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Selección del «Times» de Nueva York del 23 de junio

EL PRESIDENTE NIEGA QUE EXISTA UN PELIGRO EN LA ACELERACIÓN CEREBRAL

«Conservar la calma, seguir cada cual en su puesto», aconseja la Casa Blanca.

No hay daño alguno para los humanos en el cambio.

Los científicos de los Estados Unidos trabajan sobre el problema.

Los expertos respondieron pronto.

LA BAJA DE LOS VALORES EN EL MERCADO PREOCUPA A WALL STREET LAS TROPAS CHINAS SE AMOTINAN

El Gobierno comunista declara el estado de alarma.

EN LOS ÁNGELES SE FUNDA UNA NUEVA RELIGIÓN

Sawyer se proclamo a sí mismo «Tercer Baal». Millares de asistentes al mitin de masas.

TIESENDEN PIDE UN GOBIERNO MUNDIAL

Los separatistas de Iowa derrotan la oposición en un discurso en el Senado.

JOHNSON DICE QUE EL GOBIERNO MUNDIAL EN EL PRESENTE ES IRREALIZABLE

El senador de Oregon derrota la oposición anterior.

REBELIÓN EN EL ESTABLECIMIENTO DE LOS RETRASADOS MENTALES DEL ESTADO

MOTÍN EN ALABAMA

El descenso de las ventas hace que bajen los valores y los precios.

Los Estados Unidos en peligro de una baja repentina de los precios.

Conferencia.

Todo el mundo estuvo trabajando hasta tarde, y dieron las diez antes que la reunión a la cual había invitado Corinth en su casa estuviera a punto de empezar. Sheila había insistido en ofrecer los acostumbrados sándwich y el café de su buffet; después se sentó en un rincón hablando bajito con Sarah Mandelbaum. Sus ojos erraban de cuando en cuando hacia sus respectivos esposos, que estaban jugando al ajedrez, y había en su mirada una insinuación de temor.

Corinth estaba jugando mejor de como solía hacerlo antes. De ordinario, él y Mandelbaum eran una pareja muy igualada. La estrategia lenta y cuidadosa del físico compensaba la valentía enervante del organizador. Pero aquella noche el más joven estaba demasiado distraído. Hacia planes que hubieran agradado a Capablanca, pero Mandelbaum los adivinaba y arremetía brutalmente contra sus defensas. Corinth, al fin, suspiró y se recostó en su sillón.

– Me rindo – dijo -. Sería mate en siete jugadas.

– No será así – Mandelbaum señaló con su dedo nudoso el alfil de rey – si lo mueves hacia allí y luego…

– ¡Ah, sí Tienes razón. Pero no importa. Simplemente no estoy de humor para jugar. ¿Qué le impedirá venir a Nathan?

– Ya vendrá. Ten calma.

Mandelbaum se trasladó a un sillón y empezó a cargar la gran cazoleta de su pipa.

– No sé cómo puedes estar sentado ahí de ese modo cuando…

– ¿Cuando el mundo se hace pedazos en torno mío? Mira, Peter: ha estado haciéndose pedazos desde cuando yo lo recuerdo. Pero hasta ahora, en este episodio particular, no han asomado los cañones.

– Sin embargo, pueden asomar todavía.

Corinth se levantó y quedó en pie mirando por la ventana, con las manos cruzadas a la espalda y los hombros hundidos Los inquietos resplandores de las luces de la ciudad hacían que se recortara contra la negrura. – ¿No lo comprendes, Félix? Este nuevo factor, si logramos sobrevivir a él, cambiará enteramente la base de la vida humana. Nuestra sociedad fue edificada por un tipo determinado de hombres y para un tipo determinado. Pero ahora el hombre se ha convertido en otra cosa.

– Lo dudo – el ruido de una cerilla rascada en la suela del zapato de Mandelbaum era sorprendentemente fuerte -. Seguimos siendo todavía el mismo animal de antes.

– ¿Cuál era tu I.Q. antes del cambio?

– No lo sé.

– ¿No hiciste nunca un test?

– Sí, por descontado. Solía hacerlos de cuando en cuando para conseguir este o aquel trabajo, pero nunca pregunté los resultados. ¿Qué es I.Q. sino los tantos que se alcanzan en un test de I.Q.?

– Es más que eso. Se mide en él la capacidad para el manejo de datos y para comprender y crear abstracciones.

– Si uno es de raza caucásica o tiene una preparación cultural euroamericana occidental. Es para lo que ha sido ideado el test, Peter. Un bosquimano de Kalahari se rei ría si supiera que se omitía en él la capacidad para buscar agua. Para él es más importante que la capacidad de jugar con los números. Yo no subestimo la lógica y los aspectos visualizadores de la personalidad, pero no tengo en ella tu fe conmovedora. Hay en el hombre más que eso, y un mecánico de un garaje puede ser un tipo mejor como superviviente que un matemático.

– Superviviente ¿en qué condiciones?

– En cualquiera. Adaptabilidad, reciedumbre, agilidad…, esas son las cosas que cuentan mas.

– Creo que la bondad significa mucho – dijo Sheila tímidamente.

– Es un lujo. Y lo siento, aun cuando, naturalmente, son esos lujos los que nos hacen humanos – dijo Mandelbaum -. ¿Bondad para quién? A veces hay que desatarse y ser violento. Algunas guerras son necesarias.

– No lo serían si los hombres fueran más inteligentes – dijo Corinth -. No teníamos por qué haber luchado en la segunda guerra mundial si Hitler hubiera sido detenido cuando penetró en Renania. Una división le hubiera echado por tierra. Pero los políticos eran demasiado estúpidos para prever…

– No – dijo Mandelbaum -. Es simplemente que había razones por las cuales no era…, digamos, conveniente recurrir a esa división. El noventa y nueve por ciento de la raza humana, e importa poco lo inteligentes que sean, harán las cosas que les convengan, en lugar de las cosas sensatas, y se engañarán a si mismos pensando que pueden escapar de algún modo a las consecuencias. Estamos simplemente hechos de ese modo. Y además el mundo está demasiado cargado de viejos odios y supersticiones, y hay tantas gentes que son buenas y tolerantes y obran en consecuencia que es asombroso que a través de la historia el infierno no se haya desbordado con más frecuencia – en su voz había un dejo de amargura -. Acaso la gente práctica, los que se adaptan, tengan a fin de cuentas razón. Quizá sea realmente lo más moral ponerme yo primero, y mi mujer y mi pequeño Hassan con las piernas arqueadas. Como lo hizo uno de mis hijos. Ahora está en Chicago. Se cambió el nombre y se chafó la nariz. No estaba avergonzado de sus padres, pero salvó a su familia sí mismo de una porción de contrariedades y humillaciones. Y honradamente no sé si admirarle por su reciedumbre mental para la adaptación o llamarle una cría de invertebrado.

– Nos estamos alejando mucho del tema – dijo Corinth, desconcertado -. Lo que queremos hacer esta noche es tratar de valorar eso hacia lo cual nosotros, el mundo entero marcha – movió la cabeza -. Mi I.Q. ha pasado de ciento sesenta anterior a doscientos en una semana. Pienso en cosas que no se me ocurrieron nunca antes. Mis antiguos problemas profesionales se han vuelto ridículamente fáciles. Solo que todo lo demás es confuso. Mi mente sigue errando por las más fantásticas cadenas de pensamientos, algunos de los cuales son totalmente disparatados y morbosos. Estoy tan nervioso como un gato, me lanzo hacia cualquier sombra y me asusto sin ninguna razón para ello. De cuando en cuando tengo vislumbres a cuya luz todo parece grotesco…, como en una pesadilla.

– Todavía no estás ajustado a tu nuevo cerebro, eso es todo – dijo Sarah.

– Yo siento lo mismo que Peter – dijo Sheila; su voz era delgada y medrosa -. No merece la pena.

La otra mujer se encogió de hombros y extendió los brazos.

– A mí me parece que es algo divertido.

– Es cuestión de la personalidad básica, que no ha cambiado – dijo Mandelbaum -. Sarah ha sido siempre muy apegada a la tierra. Tú, querida, no tomas simplemente en serio tu nueva alma. Para ti el poder de abstracción mental es un juego. Tiene poco que ver con las importantes cuestiones del trabajo casero – exhaló el humo y se formó en su rostro una red de arrugas mientras bizqueaba entre el humo -. Y yo quedé locamente fascinado como tú, Peter, pero no dejé que eso me molestara. Es solo una cuestión fisiológica y no tengo tiempo para tales chapucerías. Por lo menos según van ahora las cosas. Todo el mundo en el sindicato parece venir con alguna idea disparatada sobre cómo debemos llevar los asuntos. A uno de los electricistas se le ocurrió ir a la huelga y derrocar al Gobierno entero. Alguno hasta me disparó un revólver el otro día.

– ¿Eh? – se le quedaron mirando.

Mandelbaum se encogió de hombros.

– Fue un tiro al aire. Pero algunos se están volviendo locos y otros se están volviendo miserables, aunque la mayoría están simplemente asustados. Los que, como yo, estamos tratando de capear la tormenta y mantener las cosas tan cerca de lo normal como sea posible, nos hallamos destinados a crearnos enemigos. La gente piensa hoy mucho más, pero no piensa derechamente.

– Sin duda – dijo Corinth -. El hombre medio… – empezó a decir cuando sonó el timbre de la puerta -. Deben de ser ellos – dijo -. Pasen.

Helga Arnulfsen entró. Su talla esbelta ocultó por un momento la sólida corpulencia de Nathan Lewis. Parecía tan serena, suave y dura como antes, pero en su rostro se marcaban unas ojeras profundas.

– Hola – dijo en tono indiferente.

– No te has divertido, ¿eh? – preguntó Sheila con afecto.

– Pesadillas.

– Yo también – corrió un estremecimiento por la pequeña figura de Sheila. – ¿Qué hay del psicólogo que ibas a traer? – preguntó Corinth.

– Se negó a venir a último momento – dijo Lewis -. Tenía cierta idea para una nueva prueba de inteligencia. Y su compañero de trabajo estaba demasiado ocupado haciendo pasar a las ratas por laberintos. Pero no importa. En realidad, no los necesitamos.

Era el único de todos que parecía estar sin preocupaciones ni malos presagios, demasiado afanado por lanzarse a los nuevos horizontes que se habían abierto de pronto para preocuparse de sus propias contrariedades. Fue andando hacia el buffet, cogió un sándwich y lo mordió.

– Hum, delikat. Sheila, ¿por qué no dejas en la estacada a ese gran bebedor de agua y te casas conmigo?

– ¿Cambiarlo por un gran bebedor de cerveza? – repuso ella, riendo estremecida.

– ¡Touché! Tú has cambiado también, ¿verdad? Pero realmente debiste haberme tratado mejor. Digamos un gran bebedor de whisky al menos.

– Después de todo – dijo Corinth sombríamente -, no estamos aquí para ninguna finalidad determinada. Yo había pensado solo en una discusión general que podría esclarecer el asunto en la mente de todos y acaso darnos algunas ideas.

Lewis se instaló en la mesa.

– He visto que el Gobierno ha admitido al fin que pasa algo – dijo, haciendo un ademán hacia el periódico que yacía a su lado. Han tenido que hacerlo, me figuro, pero el reconocerlo no ayuda en nada a los que sienten pánico. La gente está asustada. No saben qué puede esperarse y…, bueno, al venir hacia aquí vi a un hombre que corría gritando por la calle, vociferando que había llegado el fin del mundo. En el Central Park ha habido un mitin de proporciones monstruosas. Tres borrachos estaban alborotando a la puerta de un bar y no había ningún guardia a la vista que les hiciera callar. He oído sirenas de alarma; había grandes resplandores por la parte de Queens.

Helga encendió un cigarrillo, contrayendo las mejillas y cerrando casi los ojos.

– John Rossman está en Washington ahora – dijo. Y un momento después añadía, dirigiéndose a Mandelbaum -: Vino al Instituto hace unos días y pidió a nuestros chicos listos que investigaran el asunto, pero que mantuvieran en secreto sus hallazgos. Luego partió en avión a la capital. Con su influencia obtendrá de nosotros la historia completa de todo esto, si hay alguien que pueda hacerlo.

– No creo que pueda decirse que sea una historia todavía, a decir la verdad – dijo Mandelbaum -, Se trata solo de menudencias, de lo que todos hemos experimentado en el mundo entero. En conjunto suponen una enorme catástrofe, pero no hay cuadro completo de ella.

– Bastará con esperar – dijo Lewis jovialmente -. Tomó otro sándwich y una taza de café -. He predicho que en el plazo de una semana las cosas van a empezar a ser un pequeño infierno.

– El hecho es… – Corinth se levantó del sillón, en el cual se había dejado caer, y empezó a pasear por la habitación -. El hecho es que el cambio no ha terminado. Sigue todavía en marcha. Hasta donde nuestros mejores instrumentos pueden indicarlo (aun cuando no son demasiado exactos, en parte porque ellos mismos han sido afectados) el cambio hasta se ha acelerado.

– Dentro de los limites del error, creo que veo mas o menos un avance hiperbólico – dijo Lewis -. Acabamos de empezar, hermanos. En la forma que vamos tendremos todos un I.Q. en la proximidad de cuatrocientos dentro de otra semana.

Permanecieron durante largo rato sin hablar. Corinth quedó con los puños cerrados y los brazos caídos a sus costados, y Sheila, dando un leve grito inarticulado, corrió hacia él y se asió a su brazo. Mandelbaum exhalaba nubes de humo y fruncía el ceño a medida que se iba haciendo cargo de la información. Tendió una mano para acariciar a Sarah y ella la estrechó agradecida. Lewis sonrió junto al sándwich y siguió comiendo. Helga permanecía sentada e inmóvil. Las prolongadas y limpias curvas de su rostro se habían tornado indeciblemente inexpresivas. La ciudad resonaba con ruido amortiguado.

– ¿Qué va a ocurrir? – dijo al fin Sheila en un susurro. Estaba temblando y ellos lo veían -. ¿Qué nos va a pasar?

– Solo Dios lo sabe – dijo Lewis, no sin amabilidad.

– ¿Seguirá todo aumentando siempre? – preguntó Sarah.

– No – repuso Lewis -. No es posible. Se trata de que las cadenas de neuronas han acrecentado su velocidad de reacción y la intensidad de las señales que transmiten. Pero la estructura física de la célula no puede admitir tanto. Si son estimuladas así… será la locura, seguida de la idiotez y de la muerte.

– ¿Hasta dónde podemos llegar? – preguntó con sentido práctico Mandelbaum.

– No lo puedo decir. Los mecanismos del cambio y el de las células nerviosas no son conocidos suficientemente bien. En todo caso, el concepto de I.Q. es válido solamente dentro de una extensión limitada. Hablar de un I.Q. de cuatrocientos, en realidad no tiene sentido. La inteligencia a ese nivel no puede ser ya inteligencia en absoluto, tal y como nosotros la conocemos, sino alguna otra cosa.

Corinth había estado demasiado atareado con su propio trabajo de mediciones físicas para percatarse de lo mucho que la sección de Lewis sabía y teorizaba. El aterrador conocimiento empezaba solo adentrarse en él.

– Olvidemos los resultados últimos – dijo Helga tajantemente -. Puesto que no podemos hacer nada acerca de eso. Lo más importante ahora es: ¿cómo mantendremos la civilización en marcha? ¿Cómo comeremos?

Corinth asintió con un gesto, dominando la oleada de pánico que le invadía.

– Hasta ahora nos ha hecho marchar la simple inercia social – asintió -. Muchas personas continúan en sus quehaceres cotidianos porque no hay ninguna otra cosa posible. Pero cuando las cosas realmente empiecen a cambiar…

– El conserje y el ascensorista del Instituto dejaron su trabajo ayer – dijo Helga -. Decían que era demasiado monótono. ¿Qué ocurrirá cuando todos los conserjes y todos los basureros, y los cavadores, y los trabajadores en cadena decidan abandonar su trabajo?

– Todos no querrán dejarlo – dijo Mandelbaum. Vació las cenizas de su pipa y fue a buscar un poco de café -. Algunos tendrán miedo de hacerlo y otros tendrán el sentido común de comprender que tenemos que seguir marchando. Algunos…, bueno, no puede darse una respuesta fácil a esto. Admito que estamos en un difícil período de transición cuando menos: gentes que renuncian a su trabajo, gentes que se asustan, que se vuelven locas en un sentido o en otro. Lo que necesitamos es una organización local interina que nos ayude a pasar los meses próximos. Creo que los sindicatos podrían ser el núcleo… Me ocupo de eso, y cuando tenga a mis muchachos metidos en vereda voy a acercarme a City Hall para ofrecer nuestra ayuda.

Tras un silencio, Helga miró a Lewis.

– ¿Siguen sin saber las causas de todo esto?

– ¡Ah!, sí – dijo el biólogo -. Hay cierto número de ideas, pero no existe posibilidad de escoger entre ellas. Tendremos simplemente que pensar y que estudiar un poco más. Eso es todo.

– Es un fenómeno físico que abarca cuando menos todo el sistema solar – declaró Corinth -. Los observatorios han llegado a dejar sentado nada menos que esto mediante los estudios espectroscópicos. Es posible que el sol, en su órbita en torno del centro de la galaxia, haya entrado en cierto campo de fuerza. Pero por razones teóricas…, ¡qué diablos!, no quiero echar mano de la teoría general de la relatividad hasta que tenga que hacerlo… Por razones teóricas me inclino a creer que es más posible que hayamos salido de un campo de fuerza que retrasaba la propagación de la luz y que afecta de otro modo a los procesos electromagnéticos y electroquímicos.

– En otras palabras – dijo Mandelbaum lentamente -, ¿estamos iniciando actualmente un estado normal de actividades? ¿Todo nuestro pasado ha sido vivido en condiciones anormales?

– Quizá. Solo que, naturalmente, esas condiciones son normales para nosotros. Estamos comprendidos en ellas. Podemos ser como peces de profundidad, que revientan si son sacados de la presión habitual.

– ¡Vaya! ¡Un pensamiento agradable!

– No creo que tenga miedo de morir – dijo Sheila en voz baja -, pero cambiar de ese modo…

– No pierdas los estribos – dijo Lewis tajantemente -. Creo que este desequilibrio va a hacer que muchísima gente se vuelva verdaderamente loca. No seamos uno de ellos.

Quitó con un golpecito la ceniza de su puro.

– En el laboratorio hemos averiguado algunas cosas – prosiguió en tono exento de pasión -. Como dice Peter, es algo físico. O bien un campo de fuerza o la falta de este, que afecta a las interacciones electrónicas. El efecto, cuantitativamente, es ahora bastante pequeño. Las reacciones ordinarias químicas marchan como antes, en efecto, y no creo que haya sido detectado ningún cambio significativo en la velocidad de las reacciones inorgánicas. Pero cuanto más compleja y delicada sea una estructura, tanto más siente esos ligeros efectos.

– Debes haber observado que últimamente eres más enérgico. Hemos hecho pruebas sobre el metabolismo básico de las ratas y ha aumentado. No mucho, pero algo. Vuestras reacciones motoras son más rápidas también, aun cuando uno no pueda haberlo notado, porque su sensación subjetiva del tiempo también ha sido acelerada. En otras palabras, no ha habido mucho cambio en las funciones glandulares, vasculares y otras puramente somáticas; solo lo justo para que se sienta uno nervioso. Y ya se ha adaptado uno a eso perfectamente, si no ocurre nada más. Por otra parte – prosiguió -, las células más altamente organizadas, las neuronas, y entre todas las neuronas aquellas del córtex cerebral, han sido muy afectadas. La velocidad de percepción se eleva; se mide esta en psicología. Habrán observado cuánto más de prisa se lee. El tiempo de reacción para todos los estímulos es menor.

– Lo he sabido por Jones – asintió Helga fríamente -, que ha comprobado una estadística de accidentes de tráfico la semana pasada. Era verdaderamente baja. Si las gentes reaccionan más de prisa, serán, naturalmente, mejores conductores.

– ¡Hum! – exclamó Lewis -. Hasta que empiecen a cansarse de andar por ahí a ochenta por hora y quieran ir a ciento veinte. Entonces no habrá más accidentes, pero aquellos que haya…, ¡hum!

– Las gentes son más inteligentes – empezó a decir Sheila – y saben de sobra que…

– Temo que no sea así – le interrumpió Mandelbaum moviendo la cabeza -. La personalidad básica no cambia. ¿No es así? Y las gentes inteligentes han hecho siempre algunas lindas estupideces. Y maldades también de cuando en cuando, lo mismo que cualesquiera otras. Se puede ser un científico brillante, pongamos por caso, pero eso no impide que descuide su salud o que impulsen atolondrada o protectoramente a los espiritualistas.

– O que voten a los demócratas – asintió Lewis riendo entre dientes -. Eso es correcto, Félix. Con el tiempo no cabe duda de que un acrecentamiento de la inteligencia afectaría a toda la personalidad, pero de momento no impedirá las debilidades, ignorancias, perjuicios, lágrimas o ambiciones de nadie. Le dará solo más energía, fuerza e inteligencia para hacer lo que le plazca, lo cual es una de las causas de que la civilización esté en quiebra.

Su voz tomó un tono seco y didáctico:

– Volviendo a donde estábamos, el tejido vivo más altamente organizado del mundo es, naturalmente, el del cerebro humano, la materia gris, sede de la consciencia, si ustedes quieren, si la teoría de Peter es justa. Este percibe el estímulo o la falta de estimulo de cuanto existe. Sus funciones se acrecientan fuera de toda proporción con el resto del organismo. Acaso no saben lo compleja que es la estructura del cerebro humano. Pues créanme: es algo que hace que el universo sideral parezca una arquitectura de juguete para niños. Hay muchas veces más posibilidades de conexiones interneurónicas que átomos en el universo entero; el factor es algo así como diez con relación a la potencia de varios millones. No es sorprendente que un cambio ligero en electroquímica, demasiado ligero para originar una diferencia importante para el cuerpo, pueda modificar la naturaleza completa de la mente. Miren lo que un pequeño narcótico o el alcohol puede hacer, y luego recuerden que este nuevo factor opera en la verdadera base de la existencia celular. La cuestión realmente interesante es si una función tan finamente equilibrada podrá sobrevivir a un cambio o no.

No había en su voz acento de temor, y sus ojos, tras las gruesas lentes, tenían un destello de excitación despersonalizada. Para él esto era un puro asombro. Corinth se lo imaginó moribundo, pero tomando notas clínicas sobre sí mismo mientras la vida se extinguía.

– Bueno – dijo el físico opacamente -, lo sabremos muy pronto.

– ¿Cómo podéis estar sin más ahí sentados ha blando de ese modo? – exclamó Sheila, con la voz estremecida de horror.

– Querida muchacha – dijo Helga -, ¿crees que en estos momentos podemos hacer otra cosa?