Entre comerciantes…
Ser comerciantes no es cosa fácil. Pero si rebalsando esa dificultad se llega a tener un boliche, nada es más dificultoso que ser comerciante y no sentir los espolones de la envidia cuando se presenta un competidor.
Competidor que va antecedido de una comparsa de mirones siniestros que la gozan formidablemente con el volcán de bronca que se ha despertado en el viejo comerciante, al que se le aparece del día a la noche, en el barrio, un nuevo rival.
EL DIÁLOGO
El siniestro mirón. —Qué me dice, don; parece que en ese nuevo negocio se va a instalar una tienda… se le aparece un competidor…
El tendero (con falsa sonrisa de seguridad). —Si ese viene a comprarme mi boliche se lo regalo. No están los tiempos para instalarse.
El siniestro mirón. —No estoy seguro de que sea una tienda. Oí decir… pero a usted qué puede importarle. Es viejo en el barrio y la gente no deja lo conocido por lo desconocido…
El tendero. —¿Quién le dijo que es una tienda?…
El siniestro mirón. —Así dicen… hasta me dijeron que ya habían firmado contrato. Parece que es una firma fuerte…
El tendero (con falsa sonrisa). —Se las regalo las firmas fuertes de hoy…
El siniestro mirón. —Cierto… el comercio está mal… pero a usted qué puede importarle un competidor más o menos, ¿no es cierto?
El tendero (a quien le importa mucho el competidor). —Realmente me importa poco…
El siniestro mirón.—— Yo lo vi al que va a instalar el negocio. Parece un hombre vivo, tenga cuidado.
UNA SEMANA DESPUÉS
El siniestro mirón. —Qué me dice. Así que vamos a tener otra tienda…
El tendero. —Hágame el favor con el tipo ese. Le vi la cara. Le juro por mi madre que nunca vi cara tan desgraciada como esa. Amigo, hay que vivir para ver y creer. En serio. ¿No tendrá otro sitio dónde ir a tirarse la plata ese infeliz? Vea que instalar una tienda en este barrio. Pero si apenas hay vida para uno. Apenas…
El siniestro mirón (gozándolo al tendero). —Yo también tengo el pálpito que ese se funde.
El tendero. —¿Quiere que le enseñe los libros de contabilidad? ¿El balance? ¡Cristo! Si hoy uno ni saca para el puchero.
El siniestro mirón. —Venga a decírmelo a mí. Y fíjese si será loco, el fulano, que hasta instalaciones de lujo trajo.
El tendero (sobresaltado). —No diga…
El siniestro mirón. —Hay que ver… Unas estanterías que parecen muebles de comedor. Puro vidrio, hay que ver. ¿Usted no pasó por allí?… Se debe haber gastado un dineral el bárbaro.
El tendero. —Pero Cristo… ¿dónde estamos?… Ese hombre no hace cuentas… ¿Y el personal? ¿Y el alquiler? ¿Y la patente? ¿Y la luz?
El siniestro mirón. —No soy yo el que se instala. Es él. Qué quiere. Yo no tengo la culpa…
El tendero. —Ese hombre tiene que ir a la quiebra. (Tuteando al mirón). Vos te das cuenta. Sólo estafando se puede hacer una instalación como vos decís. (Confidencialmente). Pero ¿es linda la instalación, che?
El siniestro mirón (bañándose en agua de rosas). —Hay que embromarse, don. Sabe, es de esas instalaciones de madera lustrada. Los vidrios. Los vidrios biselados. Puro escaparate con varillitas de níquel. El suelo… ¿cómo se llama?…
El tendero. —Seguí Cristo… se llama parquet…
El siniestro mirón. —Las paredes, sabe, pintadas imitación mármol, el cielo raso…
El tendero (sudando). —Y vos te creés que ese puede vivir. Decí. Te parece a vos…
El siniestro mirón. —Y yo no sé… a momentos me parece que no… a momentos me parece que sí… Usted sabe… no hay que descuidarse. Donde menos se espera salta la liebre…
El tendero. —¡Pero qué liebre ni liebre! ¿Vos te pensás que los negocios se hacen con el cielo raso de panel y parquet? Te lo regalo el parquet… el parquet… el parquet… Vamos a ver si los pagarés y las cuentas las paga con el parquet… con el parquet…
QUINCE DÍAS DESPUÉS
El siniestro mirón. —Ya va gente… hay que ver… va la gente…
El tendero (que perdió diez kilos). —Va… pero decime… ¿todos los que van compran?…
El siniestro mirón. —Tiene buenos precios, don… En serio… Y la mercadería es novedosa, sabe… y después el tipo es engrupidor… Tiene que ver… amable con todo el mundo.
El tendero. —Pero Cristo, si tiene una cara de «disgraciado»…
El siniestro mirón. —Que hacemos con el retrato…
El tendero. —Pero ¿querés que te enseñe el balance? ¿Querés verlo? Si no se gana nada. Ese hombre al precio que vende tiene que robar la mercadería. Creéme. No se gana nada. ¿Y los gastos? ¿Y la patente?
El siniestro mirón. —El caso es que la gente va. Va, don.
El tendero. —Esperá. Te juro por mi salud. Esperá dos meses. Vas a ver vos. No el juez sino toda Investigaciones poniéndole letreritos a la puerta. Incendio y quiebra fraudulenta. ¡Vas a ver! Esperá dos meses…
Han pasado dos años. Todos los días los tenderos rivales se asoman a la puerta, se miran y escupen en dirección contraria. Ninguno de los dos se ha fundido a pesar de que el negocio no da ni «para el puchero». Se odian. Se odian cordialmente, se odian y se controlan los clientes…