CAPITULO XIX
LA TEORÍA DE SISTEMAS
Uno de los rasgos predominantes del pensamiento moderno ha sido su orientación analítica, el fundar el conocimiento en operaciones de desagregación progresivas hasta descomponer el objeto estudiado en sus unidades más simples. Esta opción, como fuera examinada en su oportunidad, remite a Descartes cuyo método recomendaba «dividir cada una de las dificultades en tantas partes como fuese posible». A través del conocimiento de las partes se lograba el conocimiento del objeto de estudio. Esta orientación analítica había predominado no sólo en el desarrollo de las principales corrientes filosóficas, sino, por sobre todo, había sido la orientación predominante en el desarrollo de la ciencia.
La física, disciplina que desde muy temprano servía de paradigma del conocimiento científico, había seguido con éxito este camino. El mundo físico demostraba responder a relaciones causales directas entre un número reducido de entidades simples. Los fenómenos aparentemente más complejos lograban explicarse mediante su reducción analítica, su descomposición en las partes que lo integran. El análisis exhibía tal fuerza, que muchas veces se identificaba, como si fuesen sinónimos, el conocer y el analizar.
La dialéctica, comprometida en un interés declarado por comprender los fenómenos históricos, había intentado poner en tela de juicio este enfoque. Había insistido en que él representaba una visión reduccionista que terminaba por sacrificar, a través del procedimiento de la desagregación, el objeto de estudio. Su propuesta había sido la contraria. La dialéctica afirmaba que era necesario, no la reducción del objeto en sus partes componentes, sino el establecer su relación con los demás objetos, con todo lo que el objeto no es. Por lo tanto, mientras la orientación analítica privilegiaba su capacidad de acceder a las partes, la dialéctica enfatizaba la referencia a la totalidad. Para la dialéctica, el conocimiento implicaba un proceso de progresivas síntesis parciales hasta alcanzar el todo; la verdad se identificaba con la totalidad.
En sus variantes tanto idealista como materialista, la dialéctica se verá atrapada, sin embargo, en sus propias contradicciones. Demostrará haber acometido una inadecuada resolución de los problemas asociados al dualismo filosófico y se verá comprometida en un discutible intento de superación de las restricciones de la lógica tradicional.
Frente a las deficiencias de la dialéctica, el pensamiento analítico saldrá reforzado. La influencia de la filosofía analítica será manifiesta. Las orientaciones filosóficas que invocan una perspectiva de totalidad serán relegadas a los dominios de la ambigüedad, de las disciplinas poco rigurosas, a las ciencias humanas, al análisis literario o artístico, al campo de las experiencias místicas. El rigor pareciera coincidir con el análisis, sea éste lógico, teórico o empírico. Las ciencias humanas no tendrán el peso o la solvencia para corregir, sino en sus propios reductos, la influencia del análisis.
Cuando la dialéctica insistía en la necesidad de reconocer que el todo no es la mera suma de sus partes, acudía, por ejemplo, a la debatible explicación fundada en un supuesto tránsito de cantidad en calidad. La explicación daba cuenta del fenómeno recurriendo a un misterioso salto lógico, que generaba, como arte de magia, una situación diferente. Lo que resultaba necesario explicar se trocaba en la explicación propuesta. Sin embargo, la dialéctica representará una primera forma de dar cuenta de ciertos problemas que la perspectiva analítica no era capaz de reconocer. Pero sus explicaciones se verán comprometidas por un nivel de desarrollo insuficiente tanto en las matemáticas como en la lógica.
Desde entonces, los desarrollos de las matemáticas proveerían herramientas de conocimiento capaces de sustentar explicaciones muy diferentes de los fenómenos reconocidos por la dialéctica. Hoy, por ejemplo, se reconoce que tales fenómenos son propios de sistemas dinámicos altamente complejos. Anteriormente, las matemáticas sólo resultaban adecuadas para la descripción de los sistemas dinámicos simples, como los abordados por la física de la época.
Los cambios en los sistemas dinámicos altamente complejos eran difícilmente explicados y criterios tales como el paso de la cantidad a la calidad, aparecían como una alternativa explicativa válida, aunque ello sólo descansara en la ausencia de otras explicaciones disponibles. Sin embargo, con el desarrollo posterior de las mismas matemáticas, surgieron nuevos instrumentos de estudio que llenarían este vacío, ofreciendo a la vez una capacidad explicativa muy superior a la exhibida por la dialéctica.
Considérese, por ejemplo, un sistema dinámico complejo descrito por un conjunto de ecuaciones diferenciales. Al cambiarse los parámetros de las ecuaciones, el comportamiento del sistema cambiará gradualmente. Si, por ejemplo, el comportamiento comienza a oscilar, el período y la amplitud de la oscilación va a cambiar en forma gradual. Pero si seguimos modificando los parámetros, se suele alcanzar lo que se llama un punto de bifurcación, a partir del cual el comportamiento cambia dramáticamente. Por ejemplo, el sistema puede dejar de oscilar para crecer exponencialmente. Por lo tanto, un pequeño cambio cuantitativo aparenta producir un cambio «cualitativo». Pero ahora ya no se requiere invocar un principio de tránsito de cantidad a calidad.
Sin embargo, serán fundamentalmente los desarrollos registrados en dos campos diferentes los que, a través de la acumulación creciente de problemas, terminarán por enjuiciar a la perspectiva analítica. Se trata de los campos de la biología y la ingeniería.
En el caso específico de la biología, resultaba cada vez más evidente que el esquema reduccionista impedía una adecuada explicación de los fenómenos biológicos. Los biólogos tendían progresivamente a aceptar la idea de que la clave para explicar la materia viva es el reconocimiento de su nivel de organización. Descubrían también que en la medida en que ella era desagregada en sus componentes químicos y físicos más simples, no era posible dar cuenta del fenómeno propiamente biológico. Lo biológico no negaba la plena validez de la física o de la química, pero parecía constituirse en un nivel diferente, al interior de una jerarquía de niveles de complejidad. La existencia de la emergencia de nuevos problemas a niveles superiores de complejidad resultaba ser un problema mayor para la ciencia y uno que el método analítico reduccionista no era capaz de resolver. La biología, por lo tanto, había comenzado a desarrollar modalidades de pensamiento capaces de estudiar el comportamiento de unidades complejas.
Esta situación desafiaba a los presupuestos analíticos. Se descubría que el proceso de desagregación efectivamente distorsionaba el fenómeno estudiado. El supuesto de que el análisis de los componentes de un todo era equivalente al estudio del todo en cuanto unidad, tendía a desplomarse. Es en este contexto que hace su aparición la teoría de sistemas.
LUDWIG VON BERTALANFFY
Uno de lo pioneros en este campo fue el biólogo austríaco-canadiense Ludwig von Bertalanffy, nacido en 1901. Su principal contribución fue el haber planteado la posibilidad de generalizar estas modalidades de pensamiento desarrolladas en la biología, para tratar múltiples unidades complejas diferentes. Bertalanffy reconoce que las restricciones del análisis no se manifiestan sólo en la biología. Ellas se evidencian también en la psicología, en las ciencias sociales, en los comportamientos de gestión y administración, pero también en muchas áreas asociadas directamente a las ciencias físicas. Por lo tanto, a mediados de la década de los 40, Bertalanffy generaliza el pensamiento sistémico que la biología ha desarrollado para explicar los organismos, y propone lo que llama una teoría general de sistemas. Su objeto de estudio gira alrededor del concepto de complejidad organizada.
El modelo que desarrolla esta nueva perspectiva para dar cuenta de la complejidad organizada supone la existencia de una jerarquía de niveles de organización, cada uno más complejo que el anterior, definiéndose cada nivel por la emergencia de propiedades que no existen en el nivel previo. Tales propiedades emergentes no tienen sentido en el lenguaje apropiado para dar cuenta del nivel inferior. Los conceptos fundamentales de dicho modelo son, por lo tanto, los de jerarquía y emergencia. Al hablarse de jerarquía se apunta a las diferencias fundamentales entre distintos niveles de complejidad.
Estos nuevos conceptos permiten reconocer la existencia de unidades orgánicas que dan cuenta de diferentes niveles de descripción, los que a su vez corresponden a diferentes niveles de la realidad. Russell, al desarrollar su «teoría de los tipos lógicos», había abierto las puertas hacia una epistemología estructurada jerárquicamente; sin embargo, Russell propugnaba simultáneamente una perspectiva analítica, sin plantearse la posibilidad de que la realidad pudiera concebirse jerarquizada. Los desarrollos en la teoría de sistemas ponen nuevamente de manifiesto las estrechas relaciones que mantienen entre sí la lógica, la epistemología y la ontología.
Lo anterior abre una nueva posibilidad para el tratamiento de las unidades complejas o totalidades. Una totalidad es definida como una síntesis o unidad de partes que, en cuanto unidad, afecta el comportamiento y las interacciones de las partes involucradas. Toda unidad de este tipo es una totalidad estructurada, en la que las funciones independientes de cada una de sus partes se relacionan y combinan. Desde esta perspectiva resulta fundamental establecer la posición de cada una de las partes en la estructura. Este tipo de explicación ha resultado decisiva, por ejemplo, para explicar diversos tipos de determinaciones genéticas. Se ha establecido que determinados rasgos o condiciones en los organismos vivos no son el resultado de la mera presencia de un gen particular, sino de la secuencia de genes diferentes. Tales efectos, por lo tanto, simplemente no logran explicarse al examinarse cada uno de los genes individualmente y por separado.
Bertalanffy estableció una importante distinción entre sistemas abiertos a su entorno (o medio) y sistemas cerrados. Un sistema abierto establece un intercambio con su medio, el que puede significar la entrada (input) o salida (output) de materias, energía e información. Los sistemas cerrados se caracterizan porque sus componentes estables alcanzan un estado de equilibrio. Los sistemas abiertos, como el caso de los organismos vivos, requieren alcanzar el estado que les asegura su mantención, el que depende del continuo intercambio con el medio. Mientras los sistemas cerrados sólo pueden evolucionar hacia una mayor entropía (hacia un creciente desorden), los sistemas abiertos se caracterizan por su capacidad de crear o mantener un elevado nivel de orden.
En sistemas altamente complejos, a su vez, constituidos por una jerarquía de sistemas (como la representada por la secuencia de la célula al organismo multicelular), la mantención de la jerarquía exige de una serie de procesos en los cuales se produce una comunicación de información para los efectos de la regulación o el control. Es así como la biología, por ejemplo, da cuenta de los procesos de desarrollo genético, los que son concebidos en términos de «mensajes» químicos, portadores de intrucciones, capaces de activar o inhibir determinadas reacciones y que se transforman en los procesos de control que dirigen el desarrollo del organismo.
NORBERT WIENER
Estos nuevos conceptos de la teoría de sistemas (comunicación, información y control) serán desarrollados desde una vertiente distinta, más ligada con las matemáticas y la ingeniería. Ella está relacionada con la cibernética, término acuñado por Norbert Wiener (1894-1964) en 1947. En griego, kybernétiké, designa la ciencia del timón o del piloto (kybernétés), vale decir, de quien dirige un barco. Wiener era un destacado matemático norteamericano. Fue considerado un niño prodigio por sus excepcionales aptitudes. A los siete años estudiaba a Darwin, a los catorce completaba su educación secundaria, a los 17 obtenía su licenciatura en la Universidad de Cornell y a los 18 su doctorado de la Universidad de Harvard. Más adelante estudiará en Cambridge, con Russell, y en Gotinga con Hilbert.
Durante la guerra, a Wiener le corresponde estudiar problemas relacionados con el perfeccionamiento de la artillería antiaérea. Se trataba de incorporar mecanismos adicionales de control para asegurar que los misiles disparados sobre objetivos en desplazamiento dieran en el blanco. Ello implicaba perfeccionar los dispositivos de predicción de las posiciones futuras de los aviones, en la medida en que los misiles debían dispararse no hacia la posición del avión en el momento del disparo, sino hacia una posición estimada. Tal estimación originaria, sin embargo, resultaba insuficiente. En la medida en que el avión podía modificar su dirección de vuelo y su velocidad, era necesario diseñar algunos mecanismos que, una vez que el misil fuera disparado, le permitieran volver a procesar las diferentes posiciones del avión y modificar su trayecto en función de las nuevas informaciones.
De estos estudios surge la incorporación de uno de los conceptos importantes de la cibernética: el concepto de feed-back o retroalimentación. Cuando se desea que un movimiento siga un patrón determinado, la diferencia registrada entre el movimiento efectivo y el patrón establecido se utiliza para corregir el movimiento y aproximarlo, en procesos sucesivos, al patrón. Se trata precisamente de lo que el piloto realizaba con el timón. En el caso del diseño de estas nuevas máquinas, se incorpora la experiencia pasada en su operar posterior. Ello hace pensar en máquinas capaces de aprender. Los dispositivos que realizan este tipo de operaciones se denominan servomecanismos.
Desde muy temprano Wiener reconoce que el sistema nervioso de los organismos vivos cumple esa misma función. Ello plantea una estrecha relación entre las máquinas y los seres vivos o, como señala Wiener, entre las máquinas construidas por el hombre y las máquinas vivas que llamamos animales. Parte importante de los trabajo de Wiener se realizarán en colaboración con fisiólogos como A. Rosenblueth. La obra principal de Wiener es Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas, publicada en 1948.
Los sistemas vivientes aparecen caracterizados por su capacidad de exhibir procesos diferenciados, activados por determinados mensajes, los cuales sirven para crear y recrear esos mismos sistemas. Para comprender este tipo de procesos es importante introducir el concepto de control jerárquico. El control aparece siempre asociado con la imposición de ciertas restricciones y, por lo tanto, el intento de dar cuenta de un proceso de control exige considerar al menos dos niveles jerárquicos. En un primer nivel, es normalmente posible efectuar una descripción bajo el supuesto de que cada partícula es representativa del conjunto y que las fuerzas desplegadas en otros niveles no interfieren en su comportamiento. Sin embargo, cualquier descripción de un proceso de control obliga a postular la existencia de restricciones impuestas por un nivel superior sobre un nivel inferior.
El nivel superior representa la posibilidad de una descripción alternativa del nivel inferior en términos de las funciones específicas que emergen como resultado de la imposición de restricciones. Tales funciones no puede ser definidas por las propiedades de los componentes del nivel inferior, sino como el resultado de un proceso jerárquico de control. Para realizarse, se sostiene que el control jerárquico requiere de tres condiciones. Primero, la imposición de una restricción debe establecer nuevas relaciones funcionales. Segundo, la imposición de una restricción —para el caso de los sistemas vivos, en cuestión— debe ser óptima, en el sentido de evitar la rigidez y, a la vez, generar de manera efectiva las funciones específicas del nivel inferior. Tercero, las restricciones deben operar sobre la dinámica particular y detallada del nivel inferior. Se reconoce que en el caso de los sistemas vivos, la variedad de funciones específicas que pueden desarrollarse demuestran no ser fijas. Ello permite que en un período largo de tiempo nuevas formas y funciones puedan aparecer.
Wiener considera que la teoría de sistemas posee enormes potencialidades en el campo de la tecnología, de la gestión empresarial, y en múltiples otras disciplinas. Resulta particularmente importante, por ejemplo, el impulso que la teoría de sistemas logra conferirle a los desarrollos en el campo de la computación. Wiener dedica un esfuerzo importante por difundir sus ideas y por establecer vínculos de trabajo con los más variados especialistas. Entre estos destacan, por ejemplo, W. Pitts, discípulo de Carnap y formado en la lógica matemática; los neurofisiólogos W. S. McCulloch y J. Lettvin; diversos psicólogos, antropólogos y, evidentemente, un número importante de ingenieros.
Apoyados en la ingeniería de la comunicación, Wiener y sus colaboradores afirman que lo que está involucrado en los servomecanismos es el concepto de mensaje, independientemente del hecho de estar transmitidos por medios eléctricos, mecánicos o nerviosos. En cada caso, se trata de mensajes transmitidos con propósitos de control en contextos diferentes. En la transmisión del mensaje, éste aparecía normalmente afectado por interferencias extrañas que fueron denominadas «ruido de fondo». Ello planteaba el problema de reestablecer el mensaje original y de determinar la cantidad de información transmitida. Este concepto sugiere una estrecha relación con aquel concepto de la mecánica estadística: el concepto de la entropía, asociado con la segunda ley de la termodinámica. Señala Wiener:
«Del mismo modo que la cantidad de información en un sistema es la medida de su grado de organización, la entropía de un sistema es la medida de su grado de desorganización, y no es más que lo opuesto de la otra[27]».
La idea de una teoría de la transmisión de información, sustentada en la cuantificación estadística, estaba siendo desarrollada simultáneamente tanto por Wiener como por el estadístico R. A. Fisher y el ingeniero de comunicación C. Shannon. La conceptualización básica desarrollada por Shannon desde la ingeniería de la comunicación, afirma la existencia de un «emisor» que produce un «mensaje». Dicho mensaje es codificado de manera de producir una «señal», la que es transmitida a través de un «canal». En el proceso de transmisión, a la señal emitida se le añade «ruido». Señal y ruido pasan a un «descodificador» que traduce a un «receptor» el mensaje transmitido. Lo que interesa a los ingenieros de comunicación es la medición de la información transmitida.
Este concepto de información, sin embargo, debe ser distinguido del concepto corriente de información. Este último concibe la información como un proceso que le asigna sentido a determinados datos. La medida cuantitativa de información, tal como es desarrollada por esta teoría de la información, prescinde por completo del problema del sentido. La razón principal de ello es que ella nace asociada a problemas de ingeniería. Para los ingenieros, el problema del contenido del mensaje resultaba por completo irrelevante. El problema se planteaba estrictamente en términos de la optimización técnica del proceso de transmisión. Las mediciones de los contenidos de información sólo se establecen de acuerdo a la frecuencia en la aparición de símbolos, sin que interese lo que ellos puedan simbolizar.
Desde esta perspectiva, la relación entre comunicación y control parece estrecharse. Los procesos de control se reconocen dependiendo de la comunicación, del flujo de información en la forma de instrucciones o restricciones. Por su parte, los mecanismos de retroalimentación (feedback) implican el reconocimiento de señales. En los sistemas vivos, por ejemplo, destaca el papel de las señales químicas que activan o inhiben determinados procesos y, a la vez, son activadas por las correspondientes señales inductoras.
El concepto de información, por lo tanto, termina siendo reconocido no sólo como uno de los conceptos fundamentales de las nuevas concepciones, sino como un concepto lógicamente anterior a aquel de la retroalimentación. Un servomecanismo en un sistema «viable» es considerado formado por un «sensor» capaz de detectar cambios ambientales potencialmente disruptivos y por un «efector» capaz de iniciar una acción correctiva.
A este respecto es necesario destacar la importante contribución de W. R. Ashby, en el sentido de demostrar que la capacidad continua de control efectivo en un medio cambiante exige un controlador con una variedad de respuestas que le permita responder a la variedad de la información del medio. Ello es conocido como la ley de «requisite variety». Progresivamente el concepto de información pasa a ocupar un lugar central en la teoría de sistemas. Así, se llega a afirmar, por ejemplo, que del mismo modo como la física descansa en el concepto de energía, definido como la capacidad de realizar trabajo, la teoría de sistemas no puede prescindir del concepto de información. Tal concepto de información, en cuanto categoría científica, es un producto de las últimas décadas.
La influencia de la teoría de sistemas ha sido considerable. En ingeniería, la nueva perspectiva se ha ido convirtiendo progresivamente en la orientación teórica predominante. A ello han contribuido, sin duda, los importantes avances tecnológicos ligado a la electrónica, las comunicaciones y la computación. En un plano diferente, la teoría de sistemas ha ganado rápidamente influencia en las nuevas concepciones sobre la gestión empresarial (management), como lo demuestran, por ejemplo, los trabajo de S. Beer, y se la encuentra en la base de las teorías de toma de decisiones. De la misma manera, ella ha inspirado nuevos desarrollos en la construcción de modelos y, en general, en todo el vasto campo que los ingenieros definen como «diseño» y que alude a las actividades dirigidas a transformar la realidad.
La influencia en el pensamiento biológico ha sido no menos importante. La concepción sistémica ha contribuido a impulsar los notables desarrollos que las ciencias biológicas experimentan desde comienzos de la década de los 50. En la actualidad, es difícil encontrar una disciplina capaz de exhibir el dinamismo que manifiesta la biología y las especialidades complementarias. La teoría de sistemas representa hoy un sustrato indiscutible del pensamiento y la práctica científica de los biólogos.
Cabe también destacar la gravitación de las orientaciones sistémicas en las ciencias humanas y, muy particularmente, en disciplinas como la psicología, la antropología, la sociología y la economía. A este respecto, por ejemplo, cabe mencionar las contribuciones de autores tan diversos como P. Watzlawick, en psicología, G. Bateson y R. Girard en antropología, T. Parsons y E. Goffman en sociología. En todos estos casos, la teoría de sistemas ha registrado significativos desarrollos que la han llevado bastante más lejos de los planteamientos originales de von Bertalanffy y Wiener. Sin embargo, a pesar de la distancia y diferencias que muchas veces registran las contribuciones de los autores mencionados con respecto a estos últimos, existen determinadas afinidades temáticas que permiten tratarlos como miembros de una misma y amplia corriente de pensamiento. Ello no impide, como se apreciará más adelante, que determinados conceptos que resultaran centrales en los fundadores del pensamiento sistémico (como son, por ejemplo, los conceptos de información y control), sean posteriormente impugnados de manera vigorosa. De allí que la importancia y vigencia actual de las concepciones de von Bertalanffy y Wiener pueda ser puesta en duda. Su principal mérito será el de haber iniciado una corriente de pensamiento que, en aspectos no despreciables, superará sus propias concepciones.
Dentro del desarrollo del pensamiento sistémico, el caso de Gregory Bateson merece ser destacado. Hijo del destacado biólogo británico William Bateson y formado inicialmente en la antropología, Bateson deriva progresivamente hacia la epistemología, la psiquiatría, la comunicación y la ecología. Una de sus mayores preocupaciones fue poder establecer lo que diferencia los seres vivientes de las formas anorgánicas. Dentro de las diferentes respuestas que Bateson entregará al respecto destaca su afirmación de que los seres vivos (agrupados en lo que denomina Creatura) se caracterizan por lo que llama la «mente», concepto que remite de una manera particular a los términos sistémicos de orden e información. En sus indagaciones, Bateson se encuentra, sin embargo, con un obstáculo importante para dar cuenta de la naturaleza de los seres vivientes: el supuesto de la separación de mente y cuerpo, es decir, el supuesto del dualismo que caracteriza al pensamiento moderno. Parte importante de la contribución de Bateson es su insistencia, desde ángulos muy diferentes, en sostener la unidad entre mente y cuerpo.
Bateson muere sin alcanzar a completar su obra. Al final de sus días, se le preguntó si había alguien más que estuviese desarrollando las investigaciones sobre la epistemología de la Creatura. Bateson respondió: «el centro de este estudio se encuentra ahora en Santiago de Chile, bajo un hombre llamado Maturana».
HUMBERTO MATURANA
Nacido en Chile, en 1928, Humberto Maturana estudia inicialmente medicina y, más adelante, biología en Inglaterra con el neurofisiólogo J. Z. Young. Obtiene su doctorado en la Universidad de Harvard en los Estados Unidos. Su principal área de interés ha sido la comprensión de la organización del ser vivo y, a partir de ella, la biología del conocimiento. Entre sus obras cabe mencionar Biology of Cognition (1970), De máquinas y seres vivos (1972) y El árbol del conocimiento (1984), estas dos últimas escritas junto a Francisco Várela, su destacado discípulo y colaborador.
En 1960 Maturana publica un célebre artículo junto con Lettvin, McCulloch y Pitts, ya mencionados por sus relaciones con Wiener en la década de los 40, a partir de sus estudios anatómicos de la retina de la rana y su observación de la existencia de respuestas direccionales en las células ganglionares de dicha retina. En esa época Maturana se desenvolvía en el campo de la biología, sin estar todavía demasiado familiarizado con las concepciones cibernéticas, como sucederá más adelante.
Desde entonces, el trabajo de Maturana se desarrolla en dos campos separados: el de la percepción y sus determinaciones neurofisiológicas y aquel de la organización del ser vivo. En 1968, invitado a presentar un trabajo sobre la neurofisiología del conocimiento, Maturana decide enfrentar el problema, no desde la perspectiva del sistema nervioso, sino desde el operar biológico completo del ser vivo. Al hacerlo, Maturana descubre algo que determinará el curso posterior de sus investigaciones: que sus dos actividades académicas aparentemente diferentes, de hecho estaban dirigidas al mismo fenómeno. Desde esta nueva perspectiva resultaba que el conocimiento y el operar del sistema viviente (incluyendo, cuando fuese pertinente, al sistema nervioso) eran la misma cosa. En el dominio del operar del sistema viviente, vivir es conocer y conocer es vivir.
Maturana se sitúa en un campo que él llama la epistemología genética y que se caracteriza por enfrentar la temática ya clásica de la epistemología desde los avances que se registran en las ciencias biológicas. Su programa consiste en establecer las bases biológicas del conocimiento o, lo que es lo mismo, avanzar hacia la comprensión del fenómeno del conocer desde la perspectiva del operar biológico del ser vivo. Para estos efectos, Maturana establece un principio: los seres vivos sólo pueden hacer lo que les está biológicamente permitido. Esta afirmación puede aparecer algo obvia. Sorprendentemente ella no estaba dentro de la lista de principios fundamentales reconocidos como válidos por la historia del pensamiento. La afirmación de Maturana posee la trascendencia del principio de razón suficiente postulado por Leibniz que afirma que «nada es sin razón» o, en un plano diferente, del principio postulado por Hayek de que «no existe el conocimiento perfecto». En el caso de Maturana, sin embargo, la afirmación de este principio (fundamental para la reflexión filosófica), se realiza y está fundado desde fuera de la filosofía, desde una mirada completamente fresca proporcionada por la biología.
En la medida en que los seres vivos (los seres humanos incluidos) sólo pueden hacer lo que les está biológicamente permitido, el antiguo problema de establecer los límites del conocimiento (la empresa que se propone Kant) sólo puede resolverse adecuadamente, desde la perspectiva de Maturana, especificando el operar biológico de los seres vivos. Sin embargo, tal como sucedía en el programa kantiano, se trata nuevamente de acometer el esfuerzo por «conocer el conocer». Recordemos cómo Hegel había puesto en duda la concepción de Kant, aduciendo que ella implicaba una empresa imposible por cuanto requería conocer el conocer para conocerlo. Ello, según Hegel, obligaba a Kant a caer en un círculo vicioso. La empresa emprendida por Maturana se realiza en un contexto que le permite salvar las objeciones de Hegel. Por un lado, se ha comenzado a reconocer el carácter constitutivamente circular de todo conocimiento. Pero, por sobre todo, se dispone de una concepción sistémica que permite eludir la condición de circularidad en cuanto obstáculo, en la medida en que compromete niveles diferentes en la comprensión. Ello le permite a Maturana hacerse cargo positivamente de la condición de circularidad que es propia de la tarea que está acometiendo.
Situado desde un enfoque que se basa en la comprensión biológica del conocimiento, Maturana avanzará con pasos decididos hacia la superación del dualismo filosófico desde la biología. Desde su perspectiva, lo que precisamente se pone en tela de juicio es la separación tajante entre el espíritu, la conciencia y el conocimiento, por un lado, y el cuerpo y la biología, por el otro. Lo que Heidegger realiza en el plano ontológico, Maturana lo lleva a cabo en el plano de lo biológico. Según el decir del mismo Maturana, su biología del conocimiento representa una ontología del observador.
Al poner en duda el dualismo en la comprensión del individuo (conocimiento y biología), Maturana avanza hacia un cuestionamiento no menos radical de la matriz ontológica sujeto-objeto en la que previamente se tendía a colocar la comprensión global del fenómeno del conocer. Simultáneamente, ello permite cerrarle el camino al dualismo kantiano que separaba teoría y acción, el conocer y el hacer. Para Maturana, «conocer es acción efectiva», es «efectividad operacional en el dominio de existencia del ser vivo». De ello concluye: «todo hacer es conocer y todo conocer es hacer».
Si el conocimiento no involucra, como sostiene Maturana, una determinada relación de correspondencia entre un sujeto y un objeto, la condición de objetividad no puede ser exigida para ningún conocimiento. «El postulado de objetividad, nos dice Maturana, no es un postulado constitutivo del quehacer científico». Para una concepción que se reclama a sí misma como científica, ello supone la necesidad de proponer un concepto de ciencia que sea capaz de dar cabida en su interior al quehacer científico efectivo y que resulte coherente con la necesidad invocada de prescindir de la condición de objetividad. De allí que Maturana considere a las explicaciones científicas como proposiciones generativas, proposiciones que generan el fenómeno por explicar en el ámbito de experiencias de los observadores. Ello permite prescindir del supuesto de existencia de un mundo exterior, objetivo e independiente del observador.
Para Maturana los dominios cognoscitivos son cerrados. Su validación no se produce por la referencia a condiciones exteriores. Por el contrario, ellos «están determinados por el criterio de validación de las afirmaciones que les son propias y que especifican el modo de ser en él». La ciencia, como dominio cognoscitivo particular, está definida por su particular criterio de validación.
Pues bien, hacer ciencia es explicar y será una explicación científica la que satisfaga, según Maturana, cuatro condiciones:
- A: Descripción del o de los fenómeno(s) por explicar de una manera aceptable para la comunidad de observadores;
- B: Proposición de un sistema conceptual capaz de generar el fenómeno a explicar de una manera aceptable para la comunidad de observadores (hipótesis explicativa);
- C: Deducción a partir de B de otros fenómenos no considerados explícitamente en su proposición, así como la descripción de sus condiciones de observación en la comunidad de observadores;
- D: Observación de estos otros fenómenos deducidos de B.
Una de las preguntas centrales que se plantea Maturana es qué constituye un ser vivo. La manera como se solía dar respuesta a esta pregunta, aparentemente elemental, era señalando un conjunto de propiedades de los seres vivos. Se afirmaba, por ejemplo, que ellos se caracterizaban por su capacidad reproductiva, por su composición química, por su capacidad de movimiento, etcétera. De esta manera se confeccionaba una lista de propiedades de los seres vivos, lista que nunca se estaba en condiciones de declarar completa y propiedades que, tomadas cada una por separado, generaban problemas.
Evidentemente uno de los rasgos que exhiben los seres vivos es su autonomía, su capacidad de especificar su propia legalidad. Sin embargo, la explicación científica del ser vivo no podía satisfacerse con la mera afirmación de dicho rasgo. Resultaba necesario apuntar a un sistema conceptual capaz de generar el fenómeno de la autonomía y, por lo tanto, de remitir al mecanismo que hace de los seres vivos sistemas autónomos.
Tal sistema conceptual descansa en tres conceptos fundamentales: unidad, organización y estructura. Es más, es gracias a la distinción entre organización y estructura que Maturana puede especificar lo que define a determinadas unidades como seres vivos. Como podrá apreciarse, esta distinción que resultará decisiva, se sustenta en los desarrollos realizados al interior de la teoría de sistemas.
Toda unidad es el resultado de una operación de distinción que la especifica. Como tal, toda unidad puede ser reconocida al nivel de aquello que, como unidad, la identifica (aquello que define su identidad) como al nivel de los componentes para los cuales la unidad es su unidad (la unidad de sus componentes). Se trata, por lo tanto, de dos planos, de dos niveles diferentes. Los conceptos de organización y de estructura se sitúan correspondientemente en cada uno de estos niveles. En una primera aproximación, parecieran aludir a lo mismo: al tipo de relaciones involucradas en la unidad del caso. Sin embargo, la forma como se alude a tales relaciones será diferente. De allí que lo que se afirma sobre las relaciones comprendidas al nivel de la organización sea lo opuesto a lo que se afirmará sobre las relaciones propias de la estructura. Ello por cuanto, al nivel de la unidad como tal es posible reconocer lo que la teoría de sistemas denomina propiedades emergentes, propiedades propias de la unidad, las que no se observan al examinarse las relaciones entre los componentes.
La organización de una unidad, en consecuencia, es definida como la configuración de relaciones entre componentes que la definen como una unidad de una cierta clase. Si la organización de una unidad cambia, la unidad se desintegra y otra u otras unidades aparecen en su lugar. La organización, por lo tanto, es portadora de la identidad de una unidad. Se define por estructura a los componentes y relaciones que concretamente constituyen una unidad particular realizando su organización. Esta distinción entre ambos términos se hace plenamente inteligible al reconocerse los dos niveles de análisis involucrados. La organización representa, por lo tanto, las restricciones que el nivel superior impone sobre el nivel inferior. De allí que una unidad se defina por mantener invariante su organización, aceptando todos los cambios posibles de su estructura dentro de los límites de restricciones especificadas por la organización. Dicho en palabras de Maturana, la estructura de una unidad puede cambiar sin pérdida de identidad, la organización, no.
Lo que define a los seres vivos es un determinado tipo de organización. En el decir de Maturana, los seres vivos son organizaciones autopoiéticas. Una unidad es una organización autopoiética en la medida en que ella sea capaz de producirse continuamente a sí misma. Distintos seres vivos se distinguen porque tienen estructuras distintas, pero son iguales en cuanto a organización. Es más, los seres vivos se caracterizan por el cambio permanente de sus estructuras y por la preservación de su organización. No se trata de que la organización no pueda cambiar. De hecho cambia, pero al cambiar, el ser vivo muere.
Los seres vivos, reconoce Maturana, son sistemas abiertos desde el punto de vista material y energético. En estos aspectos se hallan en continuo intercambio con su medio. Sin embargo, desde el punto de vista de la información, los seres vivos son sistemas cerrados. Esta representa una de las afirmaciones fundamentales de Maturana. Al efectuarla, objeta muy radicalmente lo que denomina «la falacia de las relaciones instruccionales». Los seres vivos no reciben información de su medio. Dicho de otra forma, el supuesto de que los seres vivos son receptores de información de su medio (el supuesto de que perciben el medio) no tiene fundamento biológico; no hay cómo dar cuenta del tal fenómeno desde el punto de vista de las explicaciones científicas proporcionadas desde la biología. La información no posee fundamento desde el punto de vista del operar de los seres vivos.
Uno de los conceptos centrales de la teoría de sistemas, el de la información, es puesto en duda. La referencia al concepto de información representa un recurso explicativo que no posee más fundamento que el que tuviera aquel otro concepto, el del éter, utilizado para dar cuenta de la propagación de las ondas radiactivas. El concepto del éter pudo ser eliminado, como lo demuestra el desarrollo de alternativas de explicación que lograron efectivamente prescindir de él. Es lo que Maturana pretende acometer con el concepto de información. A ello se orientan sus concepciones sobre el conocimiento, el lenguaje y la observación.
Examinemos, primero, la puesta en duda de las condiciones biológicas capaces de sustentar el fenómeno de las relaciones instruccionales o de transmisión de información. Sostiene Maturana que, en las interacciones de los seres vivos con su medio, este último no tiene cómo especificar en el ser vivo contenido informativo alguno. Todo lo que en los seres vivos ocurre no responde a especificaciones del medio, sino a sus propias determinaciones estructurales. Lo único que el medio puede hacer es «gatillar» determinadas reacciones definidas por la estructura del ser vivo.
Estas interacciones con el medio pueden ser de dos tipos: perturbaciones e interacciones destructivas. Son perturbaciones cuando generan cambios estructurales sin alterar la organización; son interacciones destructivas, cuando desintegran al ser vivo. Pero en uno u otro caso, no se trata de interacciones instruccionales; los seres vivos son sistemas estructuralmente determinados.
«El que los seres vivos sean sistemas determinados estructuralmente tiene las siguientes consecuencias: 1) que su estructura determina lo que ocurre en ellos en cada instante; 2) que su estructura determina qué admiten como una perturbación o como una interacción destructiva, y 3) que un agente externo sólo puede desencadenar, gatillar, en ellos un cambio de estado o una desintegración que está determinada en su estructura[28]».
Desde esta perspectiva, Maturana concluye que la evolución de los seres vivos es el resultado de una deriva natural, producto del conjunto de los factores enunciados. Por un lado, de la invarianza de la autopoiesis y la adaptación; por otro lado, de la determinación estructural y del carácter no instruccional de las interacciones con el medio. La deriva da cuenta de un proceso estructural de transformaciones en el cual ninguna interacción es trivial, pero donde, a la vez, nada es necesario. Un proceso en el que no existe el azar, como tampoco existe la libertad. Todo lo que acontece es el resultado de la determinación estructural a partir de las condiciones presentes de la estructura y de las interacciones del organismo con su medio. Los seres vivos no son el producto de diseño alguno, sino de la deriva natural. A través del concepto de deriva, Maturana busca también poner en tela de juicio, ya no sólo el concepto de información al interior de la teoría de sistemas, sino también el concepto de control. Según Maturana, el concepto de control no es adecuado para describir el operar de los seres vivos.
Si las interacciones sólo pueden gatillar estados que están estructuralmente determinados (incluyendo las interacciones destructivas), tales estados remiten necesariamente a la estructura del ser vivo y no al medio. De ello se deduce que, para un ser vivo, no es posible distinguir experiencialmente entre la ilusión y la percepción.
Para ilustrar este punto, Maturana se apoya en diversos experimentos sobre percepción, demostrando cómo los sentidos generan los mismos estados internos ante estímulos diferentes. Se demuestra, por ejemplo, cómo lo que solemos caracterizar como una percepción visual representa una determinada perturbación en la retina. Sin embargo, las mismas reacciones neuronales pueden desencadenarse prescindiendo del objeto supuestamente percibido y para el organismo la primera situación es indistinguible de la segunda. Este mismo argumento, como se recordará, fue desarrollado por Descartes en su sexta Meditación metafísica, a través del ejemplo del dolor en un pie. Apoyado en esta argumentación, entre otras, Descartes proponía su concepción sobre las ideas innatas.
Maturana no nos habla de ideas innatas. Pero afirma, en cambio, que todo organismo se define por su clausura operacional y que en todos aquellos organismos con sistema nervioso, éste también se define por su clausura operacional. Ello implica que tanto el organismo como su sistema nervioso, si lo tiene, operan circularmente, como una red cerrada de cambios de relaciones de actividad entre sus componentes. Desde esta perspectiva, la conducta de un organismo corresponde siempre a una visión externa «de la danza de relaciones internas del organismo», efectuada por un observador. No se trata de algo que el ser vivo hace en sí, sino de algo que tiene sentido para quien observa sus movimientos en su medio (movimientos expresivos de cambios estructurales internos).
El sistema nervioso es un sistema con plasticidad, es decir, en continuo cambio estructural. En su continua transformación, el sistema nervioso permanece congruente con las transformaciones del medio como resultado de que cada transformación lo afecta. No hay interacción con el medio que no deje efectos en el sistema nervioso como resultado de los cambios estructurales que tal interacción gatilla en él. Para un observador, ello es visto como un aprendizaje adecuado de parte del organismo. Ello, por cuanto para el observador los cambios estructurales que ocurren en el sistema nervioso parecen adecuarse a las interacciones del organismo con el medio.
La distinción, por lo tanto, entre conductas innatas y conductas aprendidas no es pertinente desde la perspectiva del organismo. Ella sólo remite a las condiciones desde las cuales el organismo ha sido observado. Las conductas posibles del organismo están siempre determinadas por su estructura, por su presente estructural. El que las conductas sean éstas y no otras, tiene que ver con la historia de cambios estructurales de organismo.
Los seres vivos, nos señala Maturana, existen sólo mientras conserven su organización y su adaptación al medio. La adaptación expresa la capacidad de reacción a las interacciones con el medio evitando la desintegración. Por lo tanto, la adaptación no es una variable en los seres vivos. No hay seres vivos más o menos adaptados. Si están vivos, están adaptados y lo están en el mismo grado. Si, por otro lado, aceptamos que conocimiento es acción efectiva en el dominio en que un observador espera una respuesta, se debe reconocer que el hecho de vivir —de conservar la organización y la adaptación— es conocer en el ámbito del existir. En la medida en que vivir es acción efectiva en el existir como ser vivo, vivir es conocer.
Para un ser vivo, las interacciones con otro ser vivo son indistinguibles de aquellas que establece en general con el medio. Es posible, sin embargo, que estas interacciones con otros seres vivos sean recurrentes, de tal manera que la mantención de la organización y de la adaptación de cada uno se realice mediante un acoplamiento estructural. Cuando ello sucede, Maturana habla de fenómenos sociales. Los fenómenos sociales surgen como consecuencia de la recurrencia de interacciones entre seres vivos.
Se habla de comunicación al referirse a la coordinación conductual que observamos en los seres vivos. Se habla, en cambio, de conductas lingüísticas para dar cuenta de una dinámica de coordinaciones conductuales recursivas desde el punto de vista de un observador. La conducta lingüística, por lo tanto, implica la observación de que los organismos no sólo coordinan sus conductas en relación al medio (comunicación), sino que coordinan conductas para coordinar conductas. Cuando el observador describe conductas de interacción entre organismos en términos tales que el significado que él asume que ellas tienen para los participantes, determina el curso de tales interacciones, estamos ante una conducta lingüística.
El hombre es uno entre muchos seres vivos que poseen un dominio lingüístico. Pero en el hombre se trata de algo mucho más abarcador que en otros organismos.
«Lo fundamental en el caso humano, es que el observador ve que las descripciones pueden ser hechas tratando a otras descripciones como si fueran objetos o elementos del dominio de interacciones. Es decir, el dominio lingüístico mismo pasa a ser parte del medio de interacciones posibles. Sólo cuando se produce esta reflexión lingüística hay lenguaje, surge el observador, y los organismos participantes de un dominio lingüístico empiezan a operar en un dominio semántico[29]».
El lenguaje modifica radicalmente los dominios conductuales humanos, haciendo posible fenómenos como la reflexión, la observación y la conciencia.
Para Maturana, el operar recursivo del lenguaje es condición sine qua non para la experiencia que asociamos a lo mental.
«… en la red de interacciones lingüísticas en que nos movemos, mantenemos una continua recursión descriptiva que llamamos “yo”, y que nos permite conservar nuestra coherencia operacional lingüística y nuestra adaptación en el dominio del lenguaje[30]».
Desde esta perspectiva, lo mental no puede concebirse como algo que se encuentra en el cerebro. Se reconoce, en cambio, que la conciencia y lo mental encuentran su fundamento en un lugar muy diferente: en el dominio de lo social. Es allí, en el acoplamiento que los seres vivos establecen con otros seres vivos, que se da su dinámica. Sólo por un efecto reflejo, estos fenómenos sustentados en condiciones sociales, pasan a ser considerados como manifestaciones de un «mundo interior» del individuo.
«El lenguaje no fue nunca inventado por un sujeto sólo en la aprehensión de un mundo externo, y no puede, por lo tanto, ser usado como herramienta para revelar un tal mundo. Por el contrario, es dentro del lenguaje mismo que, el acto de conocer, en la coordinación conductual que el lenguaje es, trae un mundo a la mano. Nos realizamos en un mutuo acoplamiento lingüístico, no porque el lenguaje nos permita decir lo que somos, sino porque somos en el lenguaje, en un continuo ser en los mundos lingüísticos y semánticos que traemos a la mano con otros. Nos encontramos a nosotros mismos en este acoplamiento, no como el origen de una referencia ni en referencia a un origen, sino como un modo de continua transformación en el devenir del mundo lingüístico que construimos con los otros seres humanos[31]».
Desde la perspectiva sugerida por Maturana, la separación de mente y cuerpo pierde completamente todo sentido. Lo que llamamos mente da cuenta de fenómenos específicos que remiten a nuestro operar biológico como seres vivos. Lo mismo acontece con el conocimiento humano. Ambos fenómenos, sin embargo, no logran explicarse sin referirse al lenguaje. Por su parte, si bien el lenguaje da cuenta de determinadas capacidades biológicas de los seres humanos, asociadas al desarrollo de su sistema nervioso, no es posible comprenderlo adecuadamente si se desconoce que el lenguaje emerge (propiedad emergente) más allá del dominio de operar biológico individual. Es en el acoplamiento estructural que los seres vivos establecen entre sí, en razón de la recurrencia de sus interacciones, que es preciso situar el fenómeno del lenguaje. El lenguaje es un fenómeno social así como lo social es un fenómeno comunicativo.
De lo anterior puede deducirse una afirmación crucial: el lenguaje no es función de la conciencia, la conciencia es función del lenguaje. Es nuestro ser en el lenguaje lo que nos constituye como personas conscientes con identidades particulares. No es el lenguaje un personaje menor a través del cual la conciencia se expresa y exterioriza. La relación es precisamente la inversa. El lenguaje se nos presenta, de esta forma, como el principal protagonista que nos conduce hacia una comprensión radicalmente diferente de la existencia humana. Por otro lado, es también a través del lenguaje que logramos establecer la unidad de mente y cuerpo, pues hace de él, el eslabón necesario a través del cual esta unidad se establece.
Cuenta Maturana que algunos amigos sociólogos le dijeron una vez: «según lo que tú dices habría que reescribir la sociología». Su respuesta fue «sí». Es interesante señalar que la influencia de Maturana en el pensamiento del destacado sociólogo alemán contemporáneo Niklas Luhmann, principal representante del pensamiento sistémico en ciencias sociales, ha sido decisiva.