Capítulo 17
EL día prometía interesante. El trabajo no iba a empezar en serio hasta el lunes, aun así, el fin de semana lo pasarían en compañía de Gabriel. Él conocía la ciudad mejor que ellos y podría guiarles en su ruta turística y mostrarle a Miranda los puntos de vista que él tenía con los distintos enfoques del artículo.
Aun holgazaneaba entre las sábanas cuando unos ruidosos golpes la sobresaltaron. Se dio la vuelta como si no fuera con ella, pero volvieron a llamar a la puerta y no le quedó más remedio que salir de la cama para abrir.
—¡Miranda! —exclamó Diamond rodeándola con los brazos.
—Le he dicho mil veces que no te molestase, pero ya veslo obediente que es... —Bastian estaba a poca distancia, apoyado en la pared del frente, con su habitual pose recta. La miraba con una sonrisa, como si se alegrase de verla pero se contuviera de decirlo— Por cierto, buenos días.
—Buenos días...Aun no me había levantado...
—Pues ya lo estás. Vístete, vamos a ir a desayunar —pidió la niña. El padre solo levantó los hombros, dando a entender que no había sido idea suya.
Antes de salir de la habitación llamó a Gabriel para decirle dónde y cuándo debían encontrarse.
Al entrar en la cafetería en la que habían quedado, Bastian se sintió molesto nuevamente al ver al fotógrafo. Siendo de día podía verlo con claridad y, si la noche anterior ya se enceló al verlo joven y guapo, al comprobar que de día aún se veía más atractivo se sintió aún peor. Su cara angulosa hacía que su sonrisa se viera terriblemente seductora, llevaba el pelo despeinado pero arreglado, unas gafas de pasta grandes y la cámara de fotos colgada del cuello. Incluso su hija de doce años podría fijarse en alguien como él sin importar mucho los años de diferencia.
El fotógrafo saludó al directivo con un apretón de manos y a las dos chicas con dos besos.
—Bon jour, Mademoiselles, señor Jefferson... —saludó simpático.
—Buenos días —respondieron los tres casi al unísono.
Bastian analizaba al muchacho, su voz, la forma en la que miraba a la editora... Sin esperar a que el maître les trajera sus desayunos, se puso en pie para alejarse de la mesa, acto que imitó Miranda.
—¿Hoy también estás de mal humor? —preguntó ella, adelantándose hacia el mostrador.
—No solo estaba de mal humor, también estaba celoso.
Miranda lo miró sorprendida, con los ojos abiertos de par en par, pero luego empezó a reír.
—¿Le hace gracia, señorita Warhol?
—Un poco.
Sebastian se acercó a ella y, después de comprobar que su hija no miraba acortó aún más la distancia entre ellos, rozando su brazo con el de ella.
—¿Recibiste mi mensaje? —ella asintió con la cabeza y un sonido nasal— No respondiste.
—Bueno, estaba cansada y no sabía qué más decir. Te di las buenas noches, te dije que lo había pasado bien con vosotros...
El directivo entendió que no quería mencionar a Roselyn o nada que hubiera tenido que ver con ella e inmediatamente cambió de tema.
Esperaron juntos a que el cocinero les sirviera lo que habían pedido y volvieron a la mesa, donde la niña reía con algo gracioso que había dicho el fotógrafo.
El medio día llegó entre visitas a dos de los sitios que Miranda quería ver para su reportaje: un par de calles en el barrio de MontMartre y el canal de Saint-Martin. Gabriel aprovechó para hacer algunas fotos para tener como referencia y ella tomó notas en una libreta de cuero que siempre la acompañaba. Sin duda esa chica tenía gusto para elegir lugares románticos.
Diamond se aburría horrores y pasó la mañana tratando de llamar la atención de los mayores pidiendo detenerse para ver escaparates o haciendo preguntas absurdas, pero decidió que la tarde iba a ser únicamente para ella. No sabía cuándo iba a volver a París, si es que lo hacía, y no iba a quedarse sin ir a los lugares que quería visitar.
Cuando Gabriel preguntó sobre la siguiente ubicación antes de subir al coche, la niña insistió con ir a las catacumbas, sitio que horrorizaba a la editora. Sebastian trató de hacerle cambiar de parecer, le recordó la condición que le había impuesto a cambio de llevarla con él, sin embargo no le escuchó, siguió insistiendo y preguntando a Gabriel si él quería ir.
—Estuve una vez —respondió el muchacho frente a la insistencia de la niña—. Sólo hay pasadizos con las paredes hechas con huesos humanos...
Miranda se giró, tratando de frenar la sacudida de un escalofrío. ¿Realmente quería ir allí?
—Por favor, papá, por favor, llévame. Prometo no pedirte nada más en un año.
—¿Un año? No creo que pase de mañana que tengas tu siguiente capricho. Yo no voy a decidir nada, si es unánime vamos, si alguien pone objeción no vamos —sabía que Miranda no quería visitar algo como un pasadizo decorado con seis millones de cadáveres y pensó que diría algo—. ¿Gabriel?
—Ya he estado, pero no me importaría ir de nuevo. Entonces tenía mi cámara estropeada y no pude fotografiar nada...
—¿Señorita Warhol? —ella no respondió, solamente lo miró como rogándole con los ojos que decidiera él por ella.
—Tenemos dos síes. Miranda di que sí, porfa... —suplicó la niña con las manos unidas a la altura de la boca.
No sabía cómo o en qué momento había aceptado algo como eso, pero sin comerlo ni beberlo se vio a si misma caminando detrás de Bastian por un pasadizo estrecho, frío y húmedo, camino del lugar más temible que sin duda habría visitado en toda su vida. De pronto sus tres acompañantes se detuvieron y Diamond empezó a recitar un mensaje en francés: Arrete! C’est ici l’empire de la mort (¡Detente! He aquí el imperio de la muerte). Miranda pensó que se moriría en ese momento pero un brazo la rodeó despacio.
—¡Hey! Estás temblando... —dijo Bastian, pegándola contra sí.
—Estoy bien. Yo... —respondió ella apartándose un poco, apretando los dientes tratando de controlar su propio cuerpo.
—Si no quieres entrar no entres. Diamond se ha adelantado con Gabriel.
—No deberías dejarla sola, estos túneles son como un laberinto, se pueden perder...
—No pienso dejarte sola así como estás.
—Está bien, entro. Pero por favor, por favor Bastian, no te separes de mí. Me aterran los muertos. Yo...
Sebastian sonrió por la petición. No iba a apartarse de ella aunque se lo pidiera. La rodeó nuevamente, pegándose a ella para que lo sintiera y se tranquilizase.
Caminaron despacio mientras ella miraba, completamente aterrorizada, el horror convertido en realidad: gruesísimos muros de huesos humanos con decoraciones hechas con calaveras. En aquellos pasadizos había un ambiente pesado, olía a cerrado, como un lugar por el que corre poco aire. Casi podía apreciarse cierto trazo a descomposición, de los huesos más recientes.
Miranda trataba de evitar mirar hacia las paredes porque cuando lo hacía creía ver las oscuras oquedades de esos cráneos con la vista fija en ella, creía ver esas bocas, desdentadas en su mayoría, riéndose de su miedo, creía escuchar susurros provenientes de esas paredes.
De pronto se detuvo. La niña reía al fondo de un corredor mientras el fotógrafo disparaba con su cámara, y sintió una imperiosa necesidad por salir de allí.
—¿Qué te pasa? —preguntó el directivo al verla pálida.
—No puedo seguir. Necesito salir...
De repente, sin darle tiempo a reaccionar empezó a correr por el pasadizo con dirección a la salida. Bastian avisó a Gabriel y a su hija y siguió los pasos de la editora, a la que había perdido de vista entre el resto de visitantes.
Cuando le dio alcance Miranda ya estaba en la calle, apoyada contra un árbol y completamente pálida.
—¡Hey!...—sonrió, abrazándola con fuerza— Si no querías entrar podíamos habernos quedado fuera y dejar que entrasen ellos dos solos...
—Tengo... tengo un pánico atroz a los muertos.
—¿Necrofobia? ¿Y por qué no te negaste a venir?
—Por tu hija. Porque no quería aguarle la fiesta. Porque ella quería venir y no podía...
—Eres tonta —dijo, ajustándola aún más en ese abrazo—. Diamond es caprichosa pero no cruel. Si hubiera sabido que te daba miedo habría encontrado otro pasatiempo al que arrastrarnos...
Pasados unos minutos Bastian dejó de notarla temblar y se separó de ella.
—No les digas nada cuando salgan... —pidió, sujetando su brazo— Me siento ridícula teniendo miedos a mi edad.
—Te crees muy mayor pero aun eres una niña —sonrió, tocando la punta de su nariz.
—Una niña...
Hacía dos horas que habían entrado en las catacumbas y empezaba a oscurecer. Justo cuando el directivo decidió pedir al supervisor que le dejase entrar a por su hija aparecían Gabriel y la niña, riendo como si salieran de un parque de atracciones. Al parecer lo habían pasado en grande.
Después de la pesadilla tocaba relajarse un poco. Miranda condujo siguiendo las instrucciones de Gabriel, y aparcó entre la dirección del hotel y una de las ubicaciones del reportaje, así que tocaría volver al hotel a pie.
Pasearon por el puente “Guardián del amor” mientras Diamond corría como loca para mirar los candados con los nombres.
—¿De qué te ríes? —preguntó la niña al fotógrafo, que sonreía como si hubiera recordado algo gracioso.
—De una historia que conozco. Una chica que vino de Estados Unidos y fue abandonada por su jefe y mientras paseaba por París conoció a un fotógrafo loco que primero tropezó tirando su desayuno y luego se enamoróde ella...
—¿Tu? —él asintió—. ¿Y qué pasó? —Antes de que el fotógrafo respondiera la niña corrió hacia la editora y se colgó de su brazo—Miranda, podrías usar su historia en tu reportaje...
—Sólo podría usarla si él quiere...
—Deja que lo piense...Nunca pensé que esa parte de mi historia pudiera formar parte de un artículo...—dijo él, tratando de evadirlas.
Al fin llegó la hora de cenar, Gabriel se despidió de esos tres y volvió a su apartamento mientras ellos cogían rumbo a su hotel.
Habían caminado más de diez minutos hasta llegar, después del día agotador que habían tenido y Diamond estaba casi al límite de sus fuerzas. Sebastian sabía que si subían a cambiarse terminarían yéndose a la cama sin cenar, de forma que entraron en el restaurante que había frente al hotel, un lugar no tan lujoso pero igualmente acogedor.
—Al final no ha aguantado... —sonrió el hombre, acariciando la melena castaña de la niña, que se había dormido apoyada en su regazo.
—Se moría por probar la tarta de frutasy el batido de frutos rojos...
—Es tan caprichosa como su madre. ¿Vamos? —Miranda entendió rápidamente que se refería al hotel y asintió, poniéndose en pie y recogiendo las cosas de Diamond.
El directivo caminaba por el pasillo con su niña en brazos y la editora lo hacía a su lado. De no haber tanta diferencia de edad entre ellos, podría haber parecido un matrimonio con su hija.
Miranda sacó la tarjeta del bolsillo de la americana cuando él se lo indicó y abrió la puerta para facilitarle el paso. Al entrar dejó la chaquetilla de la muchacha en el respaldo del sofá y el bolsito encima de la mesa mientras él seguía con su hija hasta el dormitorio.
Bastian dejó a la niña cuidadosamente sobre el colchón y la miró con expresión tierna.
—Hascrecido tanto... —dijo el padre apartando un mechón de pelo de su cara— Y pensar que hasta no hace mucho erasun bebé...
Miranda lo observaba embobada, nunca pensó que sería así. Lo veía como padre de Diamond, sí, pero no tan protector, tan cariñoso, tan él.
Sebastian terminó de arroparla, besó su frente y se apartó de la cama para dejarla dormir tranquilamente.
—Vamos, te acompaño a tu habitación —dijo, acercándose a ella.
—No es necesario, Bastian. Solo tengo que coger el ascensor...
—Sí, pero puedes perderte o... —rió, colocando la mano en su cintura para guiarla hacia la puerta.
La calidez de su piel traspasaba la tela de la camisa, e inevitablemente empezó a sentir cierto calor familiar en la parte interna de sus muslos. No podía ser, ¿acaso se había olvidado de Roselyn y los estragos que había causado a su felicidad con él? De pronto dio un par de pasos rápidos y se alejó lo suficiente como para darse la vuelta y detenerle.
—No es necesario que bajes conmigo, de verdad, yo... yo puedo sola.
—¿Pasa algo?
—¡No!, claro que no. Es solo que no quiero que dejes sola a tu hija otra vez por mí —se felicitó mentalmente por haber podido encontrar tan rápido una excusa tan buena como esa.
—Miranda, ya no es un bebé. Sé que tú tampoco, pero quiero acompañarte.
Después de la forma en la que se lo había dicho, ¿cómo demonios iba a decirle que no? Caminó por el pasillo hasta el ascensor con él a su lado y con unos nervios que hacía semanas que no recordaba sentir. ¿Esperaba que pasase algo entre ellos?
Al llegar a la tercera planta Bastian ya casi no podía contener las ganas de besarla. Sabía que ella iba a rechazarle, sabía que quizás incluso le devolviera un guantazo, aun así ya no quiso controlarse más. Tan pronto como alcanzaron la puerta de la habitación, la acorraló contra la puerta, bloqueando sus brazos a los lados de su cabeza y pegando su cuerpo al de ella. Acercó su boca a la de ella con un beso necesitado, profundo y pasional. Ella no le estaba rechazando, había cedido en el primer segundo como si también lo desease del mismo modo. El calor de sus cuerpos atravesaba la ropa de ambos elevando la temperatura, provocando inevitablemente que quisieran ir al siguiente nivel.
El directivo la soltó y se apartó un segundo para mirarla, pero ella se adelantó para besarle otra vez.
—No, no quiero parar —confesó antes de estrellar su boca con la de él.
Buscaba desesperadamente la llave de la habitación en el micro bolso que llevaba, pero recordó haberla dejado en la guantera del coche al entrar en él esa misma mañana.
—¡Maldita sea! He olvidado la llave en el coche. —Se quejó— Tenemos que pararaquí...
—No te preocupes. Vamos, te acompaño.
—No... —apoyó la frente en su hombro tratando de encontrar algo de calma— No puedo dejar que dejes a la niña sola.
—Pero tampoco puedo dejar que salgas así... Miranda en esta ciudad también hay maleantes.
—No me lo hagas más difícil. Ve. Mañana nos vemos. A mí no me pasará nada.
—Está bien. No está lejos... Pero ten mucho cuidado, no me perdonaría que te pasase algo por no haberte protegido.
Bastian se apartó y la dejó apoyada en la puerta, con una expresión que deseó mil veces poder volver a ver en esas dos semanas en las que no habían hablado prácticamente nada: mirada deseosa, boca sugerente, respiración agitada... Caminó por el pasillo sin voltearse ni una sola vez, pero al llegar al ascensor no pudo evitarlo. Corrió nuevamente hacia ella, tomó su cara entre las manos y volvió a besarla, esta vez dulce, suave.
Ahora sí se marcharía a su habitación. Ella debía ir a por la llave y, con su hija en el mismo hotel no podía hacer lo que quisiera. No era una niña, y nunca durmió en la cama de sus padres, pero él no podía pasar la noche como deseaba entre las sábanas de una mujer en otra habitación, mientras su hija estaba sola.
Miranda había ido y vuelto en lo que dura un suspiro, llena de pensamientos contradictorios. Quería que Bastian siguiera ahí, que de nuevo la besase como había hecho y que la llevase a la cama como sabía que deseaba hacer, aun así no quería que estuviera, no quería darle ninguna otra oportunidad de jugar con ella a las parejas felices que se rompen el corazón cuando aparecen ex novias del pasado. No quería volver a sufrir por él, y la forma de evitarlo era tan simple como no dejarle entrar nuevamente en su vida.
Entró en el dormitorio y se dejó caer sobre la cama.
En el silencio de su habitación se coló el sonido de un mensaje en su móvil y no dudó ni un segundo que fuera de él, lo cogió, tomó aire y lo desbloqueó para leerlo.