CAPITULO X
LA DIALÉCTICA MATERIALISTA DE MARX
No es fácil dar cuenta en forma resumida, como este texto lo requiere, de la contribución teórica de Marx. Ello, por cuanto representa un área a la que hemos dedicado un considerable esfuerzo interpretativo, llegando a la conclusión de que las concepciones predominantes sobre el pensamiento de Marx descansan en presupuestos objetables. En consecuencia, en la medida en que sustentamos una interpretación que en determinados aspectos pone en tela de juicio ciertas premisas de las concepciones convencionales, nos es necesario desarrollar los elementos básicos que permiten hacer comprensible nuestra propia posición. Hemos procurado reducir estos desarrollos a un mínimo y quienes deseen profundizar en la fundamentación de lo que afirmamos, podrán recurrir a las fuentes señaladas en la bibliografía.
Parte importante de lo que está comprometido en nuestra interpretación de la concepción de Marx, resulta de la propuesta que hacemos sobre el tipo de relación que ésta mantiene con los pensamientos de Hegel y Feuerbach. De allí que nuestra exposición haga particular referencia a esta relación.
Karl Marx (1818-1883) se forma al interior de un ambiente intelectual de marcada influencia hegeliana. Mientras realiza sus estudios universitarios, se relaciona con el grupo de «los jóvenes hegelianos», que se caracterizaban por buscar apoyo en Hegel para el desarrollo de concepciones progresistas e izquierdizantes, desde las cuales se promovía la necesidad de realizar importantes cambios en la Alemania de la época. Es importante, por lo tanto, reconocer una primera influencia de Hegel en el desarrollo intelectual del joven Marx.
En ese ambiente, este grupo de jóvenes intelectuales recibirá la fuerte influencia del pensamiento de uno de los propios discípulos de Hegel, Ludwig Feuerbach. Habiendo examinado la concepción de Feuerbach, sabemos cuan opuesta resulta ella de las posiciones hegelianas, cuan crítica ella es del planteamiento desarrollado por Hegel y cuan distante Feuerbach se sitúa de las opciones dialécticas de su maestro. Asumir las posiciones feuerbachianas representa colocarse en la antítesis de la concepción hegeliana.
Pues bien, al conocerse las principales obras de Feuerbach, publicadas entre 1841 y 1843, el joven Marx que acababa de recibir grado de doctor (1841), se declara partidario incondicional de las posiciones feuerbachianas. Recordemos que tales posiciones comprendían, por un lado, una filosofía antropológica y naturalista que destacaba los conceptos de Hombre y Naturaleza y, por otro lado, una epistemología empirista, que cuestionaba el recurso de la abstracción y sustentaba un criterio de verdad fundado en la observación inmediata.
Desde posiciones que remiten estrictamente a Feuerbach, el joven Marx iniciará un desarrollo intelectual que muy pronto, en 1845, lo conducirá a una primera ruptura con él. Primero, Marx objetará en Feuerbach la poca importancia que éste le concede a la política, a la necesidad de acometer no sólo una transformación a través de la educación, sino de cambiar las condiciones históricas concretas en las que los hombres viven. Concordando con las premisas materialistas de Feuerbach, Marx estima que éste asume una postura demasiado contemplativa, orientada, sobre todo, a los cambios de las conciencia.
Enseguida, Marx desarrollará una crítica al Estado liberal, ausente también del planteamiento de Feuerbach. Marx sostiene que este Estado, que invoca la figura universal del ciudadano, sustentada en la ausencia de atributos particulares capaces de discriminar entre los hombres y fundado en consecuencia en el principio de la igualdad entre los hombres, descansa en el fondo en las profundas desigualdades que existen en la sociedad civil debido a la existencia de la propiedad privada.
Toda propiedad privada es particular y, como tal, impide la plena realización de la universalidad. Sólo con la instauración de una propiedad social, del conjunto de la comunidad, se alcanza esta universalidad y, con ella, la plena liberación de las restricciones y discriminaciones que imperan en la sociedad civil. Como puede apreciarse, se trata de la aplicación de la matriz de razonamiento fundada en la relación entre lo particular y lo universal, variante secular de la matriz hegeliana fundada en la relación entre lo finito y lo infinito.
Más adelante, buscando una fuerza material con la cual la filosofía pueda aliarse para emprender su tarea histórica transformadora, Marx apuntará hacia la clase obrera, hacia el proletariado. Esta clase, afirmará Marx, se caracteriza por su ausencia de intereses particulares y, por lo tanto, es la única capaz de identificarse con los intereses universales de la especie humana. Como puede apreciarse, tal conclusión descansa nuevamente en la aplicación de esta matriz de razonamiento fundada en la relación entre lo particular y lo general.
Buscando comprender el carácter del proletariado, e iniciando para estos efectos sus estudios de economía, Marx descubre que se trata de una clase que se identifica con el trabajo. La apertura a la perspectiva del trabajo resultará central en Marx. En un primer momento, el trabajo aparece como la forma a través de la cual se realiza aquella relación que Feuerbach postulaba como fundamental para comprender la historia: la relación del Hombre con la Naturaleza. Pero, enseguida, el trabajo le permitirá a Marx la inauguración de una perspectiva radicalmente diferente para comprender la historia, que lo conducirá, precisamente, a nuestra anunciada primera ruptura con Feuerbach. Tal ruptura se encuentra contenida en las célebres Tesis sobre Feuerbach, de 1845.
Lo principal de esta ruptura es la puesta en tela de juicio del concepto feuerbachiano de Hombre. Marx acusa a Feuerbach de haber sustentado su concepción en dicho concepto de Hombre que, bien examinado, no es sino una abstracción. No hay tal Hombre, con mayúscula:
«… la esencia del hombre no es una abstracción inherente a cada individuo particular. La verdadera naturaleza del hombre es el conjunto de sus relaciones sociales[10]».
Ésta será una afirmación fundamental. A través de ella, Marx llega incluso a señalar el error de Feuerbach de pretender explicar al hombre a partir de la abstracción de un individuo aislado. El hombre, según Marx, y por consiguiente el individuo, se define a partir de lo social.
Las Tesis sobre Feuerbach representan uno de los textos más brillantes de Marx. Se trata de once tesis, contenidas en menos de tres páginas, en las que Marx sintetiza sus críticas a la concepción filosófica de Feuerbach. Destaca en ellas el énfasis puesto por Marx en la práctica, en la acción humana, y la capacidad de enfrentar el problema del dualismo desde una perspectiva centrada en la acción. De esta forma, Marx se enfrenta simultáneamente tanto al materialismo objetivista como al idealismo subjetivista. Conciencia y materia, sujeto y objeto, son términos de una polaridad que la práctica integra como dimensiones de un fenómeno unitario. Al colocar el énfasis en la práctica, Marx reconoce también la circularidad de la acción humana en la historia; el hecho de que la acción se encuentra determinada por las circunstancias, a la vez que «las circunstancias son modificadas por los hombres». Reconoce, en consecuencia, «que el educador debe también ser educado».
Por desgracia, esta concepción centrada en la acción, absolutamente visionaria para su época, cederá su lugar muy pronto a una concepción diferente, que colocará el énfasis en la estructura, sin una resolución adecuada sobre la relación entre la estructura y la práctica. En la concepción posterior de Marx, el peso de la estructura termina por aplastar a la acción.
Es importante calificar esta ruptura de Marx con Feuerbach. Como puede apreciarse, ella distancia a Marx de la filosofía antropológica y naturalista feuerbachiana. Sin embargo, no es menos importante reconocer que esa misma ruptura se realiza desde las posiciones del empirismo feuerbachiano y, por lo tanto, suscribiendo la epistemología del mismo Feuerbach. Ello se manifiesta en el hecho de estar fundada en la objeción al recurso de la abstracción.
Junto con esta primera ruptura con Feuerbach, Marx desarrolla lo que Engels posteriormente proclamará como una de las dos grandes contribuciones teóricas que configuran el pensamiento de Marx: la interpretación marxista de la historia. La segunda de estas contribuciones es su análisis del modo de producción capitalista. Parte de nuestra interpretación del marxismo reside en afirmar que estas dos importantes contribuciones no están separadas, sino, por el contrario, que constituyen momentos distintos al interior de una unidad, con importantes relaciones entre sí.
1. La interpretación marxista de la historia
La interpretación propuesta por Marx descansa en la afirmación inicial de que el trabajo es la clave para comprender la historia. Ésta es su definición fundante. En ello reside su carácter materialista.
Pues bien, para Marx el trabajo representa una relación de mutua transformación del hombre con la naturaleza, fundada en el hecho de que éste realiza un despliegue de fuerza conscientemente orientado. Siendo el trabajo una relación transformadora, permite ser simultáneamente caracterizado como un proceso, que Marx llamará el proceso de trabajo. Dicho proceso reconoce, independientemente de sus determinaciones históricas, tres elementos: a) el trabajo propiamente tal, b) el objeto de trabajo, y c) los medios de trabajo.
Al examinarse estos elementos, es posible efectuar de inmediato una primera distinción entre ellos. Es posible afirmar, sostiene Marx, que el trabajo propiamente tal (elemento al que, de ahora en adelante, denominaremos simplemente trabajo) es naturalmente el factor activo y subjetivo (sujeto) del proceso de trabajo. Por otro lado, tanto los objetos como los medios del trabajo representan las condiciones pasivas y objetivas (objeto) del proceso, los factores sobre los cuales el trabajo opera. Para marcar esta distinción, Marx llamará medios de producción a la conjunción de objetos y medios de trabajo. Es interesante notar cómo en esta distinción lo que se ha hecho es la aplicación de lo que hemos llamado la matriz ontológica sujeto-objeto, fundada en la necesidad primaria de efectuar esta distinción para dar cuenta de lo real.
Se ha visto aparecer el concepto de producción. Desde una primera perspectiva, Marx señala que todo proceso de trabajo, en la medida en que está dirigido a generar un producto, es un proceso de producción. Sin embargo, desde una segunda perspectiva, el término de producción es utilizado para afirmar la idea de que el trabajo es un fenómeno fundamentalmente social. El concepto de producción en el pensamiento de Marx, lleva esta connotación adicional a través de la cual el carácter social del trabajo es reconocido.
Al realizarse el proceso de trabajo los hombres entran en determinadas relaciones de producción. A través de ellas, los distintos elementos del proceso de trabajo se distribuyen entre los hombres, a la vez que se articulan, se combinan y unen en un mismo proceso. Según Marx, toda relación de producción es simultáneamente una determinada relación de propiedad. Por otro lado, las relaciones de producción definen una determinada estructura al interior de la cual los hombres ocupan posiciones diversas. Según las posiciones que ocupen en la estructura, los hombres se dividen en clases sociales diferentes.
Cabe la posibilidad de distintas formas de articulación entre los elementos del proceso de trabajo y, por ende, de diferentes relaciones de producción. El hecho de que determinados períodos históricos se caracterizan por unas y no otras relaciones de producción no es arbitrario. Ello, según Marx, está determinado por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Éstas son un término antitético con el de las fuerzas naturales. En él se expresa el grado de control o dominio que los hombres hayan alcanzado sobre la naturaleza, por ejemplo, el nivel de desarrollo tecnológico alcanzado por la humanidad.
Pues bien, Marx sostiene que existe una relación de correspondencia entre el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el tipo de relaciones de producción existente. Las relaciones de producción tienden a corresponder con el nivel de las fuerzas productivas. Dado que las fuerzas productivas tienden a un desarrollo histórico acumulativo, se logran momentos en los que el desarrollo que ellas alcancen entra en contradicción con las relaciones de producción existentes. Esta contradicción requiere resolverse para dar paso a nuevas relaciones de producción, capaces de asegurar un pleno aprovechamiento de los nuevos niveles de desarrollo de las fuerzas productivas. De lo contrario, las relaciones de producción operan como fuerzas destructivas de la capacidad de producción de los hombres. Esta contradicción, que tiene lugar en la estructura, se manifiesta como lucha de clases. Es a partir de la lucha de clases, por lo tanto, que se producen los grandes cambios históricos.
La historia, en consecuencia, permite ser comprendida como una sucesión de diferentes modos de producción. Un modo de producción representa una determinada articulación económica en la que se integran las fuerzas productivas, las relaciones de producción y las relaciones de circulación necesarias para que lo que producen unos sirva al consumo de otros. Sin embargo, un modo de producción se define, no por sus fuerzas productivas, ni por sus relaciones de circulación, sino por las relaciones de producción que predominan en él. Las relaciones de circulación están determinadas por el tipo de relaciones de producción existentes.
Habiendo llegado a la formulación del concepto de modo de producción, Marx afirma que se alcanza una posición desde la cual es posible acceder a la comprensión de la historia. Ello porque, según su entender, el modo de producción determina el tipo de estructura jurídico-política (el Estado) que se da una sociedad, como asimismo el tipo de contenidos de conciencia (la ideología) que en ella predominan. El modo de producción representa la infraestructura sobre la cual se eleva la superestructura (Estado e ideología) de la sociedad.
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Lo anterior obliga a distinguir entre los motivos conscientes (subjetivos) que orientan las transformaciones históricas y las condiciones básicas, estructurales (objetivas), que hacen posibles tales transformaciones. Estas últimas no son necesariamente reconocidas por los que participan de la práctica de transformación histórica, quienes les asignan falsamente a sus ideologías el carácter principal en el cambio.
A partir de lo señalado, la estructura global del fenómeno social, la estructura de toda sociedad, es en términos generales la siguiente:
La historia, por su parte, es considerada como una sucesión de modos de producción diferentes, definidos cada uno por distintas relaciones de producción. Estos modos de producción, según Marx, han sido: 1) el comunista primitivo, fundado en una igualdad sobre la base de la escasez; 2) el esclavista, cuyas clases sociales fundamentales son los amos y los esclavos; 3) el feudal, constituido por señores feudales y siervos de la gleba; 4) el capitalista, formado por las clases de burgueses y proletarios.
Desde la perspectiva asumida por Marx, se anticipa un modo de producción futuro, el comunista avanzado, donde se alcanza nuevamente la igualdad, pero esta vez bajo condiciones de abundancia y libertad. El socialismo representa una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo y no constituye en sí un modo de producción.
El tránsito de modo de producción comunista primitivo está determinado por aquel desarrollo de las fuerzas productivas que permite el paso de una economía de subsistencia a una economía excedentaria. Esta última implica que la capacidad social de producción puede asegurar la subsistencia de los miembros de la sociedad y dejar a la vez un excedente. Esta capacidad excedentaria permite que los modos de producción que le suceden sean simultáneamente modos de explotación, en los que se establecen modos diferentes de apropiación del excedente de parte de una minoría, sobre quienes producen dicho excedente: los trabajadores. Al examinarse las modalidades asumidas por estos diferentes modos de explotación queda de manifiesto cómo las distintas relaciones de producción representan diferentes relaciones de propiedad.
En el modo de producción esclavista la apropiación del excedente se hace posible porque unos son propietarios de la persona del trabajador. Quienes son dueños de trabajadores, reivindican simultáneamente propiedad sobre lo que éstos producen y, por lo tanto, sobre el excedente generado.
En el modo de producción feudal, la explotación descansa, por un lado, sobre la propiedad de la tierra y, por otro, sobre el vínculo obligado del trabajador a ella. De esta manera, el trabajador para subsistir debe procurarse tierra y como no la posee y no puede moverse de aquella donde nació, está forzado a pagar parte de lo que produce al señor feudal. Por esta vía se establece una modalidad distinta de apropiación del excedente.
En el modo de producción capitalista la modalidad de explotación descansa en la concentración de la propiedad sobre los medios de producción (objetos y medios de trabajo) en manos de unos pocos. Nuevamente, el imperativo de subsistencia del trabajador lo obliga a vender, si bien no su persona, sí su capacidad de trabajo (o lo que Marx llama su «fuerza de trabajo»). Dado que el capitalista compra la fuerza de trabajo del obrero, lo que ésta produce le pertenece y, por lo tanto, le permite quedarse con el excedente.
El desarrollo de las fuerzas productivas genera, según Marx, una contradicción entre el carácter crecientemente social e interdependiente que la producción alcanza bajo el capitalismo y el carácter privado de la propiedad. Ello abre condiciones para un nuevo modo de producción, el comunista avanzado, que establecerá nuevas relaciones de producción fundadas en la propiedad social sobre los medios de producción. La economía será dirigida por el conjunto de la sociedad, una sociedad formada por hombres libres, iguales, asociados, que someten la producción a un control racional a través de la planificación de la actividad económica. La planificación permitiría la prescindencia de las oscuras fuerzas del mercado, a través de las cuales se realiza la regulación económica capitalista.
Esta representa, en términos muy generales, la estructura categorial básica a través de la cual se realiza la interpretación marxista de la historia. Ésta es la forma cómo, de manera progresiva, Marx va construyendo aquellas categorías a través de las cuales el trabajo se convierte en la clave de la comprensión histórica. Tal como se ha apreciado, el concepto central es el de modo de producción.
Esta interpretación se desarrolla en diferentes obras de Marx escritas en la década de 1840. Entre ellas cabe destacar La ideología alemana (1845-1846) y El manifiesto comunista (1848), ambas escritas junto con Frederick Engels (1820-1895). Una síntesis de ella está contenida en el Prefacio de 1859, de Marx.
2. De la interpretación de la historia a su explicación científica
En 1857, Marx escribe una Introducción que luego decide no publicar y que fue encontrada, junto con varios otros escritos de Marx, al morir Engels. Esta Introducción será publicada inicialmente por Kautsky, en 1903, y sólo posteriormente alcanzará notoriedad, no sin haber suscitado importantes polémicas. Se trata, sin duda, del más importante texto metodológico escrito por Marx. En ausencia de otras indicaciones, se ha creído ver en él la anticipación de la metodología seguida más adelante en El capital (1867-1894), la obra principal de Marx. Lo curioso del caso, sin embargo, ha sido que las diferentes interpretaciones sobre las opciones metodológicas contenidas en dicho texto, han demostrado ser diametralmente contradictorias entre sí. Los diferentes autores no logran ponerse de acuerdo sobre el real contenido de dicha Introducción.
Nuestro análisis de dicho texto nos ha llevado a la conclusión de que esas interpretaciones resultan problemáticas por cuanto: 1) no se identifica con claridad la pregunta que dicho texto procura responder; 2) no se reconoce que parte de la respuesta entregada por Marx adolece de importantes deficiencias; 3) no se asume el hecho de que Marx reconocerá tales deficiencias y que, al diseñar la metodología de El capital, modificará algunas de las posiciones sustentadas en la Introducción, y 4) se prescinde de una importante circunstancia registrada luego de la redacción de la Introducción, de la que resultará un importante giro epistemológico en Marx.
Para comprender buena parte del contenido de la Introducción, resulta esencial reconocer que ella se constituye como respuesta a una pregunta que el propio texto no explicita. Afirmamos que una vez que se devela esta pregunta, gran parte de lo señalado en la Introducción se ordena y adquiere sentido. La pregunta es la siguiente: a partir de la interpretación ya reseñada, ¿por dónde hay que partir para proceder a la explicación científica de la historia? En otras palabras, ¿cuál es el punto de partida necesario para proceder a una explicación científica de la historia? Como puede apreciarse, se trata de la pregunta fundamental de toda concepción moderna: la pregunta por el punto de partida, pregunta reiterada en tres oportunidades en el texto y en tres oportunidades, también, contestada. Desde la perspectiva asumida por Marx, será sólo su tercera y última respuesta la que demostrará ser deficiente. Cuando señalamos que la respuesta es deficiente sólo afirmamos que la conclusión contradice las premisas que requieren generarla. No se implica otra cosa.
Si aceptamos la pregunta, reconocemos que la Introducción se inicia entregando una primera respuesta: para proceder a la explicación científica de la historia es necesario partir del análisis de la producción material. Esta respuesta sólo reitera la tesis principal de su interpretación de la historia.
Una vez que se ha establecido esta primera respuesta, Marx vuelve a preguntar: ¿por cuál produción material es necesario partir? Para contestar, considera tres posibilidades: a) por el análisis de la producción en general, independiente de cualquier determinación histórica; b) por el análisis de los estadios de la producción, siguiendo la secuencia histórica (desde los más primitivos a los más avanzados), y c) por el análisis de algún modo de producción ya avanzado, para luego retroceder en la historia.
Marx descarta la primera posibilidad. Señala que la producción en general, independiente de cualquier determinación histórica, es sólo una abstracción y, como tal, incapaz de contribuir al conocimiento. Es interesante reconocer cómo en esta respuesta Marx demuestra estar todavía apegado a la epistemología empirista de Feuerbach. Oponiendo la segunda y tercera posibilidades, Marx sostiene que es necesario optar por la última. Esgrime para tal efecto el argumento de que el análisis de la producción requiere contar con una categoría científica de trabajo, la que sólo el capitalismo proporciona.
A pesar de que el concepto de trabajo es muy antiguo, sólo con la emergencia del modo de producción capitalista dicho concepto logra transformarse en una categoría científica precisa y simple. Ello, afirma Marx, por cuanto la simplicidad práctica del trabajo obrero permite entender al trabajo con la simplicidad conceptual requerida por una categoría científica. La explicación científica de la historia debe iniciarse, por lo tanto, con el análisis del modo de producción capitalista. Desde allí habrá que retroceder posteriormente hacia modos de producción más antiguos.
Concluye Marx:
«La sociedad burguesa es la más compleja y desarrollada organización histórica de la producción. Las categorías que expresan sus condiciones y la comprensión de su organización permiten al mismo tiempo comprender la organización y las relaciones de producción de todas las formas de sociedad pasadas, sobre cuyas ruinas y elementos ella fue edificada y cuyos vestigios, aún no superados, continúa arrastrando, a la vez que meros indicios previos han desarrollado en ella su significación plena, etc. La anatomía del hombre es una clave para la anatomía del mono. Por el contrario, los indicios de las formas superiores en las especies animales inferiores pueden ser comprendidos sólo cuando se conoce la forma superior. La economía burguesa suministra así la clave de la economía antigua, etc.»[11].
Reconocer esta conclusión es importante pues permite establecer el vínculo existente entre aquellas dos grandes contribuciones teóricas de Marx: el análisis del modo de producción capitalista demuestra ser el camino que se debe seguir para emprender la tarea de validación científica de la interpretación marxista de la historia.
El punto de partida requiere ser, por lo tanto, el análisis del modo de producción capitalista. Pero, habiendo llegado a esa conclusión, Marx reitera por tercera y última vez su misma pregunta: para acometer el análisis de la producción capitalista, ¿por dónde hay que partir? Es conveniente reproducir la respuesta que, al respecto, entrega Marx.
Éste nos indica que la apariencia sugiere que se debiera partir de lo concreto, de la población, para luego, por vía del análisis, llegar a ciertas categorías abstractas y generales. Una vez que ellas son alcanzadas, se debería efectuar un recorrido inverso para producir una explicación de lo concreto (nuevamente la población). La diferencia, esta vez, es que lo concreto aparece como síntesis de múltiples determinaciones.
Sin embargo, una vez que Marx plantea lo que la apariencia sugiere, objeta que ello deba ser el recorrido que deba seguirse. Marx señala que, bien examinado, el punto de partida sugerido (la población) demuestra ser una abstracción, un concepto vacío, incapaz de contribuir al conocimiento (nótese la influencia de la epistemología feuerbachiana). Por lo tanto, concluye Marx, no hay que partir de lo concreto, como lo sugieren las apariencias, sino de aquellas categorías abstractas que resultan necesarias para su explicación al término del análisis. La posición adoptada en la Introducción, por lo tanto, establece que el análisis debe iniciarse de lo abstracto para terminar en lo concreto.
Evidentemente esta conclusión no se deduce de las premisas de la propia argumentación. No se puede sostener simultáneamente que el análisis no puede iniciarse de la población por cuanto ésta, bien examinada, demuestra ser abstracta, para deducir de ello que el análisis requiere iniciarse de lo abstracto. En la medida en que se concluye esto último, se está nuevamente suponiendo que el punto de partida objetado es concreto, con lo cual la objeción se invalida.
En otras palabras, la argumentación de Marx descansa en la presencia simultánea de dos conceptos contradictorios de abstracción. El primero es el antiguo concepto feuerbachiano, considerado un recurso equivocado en la tarea del conocimiento. Pero aparece a la vez un segundo concepto, asociado a aquellas categorías abstractas requeridas para la explicación final de lo concreto.
La aparición de este segundo concepto de abstracción anticipará un importante hecho que se consumará poco tiempo después, luego que Marx vuelve a leer la Ciencia de la lógica de Hegel, hacia fines de 1857 y comienzos de 1858. Este hecho será una segunda ruptura de Marx con Feuerbach, una ruptura con aquella parte de la filosofía feuerbachiana que todavía mantenía una importante influencia en Marx: la epistemología empirista. Esta segunda ruptura será decisiva pues le permitirá a Marx diseñar la estructura lógica de su gran obra El capital.
A diferencia de lo que acontecía en su período empirista, la metodología de El capital descansará en lo que Marx proclama como el principal recurso de su análisis: el recurso de la abstracción. Éste va a resultar de un esfuerzo por colocar sobre premisas materialistas el viejo recurso de la reflexión, utilizado por Hegel en la Lógica. Sostenemos, por lo tanto, que mientras la epistemología del joven Marx remite al empirismo de Feuerbach, aquella adoptada por el Marx adulto de El capital implica un muy significativo retorno a Hegel. La afirmación de una dialéctica materialista sólo es válida para este período posterior a 1857.
3. La dialéctica de «El capital»
El diseño lógico de El capital guarda una estrecha correspondencia con la estructura de la Ciencia de la lógica de Hegel. Hay, sin embargo, un intento de parte de Marx por colocar esta estructura sobre premisas materialistas. Recordemos que la Ciencia de la lógica reconocía tres partes: las doctrinas del ser, de la esencia y del concepto, siendo esta última un retorno al ser que integra la dimensión esencial de la que éste estaba inicialmente desprovisto. Al alcanzarse el concepto se accede a la totalidad, fundamento de la verdad. Tal estructura reconocía dos puntos estratégicos: el tránsito del ser a la esencia y el tránsito de la esencia al concepto, los cuales se realizaban recurriendo a la reflexión.
La estructura lógica de El capital se funda en un trayecto que se inicia con el análisis de un concreto particular, la mercancía. Desde la mercancía, ya en el capítulo I, Marx realiza el tránsito a un nivel oculto de la realidad, el nivel de la abstracción, en el que se revela la dimensión esencial de lo real. Es en este nivel abstracto y esencial donde Marx descubre la ley fundamental del comportamiento capitalista: la ley del valor. Esta ley no representa un descubrimiento original de Marx. Ella había sido afirmada anteriormente por los economistas clásicos Adam Smith y David Ricardo. Al afirmar su validez, es importante reconocerlo, ellos habían incurrido en graves contradicciones. Marx invoca haber resuelto las contradicciones inicialmente asociadas a la ley del valor. En ello tiene un papel decisivo la distinción entre el nivel de lo concreto y el nivel de lo abstracto.
La validez de la ley del valor no puede reconocerse al nivel del comportamiento concreto de los agentes que participan de la práctica capitalista, ni es percibida tampoco por sus conciencias espontáneas. Pero, según Marx, ello no debiera extrañar. La propia ciencia se justifica por el hecho de que las leyes de comportamiento de los fenómenos no se manifiestan directamente. Si la apariencia coincidiese con la esencia, la ciencia, nos dice Marx, no sería necesaria.
Luego que el análisis logra dar cuenta de la multiplicidad de determinaciones asociadas a la ley del valor, se requiere retornar al nivel de lo concreto. Ello se realiza desde el inicio del tercer volumen de El capital. No se trata esta vez de un concreto particular, como en el inicio lo era la mercancía, sino de la totalidad concreta que se expresa en el capital.
Como puede apreciarse, esta estructura descansa en lo que representa el núcleo de esta dialéctica materialista: el recurso de la abstracción. Esta aparece en aquellos dos momentos estratégicos del análisis: aquel del tránsito inicial de lo concreto a lo abstracto y aquel del tránsito final de lo abstracto a lo concreto.
Según Marx no es posible explicar el comportamiento capitalista concreto y, de manera muy especial, el comportamiento mercantil y la determinación de los precios de las mercancías, si no se recurre a categorías abstractas como el valor, que no se manifiestan directamente en dicho comportamiento concreto. Desde la perspectiva de Marx, por lo tanto, sólo la ley del valor permite explicar el comportamiento mercantil y la determinación de los precios.
Sin embargo, actualmente se acepta que la explicación propuesta por Marx para explicar cómo los abstractos valores se transforman en los concretos precios, es deficiente. A la vez, se tiende a aceptar que la mejor explicación ofrecida sobre la determinación de los precios es aquella desarrollada por Piero Sraffa, un economista italiano de Cambridge, explicación que se caracteriza por prescindir de la necesidad de recurrir a los valores marxianos.
Ello obviamente pone en tela de juicio el tránsito final de lo abstracto a lo concreto requerido por el análisis de Marx. Es importante reconocer que, con el tiempo, también se ha enjuiciado el primer momento estratégico del análisis: aquél a través del cual se funda la necesidad misma del nivel de lo abstracto y a partir del cual se sustenta el concepto y la ley del valor. Todo ello evidentemente compromete lo que definimos como central en la dialéctica materialista de Marx.
Ha sido habitual, sin embargo, entender que la dialéctica de Marx se caracteriza, no, como lo planteamos, por el recurso de la abstracción, sino por su afirmación de contradicciones reales y por su perspectiva de totalidad. Es efectivo que en Marx están presentes estas dimensiones. Desde nuestro enfoque interpretativo, sostenemos que se trata de elementos secundarios, que resultan de una apropiación no rigurosa de categorías hegelianas y que, por lo demás, resultan altamente vulnerables si se desea sustentarlas desde una perspectiva materialista. Es conveniente examinar estas dos dimensiones por separado.
La dialéctica hegeliana, como pudo apreciarse, objetaba el principio de contradicción de la lógica tradicional. Tal como fuera planteado por Kant, la lógica tradicional hacía una distinción entre las contradicciones lógicas, cuya existencia aceptaba, pero que consideraba expresión de una deficiencia del pensamiento, y las contradicciones reales, cuya existencia rechazaba.
Hegel se oponía a este criterio y su dialéctica se caracterizaba por afirmar la existencia de contradicciones reales. Sin embargo, el idealismo de Hegel le propociona una «coartada» a su posición la que le permite salvar su discrepancia con la lógica tradicional. En efecto, en la medida en que la dialéctica hegeliana tiende, por un lado, a disolver la separación entre conciencia y realidad objetiva y, por otro lado, sitúa la realidad en la conciencia, cuando habla de contradicciones reales se refiere simultáneamente a las contradicciones lógicas, cuya existencia la lógica tradicional no pone en tela de juicio.
Cuando de Hegel nos trasladamos a Marx, los problemas asociados a la afirmación de contradicciones reales se hacen insolubles. Es evidente que Marx está aceptando acríticamente la posición hegeliana sobre la existencia de contradicciones reales. Sin embargo, en la medida en que Marx sustituye el idealismo hegeliano por una postura materialista, la «coartada» que operaba en favor de Hegel desaparece y Marx queda expuesto a posiciones indefendibles. Las contradicciones reales afirmadas por Marx ya no logran confundirse tras las contradicciones lógicas.
Es interesante examinar cuáles son las contradicciones reales identificadas por Marx. En términos generales, las hay de dos tipos. Las primeras son aquellas que en un sentido riguroso no justifican ser definidas como contradicciones y que la lógica tradicional trataría como oposiciones. Con relación a ellas, por lo tanto, el problema sólo es semántico.
Existe, sin embargo, un segundo tipo de contradicciones reales al interior del análisis de Marx que no son reducibles a oposiciones y cuya caracterización como contradicciones posee eficacia lógica en la argumentación desarrollada. Vale decir, el hecho de que se las caracterice como contradicciones compromete el tipo de conclusiones alcanzadas. Ello sucede precisamente al analizarse primero la mercancía y luego el capital (la relación de producción capitalista). En ambos casos se deduce de la identificación de una contradicción la necesidad de su superación. No obstante, al examinarse cuidadosamente la forma como el análisis ha configurado la contradicción, en ambos casos es posible impugnar el análisis que las genera, demostrándose que se han confundido dominios diferentes. Es en este sentido que se sostiene que la afirmación en Marx de contradicciones reales descansa en una transposición no rigurosa de categorías hegelianas.
Algo similar sucede con la afirmación de una perspectiva de totalidad. Nuevamente comprobamos que en el caso de Hegel, la referencia a la totalidad es rigurosa. En Hegel la totalidad remite a lo infinito, a un principio que no deja nada fuera de sí, que lo comprende todo. El desarrollo de La Fenomenología del Espíritu concluye con el Espíritu Absoluto y la Ciencia de la lógica termina con el Ser en todas sus determinaciones. En ambos casos el punto terminal del análisis se identifica con Dios y, por lo tanto, con el más riguroso de los conceptos de totalidad. Dios representa aquello que todo lo contiene, fuera de lo cual Hegel afirma que no hay nada, y más allá de lo cual nada puede ser pensado.
Pero mientras para Hegel la convergencia entre la filosofía y la teología y la simultánea afirmación de Dios juegan a favor de su perspectiva de totalidad, ofreciéndole a ésta un efectivo soporte, desde las posiciones ateas asumidas por Marx la invocación de una perspectiva de totalidad genera problemas insalvables.
La totalidad concreta de Marx simplemente no es totalidad alguna. Tampoco permite ser asimilada al concepto de totalidad que, posteriormente, se desarrollará desde la lógica, desde presupuestos muy diferentes. Para el caso de Marx, la invocación de una perspectiva de totalidad representa, nuevamente, el resultado de una transposición no rigurosa de categorías hegelianas, categorías que tienen sentido al interior del sistema filosófico de Hegel, pero que dejan de tenerlo al ser colocados bajo las posiciones materialistas y ateas defendidas por Marx.
Lo anterior nos ha llevado a afirmar, parafraseando al propio Marx, que mientras el recurso de la abstracción representa «el núcleo racional» de su dialéctica materia lista, la invocación de contradicciones reales y la perspectiva de totalidad sólo representan su «envoltorio místico».