Capítulo 6
ERA viernes, y su estado de ánimo era indudablemente bueno. Ese fin de semana saldría con las chicas y lo pasaría realmente bien.
Al entrar en la oficina, Mark esperaba sentado en el sofá rosa, mirando el reloj. Parecía contar los minutos para salir de allí.
—Buenos días.
—¿Buenos? Estos días han sido una tortura. Me he aburrido como nunca, y tu jefa tuvo que castigarme un día más.
—No seas quejica, Mark. Mis chicas no se comportan como fans locas porque saben que deben respetar su trabajo.
—¿Y tú? Tú te pasas el tiempo ignorándome, jugueteando con Jefferson.
—Es trabajo. Yo no jugueteo en el trabajo. Pero dime, quiero agradecerte que hayas estado paseando por aquí, ¿Quieres que vayamos luego a tomar un café? Y no me sirve que quieras ir con otro hombre —sonrió.
El muchacho la miró con una ceja arqueada y la analizó. Aunque no era una persona que le atrajese sexualmente, le gustaba. Le gustaba la forma en la que le había tratado, regañándole cuando creía que debía hacerlo, insultándole cuando se había propasado... Asintió ante la propuesta del café y luego quizás, podría invitarla a comer.
Las tardes de los viernes siempre se salía antes. Muchas de las chicas usaban esas horas para broncearse en salas de rayos uva antes de ir de fiesta, otras iban a comprarse los modelitos que iban a lucirese fin de semana...
La reunión de Bastian y Miranda no iba a ser por la tarde, ninguno querría quedarse horas extras, así que la editora cruzó las dos recepciones y fue hasta el despacho del directivo en Sportoday.
Jefferson no estaba allí, y lo sabía porque no le había visto llegar, de modo que tomó una de las notas adhesivas de color turquesa que tenía al lado del lapicero de piel negra y, después de anotar en ella la nueva hora de la reunión, la pegó en la esquina del monitor, un sitio que, sin duda alguna vería.
Entre llamadas y un par de viajes a las mesas de las chicas llegó la hora del café.
Había estado mirando cafeterías exclusivas en la zona y, a la hora de salir, cogió su mano y tiró de él hasta el coche.
—¿Vas a ser mi chofer?
—Bueno, conduciré yo, claro. Vamos a ir al SoHo, y queda un poco retirado.
—¿No te sirve con ir a la cafetería donde van tus compañeros?
—Paga la empresa, así que... ¿Por qué no desayunar algo exclusivo?
Ambos sonrieron.
En el largo trayecto, Mark trató de contenerse lo mejor que pudo, pero a medio camino, al llegar a un semáforo la hizo detenerse.
—Quiero ir a un sitio exclusivo. ¿Por qué no me llevas a tu casa?
—¿Bromeas? Mark, mi casa es mi espacio privado. En este momento tú solo eres trabajo para mí.
El muchacho no lo pensó, abrió la puerta del escarabajo amarillo y bajó del coche. Miranda le llamó de mil formas posibles, pero el futbolista estaba empecinado en tomar un café en su apartamento, algo a lo que ella se negaba en redondo.
Consiguió que entrase en el coche mintiéndole, diciéndole que iban a desayunar en su piso, pero ella nunca había recibido a chicos en su casa y él no era alguien que quisiera allí, aunque le toleraba, no quería darle ese tipo de confianza.
Llegando de vuelta a la oficina se sintió mal por engañarle. No quería pisotear sus propios principios por un tipo que seguramente estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya. A pesar de ello le llevó hasta la entrada.
—Vivo ahí. Pero no me obligues a llevarte dentro, por favor.
—No quiero nada contigo, Warhol —sonrió.
—¿Entonces, qué es lo que pretendes?
—Obligarte a que me hagas un café por el trato que me has dado estos días. Se supone que la editora jefe debía entretenerme, hacerme preguntas, tratar de informarse sobre todo lo que yo pueda saber, no sé... en cambio, me ha ignorado, me ha dejado abandonado, la mayoría de veces en su propio despacho, ¡y sin distracciones!... ¿Qué crees que dirá tu jefa cuando se lo cuente?
—Está bien, tienes razón —confesó, Y en verdad la tenía.
Subieron al apartamento mientras el muchacho lo analizaba todo.
Acababan de entrar por la puerta y Miranda ya se estaba arrepintiendo. No porque ese chico fuera a hacerle algo sino, por el hecho de que Bastian se enterase. Se había negado a dejarle entrar por miedo a que su juego subiera de nivel y ahora se sentía mal por ello.
Lejos de lo que Miranda pensó, Mark entró en la cocina con ella. Se había quitado la chaqueta y el foulard y estaba a su lado, arremangándose la camisa hasta los codos para no mancharse.
—¿Qué hago? —preguntó, impaciente por ayudar, por agradarle como le gustaba ella.
—No sé...Mark, es sólo café.
—Ya, pero quiero ayudar.
—Vale, pues quédate a un lado y mira. Creo que dos manos son suficientes... —sonrió.
Habían pasado unos minutos, Miranda había estado mirándolo de reojo, analizándolo. Ahora parecía nervioso, inquieto, y esa actitud empezaba a asustarla. No sabía lo que pretendía hacer. No sabía qué hacer en caso de que él hiciera algo que no debía.
De pronto, el muchacho agarró su muñeca con fuerza y la hizo girar, colocando una mano en su cintura y pegándola contra su cuerpo.
Miranda lo miraba horrorizada. ¿Qué iba a hacer? Estaba recibiendo su merecido por actuar en contra de sus ideas.
—Mark, ¿Qué haces?
—Déjame intentar algo...
Sin dejar que ella aflojase su agarre llevó una mano a su barbilla y, sujetándole la cara acercó, lentamente, su boca a la de ella. A escasos milímetros se apartó notablemente ofuscado y apoyó la frente en su hombro.
—¿Qué...?
—Miranda, soy gay —dijo de pronto, apartándose y llevando la mano con la que la había pegado a él hacia su pelo despeinado. Ella seguía con esa mirada asustada—. Lo supe cuando tenía doce años. Mi padre me hizo entrenar tan duro que me duele hasta recordarlo. Pretendía que me hiciera un jugador famoso y que las chicas me rodeasen por decenas. Esperaba que cambiase mi parecer, y fingí hacerlo. Hasta ahora he salido con un centenar de chicas a las que he sido incapaz de tocar.
—¿Por qué me dices eso?
—A pesar de lo poco que te agrado, siento que puedo confiar en ti, aunque te asquee mi presencia o detestes tratar conmigo.
La editora lo miró incrédula, no podía creer lo que le había dicho, aunque de igual modo tampoco podía pensar lo contrario. Sin decir ni una sola palabra sirvió el café en dos tazas y caminó hasta la mesa del salón.
El muchacho la siguió sin saber muy bien cómo actuar. Por momentos pensaba decirle que se trataba de una broma, al fin y al cabo, ella era la primera persona a la que se lo confesaba después de tantos años y, ahora no sabía cómo comportarse.
Ambos tomaron el café en silencio, ella sin apartar la vista de su taza, él mirándola, esperando aunque fuera un gesto de rechazo.
—Lo siento.
—¿Qué sientes qué?
—Haber intentado besarte. Haberte contado... ya sabes. Siento que Davina me enviase a tu oficina y que hayas tenido que soportarme a mí y a mis impertinencias.
—Creo que es hora de volver —dijo ella de mala gana.
Estaba realmente molesta con él, no porque fuera gay, su asistente y amigo también lo era y lo adoraba, pero al menos nunca había tratado de comportarse de forma grosera.
De vuelta a la oficina, Mark permaneció en silencio en el asiento de copiloto. No hacía ruido ni para respirar, y al llegar, se acercó a las chicas y las abrazó una a una sin decir nada, gesto que hizo sentir mal a Miranda. Definitivamente no habían tenido un buen comienzo, pero pudo entender un poco cómo debía sentirse con todos alrededor suyo con vistas intenciones, ella había sido, probablemente, la única que le había tratado como a una persona normal, y por eso, quizás, había pensado que merecía su confianza.
Cuando Mark entró en el despacho, la editora cerró la puerta y opacó los cristales.
—Siento haber sido tan desconsiderada. Me has confiado un secreto importante y yo he actuado fría y distante. No me repugnas por ser gay, Mark, mi asistente también lo es y los adoro, a él y a su novio. Supongo que no esperaba una confesión así después de todo. ¿Amigos?
El futbolista se acercó a ella, abrazándola con fuerza.
Justo en el momento en el que el muchacho la rodeaba con los brazos Bastian abría la puerta, sin llamar, sorprendiéndose por la escena.
—Señor Jefferson, ¿ha olvidado usted sus modales? —preguntó Miranda apartándose despacio del deportista.
—¿Y usted? ¿Sabe que llevo esperando una hora en la sala gris?
—Oh, Dios mío, lo siento. ¡Lo siento de verdad!
Miró a Mark, que asintió como si le concediera permiso para marcharse y, después de tomar la carpeta con los temas de la reunión, corrió detrás de su compañero.
No se dirigieron la palabra, ni en el ascensor, ni en el pasillo que daba a la sala gris y de color. Pero, tan pronto como se cerró la puerta corredera de cristal y se quedaron a solas, Bastian empezó a hablar.
—Me ha sorprendido veros... abrazados. Creía que no te gustaba.
—Ya... —no podía contar deliberadamente el secreto que otra persona le había confiado—. Supongo que hay situaciones y situaciones.
—No se os ha visto en Cupid. Supongo que habéis ido a otra cafetería...
—Sí, algo así... Pero, ¿Por qué no nos ponemos a trabajar?
Pese a tener la certeza de que el futbolista le desagradaba y que él no le resultaba indiferente, se sintió un tanto molesto. ¿Celoso?
Había un mechón de la muchacha que se escapaba continuamente de detrás de su oreja, impidiendo que pudiera verle la cara cuando ella estaba cabizbaja, leyendo. Sin dudarlo, llevó la mano hasta su pelo y lo apartó hacia atrás, poniéndolo tras su hombro.
Miranda sonreía cortés cada vez que hacía eso, pero no parecía molestarle.
Después de un par de veces la hizo girar sobre la silla, sorprendiéndola por ese movimiento brusco, y rodeó su cuello con las manos.
—No puedo verte bien si tu pelo te tapa la cara.
Sin apartar sus ojos de los de ella, deslizó, a lo largo de la coleta, la goma con la que sujetaba su cabellera, y con un ágil movimiento ató de nuevo el pelo con ese mechón.
—¿Dos vueltas?
—Sí, no quiero que se deforme —sonrió nerviosa—. Parece que lo hubieras hecho toda la vida.
—Bueno, tengo una hija a la que hubo que peinar hasta que pudo hacerlo por sísola...
Ambos rieron.
Al llegar la hora de comer ninguno se dio cuenta de ello, estaban absortos con el tema del especial y no repararon en nada más, pero un rato después, a las cuatro y hora de salir, Pauline llamó a la puerta para avisar de que se iba. Miranda asintió para darle permiso pero la muchacha se quedó en la puerta, mirándolos.
—¿No os marcháis?
—Sí, claro, no me apetece pasar aquí el resto del viernes.
—Entonces, si al señor Jefferson no le molesta... ¿Me llevas a casa? Mi coche se ha estropeado esta mañana y Jessica ya se ha ido.
—Por qué iba a molestarme, ¿Señorita Potts? —preguntó el directivo, en respuesta al tono hostil que había usado con su superior.
—Porque últimamente solo sois vosotros dos. Porque invades nuestra revista con excusas tontas solo para ver a nuestra jefa. Porque... Olvídalo. —Su voz nunca antes había sonado así, molesta, mordaz, borde.
—Espérame en el aparcamiento, voy a mi oficina a dejar esto y bajo en seguida.
La pelirroja resopló y salió de la sala tras la petición de su amiga.
No hizo falta que ninguno de los dos dijera nada al respecto. Sabían que la reunión acababa de darse por zanjada, al menos esa semana.
Miranda se levantó y empezó a recoger los papeles sobre la mesa mientras miraba de reojo a su compañero, que hacía lo mismo a su lado.
—Bueno, me marcho. Nos vemos el lunes a la hora de siempre —dijo ella antes de caminar despacio hasta la puerta—. ¿Bajas?
—No, me quedaré aquí un par de minutos. Hay algo que debo comprobar... —mintió.
Bastian llevaba toda la tarde pensando en dar un paso con ella y la interrupción de la redactora le había hecho replanteárselo. Ahora solo necesitaba que Miranda se alejase un poco para tratar de pensar en lo que estaba sintiendo por ella.
Al llegar al garaje, Pauline esperaba junto al automóvil, con los brazos cruzados en el pecho y los labios fruncidos, mirando a su amiga con los ojos encendidos en furia. Miranda sonrió al alcanzarla y abrió la puerta del coche para sentarse. La pelirroja subió en el asiento de copiloto con cara de pocos amigos y sin decir una sola palabra.
Llevaban un rato en la carretera cuando la redactora empezó a hablar.
—Estoy muy decepcionada contigo, Warhol —Miranda la miró ceñuda y devolvió la atención a la carretera—. Toda la redacción sabe que sales con Jefferson y ni siquiera has tenido la decencia de contármelo. Se suponía que éramos amigas.
—Yo no estoy saliendo con nadie, Pauli. Aquello lo dijo cuándo Mark empezó a acosarme, pero no es verdad.
—Y tampoco será cierto lo que vimos Cher y yo en la sala de color...
—Ahí tampoco estaba pasando nada, solo... Mira, sé que no me crees. Tampoco me creería yo si me hubiera visto así, pero sabes que nunca os he mentido, y ahora tampoco va a ser diferente.
—Desde el lunes parecéis pareja, Miranda. Tonteáis continuamente, has ido a su despacho veinte veces, aun cuando no lo has hecho ni una sola vez en dos años. Y él... tampoco se queda atrás, va a tu despacho, te deja flores de papel sobre la mesa, va a buscarte con excusas estúpidas...
Llegaron antes de que la pelirroja terminase de hablar. La editora bajó del coche para despedir a su amiga como siempre hizo.
—¿Sabes lo peor? Que en el fondo estoy feliz de ver cono os habéis acercado —dijo sonriendo— Pero me ha molestado que me mantuvieras al margen. En toda la semana casi no hemos hablado.
—Lo siento...
—Bueno y,dejando atrás el que mantengas tu relación en secreto... —bromeó, haciendo que su jefa frunciera el ceño de nuevo—, ¿Vendrás esta noche al sitio nuevo?
—No lo sé. Hay demasiada gente, y estoy agotada para pelear con los demás para poder moverme. Llevo toda la semana durmiendo fatal y trabajando más horas que nunca por culpa de Davina.
—Entonces tú te lo pierdes. Pero si nos enrollamos con cualquier macizo no esperes enterarte, por aburrida —dijo, sacándole la lengua antes de ponerse a reír.
Las dos chicas se abrazaron y, después de una despedida, Pauli corrió a la entrada de su casa.
—Se me ocurre algo... —se detuvo para mirarla— ¿Seguro que estás cansada y no es porque vas a encontrarte con alguien que vive unos pisos por encima de ti? —bromeó.
Miranda corrió hacia ella con una mano levantada, como si fuera a golpearla, pero su amiga le hizo una burla y entró en el portal a toda prisa, dejando a la editora en la calle, con una sonrisa divertida.
Conducía deprisa, como si quisiera encontrarse al ejecutivo en el aparcamiento.
Al llegar, Bastian la esperaba como la vez anterior, apoyado en su coche, con los brazos cruzados en el pecho pero serio esta vez, como si algo serio rondase por su cabeza.
Bajó de su escarabajo amarillo y se detuvo frente a él, haciendo que la mirase.
Subieron por la escalera del aparcamiento y esperaron el ascensor sin decir una palabra. Pero cuando las puertas se cerraron y empezaron a subir, Bastian decidió hablar.
—Este fin de semana Diamond se queda con su madre y estaré solo... ¿Quieres que hagamos algo?
—¿Algo como qué? —preguntó ella. Ellos no salían juntos, solo se habían encontrado fuera del trabajo unas cuantas veces en una semana.
—Olvídalo, pensaba en algo atrevido, pero creo que me he excedido.
—Atrevido... —poco a poco los latidos de su corazón iban tomando más velocidad.
—Atrevido. Nos conocemos desde hace dos años, pero hasta hace un par de semanas éramos dos perfectos desconocidos. Después de ese choque nada ha vuelto a ser como era, y últimamente nuestras palabras están tan llenas de insinuaciones, solo... solo quería dar un paso más.
Miranda se perdió después de la primera palabra, solo podía ver sus labios invitándola a besarlos y así lo hizo. Procedió tan pronto como Bastian se calló. Acortó la distancia entre ambos, rodeando su cuello con sus delgados brazos y llevó su boca a la de él.
Como si ese gesto hubiera sido una invitación, el ejecutivo llevó las manos a sus caderas y la atrajo contra sí, profundizando ese beso.
El ascensor se detuvo en la tercera planta, y las puertas se abrieron de par en par, pero ellos ni siquiera se percataron. La pareja de ancianos que esperaba para poder bajar los miró, sorprendidos por lo que veían. Las puertas se cerraron nuevamente ante el asombro de la pareja y continuó el ascenso hasta el sexto piso. Bastian bajó las manos hasta sus muslos y la elevó, rodeándose con sus piernas. La llevó contra la pared de acero sin pensar que en ella estaba la botonera, entre ellos, el botón de emergencia, que empezó a sonar tan pronto como chocaron contra él.
Miranda se apartó sin entender por qué había actuado así, impulsivamente. De repente pensó, sin saber por qué, que él era el director de la editorial en la que ella trabajaba, que era mayor que ella y que tenía una hija preadolescente. Soltó el agarre de sus piernas y se puso de pie.
—Lo siento —dijo nerviosa.
Antes de que el hombre dijera nada salió del ascensor y corrió a su apartamento, sintiéndose más excitada que nunca. Cerró tras ella, apoyándose contra la puerta buscando un punto de apoyo, apretando los muslos y respirando pesadamente.
Cuando se sintió un poco más tranquila fue hasta su habitación.
«Algo atrevido», «Atrevido».
Ni siquiera pensó en lo que hacía, se quitó la americana, aflojó un par de botones más de la camisa, mostrando parte de su sujetador y, después de subirse ligeramente la falda para enseñar un poco más de sus piernas, se acercó al ascensor. Subió a la décima planta y llamó a la puerta de ese hombre que le quitaba el aliento.
Diamond abrió la puerta, sorprendiéndola. Miranda se sintió totalmente ridícula y de pronto no supo qué decir.
—¿Entonces?
—Oh, nada, perdona, solo quería preguntaros si sabéis dónde queda una zapatería por aquí cerca... Se ha roto el tacón de mis zapatos y necesito un par nuevo para la oficina.
—¿Zapatos? ¡Yo puedo llevarte! ¿Cuándo quieres ir?
Su mentira empezaba a pasarle factura. ¿Y ahora qué iba a hacer con esa niña?
—Bueno, deja que me cambie y paso a buscarte en cinco minutos, pero solo si tus padres están de acuerdo.
—Oh, aquí solo vive mi padre —Sí, eso ya lo había comprobado— y hoy me quedo aquí porque mi madre ha ido al ginecólogo con su novio.
Miranda sonrió un tanto satisfecha por lo que había oído. La ex de Bastian tenía novio... Después de poner una mano en su cabeza volvió a su apartamento. Lo que pretendía que fuera una tarde tranquila se estaba truncando más por momentos. Quizás no iría al Lustful con las chicas, pero tampoco parecía que fuera a descansar debidamente.
No paso demasiado cuando sonó el timbre de su puerta. Diamond no podía esperar, adoraba los zapatos de tacón, e ir a una zapatería y poder probarse algún que otro par, era una oportunidad de oro.
Estaban esperando el ascensor, a punto de marcharse, cuando Bastian apareció por la puerta de las escaleras.
—¿Puedo saber dónde vas?
—Vamos papá, ya te he dicho que salía un momento con una amiga.
—¿Una amiga? ¿No es la señorita Warhol muy mayor para ser tu amiga?
—Vamos a una zapatería, se... se ha... roto un tacón de mi zapato mientras venía del trabajo.
Habían subido juntos y él sabía que no había problema alguno con su zapato, al menos no hasta que entró por la puerta de su apartamento y lo había dejado totalmente excitado en ese ascensor al que pretendían entrar ahora.
—Esperad ahí mismo, voy con vosotras. Tú eres una extraña —señaló a Miranda— y tú eres una menor. —Su voz sonó simpática y el guiño de su ojo decía que no hablaba en serio—. No tardo.
—Mi padre... —la muchacha dejó caer los hombros, curvándose hacia adelante con una expresión de fastidio.
Solo un par de minutos después aparecía nuevamente Bastian, vestido con ropa de deporte que le quedaba mejor que bien. La sudadera llevaba la cremallera abierta de cintura para arriba, mostrando la camiseta y, por el cuello de esta podía intuirse la piel de su pecho, lo que provocó que Miranda se mordiera el labio inferior.
Al subir al ascensor los dos adultos se pusieron al fondo, y la pequeña lo hizo delante, como si fuera un guía.
—Te queda muy bien esa ropa —dijo ella sin mirarlo.
—Gracias. A ti también la camisa como la llevabas cuando llamaste a mi puerta. Por cierto, ¿Cuál era el motivo real?
—Yo...
El ejecutivo llevó una mano hasta el muslo de ella y pellizcó la tela del pantalón, sabiendo perfectamente a qué había ido. Miranda solo pudo sonreír como una tonta y morderse el labio.
En la zapatería, tanto el padre como la hija pasearon por los pasillos, mirando cosas que no iban a comprar, lo contrario que Miranda, que ahora se veía en la obligación de buscar un par de zapatos que en realidad no necesitaba.
De vuelta, a punto de entrar en la recepción del edificio, la niña reparó en los reflejos dorados en el cabello rubio de la editora y, al acercarse a las puertas del ascensor se cruzó de brazos para mirarla.
—¿Sabes? Mi padre siempre dice que las rubias son tontas —Bastian se apresuró para cubrir la boca de su hija.
—Vaya... Que suerte que yo no lo soy.
—¿Rubia?
—Tonta —fingió estar molesta. Se giró, y trató de ocultar la sonrisa que se dibujaba en su cara—. Un par de herederas tontas, un par de actrices a las que le falta un hervor, o un par de modelos con la inteligencia de una patata no hace que el resto de rubias seamos tontas.
—Lo siento...
—No, no debes sentirlo tú, debería sentirlo tu padre, es quien realmente piensa eso, ¿no es así, señor Jefferson? —Él solo sonrió y desvió la mirada a las puertas que justo empezaban a abrirse— ¡Qué oportunas!
Permanecieron en silencio hasta llegar al piso de Miranda, conteniendo sonrisas por fingir que ese comentario había sido ofensivo.
—¿Quieres cenar con nosotros? —Preguntó el hombre como compensación por lo que había dicho su hija.
—Oh sí, ¡sí! ¡Cena con nosotros!
Miranda alzó una ceja y luego llevó la mirada hasta la bolsa que llevaba.
—No sé... soy una extraña, soy rubia y tonta... —los tres empezaron a reír a carcajadas, como si ese hubiera sido un buen chiste— Acepto, ¡pero debéis saber que como mucho!
Desde que terminase su jornada laboral un par de horas atrás, la tarde había pasado de bien a mejor.
Tanto Diamond como Bastian prepararon una suculenta cena y, minutos después estaban los tres sentados en una mesa coquetamente decorada por esa niña que, al principio pareció un poco impertinente pero que poco a poco empezaba a caerle mejor.