CAPITULO IX
EL EMPIRISMO POSITIVISTA PRIMITIVO
LUDWIG FEUERBACH
No es posible comprender adecuadamente la relación entre la dialéctica idealista de Hegel y la dialéctica materialista de Marx sin hacer alguna referencia a la filosofía de Ludwig Andreas Feuerbach (1804-1872). Discípulo de Hegel, Feuerbach se transformará muy pronto en un severo crítico de su filosofía. Sus obras principales son Esencia del Cristianismo (1841), Tesis Provisionales para la Reforma de Filosofía (1842) y Principio de la Filosofía del Futuro (1843).
En ellas Feuerbach acusa a Hegel de haber efectuado una completa inversión de la relación sujeto-predicado y, por consiguiente, de la matriz ontológica sujeto-objeto a través de la cual se ordena la realidad. Esta inversión se expresa, según Feuerbach, en el hecho de que para Hegel el pensamiento es el ser y, por lo tanto, el pensamiento es el sujeto y el hombre, en cambio, es el predicado. Lo real, afirma Feuerbach, es exactamente a lo inverso: el pensamiento no es sino un atributo (predicado) del ser humano. Es el ser el que determina el pensamiento y no al revés. El ser humano es el sujeto y el pensamiento su predicado.
Oponiéndose frontalmente con el pensamiento de Hegel, Feuerbach declara: «sólo el Ser es significado, razón, necesidad y verdad; en una palabra, el Ser es todo en todo». Lo único real es el ser. No hay otra cosa que lo que es y no tiene sentido, por lo tanto, trascender el ser, buscar la esencia más allá de la existencia. «Mi esencia es mi existencia», proclama Feuerbach. Con ello se reconoce, según su enfoque, la verdadera unidad entre el ser y el pensamiento.
El no reconocer la verdadera unidad entre el ser y el pensamiento, sostiene Feuerbach es cometer una abstracción. El pensamiento de Hegel a través de la abstracción, separa del ser su alma y esencia y luego le asigna a esta esencia abstraída el fundamento del ser que se ha vaciado. Ello permite derivar el mundo de Dios, en la medida en que previamente la esencia del mundo ha sido separada del mundo. La unidad del ser y la esencia, en el ser, se logra en la naturaleza. Para establecer la relación entre la naturaleza y el pensamiento, Feuerbach acude al concepto de Hombre, a partir del cual concede una distinción entre ser y existencia.
«La naturaleza, señala Feuerbach, es el Ser que no se distingue de la existencia; el hombre es el ser que se distingue de la existencia. Pero el primero es el fundamento del segundo; la naturaleza es el fundamento del hombre[5]».
Lo que precede al Hombre no es Dios, sino la naturaleza. En el Hombre la naturaleza deviene ser personal, consciente y racional. Abstraer, en consecuencia, es plantear la esencia de la naturaleza fuera de la naturaleza; y la esencia del hombre fuera del Hombre; la esencia del pensamiento fuera del acto de pensar. Por caer en la abstracción, la filosofía hegeliana aliena al Hombre de sí mismo.
Es importante tener claridad sobre el concepto de abstracción de Feuerbach en la medida en que se trata de un concepto muy diferente de aquel utilizado por Hegel, al igual como lo será también de aquel que acuñará Marx en sus escritos más tardíos. Para Hegel, abstraer era hacer uso del recurso equivocado que utilizaban las ciencias particulares, a través del cual se obstruía la referencia a la totalidad y, por consiguiente, a la verdad. Abstraer, para Hegel, significa impedir el movimiento a través del cual se trasciende el dominio de ser.
Para Feuerbach recurrir a la abstracción es también un proceso errado. Sin embargo, su significado es precisamente el opuesto del que le asignara Hegel. Para Feuerbach, abstraer es trascender, es separar existencia y esencia, es trastrocar la realidad, es una inversión alienante. De allí que Feuerbach reivindique como modelo de conocimiento lo que Hegel había impugnado: las ciencias particulares. Ellas aportan precisamente lo que no tiene Hegel: la unidad inmediata, la certidumbre inmediata, la verdad inmediata. La verdad tiene como fundamento lo inmediato, lo que los sentidos nos entregan directamente.
El sistema hegeliano, señala Feuerbach, representa la auto-alienación absoluta de la razón:
«el Espíritu Absoluto de Hegel es abstraído: es el espíritu finito separado de sí mismo. De la misma manera como el ser infinito de la teología no es otra cosa que el ser finito abstraído[6]».
El método feuerbachiano consiste en reducir todo lo sobrenatural, a través del Hombre, a lo natural, y todo lo sobrehumano, a través de la Naturaleza, a lo humano. Para ello se debe descansar siempre en hechos observados, históricos, empíricos. La verdad no la puede establecer nunca el individuo, sino el conjunto de la especie humana. Es la especie humana y no el individuo la que representa la verdadera realización de la naturaleza humana. Es interesante detenerse en este argumento pues descansa en una pauta de razonamiento derivada del propio Hegel y aplicada de manera recurrente por los hegelianos de izquierda. Será también una pauta de razonamiento de uso frecuente en Marx.
Para Hegel todo lo finito es restrictivo, insuficiente y precario. Ello obliga a un trayecto trascendente hacia lo infinito, a través del cual se accede efectivamente al Ser, a la verdad y al Todo. Este planteamiento será puesto en tela de juicio por los hegelianos de izquierda, entre los cuales se encuentra el propio Feuerbach. Pero ellos van a sustituir esta matriz que establece la relación entre lo finito y lo infinito, por otra de carácter secular pero que ha sido derivada de la primera. Se trata de una matriz de razonamiento fundada en la relación de lo particular con lo universal (o general). Se presume, siguiendo al mismo Hegel, que toda expresión particular es restrictiva, precaria e insuficiente, y que la verdad y liberación de tales restricciones se encuentran en el plano universal o general.
Esta transformación de la matriz hegeliana finito-in-finito, en una matriz particular-general, será aplicada en los campos más diversos por los hegelianos de izquierda. Entre tales campos destacan, por ejemplo, el de la religión o el de la propiedad. En el caso actual, la vemos aplicada por Feuerbach al campo de las condiciones para determinar lo verdadero. El individuo, por ser tal, es precario. La verdad se asegura en la intersubjetividad que asegura el conjunto de la especie humana.
Desde la perspectiva anotada, Feuerbach desarrolla una posición materialista y atea. Tanto la religión como la filosofía especulativa, son expresiones de una alienación del Hombre, de una inversión sujeto-predicado. En la religión, el sujeto verdadero, el Hombre, se concibe como predicado de un sujeto ficticio, Dios, que, a su vez, no es sino un predicado, una construcción, un producto de los hombres. A este sujeto ficticio, los hombres le confieren poderes que no son otros que poderes humanos, de la especie humana. Proclama Feuerbach: «el Hombre afirma en Dios lo que se niega a sí mismo».
Es interesante, sin embargo, detenerse en la teoría de la historia propuesta por Feuerbach. A pesar de sus posiciones materialistas, nos afirma que para alcanzar una adecuada comprensión de la historia, se deben examinar las diferentes formas de conciencia en las que se resuelve la relación entre el Hombre y la Naturaleza. Para estos efectos, Feuerbach sostiene que lo que mejor expresa tal relación es la religión. Aunque desde posiciones diametralmente opuestas a las de Hegel, en esto último nuevamente aparecen coincidiendo. «Los períodos de la historia de la humanidad, nos dirá Feuerbach, sólo pueden ser distinguidos por sus concepciones religiosas».
La historia, según Feuerbach, reconoce tres grandes etapas. La primera de ellas es la del politeísmo, que representa el predominio de las fuerzas naturales sobre las capacidades y poderes del Hombre. La segunda etapa es la del monoteísmo. En ella se expresa una liberación relativa del Hombre sobre la Naturaleza, lo que permite que éste se centre en sí mismo.
El monoteísmo, por su parte, reconoce distintas fases. En la primera, la del judaísmo, la religión lleva el sello de las limitaciones tribales y nacionales en las que el Hombre todavía se halla cautivo. En una segunda fase, la del cristianismo, la religión concibe al Hombre como un ser universal y apela, por lo tanto, a un Dios universal. Ello manifiesta el hecho de que el Hombre alcanza un mayor dominio sobre las fuerzas de la Naturaleza. El cristianismo culmina con la emergencia de una subíase, la del protestantismo, en la que se le confiere a Dios un carácter más humano. El protestantismo representa más bien una cristología o una antropología religiosa que pone en evidencia el papel central del Hombre.
Sin embargo, el protestantismo no es sino, según Feuerbach, la antesala de la tercera gran y última etapa de la historia de la Humanidad. Esta etapa final se caracteriza por un completo humanismo, que expresa el hecho de que el Hombre reconoce sus propios poderes y termina toda alienación de éstos en un ser sobrenatural y sobrehumano. En esta última etapa la religión desaparece.
A diferencia de lo que acontecía con Hegel, para Feuerbach todas las formas de alienación, como la religión, representan una deficiencia y no contribuyen positivamente al progreso de la Humanidad. El movimiento de la historia tiene relación, no con lo que sucede con estas formas alienadas de conciencia, sino con el tipo de vínculo que el Hombre mantiene con la Naturaleza. La conciencia alienada es sólo un reflejo de esta relación fundamental y no juega un papel activo en el desarrollo histórico. Ello determina que Feuerbach destaque el papel crítico y educativo que resulta de su filosofía. Lo que su filosofía acomete es la posibilidad de corregir los errores de las concepciones alienantes y, en este sentido, tiene un efecto restaurador del orden real de las cosas.
Cabe distinguir en la filosofía de Feuerbach dos dimensiones diferentes. En primer lugar, su concepción filosófica antropológica, naturalista, atea y materialista, cuyas categorías centrales son las de Naturaleza y Hombre. En segundo lugar, su epistemología empirista inspirada en las ciencias particulares, apegada a un criterio de verdad fundado en la observación inmediata y que rechaza toda abstracción como un vicio alienante del conocimiento. La distinción de estas dos dimensiones, —el naturalismo antropológico y la epistemología empirista—, resultará fundamental para una adecuada comprensión del pensamiento de Marx.
Es importante señalar, sin embargo, que las posiciones epistemológicas de Feuerbach, aunque manifiestan algunas influencias de la filosofía hegeliana, representan por sobre todo una ruptura muy radical con ésta. La dialéctica es completamente ajena en la epistemología feuerbachiana. Ella ha sido sustituida por un enfoque que acerca fuertemente a Feuerbach a la filosofía positivista que Comte desarrollara en Francia en la misma época.
La filosofía posterior de Feuerbach enfatizará su dimensión materialista hasta alcanzar lo que Sidney Hook llamará la expresión más vulgar del más vulgar de los materialismos. A este período corresponden las siguientes afirmaciones:
«… podemos apreciar inmediatamente cuanta significación ética y política tiene la ciencia de los alimentos para la nación. El alimento se transforma en sangre, la sangre en corazón y cerebro, que a su vez producen los pensamientos y las actitudes. Si se desea mejorar las condiciones del pueblo, en vez de exhortaciones contra el pecado, hay que darle mejor comida. El hombre es lo que come[7]»
O bien:
«… hay una materia alimenticia que es promesa de un futuro mejor, que contiene las semillas de una lenta y más gradual, pero también más profunda revolución: los porotos[8]».
Las afirmaciones de Feuerbach hieren la sensibilidad moderna. Esta reacciona frente a una afirmación prosaica que sostiene una supuesta relación entre los porotos y aspectos tan elevados como el pensamiento y la acción humana. No obstante, hay en Feuerbach una anticipación notable a través de la cual se manifiesta una cierta forma de cuestionamiento del dualismo filosófico y su separación de idea y materia, de mente y cuerpo. Más adelante, Bateson afirmará: «los procesos políticos no son sino fenómenos biológicos» y, aunque ello sorprenderá a muchos, el escándalo será menor. Actualmente Feuerbach es considerado uno de los precursores de las corrientes macrobióticas.
AUGUSTE COMTE
Comte (1798-1857) es considerado fundador de la sociología y del positivismo. Fue discípulo del célebre socialista utópico Saint-Simón, una de las personalidades de más vasta formación de su época, quizás sólo comparable a este respecto con Hegel. Entre sus obras principales destacan Curso de filosofía positiva (1830-1842), Discurso sobre el espíritu positivo (1844), Sistema de política positiva, instituyendo la religión de la Humanidad (1851-1854) y el Catecismo positivista o exposición somera de la religión universal (1852).
La posición central de Comte se caracteriza por su manifiesta aversión al espiritualismo metafísico y religioso y por su admiración por los poderes y realizaciones exhibidos por el pensamiento científico. En este sentido y de manera que lo acerca fuertemente al tipo de postura asumida por Francis Bacon en el siglo XVII, el interés principal de Comte no consiste en elaborar un nuevo sistema filosófico, sino en promover una profunda reforma social. En cuanto tal reforma requiere de una radical transformación intelectual, Comte desarrolla su concepción positivista.
Tal concepción destaca la importancia del espíritu científico en la sociedad. Para Comte las diferentes ciencias representan una opción de conocimiento de carácter unitario. Esta unidad, más allá de las diferencias que observan las distintas disciplinas científicas, está asegurada por el apego de todas ellas al método científico. La unidad del método científico asegura la unidad de la ciencia.
Comte busca aplicar al campo de la actividad humana el método científico de manera de generar un tipo de conocimiento sobre el hombre y la sociedad de la solidez del obtenido en las ciencias naturales. En este intento insiste en la primacía del concepto de proceso y se preocupa, de manera particular, por ofrecer una explicación científica sobre los procesos históricos. El objetivo de Comte es descubrir las leyes que explican el devenir histórico.
A este respecto, célebre es su «ley de los tres estadios». Ésta sostiene que la Humanidad habría pasado sucesivamente por tres estadios diferentes. El primero es el estadio teológico que se caracteriza porque el hombre explica los fenómenos naturales aludiendo a la voluntad de seres sobrenaturales y potencias divinas o demoníacas. Se sostiene, por ejemplo, que Zeus produce el trueno y el relámpago para asustar a los hombres. El estadio siguiente es el metafísico. Éste se sustenta en el monoteísmo que condensa todas las fuerzas divinas en un solo ser y, al personalizarlas en una unidad, hace posible su simultánea despersonalización. Las causas de los fenómenos se convierten ahora en ideas abstractas, en principios racionales. Se habla, por ejemplo, de fuerzas vitales. Por último, sobreviene el estadio positivo o científico, en el que se sustituyen las explicaciones metafísicas por la investigación científica rigurosa de los fenómenos, orientada a describir sus relaciones. En este estadio final, el poder espiritual pasa a manos de los sabios y el poder temporal a manos de los industriales.
La ciencia representa, desde muy temprano, la encarnación del espíritu positivo. Ello se manifiesta en la renuncia a todo lo trascendente y en el compromiso por descubrir las leyes en la experiencia. En este sentido, la ciencia sólo puede establecer generalizaciones sobre relaciones observadas en los hechos. Pero las ciencias no se caracterizan sólo por ser la expresión del período social en el que se desarrollan, sino también por su capacidad de anticipar en la historia la evolución del espíritu positivo. Ello explica, según Comte, el propio desarrollo de las ciencias hasta alcanzar su estado actual.
Las matemáticas fueron las primeras que desarrollaron, ya en la Antigüedad, este espíritu positivo. Un salto importante se produjo con la emergencia de aquellas ciencias inductivas y concretas, como las ciencias naturales. De entre éstas, la primera que se desarrolla es la astronomía, más adelante seguirá la física; luego aparecerá la química y, por último, se producirá el advenimiento de la biología. La instauración del estadio positivo en la historia requiere de estos desarrollos científicos anteriores. Sin embargo, será necesaria la emergencia de una nueva disciplina científica para llevarlo a su plena realización: la sociología, ciencia del hombre y de la sociedad. Con la aparición de la sociología o física social, se completa la jerarquía de las ciencias. Sólo entonces, este último estadio de la historia de la Humanidad logra su plena culminación permitiéndole establecer «el amor como principio, el orden como base, el progreso como fin».
Pero ¿es la ley de los tres estadios de Comte una ley científica efectiva? Evidentemente no. Ella expresa un intento de caracterizar diferentes fases de la historia, desde los criterios centrales del pensamiento moderno. Entre estos últimos destacan, por ejemplo, los supuestos de que lo posterior, por ser posterior, es mejor y que, por lo tanto, el proceso histórico es progreso histórico. En este sentido, se hace coincidir el desarrollo de la ciencia con el desarrollo de las sociedades, como si ambas representaran un incremento equivalente de racionalidad.
El positivismo le concede gran importancia a la educación. Gracias a ella, se sostiene, es posible acelerar la asimilación del espíritu científico y liberarse de los presupuestos atávicos provenientes de la teología y la metafísica, que obstruyen las posibilidades de promover el desarrollo histórico.
El ideario positivista es tributario, en buena medida, del criterio kantiano de que el conocimiento se restringe (tiene como límite) a lo fenoménico. Ello a pesar de que objetará la posibilidad de conocer en el dominio de lo sintético a priori y que se excluye el que sea posible encontrarle un lugar a la fe, aunque ello se limite, como en Kant, a una función regulativa de la experiencia práctica. De allí que en muchos aspectos, el positivismo se muestre también muy cercano a las posiciones defendidas por Hume, aunque con una visión muy distinta sobre el progreso de la Humanidad.
El positivismo ejercerá una influencia significativa en el pensamiento de la segunda mitad del siglo XIX e incluso en la primera mitad del siglo XX. Entre sus seguidores destacan, por ejemplo, Ernst Mach (1838-1916) y Karl Pearson (1857-1936). A este último pertenece la afirmación:
«el metafísico es un poeta, a menudo un gran poeta, pero por desgracia él no lo sabe porque envuelve su poesía en el lenguaje de la razón y, por lo tanto, corre el peligro de transformarse en un miembro peligroso de la comunidad[9]».
En el campo de las ciencias sociales, el pensamiento de Comte ejercerá una influencia importante en las concepciones de Emile Durkheim (1858-1917), quien rechaza toda injerencia metafísica en el campo de la reflexión sociológica y propone que el sociólogo se coloque en una disposición equivalente a la de los físicos, químicos o fisiólogos, al investigar en las regiones inexploradas de la ciencia.
Esta variante del positivismo, que remite en último término a Comte, debe distinguirse de lo que más adelante se conocerá como la escuela del positivismo lógico. Como luego se apreciará, aunque ambas orientaciones compartan algunos presupuestos, sus diferencias son significativas.