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Moshe se presentó a las nueve en punto para reunirse con Josh, que lo esperaba junto a la entrada del hotel. Josh se subió al coche y juntos se dirigieron a la Ciudad Vieja, donde le indicó a Moshe que estacionara en las proximidades de la imponente y pétrea puerta de Sión. Construida en 1540, señalaba la línea divisoria entre el barrio judío y el armenio.
Se encaminaron al barrio judío. Al recorrer las callejuelas empedradas, Josh no consiguió desterrar la sensación de que los estaban siguiendo. Siempre obedecía a su instinto, pero se cuestionaba su precisión en aquel momento. Desde el descubrimiento de la vasija, había estado hipersensible ante cuanto lo rodeaba, y todo lo interpretaba como una profecía o una amenaza en potencia. No le gustaba aquella sensación, pero era incapaz de evitarla. Se detuvo y miró a su espalda pero no halló nada sospechoso en las caras y las acciones de la gente de las inmediaciones.
Prosiguieron hasta una calle atestada de pequeños puestos y tiendas para turistas. La sensación de aprensión de Josh aumentó. Aferró el brazo de Moshe y ambos se agazaparon en una modesta tienda de suvenires.
—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Moshe, más agitado que inquieto.
—Me parece que alguien nos está siguiendo.
—Yo no he visto a nadie.
Josh escudriñó a través del escaparate. Había pocas personas fuera: dos sacerdotes altos y algunas turistas.
—Moshe, ¿normalmente se encuentran sacerdotes católicos en el barrio judío?
—La Ciudad Vieja es el centro religioso del universo. Hay hombres santos en todas partes. Yo en tu lugar no me preocuparía por una pareja de curas.
Las palabras de Moshe no consiguieron tranquilizar a Josh. Su intuición se agudizó. ¿Y si Moshe hubiera filtrado información sobre mi descubrimiento a las personas equivocadas? ¿Podía confiar en aquel hombre? ¿Debía hacerlo? Josh solo sabía que si deseaba hacer progresos, tenía que mostrarle la vasija. No iba a llegar a ninguna parte fingiendo ser un espía avezado.
Josh precedió nuevamente a Moshe hasta la calle y acto seguido hasta el establecimiento de Avner, que se encontraba tan solo a unos cuarenta y cinco metros de distancia.
Avner le brindó un cálido saludo a Josh cuando lo vio.
—Es como si hubiéramos vuelto al colegio —comentó, mientras se inclinaba hacia su amigo—. Espero que no hayas venido a llevarme de copas ahora. Es un poco pronto.
Josh se rió.
—Ya beberemos después. De momento, quiero presentarte a Moshe Ben Daniel.
Avner estrechó la mano de Moshe y le dio la bienvenida a la tienda.
—¿Hay alguien más aquí? —preguntó Josh, mirando en derredor.
Avner llevó a cabo una inspección de la estancia exagerada y dramática y después sonrió a Josh.
—No, a menos que se hayan escondido detrás de un mostrador.
—Quiero enseñarle la vasija a Moshe, pero antes necesito estar seguro de que no nos estaban siguiendo.
Josh se dirigió al escaparate y observó el exterior. Los dos sacerdotes espigados seguían paseando, pero no le prestaban atención a Josh ni a la tienda. Sintió un hormigueo en los sentidos, pero al parecer estaban sinceramente absortos en algo situado al otro lado de la calle. Se volvió para hacer frente a Moshe y a Avner.
—Avner, Moshe y yo tenemos que ir a la trastienda. Por favor, ¿puedes quedarte para comprobar si se presenta algún individuo sospechoso?
—Sí que estás paranoico —dijo Avner, riendo. Le propinó un puñetazo juguetón en el hombro a Josh.
—No —repuso Josh, pomposo—, solo precavido.
Avner meneó la cabeza a modo de reproche. Era evidente que encontraba gracioso el dramatismo clandestino de su amigo, y a este le irritaba un poco. Quizá si Avner supiera lo que estaba en juego no sería tan desenfadado. Por supuesto, para eso tendría que explicarle lo que estaba en juego.
—Esperadme aquí —les dijo Avner, mientras se dirigía a la trastienda—. Cuando saque la reliquia de la caja fuerte, os llamaré para que entréis.
En poco menos de un minuto, Avner los reclamó. Penetraron en el atestado almacén que hacía las veces de despacho de Avner. Moshe se dirigió con energía al escritorio, extrajo una lupa del bolsillo de su abrigo y comenzó a escudriñar la superficie de la vasija.
El examen de Moshe fue minucioso y repasó diversos rasgos repetidas veces.
—No hay duda de que se parece a ciertas vasijas del periodo del Segundo Templo —admitió, al tiempo que destapaba la vasija. Reparó en la presencia del manuscrito cubierto de lino y volvió a sellarla.
—¿No vas a mirar el manuscrito?
—En este momento es mejor que no lo saque. Lo que he visto ha bastado para despertar mi interés en que mi equipo examine esta reliquia para determinar su autenticidad. Convocaré al grupo a una reunión esta misma tarde.
—¿Y entonces los convencerás de que me permitan unirme a vosotros?
Moshe hizo una pausa.
—He repasado tu currículo y he investigado un poco en Internet por mi cuenta. Resulta que hasta conocía una de tus obras, aunque no había reconocido tu nombre. Haré cuanto pueda para meterte en el equipo.
Josh asintió y llamó a Avner.
—Gracias, Avner. ¿Puedes volver a meter la vasija en la caja fuerte, por favor?
—¿En la caja fuerte? —repitió Moshe, sorprendido—. Pensaba que podíamos llevárnosla.
—De momento se queda aquí. Cuando me confirmes que puedo participar en la autentificación te la entregaré en la AAI. Pero recuerda que no debes revelarle a nadie su paradero actual.
Moshe se disponía a discutir, pero renunció y dejó caer los hombros.
—Ya veo que va a ser un desafío trabajar contigo.
Josh le dio las gracias a su amigo y abandonó la tienda en compañía de Moshe. Cuando doblaron la calle comprobaron que los dos sacerdotes seguían demorándose ante un puesto textil cercano. Uno de ellos se inclinó para palpar un huso de lino y se le resbaló el crucifijo, que atrapó los destellos del sol de las postrimerías de la mañana. El sacerdote le brindó a Josh una sonrisa plácida cuando pasaron junto a ellos, pero mientras ocultaba furtivamente su collar bajo el alzacuello, Josh advirtió que este no se asemejaba a ninguna cruz que hubiera visto en su vida, sino a otro icono completamente distinto.