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ulmhof! —le gritó a Globus cuando el dolor se volvió insoportable—. ¡Belzec! ¡Treblinka!

—Ahora estamos llegando a alguna parte. —Globus sonrió a sus dos ayudantes.

—¡Majdanek! ¡Sobibor! ¡Auschwitz-Birkenau! —Alzó los nombres como un escudo para protegerse de los golpes.

—¿Qué se supone que debo hacer? ¿Encogerme y morir? —Globus se agachó y agarró a March por las orejas, retorciendo su cara hacia él—. Son solo nombres, March. Ya no queda nada, ni siquiera un ladrillo. Nadie lo creerá nunca. ¿Y le digo una cosa? Parte de usted tampoco lo cree. —Globus le escupió en la cara, un goterón de flema amarillo grisácea—. Eso es lo que le importará al mundo.

Lo soltó, haciendo que su cabeza rebotara contra el suelo de piedra.

—Ahora. Otra vez. ¿Dónde está la chica?