XIV

Un centinela les llevó el desayuno, mientras otro se mantenía a la expectativa, cubriendo al primero. El alimento consistía, principalmente, en raciones espaciales; pero cuando menos, estaba caliente y Collie devoró la suya con apetito de lobo. Todavía recordaba vagamente la larga noche de sueño, y el final de la tensión relajarse en su interior. Cuando los guardias se marcharon, hizo una amistosa mueca a O’Neil. Ivanovitch había vuelto a la cama donde ya roncaba atronadoramente; Lois permanecía sentada en el filo de su cama, silenciosa y en calma, observando al irlandés ir de un lado a otro paseando nerviosamente.

- ¡Al infierno con todo esto! -restalló finalmente volviéndose hacia Collie con los ojos encendidos-. Tenemos que escapar de aquí. Es preciso que avisemos a nuestra nave…

- Ah, sí, claro; pero, ¿quieres decirme cómo? -Collie bostezó, concentrándose después sobre sí mismo-. Mira, Tom, nos hallamos encerrados en una nave custodiada por un buen puñado de hombres armados. Es indispensable cruzar el desierto, y eso significa el empleo de un traje a presión. No un traje cualquiera, sino los nuestros, hechos a medida. Ya me dirás cómo hacemos esto.

- ¿Es que…, te has entregado…, ya?

- No, amigo. Sólo estoy usando mi cabeza un poco. -Y Collie pensó en el acto si en realidad quería significar tal cosa con lo que había dicho.

- Es posible que a ti no te importe dormir con un centenar de mujeres que te asignen esos siberianos; pero con Lois es diferente…

La joven apartó la mirada.

- Por favor, Tom…

Collie se mordió los labios. No había considerado el problema desde aquel ángulo. Sí…, la cosa era muy distinta para una mujer. A menos que…

- Tal vez pretenden criar niños en tanques especiales -dijo Collie, aventurando una opinión-. He oído hablar sobre eso…

- Ectogénesis…, sí, supongo que es algo que podría desarrollarse. -Y el irlandés se dejó caer en una silla-. ¿Y qué? ¿Es que no te preocupa para quién tienes que trabajar?

Collie hizo una pausa, buscando una respuesta. Desde luego, la sociedad siberiana no debería ser muy atractiva; pero tendría a sus miembros privilegiados sobre todo, en las primeras generaciones, y él podría, probablemente, ser uno de ellos. Y además, estaría en la Tierra, la Tierra de los campos verdes, la hermosa Tierra, la Tierra de los altos cielos; de las noches de verano, de los plácidos otoños y la dulce lluvia. Sí, aquello será el verdadero hogar.

La chica sacudió la cabeza, haciendo brillar el bronce de sus cabellos. Mirándola, pudo comprobar la lucha que sostenía con su horror interno ante la posibilidad de ser llevada por los asiáticos a Siberia.

Collie abrió la boca.

- Tom…

- ¿Sí? -O’Neil se incorporó nerviosamente de un salto-. ¿Qué es ello?

Collie hizo un gesto con la mano. ¿Cómo pudieron haberlo olvidado? Sería lo más sorprendente del mundo, si aquella prisión no dispusiera de algún micrófono oculto que registrara sus palabras…

- No importa -dijo Collie como hablando consigo mismo-. No, no daría resultado, Tom. Estamos en una cárcel demasiado buena para eludirla… Quizás en la Tierra tengamos una oportunidad; pero no aquí.

- ¡Aquí es donde debe existir nuestra única posibilidad!

Collie se levantó y se aproximó al irlandés.

- Está bien. Vamos, piensa en un proyecto viable -dijo irritadamente-; pero no me molestes más hasta haberlo encontrado. -Collie se dirigió hacia la mesita de centro-. Bien, me gustaría jugar un rato al bridge, si podemos despertar a Ivanovitch. ¿Quiere alguno más echar una mano?

- No -negó Lois. La joven le observaba con agudeza-. No hay nada para escribir. Ya lo comprobé antes.

- Es una verdadera lástima. ¿Qué tal una partida de ajedrez, Tom? -Y Collie tomó una de las manos del irlandés. Por un instante, O’Neil le miró sorprendido. Pero los dedos de Collie le dibujaron en la palma, la letra T. En seguida una E. El irlandés aprobó con la cabeza.

Collie continuó: N (pausa) CUIDADO (pausa) PUEDEN (pausa) ESTAR (pausa) E-S C-U-C-H A-N-D-O.

- Seguro que sí -dijo O’Neil de la forma más natural del mundo que pudo-. Sí, ya lo he comprendido.

- Quiero entrometerme, si no les importa -dijo Lois.

- No hables, Lois. Es un asunto muy serio -susurró Collie.

Sacó el juego de ajedrez del armario y lo dispuso sobre la mesa. Los tres se sentaron alrededor. La superficie del tablero era suave y resbaladiza, pudiendo dibujar idealmente sobre ella los caracteres rápidamente. De vez en cuando Collie perdía alguna letra; pero en general, pudo captar el sentido completo de la silenciosa conversación sostenida por aquel ingenioso medio.

Collie: De acuerdo. Estoy contigo. ¿Pero cómo saldremos de aquí?

O’Neil: Tienes razón sobre la cuestión de disponer de nuestros propios trajes. Hagamos planes sobre esta base.

Lois: Si pudiéramos dominar a un guardia, le haríamos ir hasta la cámara de descompresión.

O’Neil: No, emplearían contra nosotros gases lacrimógenos.

Continuaron discutiendo el problema durante horas que les parecieron interminables. De tanto en tanto, hablaban casualmente en voz alta, para evitar sospechas. El proyecto no podía surgir de repente, tenía que ser debatido cuidadosamente, y, al final, comprendieron que habían dejado sueltos algunos puntos esenciales. El informar a Ivanovitch fue un duro problema; al ruso le resultaba difícil seguir con los ojos aquella escritura invisible. Cuando terminó, Collie estaba sudando.

Después, sólo quedaba esperar la oportunidad apetecida.

Se terminó el almuerzo y siguieron jugando una partida de nummy, cuando se oyó golpear en la puerta. O’Neil se precipitó a abrir. Con voz serena, dijo:

- Adelante.

- Con calma, Tom -le susurró Lois-. Guarda la boca cerrada, no vayas a echarlo todo a perder.

Se abrió la puerta y Byelinsky apareció en el umbral sonriente y tras él un guardia armado.

- Quise saber qué tal se encontraban ustedes -dijo-. ¿Hay algo que necesiten?

- Uh…, bien -repuso Collie frotándose la mejilla, sin atreverse a mirar los azules ojos de acero del siberiano-. Calculo que no. Nos encontramos bastante bien.

- Pero podría… -dijo Lois, humedeciéndose los labios-. Podría usted decirnos algo sobre la situación en su totalidad. Nuestros amigos, por ejemplo, ¿qué es lo que planea hacer con ellos?

- Ya se lo dije, señorita. Deseamos capturarlos vivos, aunque, naturalmente, sin sufrir más bajas por nuestra parte. -El coronel se sentó cruzando sus musculosas piernas-. Tenemos una expedición a punto. A menos que no se comporten como una partida de estúpidos, se entregarán evitando que nadie resulte herido.

- ¿Y después, qué? -prosiguió Lois-. ¿Dónde iremos desde aquí?

- Bien, es preciso realizar algún desarrollo suplementario en su campamento -dijo el siberiano-. Planeamos dejar aquí a unos cuantos hombres, para continuar la tarea emprendida, hasta la llegada de nuestra próxima nave. Por lo que a ustedes respecta, pueden esperar salir para la Tierra, de aquí a dos meses.

- Y así nos ha encerrado en un celda -restalló el irlandés-. ¿Qué podremos hacer mientras? ¿Qué es lo que nos espera?

- Oh, sea razonable -dijo el coronel-. Hay un trabajo gigantesco que realizar. Ustedes, como mutantes favorables, tendrán su propia tarea a realizar dentro de amplios límites. Si se mantienen en situación política favorable, pueden esperar, desde luego, el prosperar muy notablemente.

- Está bien, está bien -dijo Collie-. Es inútil discutir con usted, al igual que una oveja no lo haría con un lobo.

- Me gustaría verles lo más contentos posible -dijo tras unos momentos-. Si hay algo en que pueda servirles, no tienen más que pedírmelo.

- Bien -dijo Collie, luchando interiormente por no traicionarse-. Hemos pensado ya en ello; y se trata de una pequeña cosa, coronel.

- ¿Sí?

- Dejarnos salir un poco al exterior, sólo para estirar las piernas, ¿eh? Estamos acostumbrados a un duro ejercicio diario. Nos enferma estar constantemente sentados en un espacio tan estrecho como éste.

- Por favor, señor Collingwood -dijo el coronel, levantando una mano-. No quisiera que me tomara usted por un completo imbécil…

- Como quiera -repuso Collie encogiéndose de hombros-. Si nos teme tanto, creo que será mejor que sigamos encerrados en esta ratonera.

- Es simplemente cuestión de asignarles una guardia -dijo Byelinsky a la defensiva-. Nuestros hombres tienen su propio trabajo que hacer, ya lo saben.

No formaba parte del plan, pero Collie se aventuró:

- ¡Diablos! ¡Llévenos amarrados, pónganos una cuerda, haga lo que quiera, pero permítanos estirar las piernas un poco! ¡Esto es inhumano!

- Humm. Muy bien, pues. -Byelinsky dio una orden en ruso. Se volvió hacia los prisioneros-: Creo que podría permitirles salir una hora cada día.

- Está muy bien -repuso Collie, refrenándose en su emoción-. Gracias.

- Que lo pasen bien -les dijo el coronel afectuosamente. Se levantó y salió cerrando la puerta.

O’Neil se dirigió hacia la mesa y trazó al aire las siguientes letras:

- ¿Qué crees que deberíamos hacer?

Collie: No lo sé. Pero tal vez nos hallemos en condiciones de intentar algo.

Lois: Tendrás que ser tú. Eres el único que podrás hacerlo.

Collie: Sí. Que no se te ocurra arriesgar tu propia vida, Lois. Quiero volver a ti.

Ella apartó sus ojos. Collie se inclinó y la besó. Lois dejó escapar un suspiro y se dirigió hacia su cama, sentándose en el borde con los ojos bajos.

La puerta volvió a abrirse. Cuatro guardias vestidos con trajes a presión aparecieron en el umbral. Uno de ellos traía consigo los equipos pertenecientes a los norteamericanos prisioneros.

Mientras se cambiaba, Collie fue observando el equipo propio. Le habían dejado solamente un tanque de oxígeno. Byelinsky no quería correr riesgo alguno. No existía hombre alguno que se atreviera, ni le sería posible conseguirlo, acercarse a la proximidad del rayo energético de la nave norteamericana en tales condiciones.

Ningún hombre.

Collie se estremeció, mientras luchaba con la rígida estructura de su equipo espacial. Con el uso adquirido por la larga práctica, comprobó los accesorios. Bomba, baterías y cables calefactores. Sí, todo aquello estaba allí, todo en perfecto funcionamiento. Pero ni una gota de agua, ni baterías solares, ni brújula, ni…

Comenzaron a descender lentamente hacia la salida de la espacionave. El oscuro cielo marciano se abrió ante sus ojos, una vez fuera de la cámara de descompresión. Descendiendo por la escalera, Collie estudió bien el entorno circundante. Se observaba a unos hombres trabajando al extremo del campamento, disponiendo un cañón móvil. Debería ser, sin duda, para el proyectado ataque a la nave norteamericana. Un grupo de soldados manejaría perfectamente el arma, junto con un vehículo cargado de proyectiles y accesorios. Un proyectil bien colocado daría al traste con los reactores de la nave, tras lo cual la tripulación se hallaría totalmente indefensa.

Sintió la correosa arena crujir bajo sus pies y permaneció unos momentos a la espera de sus compañeros. Una ametralladora ligera le apuntaba al diafragma. Levantó los ojos considerando el terreno. Hacia el norte, las colinas caían en rápida pendiente por un oscuro barranco. Aquél sería el camino que tendría que tomar.

- Vamos -dijo O’Neil. El débil resplandor del sol le hirió los ojos tras el casco transparente de su traje a presión. Los amplificadores de sonido daban fuerza a su voz. El irlandés sabía disimular muy mal sus emociones-. Iremos dando vueltas y vueltas -dijo finalmente.

Comenzaron a caminar alrededor de las naves una, dos veces, tres, con los guardias a pocas yardas de distancia, sin quitarles ojo de encima. Collie fue alargando el círculo y ensanchándolo más y más, a tanto como podía atreverse. El sudor le caía por la espina dorsal, por los brazos, sobre las palmas de las manos. A tres minutos de distancia, pensó, podría ser un cadáver tirado sobre las arenas de Marte.

No había forma de conocer qué dispositivo conservaban los guardias siberianos. Tendrían que improvisar la escapada sobre la marcha. Pero la fuerza colosal de Ivanovitch sería suficiente. El ruso se las arregló para tener a Collie a su derecha, entre sus camaradas y la nave.

En aquel momento, el extremo norte del campamento estaba a su espalda, con los equipos de trabajadores al otro extremo y los guardias, al parecer, un tanto relajados en su vigilancia. Desesperadamente Collie deseó haber podido esperar, y continuar en su rutina de cada día durante una semana hasta que las sospechas se hubieran aplacado. Pero no había tiempo que perder, no, no había tiempo. En una semana, los norteamericanos estarían dominados y perdidos. Reunió toda su energía.

¡Adelante!

Tampoco había tiempo para sentir temor. Dio un salto gigantesco que le llevó hasta el guardia que tenía a su izquierda. Con una mano le sujetó el rifle y con la otra el brazo, para desprender el arma. Con un terrible puntapié, como el de una mula, pateó al siberiano en el vientre.

El hombre cayó al suelo. Collie se desplomó sobre él mientras las balas le llovían por todas partes. Entonces O’Neil se lanzó sobre uno de los guardias e Ivanovitch sobre los otros dos.

El hombre que yacía bajo Collie luchó por recuperarse, estando a punto de arrojarle fuera de sí. Collie le hizo una terrible llave sobre el brazo y apretó. El hueso crujió, roto. En el acto se apoderó del rifle. Sin pérdida de tiempo apuntó sobre el casco del siberiano.

Pudo oír el horrible silbido de los pulmones del siberiano, saltando deshechos, como en una lluvia a su alrededor. No era posible ayudar a los otros. Dio la vuelta al cuerpo del siberiano muerto, poniéndolo de espaldas. La sangre saltaba a borbotones a través del casco roto, esparciéndose por el suelo. Collie le arrancó de un tirón los tanques de oxígeno. Los puso bajo sus brazos, teniendo que abandonar el rifle. Se incorporó y se dio a la huida con su enorme capacidad de carrera, y para lo cual estaba especialmente constituido su cuerpo mutante.

Si Misha pudiera aguantar a los guardias suficiente tiempo…, sin resultar muerto en la lucha, aquel bravo oso ruso… O’Neil continuaba todavía luchando con su guardia, sosteniéndose en el lugar que ocupaba. Lois se había acurrucado en el suelo; nada podía hacer excepto cubrirse de las balas de sus enemigos. Ivanovitch había arrancado la metralleta de uno de los guardias y abrió fuego con ella.

Pero segundos después, el ruso sintió un golpe que le produjo una oscuridad vertiginosa en todo su ser. Trató de mantenerse en pie; pero a poco cayó sobre una rodilla, disparando todavía sobre el guardia restante. El grupo de trabajadores se aproximaba ya desde el otro extremo del campamento. Ivanovitch se acurrucó, con las fuerzas que le quedaban y siguió haciendo fuego sobre ellos.

No sentía dolor. Sentía un adormecimiento enorme allí donde había sido herido y le pareció encontrarse extremadamente aligerado de peso. «Como si estuviera borracho», pensó. Los soldados que se aproximaban le parecieron desdoblarse y danzar frente a él una extraña zarabanda. Le parecía verles corno a través del agua, del agua fresca y verde de la Tierra.

Se fijó en sí mismo. Con su traje a presión roto, la sangre y el aire humeantes se escapaban de su cuerpo moribundo. Nadie podría continuar viviendo en aquellas circunstancias. El corazón le latió desesperadamente en el pecho; pero aún creyó sentirse lejos, muy lejos, con el estado de una borrachera feliz allá en la lejana madre Tierra. Todavía tuvo fuerzas para arrodillarse en la arena marciana y hacer fuego. Sí, tenía que hacer frente al enemigo, permitir que Collie se alejara, sin recordar ya muy bien por qué tenía que hacerlo así…

Repentinamente le pareció sentir una invasión de abejas zumbándole en los oídos y alrededor de la cabeza, como si se encontrara en un campo de tréboles, borracho con la embriaguez del verano. Yaciendo sobre el trébol, bajo un árbol, rodeado por todas partes por la luz del sol y aire fresco, oliendo el perfume de las florecillas silvestres y millones y más millones de abejas con un zumbido atronador. Sí, oía también caballos cabalgando sobre la pradera, con rayos de sol iluminando sus flancos espumeantes… «Ah, sí, déjame, mujer, descansar mi cabeza en tu falda, deja que tus cabellos caigan sobre mi rostro, déjame gozar de esta noche de verano, y que pueda ver las estrellas en el cielo a través de tus cabellos, déjame reposar un poco; porque me siento embriagado y está oscureciendo… Pronto aparecerán las estrellas…»