Matt y yo pasamos todo el día trabajando en el jardín. Matt es un vermontiano recio y taciturno, flaco y desgarbado y ha perdido casi todos los dientes a consecuencia de seguir un régimen alimenticio poco saludable, que no se esfuerza en mejorar. Considera mi pan negro y mi ensalada con disgusto y desaprobación. Muchas veces le invito a compartir mi almuerzo, pero él lo rechaza y come el suyo, consistente en una tajada de carne entre dos rebanadas de pan barato, que a mí me parece una mezcla solidificada de harina blanca y agua.

Matt conoce mis andanzas en China y sin duda se pregunta qué habrá sido de Gerard. Pero nunca me pregunta nada que no se refiera a la finca. Fuera de eso, su conversación se limita a dar informes sueltos sobre todas las cosas malas que pasan en el valle. Así, hoy me he informado de que la querella latente entre el joven Tom Mosser y su mujer ha llegado a ese extremo en que empiezan a cambiarse golpes e insultos.

Matt contaba, con su voz torpe y premiosa:

—Y le dio con un cuchillo…

—¿Con un cuchillo, Matt?

—Bueno, no con la hoja.

—Entonces…

—Pero el mango era de cuerno. Y se lo introdujo en la carne.

—¿En qué parte?

—Allí —repuso Matt, conciso.

¿Sería en el pecho? Mollie Mosser tiene un pecho muy desarrollado y suele usar chalequillos ajustadísimos. Procuré no continuar la conversación.

—Quisiera —dije— arreglar el huerto antes de que Rennie vuelva de clase.

Y salimos a trabajar.

Y así, mientras mis pensamientos vagan harto lejos de Vermont, me aplico a cuidar mis manzanas y a recordar que las buenas frutas salen de las ramas cortas y viejas, y no de las jóvenes y largas. Uso podadera y tijeras y acometo primero las ramas grandes, practicando cortes de una pulgada o dos y procurando no quebrar la madera. Mis vecinos dicen que cuando las sierras están bien aguzadas es la hora de la poda, aserción no errónea, puesto que yo, en realidad, guardo enfundadas y bien engrasadas las herramientas durante el invierno cuando el tiempo no es propicio para las labores del campo, y encuentro todo el instrumental preparado al acercarse la primavera. Tengo una vieja piedra de amolar que uso para los aperos grandes, y los pequeños los afilo a mano con pedernal. He aprendido a podar con inteligencia. Una rama discretamente podada pronto se rehace, pero la podada ferozmente se agosta y nunca da fruto.