Capítulo 2
HABÍAN pasado un par de días desde el encuentro fortuito entre Bastian y Miranda, y varios días desde que el directivo no lograse quitarse de la cabeza la expresión de sorpresa de la editora cuando vio que había visto su foto en la pantalla de su ordenador.
Él no era de esos tipos que se excitan al imaginarse con una chica más joven. Le costaba imaginar a su hija en unos años con alguien mayor que ella, o a su exmujer con un tipo más viejo que él. Pero había algo en Miranda que le llamaba la atención. Y era así desde la primera vez que la había visto, un par de años atrás, cuando el presidente de su empresa decidió reunir todas sus revistas en un mismo edificio.
Cuando Stardust Miracle se mudó al edificio Purple Gem muchos, muchos meses atrás, todos los muchachos del edificio se frotaron las manos. Ellos eran chicos en su mayoría, y en la revista femenina eran casi todo mujeres: la directora, sus asistentes, la editora jefe y las redactoras... Solo había un hombre, pero las chicas actuaban con él como si fuera una más.
El primer encuentro entre ellos fue en el baño de hombres de la décima planta, en el que ella había entrado tan apresurada como avergonzada. El servicio de mujeres estaba cerrado por una avería y, al parecer se había cortado con el cristal de una de las mesas que los transportistas habían roto, y necesitaba lavarse la herida. Entonces pensó que era mona, pero sobre todo la encontró diferente al resto. Las chicas que había conocido habrían lloriqueado por una uña partida o por un rasguño insignificante, el corte de su dedo parecía profundo y doloroso. Le ofreció su ayuda un par de veces, pero Miranda solo le rechazó, sonriéndole de forma encantadora.
La semana pasó en un santiamén. Antes de que se dieran cuenta ya había llegado la hora de salir y la editora jefe, que se encontraba cerrando la publicación de la revista, debía correr a su cita con los transportistas.
Se mudaba a un apartamento nuevo.
No es que estuviera mal donde vivía, un espacioso apartamento de setenta metros con una gran habitación y un salón espectacular en el mismísimo centro de la ciudad; pero le quedaba muy lejos del edificio nuevo de su trabajo, y había pasado dos años quejándose por el gasto de combustible y por las horribles retenciones a horas punta, así que con la mudanza salía ganando. Su nuevo apartamento era un poco más barato, un poco más grande y, a su modo de ver, mejor ubicado.
Era un edificio mediano, en la periferia y con muy buena apariencia y, por lo que le habían dicho las chicas, allí vivía gente exclusiva, algo que en realidad no importaba.
La empresa de mudanza había pedido una copia de sus llaves para poder empezar antes de que ella llegase y, después de un atasco de casi una hora, se encontró con el piso en el que había vivido tres años totalmente vacío, por lo que corrió a su nueva dirección.
Esperaba el ascensor al lado de la recepción cuando a su lado se pusieron una niña y una mujer, pero no reparó en ellas, tenía demasiadas ganas de ver como estaban dejando su nuevo y precioso apartamento.
—¿Tu eres la nueva vecina? —preguntó la muchacha. Una niña de unos doce años.
—Sí, supongo que sí.
—¿Supones? —Miranda la miró y asintió antes de devolver su atención a la puerta en la que se veía reflejada.
La niña y la mujer parecían dos versiones distintas de la misma persona: delgadas, de cabellos castaños, ojos color miel, altas. Se sonrió internamente preguntándose si su madre y ella eran así de parecidas.
—Mi padre me contó que se mudaba alguien hoy...
—Diamond, deja de incordiarla —dijo la mujer, sujetando los hombros de la niña— Discúlpala, tiende a hablar demasiado y a interrogar a los demás.
—Mi padre dice que sería una gran abogada.
—Quizás tenga razón —sonrió, accediendo al elevador, cuyas puertas se habían abierto en ese mismo instante.
Al llegar al sexto piso Miranda sonrió: las cajas se acumulaban vacías y plegadas junto a la puerta, y en el interior discutían sobre donde iban el resto de bultos. Se despidió de sus nuevas vecinas, que esperaban a que el ascensor siguiera subiendo, y atravesó el umbral de su nuevo hogar.
Una hora más tarde, las cosas más grandes estaban, al fin, colocadas, y después de una propina, los transportistas se marcharon, dejándola totalmente sola.
Caminó entre cajas y montones de libros y revistas, se dejó caer sobre el sofá y suspiró con una sonrisa en los labios. Estaba convencida de que su vida mejoraría considerablemente con ese cambio.
—¡Las chicas! —exclamó, mirando el reloj de su muñeca. Perfecto, aún estaba a tiempo para salir con ellas.
Corrió a su inmenso dormitorio y rebuscó entre las cajas algo adecuado que ponerse: un vestido cortísimo y ajustado de color negro y lleno de lentejuelas, una chaqueta vaquera ajustada y unos altísimos zapatos de tacón de tela negra brillante, a juego con el vestido.
Estaba cambiándose cuando recordó lo que Pauline le había dicho sobre el lugar nuevo, y se imaginó a sí misma encontrándose de frente a ese hombre cuya foto había visto en su pantalla. ¿Cómo se vería Bastian fuera del trabajo? Su atuendo fuera de la oficina era totalmente distinto, pantalones ceñidos, faldas cortas, camisetaso camisas con grandes escotes... si se encontrase con él, era probable que no la reconociese. Se sonrió al imaginar una escena así.
Al salir del apartamento, un aroma masculino flotaba en el aire, un aroma que le recordó a él. Adoraba que los hombres dejaran el ambiente impregnado con sus perfumes.
Bajó en el ascensor respirando profundamente y al llegar al vestíbulo aún perduraba ese olor, como si quien fuera hubiera hecho ese mismo recorrido unos minutos antes. Fue hasta la salida y sin querer se dibujó una sonrisa en sus labios.
—¡Vaya! Buenas noches, señorita Warhol.
—¡Max! —Exclamó— no sabía que íbamos a ser vecinos.
—¿Vecinos? Yo no vivo aquí, es mi novio quien lo hace... ¡Jared! —llamó— Miranda, él es Jared Marrone, mi novio.
—¡Vaya! Al fin nos conocemos, Maxi siempre habla de su cariñín...
—Supongo que tú eres Miranda, la jefa ruda, seria y aburrida de Stardust...
La editora se cruzó de brazos y frunció el entrecejo, pero acto seguido empezó a reír a carcajadas.
—¡No! —Dijo el asistente— Ella es un amor —añadió, dejando un beso en la mejilla de la muchacha—, Davina Mellas es la jefa ruda, aburrida...
—Oh, y un tanto perversa, no lo olvides —añadió ella—.Además... qué poco sutileres... de haber sido la señora Mellas, ¡Maxi habría estado despedido en el acto! Voy a salir con las chicas, ¿Queréis venir? A ellas también les encantará conocerte —pinchó con un dedo en el brazo de Jared.
Los chicos parecieron pensarlo, pero en vista de su falta de planes y la insistencia de ella, accedieron.
El trayecto en coche fue de lo más divertido, contaron anécdotas del trabajo,rieron con tonterías... pero al acercarse a la entrada del nuevo local la sonrisa de Miranda fue perdiendo intensidad. Le ponía nerviosa que fuera cierto lo que había dicho Pauline. Le inquietaba la idea de encontrar realmente a Bastian por allí.
Los chicos se dieron cuenta de sus nervios y sujetaron cada uno un brazo de la chica mientras esperaban en la cola.
Aquel local era increíble. Los techos eran altísimos, con pasarelas de cristal de las que colgaban jaulas circulares con sexis gogos. Había al menos una decena de bolas de discoteca que reflejaban destellos de colores provenientes de los focos, y la gente bailaba despreocupada en la pista, un piso por debajo de la puerta de entrada
—Agradezco que hayáis venido conmigo, no creo que hubiera podido enfrentarme a esto yo sola.
—Tienes razón, Warhol, esto es...
—Gigantesco —termino Jared, mirando hacia la pista con la misma expresión que su novio y su nueva amiga.
Entraron despacio después de que el gorila de la entrada les diera paso y, como si el destino tratase de jugar con ella, Bastian estaba justo frente a ellos. Por suerte estaba de espaldas y no la vio, por lo que, apretó el brazo de los chicos y se adentraron entre el gentío en busca de sus amigas, ignorando la presencia del directivo.
Las chicas coqueteaban con uno de los tipos de la barra, un guapo camarero con la camisa entreabierta, pajarita y dos hoyuelos decorando su bonita sonrisa.
—¡Warhol, Maxi! —Saludó Cherry, una de las chicas— ¿Quién es el chico? —preguntó acercándose a Jared con intención de ligar con él.
—Éste es mío, Perry —dijo, agarrándose a su cintura—. Túpuedes seguir intentándolo con el camarero...
—No sabía que era tu novio... —aclaró, sacándole la lengua en un gesto infantil—. Yo soy Cherry Perry, pero todo el mundo me llama Cher —se presentó, acercándose para darle dos besos—, y ellas son Pauli, Jessica, Evelyn, Sheryl, Anne y... bueno, las chicas. ¿Queréis algo?
Mientras la redactora presentaba a Jared a su grupo de amigas, Miranda trataba de no buscar con la mirada al “jefazo”, ardua tarea ya que inconscientemente se moría por verle, aunque fuera a lo lejos.
Llevaban más de una hora bailando, cuando un par de chicos se acercaron a ellas con aparentemente bastantes copas de más. A Pauline y a Cher no pareció importarles, bailaban despreocupadas y seductoras, pegándose a ellos como si restregarse con dos desconocidos fuera lo más natural.
Miranda, lejos de disfrutar, parecía agobiarse entre tanta gente. Apenas tenía espacio para verse siquiera los pies, pero lo que más le molestaba era notar como alguien entre aquella muchedumbre manoseaba su trasero continuamente. Ya agobiada decidió salir para tomar el aire, hizo un gesto a sus amigas y se apartó de la pista de baile.
Caminaba a paso ligero con dirección a la escalera de cristal y neón cuando nuevamente vio, frente a ella, a ese hombre del que llevaba dos años colgada. Cuando un rato atrás lo vio cerca de la puerta pensó que quizás se marchaba, pero ahora estaba ahí, sonriendo a alguien en su dirección, a alguien a quien no se atrevió a buscar.
No había subido ni medio tramo de escalera cuando el tacón de su zapato se enganchó en una de las decoraciones que perfilaban cada escalón y tropezó, torciéndose el tobillo. Siguió andando con fingida normalidad, terminó de subir y salió a la calle, respirando con fuerza. Le encantaba el aire nocturno, y más aún la sensación de verse libre después de haber estado apresada entre decenas de personas que le impedían todo movimiento.
—Maldita sea... —se quejó al dar un paso más, soltando todo el aire y agachándose para tocarse el pie.
—¿Necesitas ayuda? —Preguntó alguien tras ella— ¿Señorita Warhol? —Preguntó de nuevo, rodeándola.
La voz le sonó tan familiar que por un momento se olvidó de su tropiezo, del dolor de su tobillo y de su propia existencia. Alzó la mirada y se encontró directamente con los ojos de Bastian fijos en los suyos.
—¿Estás bien? —preguntó con una sonrisa, ofreciéndole ayuda con una mano estirada.
—Ehm...sí, sí, estoy... estoy bien. Es solo... ha sido solo un traspiés, ¡qué torpeza la mía!
El hombre la ayudó a erguirse, pero ella no tardó en apartarse de él.
—Lo siento...
—¡No!, no te disculpes, es solo que me pones nerviosa —soltó sin pensar—. No, perdona, no quería decir eso, es...
—A mí también me pones nervioso, Miranda. —Ella le miró sorprendida, y en un momento el hombre no supo qué decir para disimular sus propias palabras— Me asusta bastante que tropieces conmigo otra vez y me rompas algún hueso —bromeó.
La miró de abajo a arriba, fijándose en sus piernas desnudas, ese vestido dejaba poco a la imaginación, y contrastaba con la imagen que tenía de ella: una chica recta, seria... Cuando ella empezó a caminar para alejarse, se dio cuenta de que cojeaba y de un par de pasos se acercó y la tomó por el brazo, forzándola a apoyarse en él.
—Estoy bien, estoy bien... Solo necesito llegar a mi coche.
Bastian no dijo nada, la acompañó hasta donde tenía su transporte, caminando despacio a su lado. Al llegar al escarabajo amarillo, el directivo no pudo evitar ponerse a reír. Con su aspecto y la actitud recta que tenía en el trabajo, no esperaba que condujera algo de menos categoría que un Audi o un Mercedes, en cambio, aquel coche quedaba perfectamente con el atuendo que llevaba fuera de la oficina: juvenil, desenfadado y sexy.
Miranda se apoyó en el capó, apartándose de él y rodeó el escarabajo con pasos cojos.
—Espera, espera. ¿De verdad pretendes conducir? —Ella lo miró con una ceja arqueada, como si no supiera a qué se refería— Apenas puedes caminar en condiciones... No voy a dejar que conduzcas así.
En un acto impulsivo se acercó a ella, la levantó, con las manos en su cintura, y rodeó el automóvil para que se sentase en el asiento de copiloto. Iba a conducir él.
—Dame la llave.
La editora estaba tan nerviosa por lo que acababa de hacerle, por sentir la fuerza y el calor de sus grandes manos en su cintura, que obedeció sin más. Sacó la llave del micro bolso que llevaba colgando de su hombro derecho y se la ofreció.
Bastian trató de contener la sonrisa, nunca pensó que fuera de la oficina fuera tan tímida y encantadora. En un gesto amable abrió la puerta para ayudarla a subir.
Salían de la zona de aparcamientos cuando Miranda se detuvo a analizar la situación. Todo había pasado muy deprisa. Había dejado colgados a los chicos después de prácticamente obligarles a ir con ella, había dicho que salía a tomar el aire pero se había marchado sin más, y lo peor, Bastian Jefferson, el hombre de sus sueños, conducía su corcel amarillo, llevándola a casa en un acto más que romántico.
—No sé dónde vives... —murmuró.
—Edificio White... —alcanzó a decir, mirándolo de reojo desde su asiento. El ejecutivo devolvió la mirada con una ceja arqueada, como si no creyera lo que le había dicho— Me he mudado hoy...
Bastian no puso en entredicho lo que le había oído, sabía que tenía vecinos nuevos y por Sean, su secretario, que Miranda se mudaba, aunque le sorprendiera descubrir dónde.
Siguiendo las indicaciones de la chica bajó con el coche al primer piso del aparcamiento, y tras detener el motor la ayudó a salir.
Al llegar al vestíbulo por las escaleras, pensó que Bastian se marcharía, pero lejos de eso se colocó a su lado frente al ascensor. Empezaba a ponerla nerviosa.
Cuando las puertas del elevador se abrieron, el ejecutivo la ayudó a entrar y esperó que le dijera el piso.
—No necesito que me acompañes a mi apartamento. Estoy bien, de verdad.
Él no respondió, sonrió de una forma que la volvía loca y presionó uno de los botones.
—¿Cómo sabes dónde vivo?
—Resulta, señorita Warhol, que vivo en este edificio desde hace años.
—¿En... en este edificio? —Él asintió— Dios mío, lo siento...
—Parece que en lugar de acosarte yo... eres tú quien lo hace. Chocas conmigo al salir del ascensor, te llevas mis documentos, contemplas fotos mías en horario laboral y te mudas para vivir cerca de mí...
—¡No seas presuntuoso! —Exclamó, haciéndolo reír—. Yo no sabía que vivías aquí.
—Lo sé... Pero me encanta la cara que has puesto al oírlo.
Al llegar al sexto piso, la muchacha caminó hasta detenerse en su puerta, mirándolo, pensando que él haría lo mismo, supuso que vivía en el mismo piso, pero él solo se cruzó de brazos, como si esperase que ella entrase primero. Se despidió con un gesto rápido de manos y entró en su apartamento, dejándolo en el ascensor, sin atreverse a acercarse para mirar por la mirilla por si él se había bajado en ese mismo piso, por si estaba ahí. Cuando el indicador sonoro advirtió de que las puertas se cerraban, dejó caer los hombros, como si se desinflase. ¿Cómo iba a vivir ahí sabiendo que él vivía en el mismo edificio en el que estaba su apartamento?
Duchada, cenada, y con su ropa cómoda, llamó a las chicas, que debían seguir en aquella imponente discoteca.
Su vida prometía ponerse más interesante desde ese día.