Capítulo 10
HABÍA llegado el viernes mucho más deprisa de lo que querían, aun así, todavía podrían disfrutar de dos reuniones más, dos reuniones en las que solo estarían ellos dos, en las que disfrutarían de su compañía y quizás de algún que otro encuentro íntimo.
Bastian había estado ocupado toda la mañana con juntas que su puesto de director general le obligaban. Al llegar la tarde tampoco había podido estar con ella, ni en la sala gris, ni en la sala de color, y eso no hacía más que desease con más fuerza el momento de verla, aun así sería paciente con esas obligaciones que antes nunca le molestaron como ahora.
Miranda llegó al aparcamiento deseando encontrarlo apoyado en el capó de su escarabajo, pero en su lugar había una nota adhesiva junto a una rosa de origami. Sonrió como una tonta al imaginarlo doblando el papel o recortando la forma de corazón a la nota. Debía volver sola, la reunión se había alargado más de lo que quería y no pretendía tenerla esperando por él por tiempo indefinido.
Besó la rosa de papel y se metió en el coche, recostándose sobre el asiento del conductor. El coche olía a él, a su perfume, a ese aroma masculino que tanto le gustaba. Estaba enamorada, totalmente enamorada, y la sensación que provocaba en su estómago la simple idea de verlo al salir, le daba fe de ello.
No tuvo que esperar tanto, en poco más de una hora Bastian aparecía en el aparcamiento como si supiera que ella no se habría ido sin él. Se acercó al coche mientras ella sonreía en su dirección y segundos después se detenía al lado de su ventanilla.
—Buenas noches, señorita Warhol —ella no respondió, sólo sonrió— ¿Sería usted tan amable de llevarme...
Miranda no dejó que terminase de hablar, abrió la puerta del coche y saltó a su cuello para besarle.
—Hmm, ¿Eso es que si?
—Hay dos motivos por los que no me iría a ninguna parte sin usted, señor Jefferson —dijo fingidamente seria, como si se defendiese de algún tipo de acusación—: uno de ellos es porque si me marcho, usted no tiene cómo volver... —Bastian sonrió y asintió, como dándole la razón a una evidencia como aquella— la segunda razón es porque usted es directivo de la empresa en la que trabajo, y no me gustaría que hablase con mi jefa para que me despidiera. —El directivo empezó a reír a carcajadas, su salida le había cogido desprevenido y era imposible no reír.
Miranda contuvo la sonrisa con una mueca extraña, pero la dejó salir cuando el hombre la estrechó entre sus brazos y la pegó contra su pecho.
—Tranquila, señorita Warhol, jamás pediría a su jefa ni la hora.
El trayecto hasta el edificio White fue un tanto más tenso que de costumbre, ambos sabían lo que pasaría cuando tuvieran que despedirse en el piso de uno o en el del otro. Sabían que después del beso vendría el arrebato de pasión que les arrastraría a uno de los dos apartamentos y que tendrían que separarse después, cuando Miranda decidiese pasar la noche sola.
Al llegar al aparcamiento y bajar del coche, el teléfono del directivo empezó a sonar. Eran más de las ocho y el director de la empresa de trabajo temporal le enviaba un candidato al puesto de secretario que Sean había dejado vacante tras su repentino accidente de motocicleta.
Era algo extraordinario, él nunca debía volver al trabajo de forma repentina tras haber salido de él y, al cortar la llamada miró el reloj de su muñeca con cara de fastidio.
—¿Ha pasado algo? —preguntó ella, deteniéndose frente a la puerta de cristal de las escaleras por las que subían a recepción.
—No, no es nada. He de irme, tengo una entrevista...
—Una entrevista... ¿ahora?
—Sí, la agencia de empleo me ha enviado a alguien. Ya sabes que Sean tuvo un accidente ayer y que mi puesto necesita, obligatoriamente, un secretario que atienda el teléfono y gestione las citas y las visitas... No creo tardar mucho —Bastian metió una mano tras su cuello y la trajo a su boca para besarla—. Si fuera por mí no iría —murmuró, apoyando la frente en la de ella—. Cuando vuelva... ¿Puedo pasarme por tu apartamento?
—Eso no se pregunta —sonrió.
Miranda se separó ligeramente y le indicó que subía, a lo que él asintió sin moverse. Se acercaba a la puerta cuando un brazo fuerte la hacía girar sobre sus pies. Bastian la atrajo con una mano en su cintura y con la otra tras su cuello.
—No quiero ir...
—No puedes evitarlo. No puedes dejar al chico nuevo sin su entrevista, bastante nervioso debe estar. Además, es viernes, podemos vernos todo el fin de semana...
—Ven conmigo.
Ella estiró los brazos y rodeó su cuello para besarle. Adoraba esos momentos, eran pocos en realidad, pero no podía pedir más, él era el hombre de sus sueños y hacía muy poco que estaban “juntos”.
Se apartó de él dando un paso hacia atrás y colocó las manos en su pecho para empujarle despacio hasta el coche.
Bastian obedeció al gesto, a regañadientes pero con una sonrisa. Al cerrar la puerta ella ladeó la cabeza y de nuevo sintió la tentación de no ir a ninguna parte que no fuera su apartamento, o al de ella, no importaba siempre que fuera con Miranda, pero el deber llamaba, y no podía estar sin un secretario que atendiera su agenda y sus llamadas.
* * * * *
Dejó el coche en la calle, ni siquiera se tomó la molestia de bajar al aparcamiento. Entró, saludando al recepcionista como con prisa y, cuando éste le dijo que su entrevista le esperaba en su despacho corrió al ascensor. Se moría por terminar y volver con ella.
La primera sorpresa llegó cuando al bajar del elevador percibió el intenso perfume de mujer que flotaba en el aire. ¿Una mujer? No, él no quería líos de faldas con secretarias, por eso había especificado a la agencia que fuera un chico, un hombre o un anciano, no importaba, pero él quería a alguien de su mismo género, no a una mujer.
La puerta de su oficina estaba abierta, y esa fue la segunda de las sorpresas. ¿Alguien con las confianzas de entrar en lugares en los que no se les ha invitado? Ni hablar, el entrevistado debía esperar en el sofá de la entrada, o en pie, frente al mostrador de Sean, pero no en su despacho.
La tercera de las sorpresas fue al ver de quien se trataba: Roselyn McQueen, su ex del instituto y la única novia que había tenido antes de la madre de Diamond.
La mujer se dio la vuelta con una arrebatadora sonrisa, como si fuera la mujer más feliz del mundo.
—Rose... —murmuró.
—Vaya, Bas, que emotivo —dijo ella, acercándose y ofreciendo una mano como saludo.
—Lo siento, es que no...
—No nos veíamos desde hace cuánto, ¿dieciséis años? —Él hizo una mueca de duda, como si no supiera cuanto tiempo o como si realmente no le interesase saberlo— Estás muy guapo.
—Gracias... ¿empezamos la entrevista?
Le daría el trabajo porque lo merecía, su currículum era excelente y había trabajado como asistente de dirección para otra editorial del mismo presidente. No quería tenerla cerca, sobre todo por lo que empezaba con Miranda y las confusiones que podían darse si Rose hablaba sobre un pasado que ya no importaba.
Ahora, con su despacho libre de intrusos solo quedaba regresar a casa, y detenerse en la sexta planta, en el apartamento donde vivía Warhol, la chica de la que se había enamorado sin remedio.
* * * * *
Había subido a su apartamento con una sensación extraña recorriéndole la espalda. ¿Le echaba de menos después de tan solo tres minutos? Sacudió la cabeza mientras atravesaba el umbral y de pronto se alegró inmensamente por no haber entrado en su piso retozando con un hombre.
—¡Papá, mamá! —exclamó, entrando en el salón, donde sus padres discutían sobre el tipo de vecinos que tendría en ese edificio.
Sus padres nunca estuvieron conformes con que se fuera de casa, su hermano Terry vivía aún bajo el techo paterno aun después de haber cumplido la treintena, ella vivía sola desde los veintidós y estaba creciendo fuera de la vista de sus padres.
—Discutía con tu madre sobre tus vecinos... —dijo el padre, levantándose del cómodo sofá para abrazar a su hija.
—¿Alguno que merezca mención? —preguntó la madre, golpeando suavemente sus costillas con el codo.
—Hay un poco de todo, un chico gay, un hombre divorciado con una hija de doce años... —fingió que el segundo no le importaba lo más mínimo.
—Santo cielo, Rob, un gay... —murmuró la madre.
—Mamá, su sexualidad no nos concierne, así como tampoco la del divorciado o la de la vecina del tercero. Es una persona como vosotros y como yo, y por lo que he podido comprobar es una muy bella persona.
El padre sonrió por el discurso que había soltado a su madre, cuya sexualidad ajena parecía importar tanto como si el día iba a ser soleado o gris.
Siempre que sus padres iban de visita a su apartamento, la cena llegaba a horas exageradamente tardías y, por no perder las costumbres, ese día no iba a ser ninguna excepción.
Estaban en medio de una discusión sobre teléfonos cuando sonó la puerta. Miranda corrió a la entrada sabiendo de quién se trataba y, tan pronto como abrió la puerta Bastian la trajo contra sí, besándola sin previo aviso.
—¡Hey para! —murmuró, feliz por verle pero nerviosa por que sus padres se enterasen de algo que recién estaba empezando— mis padres están aquí.
—¿Tus padres?
El directivo no dijo más, dejó un beso en su frente y se adentró en el apartamento, dejando a la muchacha en la puerta, mirando atónita su espalda.
El matrimonio se quedó helado al ver entrar en el apartamento a un hombre en lugar de a su hija, y más del modo tan confiado que lo hacía, como si conociera la distribución a la perfección.
—Encantado de conocerles, señores Warhol. Soy Sebastian Jefferson, vecino de su hija y compañero de trabajo.
—¿Tu eres ese asistente con el que tanto habla?
—No mamá, mi asistente se llama Max, él es el director general de New York Paper Inc., la editorial a la que pertenece la revista.
—Es muy guapo —dijo Helen, la madre de Miranda, hablando de él como si no estuviera ahí. La editora lo miró tratando de no ruborizarse, pero fue en balde— ¿Quieres quedarte a cenar? Hemos hecho comida de más y, a Rob le encantaría tener una charla de hombres con alguien...
—Seguro que tiene mucho que hacer en su casa... ¿Verdad, señor Jefferson? —preguntó Miranda, tratando de que se marchase, y de que esa no pareciera una cena familiar con los padres y el nuevo novio de la hija.
—No, en realidad hace mucho que no como comida casera —dijo, guiñándole un ojo y estrechando la mano que Helen le ofrecía.
Aunque Miranda tratase de mostrarse distante con Sebastian, aunque él la tratase solo como a una amiga, Rob supo que algo había, las miradas entre ellos no eran las de simples vecinos y, cuando después de la cena, las dos mujeres se metieron en el dormitorio, el padre de la muchacha sentó al directivo en el sofá.
—¿Puedo saber qué hay entre mi niña y tú? —empezó.
Su tono de voz no sonaba hostil, ni acusador, sonaba como una simple pregunta.
—¿Entre su hija y yo? Pues verá señor Warhol, somos vecinos y ella trabaja en una de las revistas que administra la editorial que dirijo.
—Sí, eso me ha quedado claro, pero me refiero a entre vosotros. No es que no me agrades, Sebastian, pero mi niña aún es una joveninocente...
Esa palabra hizo que el directivo se recordase a sí mismo diciéndosela y comprobando que su forma de actuar distaba mucho de lo que haría una niña inocente. Antes de que Bastian pudiera decir nada al respecto, las dos mujeres salieron del dormitorio sin que Helen apartase la mirada de él.
—Creo que es hora de que nos marchemos, Rob. —la mujer sonó simpática.
—Yo también me marcho, solo pasé a saludar y me he excedido quedándome a cenar. Estoy encantado de haberles conocido, señor y señora Warhol. —Bastian se acercó a la puerta seguido de Miranda—. Avísame cuando se vayan hay algo que quiero decirte.
—¿Sobre qué?
—Avísame cuando se vayan.
El directivo llevó una mano tras su cuello y la trajo contra si para besar su frente, acto seguido desapareció por las escaleras, dejándola totalmente intrigada.
Los padres de Miranda no encontraron el momento de marcharse y, en un punto indefinido de la noche, la muchacha terminó acurrucada entre las mantas en el sofá, mientras sus padres ocupaban su cómoda cama.