Capítulo 12
SUBÍA por la escalera de incendios mirando la bolsita con los dulces y los enormes vasos de café. Quizás no eran una pareja, al menos de forma oficial, pero había pasado el mejor fin de semana de su vida, y había sido con él. Ahora simplemente quería más, quería que fuera así todos los días, aunque tuviera que verlo solamente en la oficina, o aunque tuviera que compartirlo con su hija.
Al llegar a la planta donde Bastian tenía su despacho encontró la mesa de Sean vacía. Había estado tan despreocupada durante el fin de semana que no había reparado en preguntarle por la entrevista del viernes, antes de su cena en familia.
Supuso que estaría explicando a su nuevo secretario, lo más básico, sus horarios, a quien atendía y a quien no... Dejó el desayuno sobre el mostrador para que lo tomaran ellos, era de mala educación llevar algo al director y no al secretario, pero, cuando se dio la vuelta para marcharse escuchó un ruido en el despacho seguido de una risa femenina. De pronto, un arrebato de celos la llevó a mirar dentro. ¿Acaso su nuevo secretario era una chica?
Lo peor que podía haber visto estaba en ese despacho, no solo una mujer arrebatadoramente sexy sino un beso, un beso entre él y esa mujer, que no era su ex esposa y tampoco era ella, un beso que le hizo escuchar su propio corazón hacerse añicos. Los peores pensamientos que podían cruzar su cabeza en ese momento ahí estaban: «solo has sido un juego».
No pudo articular palabra, no pudo más que emitir un sonido gutural desde el fondo de su garganta. Se giró a punto de perder el equilibrio y trató de correr hacia la escalera, pero tropezó con el brillante sofá de cuero marrón que decoraba la recepción del despacho.
Bastian no dudó en soltar el agarre de Roselyn y correr hacia la entrada.
—¡Miranda...! Dios mío, ¿estás bien? —preguntó a pesar de saber la respuesta.
—Estoy, estoy...
Lo miró, conteniendo la respiración para no ponerse a llorar y sin responder a su pregunta se puso en pie, evitando que las manos del directivo la tocasen para ayudarla a levantarse.
El directivo no la siguió. Sabía que había visto ese beso, pero no iba a tratar de justificarlo, aunque realmente él no hubiera besado a la secretaria, aunque le hubiera cogido tan desprevenido que no hubiera sido capaz de detenerla. Cuando vio los dulces y el café sobre la mesa supo lo que acababa de pasar: le había roto el corazón, y sabía que jamás volvería a confiar en él, que se habría sentido utilizada.
Agarró uno de los vasos calientes y, dejándose llevar por su propia ira, lo lanzó con todas sus fuerzas contra la puerta blanca de su despacho, sobresaltando a la secretaria, que aún se encontraba dentro de la oficina.
—¿Qué...?
Roselyn corrió a la entrada, mirando atónita el café desparramado por el suelo.
—Quiero que te vayas —pidió el hombre sin mirarla, cubriendo su cara con la otra mano—. Llama a la agencia y pide que me envíen a otra persona. Rose, no te quiero aquí.
—¿Perdona?
—Me has oído bien, creo. He dicho que...
—Tuvimos una entrevista el viernes. Dijiste que no era lo que esperabas pero que me dabas el empleo. Supuse que...
—Supusiste mal. Te daba el empleo porque necesito a alguien que se encargue de la agenda, del teléfono y de las fotocopias, pero no porque quiera nada contigo. Lo nuestro terminó hace muchos años y ahora tengo a alguien...tenía, maldita sea, hasta ese beso que... —su tono de voz iba subiendo el volumen y la intensidad— Llama a la agencia y pide un sustituto.
La mujer no respondió. Caminó, contorneándose como si nada hasta la silla de Sean en la recepción, y descolgó el auricular para pedir a las mujeres de la limpieza subieran para que limpiaran el desastre.
Cuando al fin llegó a su oficina, a duras penas alcanzaba a recordar cómo había llegado allí. Lo único que lograba reproducir, una y otra vez era la minúscula y ajustada falda de la secretaria, sus asquerosos labios rojos junto a los de su Bastian y las estúpidas palabras que le había dicho cuando dormía, con la cabeza en su regazo, dos noches atrás. «Te quiero».
Pauli corrió tras ella cuando la vio llegar con esa expresión en la cara.
—¿Qué pasa? —sabía que era el “jefazo” quien tenía que ver con esa expresión.
—Es una secretaria, el sustituto de Sean es una...es una mujer. Se...—Miranda hizo una pausa, como queriendo de borrar de su mente la imagen de ese beso— se estaban besando en su despacho. —La pelirroja se llevó las manos a la boca—. Pauli, no... Bastiany yo no tenemos nada, así que...
—Lo sé. No volveremos a mencionarte a Jefferson, no volveremos a decirte nada que tenga que ver con él. ¿Quieres dormir en casa esta noche?Así no estarás sola y podrás distraerte... —Miranda negó con una expresión seria.
—Sería genial, pero prefiero estar sola...
La mañana fue eterna y la tarde pintaba aún peor. Ambos trabajaban en el mismo lugar e inevitablemente se encontrarían en el ascensor al subir o al bajar, y lo peor, esa mañana habían ido a la oficina en el coche de él.
A la hora acordada ninguno acudió a su cita para el especial, y después de lo ocurrido, Miranda tampoco pretendía reunirse con él para terminar un trabajo que estaba ya más que enfocado. Lo que faltaba por trascribir, por investigar o por terminar, lo haría ella.
Bastian pasó las horas buscando la forma de disculparse, la forma en la que ella supiera que no quería a nadie más que no fuera ella, pero el beso que Roselyn le había dado era difícil de justificar, aunque él tuviera la certeza de que no lo había buscado. Deseó con todas sus fuerzas que a la hora de volver a casa Miranda subiera a su lado en el coche, que le dejase explicar lo que había visto o que, simplemente, lo olvidasen, al fin y al cabo Roselyn dejó de significar nada para él desde el momento en que terminó su relación.
A la hora de volver a casa, la editora esperó a que el edificio se vaciase. No quería verlo ni cruzarse con él.
Roselyn llevaba toda la mañana nerviosa. Jamás había visto a Sebastian tan enfadado como lo había visto ese día. Habían estado juntos cuatro años antes de su ruptura y nunca le había visto con esa actitud. Sabía que podía manejarlo, pero también sabía que debía mantener un poco las distancias. Ese beso había sido demasiado precipitado.
A la hora de salir Bastian permaneció en su despacho y ella no quiso incordiarle, abrió una ventana de chat en el programa de la editorial y le avisó de que se marchaba, un mensaje al que no obtuvo respuesta.
Bajaba en el ascensor cuando Pauline entraba en la décima planta.
—Vaya, vaya... —murmuró la redactora, cruzándose de brazos sin mirarla— Tenemos a una zorra en el edificio.
Roselyn se giró hacia ella con incredulidad. ¿Acababa de llamarla zorra delante de sus narices?
—Perdona, ¿Nos conocemos?
—¡Oh no, por favor! Afortunadamente no —respondió Pauli, mirándola de reojo—. Pero si el jefazo tiene lo que hay que tener, no te conocerá nadie más.
—Te refieres al señor...
—Jefferson, Sebastian Jefferson. Sí, el director de la editorial y el... —la pelirroja se contuvo de decir lo que pretendía, que era el novio de su amiga, que llevaban casi un mes juntos, que estaban enamorados y que además eran vecinos.
—Estuvimos juntos, ¿sabes...? Hace veinte años, cuando los dos teníamos quince. Salimos durante cuatro intensosaños... Pero creo que no es la información que quieres escuchar de “la zorra” —hizo el gesto de las comillas con los dedos— Pero no me gusta que se me malinterprete. Si Jefferson te gusta no es algo que me interese. Éste mes aprovecharé para reconquistarlo a como dé lugar y retomaremos la relación que debió ser hace años. No me importa si una niñita calientapollas quiere un ascenso por meterse en la cama del director.
Pauline no fue capaz de articular ni una sola palabra en respuesta. Había pretendido ofenderla, que se sintiera insultada y dimitiera pero, sin saber cómo, había sido ella la reprochada. Pero lo peor no fue eso, sino quedarse traspuesta al punto de no encontrar con qué atacarla de nuevo, al enterarse de que esos dos habían tenido una relación años atrás.
Eran más de las doce de la noche cuando Miranda salía de su despacho. Había pasado un día horrible y lo último que quería era toparse con nadie. A la hora de marcharse, Pauli esperó un rato más para acompañarla un rato en su casa, pero la editora le pidió que se fuera, que esa noche prefería estar sola, buscó trabajo que adelantar y se iría cuando el cansancio amenazase con apoderarse de ella.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron se encontró con lo único que llevaba evitando todo el día: Él. No esperó a que terminasen de abrirse, se dio la vuelta y corrió a su despacho a la velocidad de la luz para evitar que Bastian le dijera nada, no quería escuchar excusas o peor aún, la confirmación de lo que ya sabía: que la había usado como entretenimiento pero que ahora tenía muñeca nueva y ya no la necesitaba.
—Hey espera... —dijo él, frenándola por el brazo— ¿No has ido a casa? —Miranda no respondió—. No voy a pedirte perdón, ni a tratar de justificar lo injustificable. No voy a pedirte que no creas lo que viste esta mañana.
—¿Y qué se supone que vi, señor Jefferson?
—A Roselyn...ese...un... Ese beso.
Miranda tiró del asa de su bolso y salió nuevamente de la oficina, dejándolo tras ella como si no fuera nadie, pero él tenía la imperiosa necesidad de que hablasen, de explicarle.
—Iba a decírtelo el viernes, cuando fui a tu casa, antes de saber que tus padres estaban ahí. Luego todo fue muy rápido.
—¿Decírmelo?
—Sí, decírtelo. Decirte que el sustituto de Sean era una mujer, que era una ex. Tenía que decírtelo antes de que lo supieras y creyeras que había sido idea mía.
Y ahí iba de nuevo ese dolor en el pecho, el sonido de un corazón roto haciéndose aún más pedazos. ¿Habían sido novios?
—No me lo dijiste —dijo sin girarse para mirarle.
—No pude. Y luego me dijiste que me querías y no quise hacerlo.
Miranda contuvo las lágrimas en los ojos, no iba a llorar por él. Siguió caminando sin darse la vuelta.
Las puertas del ascensor se cerraron sin que Bastian entrase con ella, sin que ella dijera una sola palabra más. Sabía que no iba a bajar al aparcamiento, que no iba a ir a casa con él y lo peor, que lo suyo no iba a solucionarse.