Capítulo 4
LA mañana empezaba peor que mal. Max se había caído por una escalera y se había roto un brazo: no podría ir a trabajar en un par de días. Evelyn, la redactora que trabajaría con el otro chico en el artículo especial, tenía varicela por culpa de su sobrina: faltaría a su puesto de trabajo al menos una semana. Y Davina, su odiosa y caprichosa jefa, llamaba para informarle de que el plazo para entregar el artículo especial se reducía de quince a diez días. Por si fuera poco, también estaban los nervios de su pequeña reunión con el jefazo.
A la hora del café, Bastian bajó del ascensor en la planta de Stardust Miracle, fijando la mirada en el despacho de su “cita”, pero éste tenía las luces apagadas y no había ni rastro de ella. Por un momento pensó que estaría esperando por él en la cafetería que le había dicho el día anterior, así que, sin pensarlo, y con una sonrisa en los labios fue a su encuentro.
Después de cerrar un par de tratos con un par de clientes nuevos y de informarse un poco sobre el gusto de las chicas en redes sociales, en foros y demás, salió de la oficina. Quería ver a sus dos compañeros, aunque para ello debiera desatender sus deberes y obligaciones por un rato.
La hermana de Evelyn la recibió en la calle, no quería que entrase en una casa en la que había tres personas enfermas, aunque para ello aparentase ser una persona maleducada.
Maximilien, en cambio, abrió la puerta sonriente pero con una expresión cansada por culpa de los analgésicos.
—La diosa me matará cuando vuelva.
—No. Le diré que te he dado unos días libres para que busques información —sonrió ella, abrazándose amigablemente a su compañero.
—Eres la mejor, ¿Lo sabías?
—No, no lo soy. Pero dime, ¿Cómo demonios te has caído por la escalera?
—Si te lo cuento no me creerás...—ella se cruzó de brazos y alzó una ceja de forma retadora— Está bien, está bien...Sofocles, el perro de mi vecina corría por las escaleras con un bote de champú en el hocico, no me preguntes por qué. El caso es que no vi el jabón de los escalones y resbalé...
—Parece digno de una comedia... —rió.
—De una comedia surrealista, aunque no me hizo tanta gracia ayer...
—Pobrecito... —dijo ella, acercándose para hacerle un arrumaco como si fuera un niño pequeño— Tengo que irme. ¡Gracias por el café! Estaba delicioso.
—No trabajes mucho y... ya me contarás qué tal con el jefazo —Miranda se ruborizó casi instantáneamente, haciendo que su asistente empezase a reír.
Adoraba trabajar con ese chico.
Al entrar en la oficina había una flor de origami sobre su escritorio, acompañada de una nota en forma de sobre. Supo de inmediato que era de Bastian, y que nuevamente estaría decepcionado por ese segundo intento fallido de tomar un desayuno a solas. Desdobló el pedacito de papel esperando encontrar un reproche por el plantón, pero por el contrario, la nota le decía que esperaba que “las chicas” estuvieran bien.
Soltó el bolso sobre la mesa y salió del despacho con dirección al del otro director, pero lo encontró a mitad del camino.
—Vaya, vaya... Trata usted de evitar ese café a toda costa, ¿no, señorita Warhol? —dijo él, cruzándose de brazos.
—Lo siento. Siento mucho el plantón, pero hoy tampoco podrá ser, a menos que quieras tomarlo en mi casa.
—Acepto. —Dijo sin darle tiempo a contradecirse a sí misma—. Además, no presentó sus saludos como nueva vecina.
—De verdad eres algo... —sonrió— He de volver al trabajo. Si no nos vemos el resto del día, ¿Te parece un café tardío a las nueve de la noche?
—Tardío... no hay horas tardías para tomar un café. Ve, no quiero ser causante de que desatiendas tus obligaciones.
Era extraño. En dos años compartiendo ascensor, cruzándose por los pasillos o en el aparcamiento nunca, nunca, habían intentado hablar uno con el otro, a pesar del enamoramiento adolescente de ella o de la curiosidad de él. Ahora, en poco más de una semana ambos vivían en el mismo edificio, habían ido en coche juntos y compartían palabras y sonrisas.
Aunque el trabajo retrasó la salida de Miranda de la oficina, llegó a tiempo a casa para cenar y ponerse cómoda antes de que llegase Bastian.
Aquella era la primera vez que esperaba a alguien en su propio apartamento. Hasta ese momento siempre había sido ella quien iba a visitar a sus novios o quien los esperaba en la puerta de la calle hasta que venían a buscarla. Echó una ojeada rápida para que no hubiera algo fuera de lugar y fue a la cocina para preparar ese café.
Miranda no era una persona a la que le gustase la suciedad, siempre lo tenía todo muy limpio, pero era un desastre en cuanto a su ropa. Si tenía calor y se quitaba el suéter era muy probable verlo en el respaldo del sofá o de alguna silla durante varios días, lo mismo para los libros, el maquillaje o para los perfumes.
El reloj fue llegando, pausadamente, a la hora de su cita, pero el directivo no llegaba y no sabía si subir los pisos que les separaban y llamar a su puerta para recordarle ese café o si esperar pacientemente.
Después de dos horas, mil vueltas por la casa y el café recalentado una docena de veces, decidió ir a dormir, quizás por la mañana le explicaría el motivo por el que no había asistido a su cita nocturna.
Adoraba su nueva habitación. Era una estancia grande, con un armario enorme a un lado y con un baño. Parecía la suite de lujo de algún hotel. La cama era la que ella tenía en su antiguo apartamento, grande, con un grueso y esponjoso colchón.
Le gustaban especialmente las vistas desde aquel dormitorio. Desde allí podía verse el mar muy a lo lejos, hacia la derecha; se veía la montaña al otro lado, también en la distancia y, un poco menos retirado de allí, se veía todo el núcleo urbano, donde había vivido desde que terminó la universidad, un lugar frío, lleno de edificios más que enormes en los que, sin importar la hora siempre había alguien, un lugar carente de emociones donde siempre estaba corriendo, igual que el resto de sus habitantes.
White también era un edificio importante. No era un rascacielos con decenas y decenas de plantas, por el contrario solamente tenía una docena de ellas, con solo dos apartamentos por piso y una (según ella exagerada) recepción en la parte más baja. Bajo el suelo de ésta había un aparcamiento que siempre estaba lleno de coches, entre ellos el de Bastian y el suyo.
El reloj marcaba las dos y aún no había logrado pegar ojo. ¿Qué habría pasado para que Jefferson no acudiera? ¿Se habría olvidado? ¿Se habría arrepentido?
Por la mañana, las ojeras eran más que notorias por su falta de sueño, y el cansancio le pedía que no se moviera de la cama, pero sus obligaciones no entendían de necesidades físicas y tampoco podía ausentarse de su trabajo, y menos aun faltando Max y Evelyn.
El coche de Bastian no estaba en el aparcamiento, y sin querer empezó a preocuparse.
Pauline se acercó a ella al ver que tenía la mirada perdida.
—¿Estás así porque aún no ha llegado el jefazo? No creo que tarde en venir —le dijo, apoyando la barbilla en su hombro y rodeándola con los brazos de detrás hacia adelante—. Habrá pinchado, o se habrá dormido, o...
—Anoche tampoco vino a casa.
La redactora se apartó y la hizo girar sobre sus pies para tenerla de frente.
—Explícate... ¿No vino a casa?
—¿Recuerdas la discoteca? —La pelirroja asintió con la cabeza— Cuando salí a tomar el aire tropecé y me hice daño en un tobillo. Él estaba ahí y no dejó que condujese hasta casa, me llevó él. El lunes, me pidió que saliéramos a tomar un café —Pauline alzó una ceja con expresión simpática— y, por una serie de circunstancias no pude. Le dejé plantado...
—Ahora entiendo por qué estaba en el Cupidayer... Pero, ¿Y eso de que no fue a casa?
—Le debo un café y le dije que fuera a casa, el apartamento que encontramos... resulta que está en el mismo edificio que el suyo. Pauli, me mudé unos pisos debajo de él. Compartimos edificio: recepción, ascensor, aparcamiento...
—¡Eso es el destino! —canturreó. Miranda se apresuró en taparle la boca con una mano para que no se enterasen el resto de empleadas—. Hmm, ¡Suelta! —Se quejó, frunciendo el ceño y apartándose hacia atrás— Se van a enterar de todos modos, eres demasiado obvia, Warhol.
Antes de que pudiera decir nada para defenderse, Pauli señaló tras ella, Bastian salía del ascensor. Sus ojos estaban enrojecidos y su ropa era la misma que el día anterior.
El hombre pasó por su lado, sonriéndole de forma sutil y se dirigió a la oficina contigua a la de Rupert, oficina que ocupó él mientras trabajaba para Sportoday y la que ocuparía mientras colaboraba con las chicas en ese especial.
Sean era un secretario ejemplar y, con una sola llamada había conseguido un traje para que pudiera cambiarse e ir presentable hasta que fuera a casa.
Al entrar pulsó el botón de opacar los cristales[1] y empezó a cambiarse de ropa, soltando la americana sobre el escritorio.
Miranda no dudó en ir detrás. Llevaba una carpeta en las manos y tenía una excusa perfecta. Entró sin llamar, encontrándose al hombre desnudo de cintura para arriba.
—¡Oh! Lo siento, lo siento, lo siento... —se disculpó efusivamente, girándose para no verle como se suponía no debía.
Pero justo cuando iba a salir él la frenó sujetando su brazo.
—¿Nunca has visto a un hombre desnudo? —sonrió mientras se ponía la camisa del otro traje.
—¡Claro que sí! Es solo que no esperaba encontrarte así. Estuve esperándote.
—Lo sé, y créeme que siento no haber podido ir. Mi hija tuvo una crisis nerviosa.
—¿Tu hija? —Miranda lo miró con los ojos abiertos de par en par totalmente impresionada.
Aquella sí era una sorpresa, una sorpresa y una ofensa,¿Estaba casado y pretendía...? No, en verdad no pretendía nada, él nunca le dijo que quisiera enrollarse con ella, sólo quería conocerla. Se sintió más ridícula por momentos, ella pensó que él quería acercarse a ella con otro propósito, pero en verdad estaba casado y con una niña.
—Sí, mi hija. Soy divorciado, pero tengo una hija de doce años. Se llama Diamond.
De forma casi instantánea recordó a la niña y a la mujer de su primer día en el Edificio White.
—Diamond... ¿La niña que sería buen abogado?
—¿La conoces?
—La conocí el día de mi mudanza. Entonces no sabía que vivías en el edificio al que me estaba mudando.
—Virginia y yo llevamos separados ocho años. Pero, aunque Diamond es fuerte y llevó bastante bien nuestro divorcio, a veces, como ayer, le dan crisis nerviosas y me quedo con ellas hasta que se tranquiliza. Lamento de verdadno haber tomado ese café...
—No lo lamentes. La familia es lo primero.
Bastian se acercó a la mesa y apoyó el trasero en ella. Debía cambiarse el pantalón pero, siendo serios, no podía hacerlo frente a ella, y tampoco podía pedirle sin más que se marchara.
Analizó su cara como no había podido hacer antes. Realmente era preciosa. Su cabello rubio y ondulado quedaba perfectamente bien con sus enormes ojos verdes. Su boca era perfecta, ni grande ni pequeña, la comisura de sus labios se curvaba ligeramente hacia arriba, haciendo que pareciera una leve sonrisa aun cuando no lo era. Siempre vestía elegantemente, con sus trajes ajustados y sus zapatos de tacón. Siempre seria pero irresistiblemente sexy.
La editora lo miró fijamente unos segundos antes de darse cuenta de que lo hacía, entonces disimuló mirando el despacho buscando las palabras adecuadas antes de abrir la boca de nuevo. Se sentía más estúpida que nunca, le había juzgado precipitadamente, sin conocer nada, ni de él ni de su vida.
—He de volver al trabajo.
—Gracias por preocuparte por mí —sonrió.
Ella no respondió, sonrió ligeramente y salió de aquel despacho de vuelta al suyo.
Por petición de Davina, Mark Dwaine, uno de los futbolistas más deseados del panorama actual, pasaría un par de días en la redacción de su revista. La editora desconocía la llegada del deportista y, cuando cruzó el pasillo hasta su revista, encontró que todas las chicas estaban arremolinadas en su oficina.
Corrió para ver qué era lo que pasaba y se encontró con el atractivo joven sentado en su sillón.
—Disculpa pero no estás autorizado a sentarte en esa silla —dijo, haciendo salir a las chicas y rodeando su escritorio.
—¿Estás segura?
Nunca había escuchado antes su voz. Nunca se había interesado en el futbol ni en ningún otro deporte, así que tampoco sabía gran cosa de ese tipo atractivo, de piel dorada y actitud chulesca y prepotente.
—Sí, estoy segura. Yo soy la editora jefe y ese es mi sitio.
—Muy bien. —El chico se puso en pie y se acercó a ella, rozándose con su cuerpo mientras daba la vuelta al escritorio—. Mi padre y tu jefa son amigos...
—Creo que sé para lo que estás aquí. Las explicaciones están de más.
Mark se sintió curioso por su rechazo, ella era la única mujer que no se mostraba de ninguna forma especial con él y eso le llamaba la atención.
—No estás casada, ¿Verdad?
—No está casada, pero sale con alguien, ¿verdad, cariño? —Interrumpió Bastian, entrando en el despacho de Miranda y acercándose a ella para rodearla con un brazo.
Las chicas se levantaron de sus puestos y se arremolinaron alrededor de Pauline, que era quien tenía la mesa más cercana a la oficina de la editora. Todas habían escuchado el comentario de Jefferson, y empezaron a chismorrear acerca de esa supuesta relación secreta.
Pauline sospechaba que había algo, desde días atrás, cuando Bastian entró por primera vez en el despacho de su jefa. Desde entonces ambos se mostraban más cercanos que nunca, y esa confesión aclaraba mucho.
—Verdad —sonrió Miranda nerviosa, sintiendo la mano del ejecutivo en su hombro.
—¡Qué maleducado! No me he presentado. Soy Sebastian Jefferson, director general de New York Paper Ind., y colaborador temporal de Sportoday. Sería un honor para loschicos que pasases a saludarles...
Mark lo miró de reojo y fijó la mirada en Miranda, pero resopló y salió del despacho con notable fastidio.
Tan pronto como les dio la espalda Warhol se apartó del director como si quemase.
—¿Por qué has hecho eso? —Preguntó ella.
—Bueno, es bien sabido que ese chico es un ligón empedernido, y desde la distancia se te veía incómoda. Sólo trataba de librarte de él. Lo siento. Voy a decirle que ha sido solo una broma.
—¡No! —Exclamó— No le digas nada, por favor... —pidió, sujetando su brazo. El hombre sonrió y asintió.
Bastian corrió, alcanzando al deportista, que caminaba a paso lento entre el pasillo de mesas de las redactoras, sonriendo a unas y guiñando el ojo a otras.
Mark era modelo de una famosa marca de diseñador además de futbolista. Era alto, más que el directivo, era joven, también más que Jefferson y además era rico y atractivo.
Los chicos de la revista masculina estaban acostumbrados a entrevistar a deportistas famosos, pero siempre era un honor para ellos saludar tan de cerca a uno de sus ídolos.
Más de media mañana había pasado entre saludos y halagos hacia el famoso, y de nuevo regresaba al otro lado de la vidriera, donde el perfume femenino flotaba en el ambiente y todo el entorno estaba lleno de color y risas. Mark se dirigió de nuevo al despacho de Miranda.
Por culpa de su agente, de su padre y de Davina Mellas, debía “trabajar” en Stardust Miracle, al menos por unos días.
A la hora de la comida Miranda tenía redactada parte de un informe con las reacciones de las chicas ante el deportista y se alegró internamente de la jugada de su jefa.
—Supongo que será incómodo para ti salir a la calle a comer, ¿verdad? —El chico se encogió de hombros—. ¿Quieres que te pida algo para comer?
—Te quedarás conmigo en lugar de ir con tu novio, supongo.
—En verdad no es mi novio —confesó sin saber por qué—. Lo ha hecho al verme incomoda.
—¡Lo sabía! —Exclamó, aplaudiendo sonoramente y recostándose en el sofá de terciopelorosa que Miranda tenía en su despacho— Aunque... ese tipo está interesado en ti. Si no fuera así no habría ido a tu rescate.
Miranda no respondió. Sacó del cajón un par de panfletos de comida que reservaba para cuando debía quedarse en la oficina y se los ofreció para que eligiera.
No pasó demasiado hasta que el repartidor llegó con la comida.
La editora se acercó al sofá y se sentó al lado del muchacho.
—¿Por qué me odias? —Preguntó sin mirarla.
—No te odio. Es solo que no me gustan ni tu actitud, ni tus modales —respondió sincera.
—¿Sabes que soy muy rico?
—¿Puedo saber qué insinúas? —Mark sonrió de forma traviesa y miró sus piernas de forma lasciva—. Maldita sea, ¿me estás tratando de prostituta?
—No, bueno... Sería solo si quieres...
—¡Eres un maldito cretino!
No dejó que dijera nada en respuesta. Se levantó para alejarse de él cuanto antes, pero entonces el futbolista se puso en pie y empezó a aplaudir. La expresión de su cara cambió por completo, como si de repente fuera otra persona.
—Bien. Has pasado la prueba. Ahora sí que estoy dispuesto a trabajar contigo. —Miranda alzó una ceja con expresión de incredulidad—. No, no me mires así. ¿Tienes idea de la cantidad de personas que se acercan a mí sólo por mi fama o mi dinero? Lo de antes ha sido una actuación. Estaba dispuesto a largarme con el menor indicio de que eras una persona interesada y materialista, alguien en busca de sexo y fama con un famoso.
—No sé de qué vas, pero soy yo la que no piensa trabajar contigo.
Se acercó a él y le obligó a salir de su oficina.
Aquel estaba siendo un día terrible y deseaba con todas sus fuerzas que terminase pero, por suerte, en menos de una hora tenía una reunión con Bastian y era más que probable que su enfado se esfumase únicamente con su presencia.
Cansada de ver al cretino de Mark rondando su despacho, tomó todos los documentos necesarios y subió a la sala de reuniones.
Se sentía mucho más cómoda en la de colores, que era la de su revista, donde no había un ambiente frío y desagradable, donde el olor era dulzón y la iluminación era más acorde a la decoración.
El ejecutivo no tardó en llegar, y al entrar en la sala se sintió extraño, como fuera de lugar.
—¿Podríamos ir a un sitioun poco más... cómodo?
—Yo estoy bien aquí. —Su tono sonó algo hostil y no quiso replicar.
Miró a su alrededor y, poniendo una mueca de conformismo se acercó a uno de los pufs frente a Miranda. Buscó una forma de sentarse que no arrugase su traje, pero tan pronto como ella vio su expresión empezó a reír.
—¡Sólo déjate caer! —Se levantó y le empujó suavemente contra el asiento.
El pantalón que Sean le había llevado esa misma mañana a su oficina no era exactamente de su talla, y llevaba todo el día apretándole en sus partes nobles. Con el empujón de Miranda, la costura de la entrepierna presionó más de lo debido y su expresión se quedó totalmente pálida.
—¿Estás bien? —Preguntó conteniendo una sonrisa.
—Sí... sí.
—¿Seguro? Has sonado...
—El pantalón me queda pequeño y me ha aplastado...
La muchacha ya no pudo contenerse más y estalló en risas. Bastian había hecho desaparecer el mal humor como por arte de magia.
Se puso en pie y extendió las manos para ayudarle a incorporarse, pero cuando el ejecutivo tomó impulso y se levantó, la costura del pantalón se resquebrajó, dejando la ropa interior del hombre totalmente visible.
Ambos se miraron con expresión de sorpresa, pero esta vez fue él quien empezó a reír.
—Mucho mejor así, la verdad. Aunque es un poco vergonzoso que a un hombre le pase esto delante de... —ella alzó una ceja como si no supiera a lo que se refería— delante de una chica, ya sabes...
—Supongo que debes irte para cambiarte, ¿no?
—No. Puedo quedarme y trabajar contigo en ese artículo. Pero necesito que me hagas un favor, necesito tu americana para... ya sabes, taparme un poco. —Ambos sonrieron.
Llevaban horas a solas en aquella sala de colores. Continuamente reían por las ocurrencias del directivo y se quedaban completamente serios cuando sus manos se rozaban accidentalmente. Bastian la observaba sin que ella se diera cuenta. Llevaba un par de botones de la camisa sin abrochar, pero lo que más le llamaba la atención era poder intuir la forma y el color de su sujetador bajo la ropa.
Y además estaba su falda. Tenía la parte de abajo ligeramente levantada y, en el filo se intuían los bordes decorados de las medias, sujetos por el liguero. Sin poder evitarlo se imaginó a sí mismo besándola, levantándole la ropa y haciéndole el amor entre esos cojines de colores que llenaban la estancia.
Llevaba las manos a su frente cada dos por tres y soplaba, como si de repente hiciera mucho calor.
—¿Estás bien? —preguntó la editora, tocando su brazo.
—Sí, es que de pronto me siento... caliente.
—¿Te sientes mal?
—Me sentiré mal si seguimos así. Solos. Con tus medias asomando de forma provocativa por el borde de tu falda y con tu camisa haciendo volar mi imaginación.
—¡Eres un pervertido! —Exclamó ella. Apartándose deprisa. Adecentando su ropa y cubriéndose con las manos.
—Soy un hombre. Y tú...
—Yo me voy a casa —concluyó.
Miranda no esperaba esa respuesta de él y, aunque debía reconocer que había tenido cierto efecto en ella, no quería que la viese como a una chica fácil a la que pudiera seducir con cuatro insinuaciones.
Ni siquiera cogió su americana. Se marchó con sus documentos y no se detuvo para mirarlo ni una sola vez.
Poco después de llegar a casa sonó la puerta. Bastian venía a devolverle sus cosas.
La editora abrió la puerta y se apoyó en el marco con los brazos cruzados, sin decir una palabra.
—Lo siento, no debí ser tan sincero. No pensé que serías tan inocente. —se disculpó mientras le ofrecía su ropa de vuelta.
—No soy inocente.
—Ya... Bueno. Pasa buena noche, señorita Warhol.
—¡No soy inocente! —repitió, sintiéndose ofendida por ese «ya».
Bastian no añadió nada más. Sonrió y se metió en el ascensor.
—Maldito estúpido. ¿Inocente? Una chica inocente no se habría acostado con una docena de tíos, ni tendría pensamientos indecorosos. Una inocente no vestiría...
Entró en su apartamento, cerrando la puerta de un sonoro golpe y se dirigió a su habitación. Aquel era un día digno de que se terminase.