Capítulo 5
HABÍA colgado la americana en una de las perchas sin acordarse de que en uno de los bolsillos estaba su teléfono.
Buscó el móvil en el bolso, creyendo que lo habría guardado ahí antes de salir por la puerta y al no encontrarlo salió en dirección al apartamento de Bastian, quizás él lo había visto y podría decirle dónde estaba.
Estando frente a la puerta del ascensor, con la mano cerca de la botonera, la melodía de sus mensajes empezó a sonar a lo lejos, de forma que regresó al dormitorio y buscó en el único sitio en el que no había mirado: el bolsillo interno de la chaqueta de su traje.
“Apuesto a que pensabas que lo tenía yo”. Decía el primero de los tres mensajes de texto que habían llegado.
—En efecto, listillo.
“Lo he pasado bien trabajando contigo hoy”. Ponía en el segundo.
—Yo también... —murmuró, recordando con cierta emoción las palabras con las que se había insinuado.
“Y sí. Eres inocente. Eres inocente y muy sexy”. Bastian se arrepintió de enviar ese tercer mensaje. Lo último que quería era lanzar insinuaciones indebidas a una compañera de trabajo. Aun así no envió un cuarto para disculparse.
Con ese tercer mensaje Miranda sintió como si de repente subiera un calor extraño por sus piernas y se detuviera en la parte interna de sus muslos, un calor que le hizo tomar aire y sentirse ridícula al pensar que le había gustado eso último.
Se dejó caer sobre la cama pensando en cómo enfrentarlo al día siguiente, en el que también tendría que trabajar a solas con él.
Por la mañana buscó en su armario algo lo suficientemente opaco como para que no se transparentase: una camisa ajustada de color granate que marcaba sus curvas sin que se viese nada, una falda ceñida, blanca, que cubría hasta sus rodillas y una americana a juego con la falda. Ese día Bastian podría dejar volar su imaginación sin que ella le ayudase a hacerlo.
Al llegar a la oficina lo hizo con una postura erguida y presumida, mirando de reojo en dirección al despacho que ocupaba el directivo, pero no lo veía y aún estiró más el cuello.
—Si lo estiras más quizás evoluciones y te conviertas en jirafa —dijo una voz tras ella.
—¿Tu? —Dijode mala gana— Me había olvidado de ti...
—Me tendrás que soportar un poco más. Tu adorada jefa ha alargado mi reclusión un día más.
—¿Estás seguro? A mí no me ha dicho nada.
—¿Has mirado el email?
Lo miró de reojo y caminó hasta su despacho, donde la siguió el futbolista.
Cuando Bastian salió del ascensor la buscó con la mirada. Estaba sentada detrás de su escritorio, frente a su monitor mientras hablaba por teléfono con quien fuera. Se detuvo un par de segundos, esperando que ella se diera cuenta de que estaba allí, pero sí lo hizo había sabido ignorarle muy bien, de modo que siguió hasta su antiguo puesto de trabajo.
A la hora del desayuno todos en aquella planta se acercaron al ascensor, incluyendo al directivo, a la editora y al deportista.
Miranda buscó algo con lo que molestar a su vecino, y pronto un aroma a tostado le dio una idea.
—Dime Mark, ¿Quieres tomar un café conmigo? Solos.
Sebastian sonrió sabiendo la jugada.
—Pues la verdad es que iba a tomar algo con Jefferson.
—Puede venir si quiere, señorita Warhol.
—No, gracias. —Miranda se dio la vuelta un tanto avergonzada y caminó hacia su despacho.
Bastian corrió tras ella, alcanzándola en la misma puerta.
—¿Crees que no sabía que pretendías salir con él para demostrarme que no eres tan inocente como parece?
Ella no respondió, entró en la oficina y cerró la puerta. Presionó el botón que opacaba los cristales y caminó hacia su mesa tratando de calmarse.
Pese a lo ofendida que se sentía, a su vez empezaba a gustarle ese juego extraño que tenía con él.
Después de la comida llegaba la hora de la reunión. Ésta vez no iba a ir a la sala de colores, esperaría en la gris, donde no se sentarían en cojines blandos sino en duras e incomodas sillas, donde el ambiente no daba lugar a conversaciones intimas o amigables.
Cuando el ascensor se detuvo en la planta superior, Bastian la esperaba con una carpeta en las manos.
—No sabía dónde querrías hacerlo hoy.
Y ahí estaban de nuevo esas palabras que en su boca sonaban tan sugerentes.
—En la sala gris. Claro.
El hombrese sonrió internamente. Esa chica era tan obvia...
Al pasar por la estancia de color, quiso gastarle una broma. La puerta estaba abierta, lo que le facilitó la jugada. En un movimiento rápido tiró de su mano, bordeó la pared y la acorraló entre ésta y su cuerpo. El olor a natillas aún se percibía más intenso y los colores parecían brillar más sin que realmente hubiera cambio alguno en ellos.
El corazón de la editora se aceleró de un instante al siguiente, y de nuevo estaba ese calor intenso en la cara interna de sus muslos.
Sebastian miraba sus labios con una sonrisa traviesa, y cuando Miranda tragó aún la ensanchó más.
Llevó una de sus manos hasta la pared, al lado de su cuello, y la otra hasta su boca. Se acercó como para besarla, se relamió los labios y acortó aún más la distancia, pero algo en su expresión le dijo a ella que eso solo era una broma.
—¿Ha terminado ya de jugar al seductor, señor Jefferson?
—Pues no sé... ¿Va a admitir usted que es una chica inocente, señorita Warhol?
—No lo soy, pero no voy a tratar de demostrárselo a usted.
—¿Cómo voy a cambiar de opinión entonces?
Ella sonrió de lado, acortó la distancia entre ellos hasta el punto en que casi se tocaban sus cuerpos y acercó su boca hasta quedar a solo unos milímetros.
—Ni lo sé, ni me importa —susurró en sus labios justo antes de apartarse.
No pudo decir más. Pauline, Cher y un par de chicos de la redacción de Sportoday habían abierto la puerta de la sala de color pensando que ellos estarían en la gris y, cuando se giró para salir de allí, se encontró con los cuatro mirándolos totalmente sorprendidos.
Pese a la confesión de Bastian en la que prácticamente gritaba que eran novios, Pauline, como amiga, no le había pedido explicaciones por guardar el secreto, luego, después de ignorarse mutuamente el resto del día supuso que era una broma, pero ahora estaban solos, escondidos de la mirada de los demás y en una actitud más que íntima.
La redactora se cruzó de brazos con cara de pocos amigos y la miró, esperando que confesase.
—No es lo que crees. Luego te cuento —murmuró, pasando por su lado para salir de allí.
—Más le vale, señorita Warhol.
Al entrar en la sala gris no pudo evitar ponerse a reír. Difícilmente podrían creerla después de ver eso. De hecho, ni ella misma podría creerse si se dijera que no estaba pasando nada entre ellos.
Bastian entró tras ella, haciendo un sonoro carraspeo y se sentó en la silla más cercana, gesto que ella imitó, sentándose a su lado.
—Hoy no habrá distracciones, ¿De acuerdo?
—Eso espero. Nuestra pequeña distracción de ayer ha llevado al bochornoso espectáculo que hemos mostrado a sus subordinadas.
—No voy a entrar en tu juego de libertinaje otra vez, Bastian. Jamás, jamás lo volveré a hacer —sonrió.
Como la pasada tarde, el tiempo pasó volando. Pese a su enfado del día anterior, lo ofendida que se había sentido esa mañana o la vergüenza de la sala de color, las horas se fueron deprisa, muy deprisa, demasiado rápido como para darle tiempo de disfrutar de su compañía.
Bastian era un tipo competente. Sabía bien lo que hacía y no se andaba con rodeos.
Pese a ser un trabajo exclusivo para chicas, él, como ex editor de una revista de deportes, conocía todos los detalles habidos y por haber sobre los guapos, musculados y ricos deportistas.
Había oscurecido tanto en aquella sala que apenas podían leer lo que había en sus papeles. Miranda se puso en pie para ir a encender la luz pero el directivo la frenó, sujetándola por la muñeca en un acto impulso.
—No enciendas la luz. Aún se ve un poco. Solo vayámonos.
—Pero si lo dejamos se me va a acumular el trabajo.
—Me debes un café, y no te permito que se lo regales a otro tipo.
Miranda sonrió nerviosa. No sabía de qué forma podía evitar que ese hombre se quedase a solas con ella en un ambiente tan íntimo como el piso de una chica soltera. Lo pensaría mientras llegaban.
Al detenerse el ascensor en el sexto piso del edificio White, Jefferson había notado que ella estaba inquieta. Sonrió al recordar sus propias palabras «chica inocente».
Miranda caminaba despacio hasta su puerta, pero él no la siguió, se detuvo en medio del rellano con intención de despedirse.
—Tendrás que decirme como te gusta —murmuró.
—Buenas noches, señorita Warhol.
—¿Eh? ¿No... no quieres el café?
—No quiero intimidarte. Me ofreces el café porque te sientes obligada, y así no me gusta ser invitado a los sitios. Así que... buenas noches.
—Pero sí quiero que vengas. Lo que me da miedo es lo que sigue.
—¿Y qué es lo que sigue?
El movimiento de sus manos mostraba nerviosismo. Sus mejillas se habían llenado de color y su mirada había tomado el mismo tono de la sala de color, cuando sus bocas estaban a escasos milímetros.
—¡Nada, por supuesto!
El hombre sonrió de nuevo y se acercó a ella. Cogió una de sus manos y la llevó hasta su boca.
—Buenas noches —dijo antes de besar su palma.
Miranda no pudo decir nada. Ese acercamiento repentino había disparado sus alarmas y por un momento creyó (y deseó) que la iba a besar. Pero se apartó de ella sin darle la espalda y poco después desapareció tras la puerta del ascensor.
Ahora, después de esos cuatro días en los que habían estado tonteando como adolescentes, y de esa tensión sexual que sentía cada vez que se insinuaba, estaba totalmente segura de que estaba enamorada de él. Aunque no le gustase en exceso, eran esos momentos en los que no le importaba que fuera mayor que ella, y en los que le importaba poco o menos que él fuera divorciado o que tuviera una hija.