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NOTAS SOBRE UNA VISITA
A AUSCHWITZ-BIRKENAU POR MARTIN LUTHER,
SUBSECRETARIO DE ESTADO, MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES
[escrito a mano, 11 páginas]
14 de julio de 1943
Por fin, después de casi un año de repetidas solicitudes, recibo permiso para hacer una visita de inspección al campamento de Auschwitz-Birkenau, como representante del Ministerio de Exteriores.
Aterrizo en el aeropuerto de Cracovia poco antes del atardecer y paso la noche con el gobernador general Hans Frank, el secretario de Estado Josef Buhler y su personal en el castillo de Wawel. Mañana al amanecer me recogerán en el castillo y me llevarán al campo (tiempo del viaje: aproximadamente una hora), donde seré recibido por el comandante, Rudolf Hoess.
15 de julio de 1943
El campo. Mi primera impresión es de la enorme escala de la instalación, que mide, según Hoess, casi 2 km x 4 km. La tierra es de arcilla amarillenta, similar a la de Silesia Oriental, un paisaje desértico roto de vez en cuando por verdes manojos de árboles. Dentro del campo, extendiéndose más allá de los límites de mi visión, hay cientos de barracones de madera, sus tejados cubiertos con verde papel alquitranado. En la distancia, moviéndose entre ellos, veo pequeños grupos de prisioneros con ropas a rayas blancas y azules. Algunos portan tablones, otros picos y palas, unos cuantos cargan grandes cajas en los camiones. Hay un olor peculiar en el aire.
Le doy las gracias a Hoess por recibirme. Me explica la estructura administrativa. Este campo está bajo la jurisdicción de la Oficina de Administración Económica. Los otros, en el distrito de Lublin, quedan bajo el control del SS-Obergruppenführer Odilo Globocnik. Por desgracia, la presión de su trabajo impide a Hoess mostrarme el campo personalmente, y por tanto me confía al cuidado de un joven Untersturmführer, Weidemann. Le ordena que me sea mostrado todo, y que todas mis preguntas sean respondidas a satisfacción. Empezamos desayunando en los barracones de la SS.
Después del desayuno: nos dirigimos a la zona sur del campo. Aquí: una vía de ferrocarril secundaria, aproximadamente de 1,5 km de longitud. A cada lado: alambre de espino sujeto por pilares de hormigón, y también torretas de madera con ametralladoras. Ya hace calor. El olor es malo, un millón de moscas zumban. Al oeste, por encima de los árboles: una chimenea de ladrillo rojo, cuadrada, humeando.
7.40 am: La zona alrededor de la vía empieza a llenarse de tropas de la SS, algunos con perros, y también con prisioneros especiales delegados para ayudarlos. En la distancia oímos el silbido de un tren. Unos cuantos minutos más tarde: la locomotora aparece lentamente, lanzando nubes de humo amarillo. Se detiene ante nosotros. Las verjas se cierran detrás. Weidemann: «Es un transporte de judíos de Francia».
Calculo que la longitud del tren es de unos sesenta vagones de carga, con altos laterales de madera. Las tropas y los prisioneros especiales se congregan alrededor. Abren los cerrojos de las puertas. Se gritan las mismas palabras por todo el tren: «¡Todo el mundo fuera! ¡Coged vuestro equipaje de mano! ¡Dejad todos los equipajes pesados en los vagones!». Los hombres salen primero, deslumbrados por la luz, y saltan al suelo (1,5 metros), y luego se vuelven para ayudar a sus mujeres y niños y a los ancianos, y a recibir su equipaje.
El estado de los deportados: lamentable, sucio, polvoriento, tienden cuencos y tazas, señalan sus bocas, gritan de sed. Tras ellos, en los vagones, se quedan los muertos y los que están demasiado enfermos para moverse. Weidemann dice que su viaje empezó hace cuatro noches. Guardias de la SS obligan a los que pueden andar a colocarse en dos filas. Mientras las familias se separan, se gritan unos a otros. Con muchos gestos y gritos, las filas se separan en distintas direcciones. Los hombres capaces van hacia el campo de trabajo. El resto se dirige hacia la pantalla de árboles, y Weidemann y yo los seguimos. Al mirar hacia atrás, veo a los prisioneros con sus trajes a rayas subir a los vagones de carga, sacar el equipaje y los cadáveres.
8.30 am: Weidemann dice que la columna está compuesta por unos dos mil judíos: mujeres con bebés en brazos, niños asidos a su falda; viejos y ancianas; adolescentes; gente enferma; locos. Marchan en columna de a cinco por un sendero oscuro de trescientos metros, atraviesan un patio, siguen otro sendero, al final del cual doce escalones de hormigón conducen a una inmensa cámara subterránea de cien metros de largo. Un cartel proclama en varios idiomas (alemán, francés, griego, húngaro): «Sala de baños y desinfección». Está bien iluminada, con docenas de bancos, cientos de perchas numeradas.
Los guardias gritan: «¡Todo el mundo a desnudarse! ¡Tenéis diez minutos!». La gente vacila, se miran unos a otros. La orden es repetida más bruscamente, y esta vez, vacilantes pero con calma, obedecen. «¡Recordad el número de vuestra percha, para poder recuperar vuestra ropa!» Los presos de confianza del campamento se mueven entre ellos, susurrando ánimos, ayudando a los débiles de cuerpo y mente a desnudarse. Algunas madres intentan esconder a sus bebés en las pilas de ropa amontonada, pero los niños son descubiertos rápidamente.
9.05 am: Desnuda, la multitud atraviesa las grandes puertas de roble franqueada por las tropas, y llega a una segunda habitación, tan grande como la primera pero completamente vacía, aparte de cuatro gruesas columnas cuadradas que sostienen el techo a intervalos de veinte metros. Al pie de cada columna hay una rejilla metálica. La cámara se llena, las puertas se cierran. Weidemann hace un gesto. Lo sigo al vestuario, subimos los escalones de hormigón, salimos al aire libre. Puedo oír el sonido del motor de un coche.
Sobre la hierba que cubre el tejado de la instalación aparece una pequeña furgoneta con las marcas de la Cruz Roja. Se detiene. Un oficial de la SS y un doctor emergen llevando máscaras de gas y cuatro contenedores de metal. Cuatro tubos brotan de la hierba, separados por veinte metros. El doctor y el hombre de la SS levantan las tapas y vierten una sustancia granulada malva. Se quitan las máscaras, encienden un cigarrillo.
9.09 am: Weidemann me lleva de nuevo abajo. El único sonido es un tamborileo apagado procedente del otro extremo de la sala, de detrás de las maletas y los montones de ropa aún cálida. En las puertas de roble hay un pequeño panel de cristal. Me asomo. La mano de un hombre golpea el cristal y retrocedo.
Un guardia dice: «El agua de las duchas debe de estar muy caliente hoy, ya que gritan tan fuerte».
Fuera, Weidemann dice: «Ahora debemos esperar veinte minutos». «¿Le gustaría visitar Canadá?» «¿Qué?», digo yo. Él se ríe: «Canadá, una sección del campo». «¿Por qué Canadá?» Se encoge de hombros: nadie lo sabe.
Canadá. Un kilómetro al norte de la cámara de gas. Un gran patio rectangular, con una torreta de vigilancia en cada esquina y rodeado por alambre de espino. Montañas de pertenencias: maletas, mochilas, maletines, bolsas, paquetes; mantas; muletas, sillas de ruedas, artículos de ortopedia; cepillos, peines. Weidemann: cifras preparadas para RF-SS enviadas recientemente al Reich: camisas de hombres, 132 000; abrigos de mujer, 155 000; pelo de mujer, 3000 kg («un vagón de carga»); chaquetas de niño, 15 000; vestidos de niña: 9000; pañuelos, 135 000. Recibo como souvenir un hermoso maletín de médico. Weidemann insiste.
9.31 am: Regresamos a la instalación subterránea. Fuertes zumbidos eléctricos llenan el aire: el sistema patentado «Exhator» para evacuar el gas. Las puertas se abren. Los cuerpos están apilados a un extremo [ilegible] piernas, olor a excrementos, sangre menstrual; marcas de arañazos y mordeduras. Destacamentos de Sonderkommando judíos entran para regar los cadáveres, llevando botas de goma, delantales, máscaras antigás (según W., bolsas de gas permanecen atrapadas a nivel del suelo hasta dos horas). Cadáveres resbaladizos. Las correas de las muñecas sirven para arrastrarlos hacia los cuatro ascensores. Capacidad de cada uno: 25 [ilegible] campanas, ascienden un piso hasta…
10.02 am: Sala de incineración. Calor sofocante: 15 hornos operando a pleno rendimiento. Fuerte ruido: motores diesel ventilando las llamas. Los cadáveres del ascensor se cargan en una cinta sin fin (rodamientos de metal). La sangre, etc., van a un desagüe de hormigón. Los barberos afeitan las cabezas. El pelo es recogido en sacos. Anillos, collares, brazaletes, etc., pasan a una caja metálica. Lo último: un equipo dental (ocho hombres con palancas y tenazas) quitan el oro de dientes, puentes, empastes. W. me da una pieza de oro para que la calibre: muy pesada. Los cadáveres son arrojados al horno en carretillas.
Weidemann: hay cuatro de estas instalaciones cámaras de gas/crematorio en el campo. Capacidad total de cada una: 2000 cadáveres al día = 8000 en total. Operados por trabajadores judíos, cambian cada 2-3 meses. La operación se mantiene a sí misma, el secreto se autosella. El mayor problema de seguridad es el olor de las chimeneas y los fuegos de noche, visibles a muchos kilómetros, especialmente para los trenes de tropas que se dirigen al este por la vía principal.
March comprueba las fechas. Luther había ya visitado Auschwitz el 15 de julio. El 17 de ese mismo mes, Buhler había enviado los mapas con las localizaciones de los seis campos a Kritzinger, de la Cancillería del Reich. El 9 de agosto se hizo el último depósito en Suiza. Ese mismo año, según su esposa, Luther había sufrido un colapso.
Tomó nota. Kritzinger era el cuarto hombre. Su nombre estaba en todas partes. Comprobó el diario de bolsillo de Buhler. Las fechas también coincidían. Otro misterio resuelto. Su bolígrafo corrió sobre el papel. Casi había terminado.
Un pequeño detalle había pasado inadvertido durante la tarde: un trozo de papel metido al azar en un clasificador ajado. Era una circular del SS-Gruppenführer Richard Glücks, jefe del Amstgruppe D de la Oficina de Administración Económica de la SS. Estaba fechada el 6 de agosto de 1942.
Asunto: la utilización del pelo cortado.
En respuesta a un informe, el jefe de la Oficina de Administración Económica, SS-Obergruppenführer Pohl, ha ordenado que todo el pelo humano cortado en los campos de concentración sea utilizado. El pelo humano será procesado para uso industrial y tejido. El pelo femenino que ha sido cortado y cardado será usado como hilo para hacer calcetines para las tripulaciones de submarinos y medias de fieltro para ferroviarios. Se le ordena, por tanto, que almacene el pelo de las prisioneras después de que haya sido desinfectado. El pelo de los prisioneros solo puede ser utilizado si tiene al menos 20 cm de longitud.
Las cantidades de pelo recogidas cada mes, separadas en masculino y femenino, serán informadas el 5 de cada mes a esta oficina, a partir del 5 de septiembre de 1942.
March volvió a leer: «… tripulaciones de submarinos…».
—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco…
March estaba bajo el agua, conteniendo la respiración, contando. Escuchaba los sonidos apagados, veía formas como filas de algas pasar junto a él en la oscuridad.
Catorce. Quince. Dieciséis…
Con un rugido, se alzó sobre la superficie, sorbiendo aire, chorreando agua. Llenó sus pulmones unas cuantas veces más, tomó una inmensa bocanada de oxígeno y entonces volvió a sumergirse. Esta vez llegó a veinticinco antes de que se lanzara hacia arriba, derramando agua por el suelo del cuarto de baño.
¿Volvería a estar limpio alguna vez?
Después, permaneció tendido con las manos colgando sobre los laterales de la bañera, la cabeza echada hacia atrás, mirando al techo como un ahogado.