TODO ESO QUEDÓ ATRÁS
Julia se fue con su madre. Tuvimos una pelea bastante fuerte. Recogió algo de su ropa y arrancó. Hablamos poco pero demasiado duro. Nos ofendimos. Ha pasado una semana y no llama. Su madre vive en el campo y no tiene teléfono, creo que es el final. Al menos estoy relajado, pero al mismo tiempo me siento un poco depresivo. Es una sensación que se repite siempre que me veo solo. Quizás en la infancia mi madre me amenazaba: «Si sigues llorando me voy de la casa y te vas a quedar solo y en la oscuridad y el coco va a venir para comerte.» Y ese horror quedó en mi subconsciente, como un perro asesino, al acecho. Antes luchaba contra ese sentimiento porque quería ser un macho invulnerable. Pero con una madre posesiva y autoritaria, y un padre debilucho de carácter y escurridizo, es muy difícil ser Supermán. Es mucho mejor analizar el terreno y saber por dónde el enemigo puede penetrar y establecer sus cabezas de playa.
Hay carnavales en el Malecón. Unos carnavales tontos y tediosos. Seis semanas a lo largo de julio y agosto, con un calor asfixiante, sin gente disfrazada ni nada. Solo ¡y n te bebiendo y comiendo, y policías. Es como una parodia de los carnavales.
Espero que refresque y me entretengo leyendo un artículo sobre la esterilización masiva de indios abenakis, en Vermont. En los años veinte-treinta. Un tal Henry Perkins y una comisión los clasificaba como «deficientes, delincuentes, inferiores» y los esterilizaban sin que ellos lo supieran. Vermont debe de ser un lugar aburridísimo hoy en día.
Aquí no hay indios, pero quedamos algunos blancos supervivientes. Si aparece un negro nazi nos exterminan en dos generaciones. Por ahora todo va bien: nos mezclamos. Fabricamos mulatas y mulatos.
A eso de las seis se nubló y comenzó a llover con mucho viento. Era un aguacero torrencial. Cerré las ventanas y puse la Sinfonía número dos de Brahms, en Fa Mayor. Me serví un vaso de ron puro y observé detenidamente aquel torrente de agua, precipitándose sobre el mar y sobre la ciudad. Me muevo por la casa y dirijo la orquesta. Allegro non troppo. La dirijo perfectamente. ¡Esto es la vida! La soledad, la música perfecta, el ron, la furia del agua y los truenos. Y yo espléndido y maravilloso, ejemplar único. Todas mis mujeres siempre han sido pelandrujas de barrio que detestan las sinfonías y la ópera. Pero no importa. Aquí estoy yo solo. Emborrachándome con mi socio Brahms. Me quité el short y la camiseta y salí desnudo a la terraza, a empaparme en el diluvio frío. Los relámpagos y los truenos. Todo a mi alrededor es gris. Un torrente cerrado de lluvia cae sobre la ciudad, y escucho a Brahms vibrando. Allegro con spirito. ¡Qué cojones! ¡Yo, el mejor de todos! ¡¿Quién dice que no merece la pena?!
Escampó. Terminó la sinfonía. Me vestí y bajé al Malecón a seguir bebiendo. Había una multitud enorme, música diferente en cada quiosco. Un altoparlante de la policía repetía hasta la saciedad que retiraran un camión parqueado en un lugar inadecuado. Compré un vaso de ron y caminé hasta encontrar un sitio más tranquilo. Me senté a beber y a mirar. Cuando era niño nos disfrazábamos y salíamos en grupo y nos divertíamos muchísimo. Después prohibieron los disfraces. No recuerdo cuál fue el pretexto. Prohibieron muchas cosas en esa época, en los sesenta. Finalmente lograron que la gente se olvidara de los disfraces. Ya nadie recuerda qué son los carnavales. Ahora la gente sólo bebe mucho, come poco, fuma, camina, bebe más y más. Las mujeres y los hombres se miran a los ojos. Los gays miran a los ojos. Las lesbianas. Las viejas y los viejos. En fin, se respira lujuria. Está en el aire. Es evidente. A veces pienso que la vida aquí se reduce realmente a música, ron y sexo. Lo demás es paisaje.
Me soné unos cuantos buches de ron y me fui para casa de Gloria. Si seguía solo, caminando y bebiendo, me iba a complicar con alguna de aquellas mulatas alegres, lascivas y medio borrachas. No tengo ánimos esta noche para enfrentar gente nueva.
Cuando llegué, Gloria preparaba un baño con hierbas para despojar a su hermano. Está empatado con un mexicano que conquistó en la playa, aunque hizo las cosas de tal modo que el mexicano cree que él fue el conquistador. Ahora el tipo lo llama tres o cuatro veces al día. Le manda dinero y prepara los papeles para llevárselo a México. Mi cuñado es un mulato hermoso, de unos treinta años. No estudió, no trabaja, no le gustan las mujeres. Sólo le gusta bailar, reírse, escuchar música, revolotear como una mariposa. A veces creo que le extirparon el cerebro. Desde que conquistó al mexicano le repite a cualquiera:
—Se quedó loco conmigo. La tiene cortica como un bebé recién nacido, pero no importa, con la mía basta y sobra porque yo sí tengo para comer y llevar, jajajá. La tiene corta pero con el billete largo, jajajá... ¡Al fin me voy a vivir bien!
Ahora está tirado en la cama, pálido y destruido. Le pregunto a Gloria:
—¿Está enfermo?
—Mala vista y envidia. Es muy inocente. Le dice a cualquiera que se va para México y que le mandan dinero y que el tipo está arrebatado de amor, y que viajarán a Londres para casarse...
—Está medio muerto.
—Claro. Hace media hora le hizo el cuento a dos tortilleras amigas de él. Viejas y feas, que no consiguen viajar ni a Guantánamo. Saliendo ellas de la casa, cayó él en la cama, como una lechuguita en el horno. Vamos, ayúdame que voy a limpiarlo.
Cogió los mazos de hierba, mojados en el agua preparada:
—Malas influencias, malas corrientes, ¡siá, cará!
Se estremeció mientras mojaba el cuerpo desnudo de su hermano. Yo la ayudé porque el tipo estaba desmadejado. De verdad que era bellísimo. Se le podía perdonar que no tuviera cerebro y que fuera tan candido.
Gloria tembló unas cuantas veces. Si el muerto le bajaba se complicaba la cosa, porque la negra Estanislá, cuando se encarna en la materia, habla sin parar por lo menos una hora. Hay que buscarle una botella de aguardiente y un tabaco y hasta que no los termina no se va. Después de esos trances Gloria se queda agotada y no recuerda nada. Ahora el muerto no pudo entrar en la materia. Gloria rezó y la alejó. Dio fuego a un tabaco y acabó de despojarlo con el agua preparada con hierbas de siete tipos, ron, cascarilla, flores blancas, azúcar, canela, perfumes y no sé cuántas cosas más. Le sopló encima el humo del tabaco, rezando a tres santos diferentes y a las comisiones africanas. El tipo se recuperó por completo en diez minutos. Después se despojó ella, se vistió y se perfumó y vino hasta mí, sonriendo:
—¡Listo! Vamonos pa' los carnavales que tengo ganas de tomar cerveza.
—¿Y cómo tú sabes que yo quería ir?
—Me lo estás diciendo desde que llegaste.
—No te hagas la bruja. Yo no he abierto la boca.
—Tú me hablas con los ojos, papito. Vamos.
Nos fuimos para los carnavales. Nos conocimos hace tres o cuatro años. Ella era camarera en el Aeroclub, cerca del aeropuerto. Yo iba un par de veces por semana. Es un lugar agradable, con aire acondicionado. Siempre hay extranjeros y yo vendía uno o dos cuadros, al tiempo que me tomaba unas copas y seducía a Gloria. Fue una buena etapa. Estaba comenzando con Julia y éramos felices. Y me entraba dinero todas las semanas. No hacía falta nada más. Amor, dinero y salud. Cuando las cosas van bien, el espíritu se expande, uno respira a pleno pulmón y se siente como un rey.
Gloria y yo nos gustamos desde que nos vimos. Fuimos a la cama esa misma noche y aquello fue espléndido. Todo ha sido lento y sin compromisos. Ella ha tenido otros hombres. Sobre todo extranjeros, que le pagan bien. Es muy hábil para sacar dinero de los bolsillos masculinos. Es algo natural en ella, y es lo único que ha hecho en su vida. Salvo pequeñas etapas en que ha trabajado sirviendo en bares y cafeterías. Lo mejor es que siempre hemos tenido las cuentas claras: ella tiene libertad y yo también. Pero de un tiempo a la fecha las cosas han cambiado de tono. Ahora Gloria tiene diez semanas de embarazo. Me jura que es mío y que lleva muchos meses de fidelidad total porque me adora y yo soy el hombre de su vida. Esto se ha complicado mucho.
Siente asco por el cigarro, por la comida, por el ron. A veces vomita y se ha puesto monotemática: sólo habla del niño, la dieta, la nutrición extra, la canastilla, los pañales, las pruebas de alfa-feto. Yo no entiendo, pero la escucho. La quiero y me siento demasiado bien con ella. A pesar de la barriga, somos dos animales salvajes en la cama, o en las sillas, o donde sea. Pero no estoy seguro de que el feto sea mío. O no quiero estar seguro.
—Tú siempre has sido una callejera, Gloria.
—No me hables así. Tú eres el hombre de mi vida y quiero olvidar el pasado.
—¿Por qué estás tan segura de que es mío?
—Te lo he dicho cincuenta veces y tú no me crees.
—Ahhh..., Gloria, carajo.
—Hace muchos meses que no tengo más hombres. Me dan asco todos los hombres. Todos. Sólo quiero estar contigo. ¿Cómo te lo voy a decir?
—¿Te dan asco? ¿Desde cuándo tú eres tan escrupulosa?
—Hace mucho tiempo. Me dan asco.
—Uhmmm..., no te creo.
—Sigue desconfiando. Tú eres muy siniestro y vas a terminar loco.
—¡¿Yo siniestro?!
—Sí, sí. Siniestrísimo.
No lo creo. No soy siniestro y no voy a terminar loco. Quizás lo que necesito es una mujer como ella: dulce, llena de amor y serenidad. Y con los pies bien puestos en la tierra. Cuando estoy con ella la rabia desciende hasta un nivel soportable. Tengo muchas cicatrices. Supongo que es un problema mío y no depende de mujeres dulces o amargas. De todos modos, sea como sea, me siento muy bien con Gloria y muy mal con Julia, pero no me atrevo a tomar decisiones. Dejo correr el tiempo. En la juventud uno es cortante y rápido. No piensa mucho y no le preocupa a quién hace daño. Después de los cincuenta uno calcula más. Mientras, el feto crece. Absorbe minerales, calcio, vitaminas, hierro, fósforo. Traga de todo por el cordón umbilical y flota en su letargo acuático hasta que le toque el momento de salir a escena.
Ya era de noche. Había refrescado bastante. La música sonaba estridente y todos bailaban. Repetían hasta el cansancio dos o tres canciones de moda. Compré ron para mí y cerveza para Gloria. Nos abrimos paso poco a poco entre la multitud y caminamos hasta el castillo de La Punta. Gloria se colgó de mi brazo y yo me sentía orgulloso. Es hermosa: medio mulata, medio gitana, medio india, treinta y dos años, el pelo negro y rizado, pequeña, delgada, dulce, femenina, culona.
Entre el castillo de La Punta y el mar hay un pequeño parque con bancos, muy oscuro. No metimos por allí. Algunas parejas conversaban, otros se besaban, otros se acomodaban de frente para templar. Amores furtivos. Sexo furtivo. Pasiones furtivas. Algunos hombres solitarios se hacían pajas furtivas.
Nosotros empezamos. Gloria siempre me lo pide. Le gusta ver a los pajeros a tres metros, con los ojos desorbitados, matándose. La excita mucho. Me la mamó un poco, hicimos algo más. Había demasiada gente en lo mismo. Dos pajeros se acercaron más aún. Gloria se excitó mucho al verlos dándole al material y les mostró las nalgas un buen rato. Cuando era más joven le decían «Culo de Toro». Era famosa por el culo y le sacó mucho dinero. Estuvimos un buen rato en eso y nos fuimos a buscar más ron y cerveza.
Salimos caminando, se acaricia la barriguita, que crece por día, y me dice:
—Papi, si sale niña le ponemos Bratislava.
—Ah, no jodas, Julia.
—¿Cómo que Julia, chico? ¿En qué estás pensando?
Nos quedamos en silencio un buen rato y seguimos caminando. Entonces le pregunto:
—Oye, ¿de dónde sacaste eso de Bratislava?
—Mi padre siempre me decía que es un nombre muy bonito para una niña.
—¿Tú sabes lo que es Bratislava?
—No. A él también le gustaban Seriocha, Katia. Decía que eran nombres rusos.
—Tú padre está quimbao.
—Más quimbao estás tú. Por cierto, ayer llegó un sobre con fotos.
—¿Le va bien en Miami?
—No está en Miami.
—Bueno, donde sea, en Yuma.
—En Nueva Jersey. Nos ha mandado fotos en la nieve.
Tuvimos que regresar a casa. Una barrera de policías cerraba el paso hacia el Malecón. Querían terminar temprano el carnaval esa noche. Una brigada de barrenderos limpiaba la calle apresuradamente, como si en ello les fuera la vida. Me pareció que tenían caras de locos. La gente abandonaba el carnaval lentamente y con desgana. Serían las doce de la noche y nadie se explicaba aquello.
En casa quedaba un poco de ron. Puse un disco de Tina Turner cantando country y me fui a la cocina. Improvisé un shop suey con frijolitos chinos, cebollas y salchichas de pollo. Nos sentamos a comer en la azotea, frente al mar. Después bebimos ron con jugo de naranja. Nos sentíamos bien. Son buenos momentos. Y no importa lo demás.
—¿Te has enamorado muchas veces, Gloria?
—Pues... no sé.
—Sí sabes. Uno siempre sabe.
—De esas cosas no se habla.
—Se habla de todo, Gloria. No jodas.
—Después te pones celoso y, para desquitarte, lo escribes en una novela. Rabiando. Y me entras a latigazos. No, papá. Ya te conozco. No vas a escribir más novelas conmigo.
—No voy a escribir nada de eso ni te voy a dar latigazos. Hay cosas que no se tocan.
—Acabas de decir que se habla de todo. ¿Ya ves que eres siniestro y mentiroso?
—Ahh.
—Ahh, nada. Te cogí en tu mentira. A ver, dime tú primero.
—¿Yo? Cuatro o cinco veces. Contigo es la quinta o la sexta.
—Los hombres se enamoran muy fácil. Y se desenamoran muy rápido también.
—No es así.
—Sí es así. Las mujeres somos más...
—Consistentes.
—Más firmes.
—Tal vez. Dime tú ahora.
—¿No te pones celoso? ¿Puedo confiar en ti?
—Seguro.
—He tenido muchísimos hombres. No sé cuántos, pero no me he enamorado a fondo jamás. Pasiones y caprichos.
—¿Por qué?
—Siempre he estado en ambientes malos. En bares, cafeterías, en casas de..., tú sabes. Los hombres me enamoraban para sacarme dinero. Chulos, delincuentes, mierda.
—¿Y con los extranjeros?
—Igual o peor. Pagaban. Les montaba mi teatro y adiós.
—¿Nunca tuviste un romance?
—Muchos creían que sí. Los hombres son ingenuos y se creen todo lo que una dice.
—Será algún imbécil. ¿A quién se le ocurre creerle a una puta que estás pagando?
—No me digas puta. Yo no soy puta. Todo eso quedó atrás.
—¿Estás enamorada?
—Me siento tan bien contigo que no te lo imaginas.
Nos besamos. Calentamos un poco y nos fuimos a la cama. Hicimos el amor lenta y dulcemente. Hablamos mucho mientras lo hacemos. En algún momento me dijo:
—Yo quiero que seas mi papá.
—Yo soy tu marido.
—Mi marido y mi papá. Cuídame y cómprame una muñeca.
—Mañana te voy a regalar una muñeca.
Se me puso más dura y nos apretamos mucho más y llegué bien a fondo. Empezamos a tener juntos un orgasmo. Entonces me dijo:
—¡Así, papi, así! ¡Viólame y dame golpe, golpéame!
Tuvimos un orgasmo muy largo y frenético. Terminamos exhaustos. Se quedó dormida. Desnuda y boca abajo en la cama. Preparé otro trago de ron con hielo y naranja. Salí un rato a la azotea, a mirar el mar y la noche, como siempre, es un vicio. Los barrenderos trabajaban rápido limpiando el Malecón.
Regresé al cuarto con el vaso en la mano. Gloria duerme profundamente, boca abajo. Es hermosa. Le queda mucho de su culo de toro. Me gusta así. Siempre me pareció cínica, con el corazón de piedra. Una mujer dura, que puede complicar la vida de cualquier hombre. Ahora la siento mucho más frágil y vulnerable. Creo que hacemos una buena combinación. ¿Cuál de las dos es la real? ¿Existirán las dos? ¿Una dentro de la otra?
La Habana 1999-2001

EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA
Diseño de la colección: Julio Vivas
Ilustración: foto © Uwe Ommer
© Pedro Juan Gutiérrez, 2002
© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2002 Pedro de la Creu, 58 08034 Barcelona
ISBN: 84-339-2498-2 Depósito Legal: B. 10769-2002
Printed in Spain
I iberduplex, S. I... Constitució, 19, 08014 Barcelona