Capítulo 9
DESPUÉS de que Virginia pasase a buscar a la niña, Bastian salió de casa para ir al trabajo. Ese era uno de los días que le apetecía más quedarse en la cama que salir a la calle. Había dormido fatal, pensando en esa visita del futbolista o en el abrazo que había interrumpido en la oficina de ella, imaginando todo tipo de escenas que no hacían más que alimentar unos celos que nunca antes había experimentado por nadie.
No era su mujer, ni su novia. Ni siquiera habían hablado de tener relación alguna, solo había habido sexo entre ellos, y encelarse no era algo que hubiera hecho antes, ni siquiera cuando la madre de Diamond le engañó con otro en más de una ocasión. Pero por Miranda sentía algo que nunca había sentido e imaginarla en brazos de un chico joven y atractivo le molestaba en exceso.
Al bajar al aparcamiento era ella la que estaba apoyada en el capó de su coche, esperándole.
—Buenos días...
—¿Me estabas esperando? —Preguntó al verla.
—Si. Los dos vamos al mismo edificio y ambos tenemos el mismo horario. Vamos por el mismo camino... ¿Quieres que vayamos juntos?
—Eso puede llevar a que piensen lo que no es...
—Bueno, no les acusemos de pensar. Tútambién lo haces. Entonces... ¿Empezamos la semana en mi coche?
El hombre sonrió medio forzado y caminó hasta la puerta de copiloto del escarabajo amarillo.
Era difícil no mirarla.
Miranda no apartaba la vista de la carretera y no parecía darse cuenta de que la observaba. ¿Qué demonios hacía Mark en su apartamento? ¿Habrían llegado a algo? ¿Habría llegado ese tipo a comprobar lo ardiente que podía ser Miranda? En su oficina estaban abrazados... Sacudió la cabeza como para expulsar de ella la idea que había estado atormentándole toda la noche.
Al llegar al aparcamiento de Purple Gem, nadie en se dio cuenta de que llegaban juntos y el verlos subir juntos en el ascensor no era algo del otro mundo, Bastian había subido con todos allí, y ella... también trabajaba allí.
Bastian ni siquiera la miró al salir del coche y tan pronto como las puertas se abrieron en la planta de las dos revistas, cruzó la redacción de Sportoday para encerrarse en su despacho. No entendía por qué estaba actuando así, pero tampoco podía actuar como si nada.
Cuando llegó la hora del café, Miranda se acercó al despacho de su compañero en el especial de la revista, pero éste estaba de espaldas a la puerta, riendo con quien fuera al otro lado del teléfono y no quiso molestarle, así que fue con sus chicas a la cafetería de siempre.
A la hora de su reunión Miranda cogió lo necesario de su despacho y subió a la sala gris, deseando que fuera y que no estuviera enfadado con dios sabe qué que le pasase por la mañana, necesitaba verle. Al llegar a la puerta suspiró aliviada, Bastian estaba ahí, de espaldas a la puerta, pasando papeles sobre la mesa. Tomó aire y entró, desplazando la puerta y cerrándola tras de sí. Lo notó serio, pero no supo qué era y creyó que lo mejor era no decir nada.
Pese a no haber sido nunca un hombre posesivo o celoso, no lograba quitarse de la cabeza que otro hombre hubiera estado a solas con ella en su apartamento, sobre todo habiéndolos visto después abrazados en la intimidad de su oficina.
Trabajaron en silencio durante horas, intercambiando notas, revisando detenidamente lo que había estado escribiendo el otro. Miranda lo miró de reojo y, puesto que ya llegaba la hora de salir se puso en pie para recoger los papeles.
—¿Qué te pasa hoy? Has estado muy serio.
—Nada. ¿Por qué iba a pasarme algo?
Bastian se levantó para imitarla, pero en un momento actuó acorde sus instintos. La cogió del brazo y la hizo girar sobre sus pies, poniéndola de espaldas a la mesa. Ella sonrió cuando la bloqueó con su cuerpo.
—Dime, ¿Por qué fue Mark a tu casa?
—Le invité a un café...
—¿Os besasteis?
La editora ensanchó la sonrisa. Adoraba cuando un hombre se mostraba entero cuando en verdad se retorcía de los celos.
—Bueno, casi, no te lo voy a negar —Bastian llevó una mano a su cara y suspiró— ¿Pero sabes una cosa? —Llevó los brazos hasta su cuello y lo atrajo, acercándose a su oído para susurrarle— No debería decírtelo porque es un secreto que sólo sé yo... pero Mark no está interesado en mí. Ni en mi ni en ninguna otra... mujer.
—¿Acaso es gay?
—Sí... —sin dejar que tratase de pensar en otra cosa llevó sus labios a los de él y le besó.
Ese beso tuvo en él un efecto distinto. Esta vez no era pura excitación, esta vez no eran solo ganas de acostarse con ella, no era solo pasión. Lo que sentía ahora empezaba a ser más serio que todo eso.
Llevó las manos a su cintura y la elevó, sentándola en la misma mesa en la que un par de minutos atrás trabajaban en perfecto silencio. Subió la falda para colarse entre sus piernas y la atrajo hacia él.
—Supongo que no pretende hacer cosas indebidas en la oficina, señor Jefferson.
—¿Estás segura de que no quieres jugar aquí y ahora?
—No.
Se estiró hacia atrás, repitiendo la misma postura que días atrás, sobre la mesa de su salón.
Bastian aflojaba su cinturón mientras ella desabotonaba su propia camisa.
—Si nos pillan tendremos un problema —rió ella.
—Creo que no me importaría. No en este momento.
Bajó las braguitas de satén blanco mientras sonreía al imaginarla vestida solo con eso. Las dejó caer al suelo, separó sus piernas y se acercó para besar sus ingles, segundos después entraba en ella con una embestida firme.
Mientras entraba en ella una y otra vez, retiró el sujetador hacia arriba, dejándolo puesto pero disfrutando de la imagen de sus pechos desnudos moviéndose con cada uno de sus embates. La hizo erguirse levemente para poder lamer sus firmes protuberancias y volvió a estirarla para seguir penetrándola sin pausa.
Esa vez no pretendían hacerlo largo y placentero sino corto pero intenso. Unas cuantas embestidas y desfogados.
Miranda contenía los gemidos, curvándose sobre la mesa mientras él apretaba sus muslos, viendo como su bajo vientre tenía pequeñas contracciones a medida que llegaba al clímax.
Y, cinco minutos después ambos estaban en el ascensor, con sus carpetas en las manos y la sonrisa en los labios.
—La próxima vez será en la sala de colores.
—¿Ahí es donde...?
—Sí, es donde me sentí excitado la primera vez al mirar lo que tu falda dejaba entrever. Aunque he de reconocer que llevo observándote desde el primer día, cuando te cortaste y entraste en el servicio de los hombres para lavar tu mano.
Miranda no podía creer lo que oía. Aquella fue la primera vez que se habían visto, el primer día desde el cambio de dirección de la revista. También era ese el momento en que sintió como si cupido hubiera disparado una flecha contra ella. También había sido ese día el primero en el que se fijó en él.
La reunión había sido tan larga que no se dieron cuenta de que no había nadie más en las redacciones, que todos se habían marchado y que solo quedaban ellos y los chicos de seguridad.
Al entrar en el coche, Miranda se estiró y le abrazó. No quería dejarle ver sus sentimientos, quería que Bastian siguiera pensando que ella no sentía nada por él, que solo tenían un juego de seducción; pero en ese momento solo quería abrazarle.
Contrario a lo que ella pensó, el hombre correspondió a su abrazo y besó su pelo.
—Es agradable terminar la jornada laboral como la hemos terminado... —confesó el directivo— Y volver juntos después de haber pasado las últimas cinco horas en compañía del otro...
—¿Qué pasará cuando ya no tengamos esas reuniones? —preguntó, sin darse cuenta de que lo hacía en voz alta.
—Que seguiremos viviendo en el mismo edificio, y compartiendo coche, y... Bueno, creo que no es necesario pensar en eso, somos adultos, y no está pasando nada que no queramos, las reuniones son solo algo que nos permite estar juntos unas horas más.
Miranda se apartó para mirarlo y sonrió. No había entendido a qué se refería con su micro discurso ¿Seguirían como dos desconocidos? ¿Seguirían como la última semana? ¿Tenían una relación que terminaba con esas reuniones? ¿Seguirían teniendo sexo? Al fin y al cabo ese día no importaba, estaban juntos y aún lo estarían hasta llegar a casa.
Acercó la mano a la llave y arrancó el motor, pero Bastian la frenó antes de que quitase el freno.
—¡Espera! —Llevó la mano a su mejilla y se aproximó para besarla, en la intimidad de un aparcamiento en el que, a esa hora, no había nadie más.