.

No había opinión dentro de la mirada de Rose.

—No me has convertido en una adúltera, Jack —le dijo, firmemente—. Me has convertido en tu amante.

La esencia ácida de los caballos y el sudor le penetró los ojos.

Ayudó a Rose a subir al coche. Luego subió él.

—Vamos a Patechnicon, en la calle Motcomb —le dijo Rose al cochero.

—¿Qué vamos a comprar? —preguntó él, con los pulmones contraídos por su proximidad.

El coche se lanzó a un arroyo de tráfico.

—Tengo una casa vacía que necesita muebles que la llenen.

Jack tenía una casa repleta de muebles. No había escogido ni uno solo de ellos.

Un pequeño cuadrado de luz iluminaba un pendiente de perla.

—No debí mencionar tu nombre —se disculpó Rose, repentinamente.

—No importa. Ya me había reconocido —dijo él, con tono neutro.

El retrato de Rose en varios diarios hacía juego con la fotografía de Jack.

—Estoy segura de que lo que digan unas vendedoras no tendrá importancia. —El coche se tambaleó. Rose se aferró a la agarradera de cuero, Jack lanzó el pie contra la puerta—. ¿O sí?

—No —mintió Jack.

Rose se deslizó suavemente en el asiento hasta quedar completamente pegada a Jack; el sombrero negro y las plumas ondeantes le oscurecieron la cara.

—Quiero sentir que te corres en mis manos, Jack, en mi lengua.

El corazón de Jack se paralizó unos segundos. Luego comenzó a latir con violencia.

—No tienes que hacerlo, Rose.

—Pero quiero hacerlo. —Con las manos temblorosas por los saltos y los movimientos del coche, Rose liberó el segundo botón de los pantalones de Jack—. En el ascensor, tu pene palpitó dentro de mí como un latido de corazón. Quiero probar el latido de tu corazón, Jack.

A Jack lo atravesó un sentimiento de vulnerabilidad. Apretó las manos mientras los dedos de ella se seguían moviendo.

—He estado dentro de ti, Rose.

El tercer botón de su pantalón se liberó, y su pene se endurecía con cada movimiento de los dedos de ella.

Rose se tambaleaba entre sus muslos con cada movimiento del coche.

—Lo sé, Jack.

Ella había probado su sexo dentro de la boca de él, pero jamás se había llevado el pene de un hombre a la boca.

Por instinto, Jack pisó con más fuerza el suelo para mantener quieto el cuerpo contra las sacudidas del movimiento de la lana y el cuero.

—No quiero que te repela mi olor —dijo él, forzando a sus dedos a liberarla.

Rose liberó el cuarto botón.

—¿Por qué debería repelerme el olor de tu sexo?

Unas manos pequeñas lo encontraron... el aire frío lo besó.

Jack dejó caer la cabeza hacia atrás contra el asiento de cuero.

El conductor perseguía un clarens. El coche de cuatro ruedas no podría ganarle al coche de dos ruedas.

—Cuando me levanté esta mañana olía así.

Jack cerró los ojos, apretando el asiento de cuero con los dedos.

—Olía a rosas, mi olor... —Unos labios cálidos le abrigaron el pene—. Y a picante, tu olor.

Dos mujeres bailaban frente a sus párpados cerrados: Cynthia Whitcox en rojo y Rose Clarring en negro.

—A almizcle. —Una lengua áspera probó las lágrimas que lloraba su pene y se tragó a la mujer de rojo—. Nuestro olor.

Un líquido caliente se le escurrió por la mejilla.

—Desde el primer momento en que te vi te quise, Jack... —susurró Rose. Cuatro golpes distantes perforaron la madera y la lana, la carne y los huesos—, para algo más que un buen polvo.