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Josh regresó al piso abrigando la esperanza irracional de que Danielle se encontrase allí a su llegada. Eran casi las dos de la madrugada. Boaz, el guardaespaldas, estaba roncando en el sofá. Josh lo zarandeó hasta despertarlo.
—Me reconforta saber que estabas aquí ocupándote de todo.
Boaz bostezó.
—Me acabo de dormir. ¿Qué hora es? Josh señaló al reloj de la pared.
—¡Las dos en punto, no puedo creerlo! —exclamó Boaz, que parecía sinceramente sorprendido—. La última vez que miré solo eran las doce y media.
—¿Está aquí Danielle?
—Yo no la he visto.
Josh detestaba la sensación que tenía en la boca del estómago. La muerte y la destrucción que había presenciado en el museo no habían sido sino una nueva advertencia del celo de sus enemigos. Sabía que habían vuelto a llevarse a Danielle. Lo que ignoraba era si seguía viva o no.
Josh acudió a la habitación de Danielle para confirmar personalmente que no se encontraba allí, y después se dirigió a su propio dormitorio. Sabía que no iba a dormir, de modo que quizá pudiese hacer nuevos progresos con el manuscrito. Pero cuando llegó vio que el maletín del ordenador estaba abierto sobre la cama. Alguien había forzado la cerradura para robárselo.
Josh irrumpió de nuevo en el salón.
—Boaz, tu trabajo cuando Danielle y yo no estamos aquí consiste en vigilar el apartamento y no dejar entrar a nadie.
—No lo he hecho.
—Pues alguien ha forzado la entrada de mi habitación y me ha robado el ordenador.
—Eso es imposible. No me he movido de aquí.
—Has estado durmiendo por lo menos una hora. ¿Por qué no había ningún otro agente?
—Amos es el guardia de fuera. Se supone que está de servicio de once a siete.
Josh echó una ojeada a la puerta y encontró la mirada de su guardaespaldas.
—No lo hemos visto al entrar.
—¿Cómo es posible? —dijo Boaz al tiempo que saltaba del sofá. Buscó a Amos al otro lado de la puerta y acto seguido se encaminó por el pasillo. Josh lo siguió de cerca.
Amos no estaba en ninguna parte, y Boaz se dirigió al ascensor.
Josh lo llamó para detenerlo.
—Vayamos por las escaleras.
Al descender las escaleras a velocidad de vértigo, Josh estuvo a punto de tropezar con un cuerpo tendido en el primer rellano.
—Me parece que hemos encontrado a Amos.
Josh le tomó el pulso. El corazón de Amos seguía latiendo. Tenía un pequeño chichón en la cabeza. Era evidente que alguien lo había golpeado hasta dejarlo inconsciente. Josh trató de despertar a Amos, y al cabo de un momento lo consiguió.
—¿Dónde estoy? —preguntó Amos arrastrando las palabras, aturdido.
Josh y Boaz le sostuvieron los brazos mientras subían las escaleras para volver al condominio. Después de haber acostado a Amos en el sofá, Josh regresó a su dormitorio para comprobar las ventanas. Estaban cerradas con llave. Entró en la habitación de Danielle para hacer lo propio, pero allí también estaban aseguradas.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Boaz.
—El que me robó el ordenador debió de sorprender a Amos y dejarle sin sentido. Debía de tener una llave, porque si no te habría despertado. Cuando me acerqué percibí un olor vago, parecido al cloroformo. Vio que estabas durmiendo y quiso asegurarse de que siguieras así.
Boaz asintió con gravedad.
—¿Por qué no llevas a Amos a su casa? Cuando se encuentre mejor quiero hablar con él. Boaz miró al guardia de Josh. —No debería haber un solo hombre de servicio. Josh no estaba de humor para ser amable. —No hay mucha diferencia, ¿verdad?
Boaz intentó discutir, pero accedió enseguida. Sabe que la ha jodido, pensó Josh. Lo que pasa es que no se da cuenta de cuánto. Pero antes de marcharse con Amos, Boaz insistió en que Josh aceptara su pistola de nueve milímetros por su propia protección.
—Dos hombres armados son mejor que uno —afirmó.
¿Pero dos hombres armados iban a tener impacto alguno contra los recursos de los Guardianes?