Agradecimientos
Sin duda, mi primera muestra de agradecimiento debe ir al mismísimo Benvenuto Cellini, cuya apasionante autobiografía leí hace muchos años. De hecho, me impresionó tantísimo, que decidí escribir esta novela. En el proceso de composición de la historia, he incorporado algunos elementos de ese libro —incidentes de la vida de Cellini, personas a las que conoció, obras de arte que sí realizó—, al tiempo que he inventado muchos otros. La Medusa es, por supuesto, una de esas invenciones, como lo son algunos de los pasajes y caracterizaciones que están basadas, efectivamente, en hechos que aparecen en su libro.
Las dos ediciones de las memorias de Cellini en las que me he apoyado son la aclamada traducción de John Addington Symonds y la brillante traducción (y anotaciones) moderna de Julia Conaway Bondanella y Peter Bondanella (Oxford University Press, 2002). Además, me dirigía regularmente en mi labor al fidedigno y maravillosamente ilustrado estudio Cellini, escrito por John Pope-Hennessy y publicado por Abbeville Press en 1985.
Para las partes del libro que trataban sobre la Revolución Francesa, descubrí que la obra escrita por Antonia Fraser, Marie Antoinette: The Journey (Nan A. Talese, Doubleday/Random House, 2001) me era indispensable.
También me gustaría dar las gracias a la biblioteca Newberry de Chicago, una institución elegante y venerable en la que me introdujo mi hermano Steve. Pero, de nuevo, aunque la mayoría de lo que tengo que decir es verdad, hay mucho sobre ella en esta novela que no lo es. Sobre todo, que la biblioteca no tiene La llave a la vida eterna de Cellini. Eso lo inventé yo. Si es que existió, sería un añadido excepcional a la célebre colección de materiales del Medievo y el Renacimiento.
Me he tomado libertades parecidas con otras varias conocidas instituciones, como el Louvre, el Museo de Historia Natural de París, la Biblioteca Laurenciana y la Academia de Bellas Artes de Florencia. Aunque hay mucho de su historia que he reproducido de manera fidedigna, hay partes que son de mi propia creación, en concreto los detalles menos encomiables.
Para terminar, este libro nunca habría salido a la luz sin el apoyo de mi agente, Cynthia Manson, y el duro trabajo de mi editora, que posee ojos de lince, Anne Groell (cualquier fallo es culpa mía). Gracias a ambas por ayudarme a verme en la línea de meta.