CAPITULO VII

EL SUSTRATO DE LA LÓGICA TRADICIONAL

Desde sus inicios, la filosofía moderna se había caracterizado por la adopción de una perspectiva de análisis dual, a partir de la cual tendían a reproducirse diferentes otras distinciones duales. Ya en Descartes se establecía al interior de su sistema las distinciones fundamentales de mente y naturaleza, idea y materia, alma y cuerpo, conciencia y mundo físico, polaridades todas éstas que se inscriben y reforzaban aquella matriz de análisis tradicional que privilegiaba, a nivel ontológico, la relación sujeto-objeto, y a nivel lógico, la relación sujeto-predicado. Sobre esto último, abundaremos más adelante.

En la medida en que Descartes priorizaba el polo consciente, ideal y subjetivo del dualismo, dejaba abierta la opción para establecer la prioridad opuesta dentro de la reflexión filosófica general. De allí que el dualismo se instaurara no sólo al interior del sistema filosófico cartesiano, sino también como las dos opciones fundamentales para la filosofía en su conjunto. Tales opciones serían el racionalismo, que corresponde con la propia opción cartesiana, y el empirismo. Este último, oponiéndose a la prioridad de la razón, reivindicará el papel de los sentidos y de la experiencia como fuente y fundamento del conocimiento.

Tal como se señalara en el capítulo anterior, la filosofía kantiana representará un notable esfuerzo por conciliar al interior del debate filosófico la confrontación entre racionalistas y empiristas. En este sentido, su contribución tiende a la superación de este antagonismo entre orientaciones filosóficas opuestas y, por consiguiente, tiende a la superación del dualismo como opciones contrapuestas para la reflexión filosófica. Sin embargo, tal como fuera también sostenido, la filosofía de Kant no logra eludir el hecho de que la matriz de análisis dual siga siendo determinante al interior de su propio sistema. La filosofía kantiana no representa, por lo tanto, una superación efectiva del dualismo filosófico.

Más adelante, se examinarán dos importantes esfuerzos filosóficos de constitución de concepciones de pretensiones monistas que buscan eludir en su interior la presencia determinante de la matriz dual. Se trata de la dialéctica idealista de Hegel y de la dialéctica materialista de Marx. Sin embargo, tal como puede apreciarse con su solo enunciado, estos esfuerzos de superación del dualismo al interior de sus respectivas concepciones filosóficas, se realizan a costa de volver a reproducir el dualismo en términos de dos opciones dialécticas diferentes: la idealista y la materialista.

Existe, sin duda, una importante relación entre la reflexión ontológica, por un lado, referida al análisis del ser, a partir de la cual se establecen las determinaciones básicas sobre lo real, y la lógica, por otro lado, que define las matrices categoriales y de procedimiento que encauzan el desarrollo del pensamiento. Esta estrecha relación entre lo ontológico o metafísico y lo lógico es reconocible desde el propio Aristóteles, donde se comprueba que los principios fundamentales de la lógica están directamente vinculados a la reflexión metafísica sobre el ser.

Hegel reconocerá con claridad esta relación entre lo ontológico y lo lógico. Consciente, a su vez, de que el desarrollo del dualismo filosófico se sustentaba en los marcos categoriales de la lógica tradicional, entiende que la superación del dualismo requiere, de alguna forma, de la superación de las restricciones impuestas por la lógica. De allí que una adecuada comprensión sobre el carácter que reviste la dialéctica, en sus dos opciones, necesite ser puesta en referencia al tipo de cuestionamiento que ella dirige en contra de la lógica tradicional. De esta forma, por lo demás, logran aclararse las potencialidades y restricciones que, desde muy temprano, aparecen comprometidas con la dialéctica en cuanto alternativa filosófica.

Tal como fuera planteado por Kant, desde que Aristóteles fundara la lógica, ésta no había tenido desarrollos ulteriores de importancia. De allí que se considerara que junto con su nacimiento había alcanzado su completamiento, lo que se traducía en que no se esperaba que ella registrara innovaciones significativas. Se partía de la base, por lo tanto, de que la lógica estaba completa.

El desarrollo filosófico ulterior, sin embargo, demostrará que ello estaba lejos de ser efectivo. De hecho, habrán dos importantes esfuerzos de cuestionamiento de la lógica tradicional. Primero, aquel efectuado por la dialéctica e inspirado en el objetivo de comprensión del desarrollo histórico y, luego, aquel asociado con la obra de Frege y realizado a partir de desarrollos registrados en las matemáticas.

Con el propósito de dar cuenta de ambos intentos de subversión de la lógica tradicional estimamos conveniente recoger algunos de sus rasgos. Éstos, establecidos con la intención de examinar los desarrollos lógicos posteriores, más que de efectuar una caracterización rigurosa de la lógica tradicional, representarán puntos de arranque diferentes de los distintos intentos de cuestionamiento que recaerán sobre ella. Destacaremos, en consecuencia, cinco rasgos fundamentales de la lógica tradicional.

1. Su carácter formal

La lógica tradicional se definía como la exposición y prueba de las leyes formales del pensamiento, con abstracción de todos los objetos de conocimiento. Ello suponía la posibilidad de establecer la forma del pensar correcto, independientemente de lo pensado. Es lo que se entiende por la afirmación del carácter formal de la lógica, lo que supone la separación entre forma y contenido. Ello permitiría establecer la validez de una determinada inferencia lógica, ateniéndose exclusivamente a la forma de la inferencia y prescindiendo por completo del contenido de lo enunciado.

2. El principio de identidad

Uno de los rasgos característicos de la lógica tradicional es la afirmación del principio de identidad. Este posee, como se señalara previamente, implicancias tanto ontológicas como lógicas. Ontológicamente, el principio de identidad postula que toda cosa es igual a ella misma. En su expresión lógica, puede resumirse en términos de A = A, donde A puede ser cualquier ente lógico, sea éste concepto, proposición o razonamiento.

3. El principio de contradicción

Se trata en rigor de un principio que niega la posibilidad de la contradicción desde la perspectiva tanto de la ontología como del pensar correcto. De allí que también se haga referencia a él como el principio de no contradicción. Desde el punto de vista ontológico, se afirma que es imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo respecto. Es importante enfatizar estas dos últimas condiciones pues el principio de contradicción no rechaza la posibilidad de la transformación en el tiempo, ni tampoco que modificando contexto y condiciones una misma cosa permita ser reconocida contradiciendo su apariencia previa.

Como puede apreciarse, el principio de contradicción representa la expresión negativa del principio de identidad. Desde el punto de vista lógico, el principio de contradicción afirma que dos proposiciones contradictorias no pueden ser simultáneamente verdaderas o simultáneamente falsas. Desde la perspectiva de la estructura predicativa de las proposiciones (ver más adelante), el principio de contradicción sostiene que nada puede tener y no tener una determinada propiedad y característica de manera simultánea.

Para los efectos de aclarar algunos problemas que se presentarán posteriormente, es conveniente introducir algunas precisiones planteadas por Kant en relación al principio de contradicción. Aceptando plenamente su validez, Kant hace presente la necesidad de distinguir las contradicciones lógicas de las contradicciones reales.

Las primeras son aquellas que resultan del hecho de que el pensamiento pueda afirmar dos proposiciones contradictorias. Las contradicciones reales, en cambio, no se sitúan en el pensamiento, sino en la realidad. El fundamento de estas últimas no es el pensamiento; si éste las afirma es por cuanto presume que el pensamiento sólo expresa lo real.

Habiendo efectuado esta distinción conceptual entre las contradicciones lógicas y las reales, Kant replantea el principio de contradicción en términos de la existencia eventual de unas y de otras. Su planteamiento es el siguiente: el principio de contradicción afirma que pudiendo existir contradicciones lógicas como resultado del pensamiento, ellas ponen de manifiesto que éste ha errado su camino y que, por consiguiente, los resultados que de él derivaren no provienen de un pensar correcto; en cambio, el principio de contradicción niega la posibilidad misma de que existan contradicciones reales y que, como tales, el pensamiento pueda afirmarlas válidamente.

Por lo tanto, si se rechaza la existencia de contradicciones reales, cualquier contradicción que el pensamiento exprese (aceptación de la existencia de contradicciones lógicas), pone de manifiesto un pensar incorrecto. Aunque se rechaza la existencia de contradicciones reales, no se descarta que la realidad pueda exhibir relaciones de oposición, de contrariedad, de antagonismo, de incompatibilidad, etcétera. Lo que no se acepta, siguiendo los principios de la lógica tradicional, es que la realidad pueda ser de una determinada manera y no ser de esa misma determinada manera, bajo las mismas condiciones y al mismo tiempo. El planteamiento kantiano tiene la virtud de articular las dimensiones tanto lógicas como ontológicas asociadas al principio de contradicción.

4. Universalidad de las Proposiciones Predicativas

Para una lógica tradicional toda proposición o juicio tiene una estructura predicativa. En caso de que ésta no sea manifiesta, siempre es posible convertir la proposición o juicio en otra u otro donde la estructura predicativa queda en evidencia. Aclaremos los términos de lo enunciado previamente. Juicio es el acto de la conciencia por medio del cual se afirma o niega algo de algo, la proposición es el producto lógico de dicho acto, lo pensado en dicho acto.

La estructura predicativa consiste en la afirmación o negación de un atributo o predicado a un sujeto a través de un verbo que hace de cópula o de unión. Por lo tanto, el principio de la universalidad de las proposiciones predicativas afirma que todas las proposiciones poseen, manifiesta o implícitamente, la siguiente estructura: S es P, donde S representa el sujeto, el verbo «es» la cópula y P el predicado.

En muchos casos la estructura predicativa es manifiesta, como en «Sócrates es mortal», donde el atributo (predicado) de la mortalidad es asignado como propiedad del sujeto Sócrates. En otros casos, la estructura predicativa puede estar implícita. De este modo, por ejemplo, la proposición «Sócrates vive» puede convertirse en «Sócrates es un ser viviente».

El principio de que todos los juicios poseen una estructura predicativa impone no sólo importantes consecuencias lógicas, sino también importantes efectos ontológicos y epistemológicos. De ello resulta la prioridad que se le confiere en el conocimiento y caracterización de las cosas a esta matriz ontológica que hace de la distinción sujeto-objeto su perspectiva de análisis fundamental. Parte importante de los problemas filosóficos resultan del hacer de esta matriz ontológica sujeto-objeto su forma prioritaria de ordenamiento del mundo.

Es interesante, por consiguiente, advertir que tras la afirmación inicial sobre el carácter formal de la lógica, al nivel de los principios fundamentales que ella misma afirma, se deducen consecuencias que comprometen el contenido de lo pensado, tanto en su ontología, como en su epistemología.

5. Prioridad de la dimensión asertiva de las proposiciones

El objetivo central de la lógica tradicional es poder establecer, a partir de la verdad o falsedad de las proposiciones y la corrección de los procedimientos deductivos, la validez de las conclusiones del pensamiento y, por lo tanto, la verdad o falsedad (función de verdad) de las mismas. Todo otro interés se subordina a la prioridad de esta dimensión asertiva que se preocupa por el problema de distinguir lo verdadero de lo falso.

A partir de este rasgo y de los demás de la lógica tradicional, adquiere pleno sentido el hecho de que el silogismo sea su figura lógica y procedimiento fundamental. Este descansa en el establecimiento de un conjunto de criterios formales, y en el sometimiento estricto a los principios de identidad y contradicción aplicados a proposiciones expresadas en acuerdo a su estructura predicativa con el propósito de poder establecer la verdad o falsedad de las conclusiones deducidas.

Por mucho que el silogismo representara un tipo de procedimiento lógico que, en la medida que se halla determinado por su premisa mayor, se adecuara con mayor fuerza al pensamiento medieval que al moderno, preocupado por garantizar el fundamento de su punto de partida, los desarrollos registrados en la filosofía no habían introducido cuestionamiento alguno dirigido contra la lógica tradicional. Hasta Kant, la concepción aristotélica seguía siendo el sustrato lógico de la filosofía. Esta situación tendrá su primera modificación importante con Hegel.

La importancia que, para los efectos de nuestra exposición, revisten estos cinco rasgos de la lógica tradicional, es que ellos nos permiten una mejor comprensión de los diferentes intentos dirigidos hacia la superación de sus limitaciones. En términos generales, los grandes intentos de superar la lógica tradicional los encontramos, en primer lugar, en el desarrollo de la dialéctica, iniciada por Hegel en su variante idealista y, posteriormente, propuesta por Marx, en su variante materialista y, en segundo lugar, en aquellos desarrollos que se iniciaran a partir del análisis lógico de los números efectuado por Frege y, posteriormente, continuados por Russell y otros.

A partir de los rasgos anotados, se comprueba que los puntos de arranque de estos dos grandes intentos serán muy diferentes. En el caso de la dialéctica, por ejemplo, se objetará el carácter formal de la lógica, se cuestionará globalmente el principio de identidad y, consiguientemente, se rechazará el principio de contradicción que, como se planteara previamente, representa el principio de identidad invertido. Sin embargo, se aceptará el supuesto de la universalidad de las proposiciones predicativas y se le seguirá confiriendo prioridad a la dimensión asertiva.

La revolución lógica de Frege, en cambio, pondrá en duda desde muy temprano el supuesto de que todas las proposiciones se someten a una estructura predicativa y, desde allí, introducirá algunas importantes distinciones correctivas relacionadas con el principio de identidad. Tales correcciones, sin embargo, no significarán su cuestionamiento global, por lo que no será necesario objetar el principio de contradicción.

De igual manera, la tradición inaugurada por Frege seguirá aceptando el carácter formal de la lógica y durante parte de su desarrollo aceptará también que lo prioritario es su contribución al discernimiento de la verdad (su dimensión asertiva). Sin embargo, en sus estadios de desarrollo posterior surgirán quienes, al interior de esta misma tradición, pongan en tela de juicio la importancia de la dimensión asertiva, iniciando con ello una importante rama de reflexión filosófica.