IV

Para un estratocohete atómico no había distancia entre Minnesota y Oregón, y Drummond pudo tomar tierra nuevamente en Taylor hacia el mediodía del día siguiente. En aquella ocasión, no había que darse prisa para esconder el aparato bajo ninguna cubierta. Allá arriba, en las montañas, existía un trozo de tierra a propósito en donde se estaba construyendo un nuevo aeropuerto. Los hombres comenzaron a ir abandonando poco a poco su terror al cielo abierto. Había otro temor más grande con el que enfrentarse y para tal temor no valía esconderse.

Drummond recorrió la helada calle principal hasta la oficina central de la ciudad. Hacía un frío terrible, de tal intensidad que le calaba las ropas y los huesos. No se estaba mucho mejor en el interior de cualquier edificio. La escasez de combustible hacía del sistema de calefacción una broma pesada de recordar.

- ¡Ya está de vuelta, por fin! -le saludó el general Robinson en la antesala de su oficina, galvanizado por la impaciencia. Drummond le pareció hallarlo más delgado y más nervioso, con aspecto de diez años más viejo-. ¡Cuénteme! ¿Cómo están las cosas? ¿Qué tal?

Drummond le mostró un grueso paquete de notas.

- Todo está aquí -dijo el coronel-. Todos los hechos que necesitábamos. No están formalmente relacionados todavía; pero la imagen precisa es bastante correcta.

El general le tomó del brazo y entró con él en su oficina. Notó que temblaba la mano de Robinson; pero tomó asiento y ya tenía una bebida ante sí antes de comenzar a hablar de los asuntos más urgentes.

- Ha realizado usted un buen trabajo, Hugh -dijo el general cálidamente-. Cuando el país se encuentre de nuevo organizado, le conseguiré una valiosa condecoración por esto. Sus hombres en los demás aviones aún no han vuelto.

- No, tendrán que inspeccionar todavía bastante tiempo. El trabajo, en realidad, durará años. Yo he conseguido un somero perfil con este trabajo mío; pero será suficiente.

Robinson se sintió turbado al encontrarse con la triste y sombría mirada de Drummond. Murmuró vacilante:

- ¿Es muy malo?

- Lo peor, general. Físicamente, el país se está recuperando. Pero biológicamente, hemos llegado a una encrucijada, habiendo elegido la peor desviación.

¿Qué quiere usted decir?

Drummond lo explicó de forma directa y dura como un golpe de bayoneta.

- El coeficiente de natalidad es la mitad que el anterior a la guerra -dijo-. Casi aproximadamente el setenta y cinco por ciento de los niños son mutantes, de los cuales posiblemente los dos tercios serán útiles y presumiblemente fértiles. Por supuesto, esto no incluye las características de maduración tardía o las indetectables a simple vista, o las mutaciones de genes recesivos que debemos llevar forzosamente todos nosotros. Eso está por todas partes. No existen lugares de seguridad.

- Comprendo -dijo el general lentamente, tras un angustioso silencio. Después, como al hombre que le golpean brutalmente y aún no se ha dado cuenta, dijo

- La razón…

- Es obvia, general.

- Sí, el ir de las gentes a través de las áreas radiactivas…

- Creo que no es eso. Esto podría aplicarse a unos pocos, de haber sucedido. Recuerde los viejos resultados experimentales. La radiación temporal no produce una mutación a tan gran escala.

- No importa, es igual. Los hechos están ahí y eso es lo que cuenta. Tenemos que decidir como actuar.

- Y pronto -respondió Drummond apretando las mandíbulas-. Nuestra civilización está naufragando. Nosotros, al menos, hemos preservado nuestra continuidad cultural; pero aun eso está desapareciendo. La gente está volviéndose loca ante la vista de un monstruo tras otro. Es el miedo de lo desconocido, que golpea la mente todavía enferma por el horror de la guerra y sus consecuencias. La frustración de los padres, quizás el más básico instinto que existe. Esto conduce al infanticidio, a la deserción, a la desesperación; es un cáncer en las propias raíces de la sociedad. Es preciso actuar.

- ¿Cómo, cómo? -dijo el general extendiendo las manos en un gesto de verdadero desamparo.

- No lo sé. Usted es el Jefe supremo. Quizás una campaña educacional, aunque eso es poco factible de poder realizarse. Quizá también, la aceleración de su programa de reintegración del país. Tal vez…, no lo sé.

Drummond llenó la pipa con un poco de tabaco. Sus provisiones estaban ya casi exhaustas; pero mejor sería dar unas cuantas chupadas para disipar sus profundas preocupaciones.

- Por supuesto -dijo pensativamente-, es probable que esto no sea el fin de todas las cosas. No se sabrá por una o dos generaciones; pero más bien me siento inclinado a creer que los mutantes podrán vivir y desarrollarse en la sociedad: lo harán mejor así, puesto que sobrepasarán en número a los humanos normales. Ésta situación no tiene precedentes. Podemos acabar como una cultura de variaciones especializadas, lo que sería un mal asunto desde un punto de vista evolucionista. Pueden existir luchas entre los tipos mutantes, con los humanos. El cruce podría producir malos resultados, especialmente cuando empezasen a manifestarse los factores recesivos acumulados. General Robinson, si queremos anteponernos a lo que debe suceder en los próximos siglos de la existencia humana, debemos actuar rápidamente. De otra forma, esto es una bola de nieve fuera de control.

- Sí, sí, Drummond, debemos actuar de prisa. Y con mano dura. -Robinson se pasó la mano por sus cabellos grises. Una expresión de firme decisión se observaba en su rostro; pero sus ojos miraban fijamente-. Estamos movilizados -dijo-. Disponemos de armas y de organización. No serán capaces de resistir.

Drummond sintió de pronto un estremecimiento de temor recorrerle la espina dorsal.

- ¿Qué es lo que se propone, general? -exclamó.

- La muerte racial. Todos los mutantes y sus progenitores deben ser esterilizados dondequiera que se hallen y allí donde sean detectados.

- ¡Está usted loco! -gritó Drummond saltando de su asiento, tomando las solapas del general y sacudiéndole sin contemplaciones-. Usted…, ¡pero eso es imposible! ¡Traerá con ello la revuelta, la guerra civil, el colapso final!

- No, si actuamos en la debida forma. -El sudor perlaba la frente del general-. No me gusta la medida más que a usted; pero debe hacerse o la raza humana habrá terminado. Los nacimientos normales son ya una cosa rara. -Se puso en pie respirando fatigosamente, excitado-. He estado pensando en esto mucho tiempo. He estudiado profundamente la cuestión. Sus hechos registrados no hacen más que venir a confirmar mis sospechas. ¿No lo ve usted claro? La evolución tiene que producirse lentamente. La vida no está dispuesta para cambios bruscos. A menos que no podamos salvar el remanente sano de la humanidad, éste será absorbido y los cambios continuarán y continuarán, sin saber su meta. O tendrían que producirse muchísimas recesiones mortales. En una extensa población, pueden acumularse inadvertidos hasta que casi todas las personas las tengan, y entonces surgir inmediatamente. Esto podría barrernos definitivamente del mapa. Ya ha ocurrido antes con los ciclos de población entre las ratas y los «lemings». Si eliminamos ahora a los mutantes que existen, aún podríamos salvar la raza. Podría hacerse sin crueldad. Podríamos esterilizarlos, lo que apenas causaría diferencias, excepto que esas gentes estarían incapacitadas para tener hijos. Es preciso hacerlo. -Su voz estalló en un grito desesperado-. ¡Es preciso hacerlo!

Drummond avanzó hacia el general y volvió a sacudirle con fuerza por los hombros. Robinson dejó escapar un fuerte suspiro y comenzó a llorar, lo que, de cierta forma, parecía en él lo más horrible de ver.

- ¡Está loco! -le gritó Drummond-. Está usted perdiendo el sentido, rumiando en solitario tales ideas durante seis meses, sin saber o ser capaz de poder actuar en la debida forma. ¡Ha perdido usted todo sentido de la perspectiva!

Tras unos momentos, continuó:

- No podemos usar la violencia. En primer lugar, sería la quiebra o el completo trastorno de la civilización, sería algo así como comenzar una lucha entre perros enloquecidos. Ni siquiera podríamos vencer de modo alguno. Estamos desbordados en número, y sería absolutamente imposible luchar contra todo un continente y ni que decir nada con respecto a todo el planeta. Recuerde lo que dijimos una vez sobre la forma salvaje de arreglar las cosas. Nunca da el menor resultado. No es posible provocar el suicidio de la raza, por el simple hecho que estemos asustados para vivir en tales circunstancias.

El general se mantuvo silencioso y Drummond continuó con calma:

- Se mire como se mire, no proporcionaría el más mínimo bien. Los mutantes continuarán naciendo. El veneno está repartido por todas partes. Padres normales, darán al mundo hijos mutantes. Es preciso, entonces, aceptar el hecho real tal y como es, general. La nueva raza humana, tendrá que seguir así.

- Lo siento, Drummond -murmuró el general, pasándose una mano por la frente como apartando el fantasma de la angustia de su mente. En su expresión ya aparecía una cierta calma-. Yo…, estaba a punto de volverme loco. Sí, tiene usted razón. He estado pensando en todo esto, preocupándome y dándole constantes vueltas a la imaginación, en incontables noches de pesadilla, y cuando finalmente he conseguido dormir un poco ha sido para seguir soñando con ello. Yo…, sí, comprendo su punto de vista. Y tiene usted razón.

- Está bien. Está y ha estado usted bajo un peso abrumador. Tres años sin el menor descanso y con la responsabilidad de toda una nación… Es cierto, todo el mundo está desequilibrado en mayor o menor medida. Pero, de todos modos, elaboraremos una solución.

- Por supuesto que sí. -Robinson se tomó el último trago del vaso que tenía al alcance de la mano y se levantó-. Veamos…, la eugenesia, naturalmente… Si trabajamos de firme, podremos tener a la nación bastante bien organizada dentro de diez años. Entonces…, bien, supongo que no podremos evitar que los mutantes se crucen; pero sí que será posible establecer leyes que protejan a los humanos normales, dándoles alientos para su propagación. Puesto que los mutantes radicales, deberán ser estériles, casi con seguridad lo son la mayor parte de ellos, en desventaja de una u otra forma, en el aspecto genético, tras unas cuantas generaciones, podrá verse a los humanos nuevamente como raza dominante.

Drummond frunció el entrecejo. Se sentía preocupado. No parecía fácil que el general se mostrase razonable. De algún modo, había adquirido una ciega y obsesiva visión de dónde radicaba el problema humano. Con la misma calma, respondió al general:

- Eso no funcionará tampoco, general. Primero, será muy difícil imponerse por la fuerza. Segundo, no haríamos más que repetir la falacia del Herrenvolk

[3]. Si los mutantes son inferiores, deben ser conservados en el lugar que ocupan; forzar esta situación, especialmente en la mayoría, sólo podría hacerse disponiendo de un Estado totalitario. Tercero: No iría de ningún modo todo eso, ya que el resto del mundo, sin casi excepción ninguna, no se encuentra bajo nuestro control. No estaríamos tampoco en condiciones de gobernarles durante mucho tiempo, generaciones, probablemente. Antes de tal cosa, los mutantes dominarán todo y en todas partes y si se resienten de la forma en que son tratados en nuestro país los de su misma especie, creo que no habría sitio donde correr y ocultarse.

- En eso creo que va usted demasiado lejos. ¿Cómo sabe usted que esos cientos o miles de diferentes tipos de mutantes se unan para colaborar juntos? Son mucho menos parecidos entre sí de lo que nosotros lo somos. Seguramente cada uno de ellos estará más bien aislado del resto de los demás, e incluso incitarles a luchar entre ellos mismos.

- Puede ser. Pero eso conduciría de nuevo al viejo camino de la traición y la violencia, al camino del Infierno. Por el contrario, si cada uno de los individuos no completamente humanos es llamado «mutante» como si se tratase de una raza separada, el individuo pensará que lo es y actuará contra lo que considerará como mayor enemigo suyo, el «humano». No, el único camino prudente (el de la supervivencia) es abandonar el prejuicio de clases y el odio de razas, en bloque, y de una vez para siempre y considerar todos los individuos como tales individualidades. Todos somos terrestres…, y cualquier subclasificación es fatal. Debemos vivir todos juntos, y sería lo mejor de todo lo imaginable. -Drummond sonrió con cierto rasgo de humor y añadió-: Fin del sermón.

- Sí, sí…, también creo que tiene usted razón en esto.

- Vuelvo a repetir, de todos modos -continuó el coronel Drummond- que tales intentos serían absolutamente inútiles. Toda la Tierra está plagada del mismo fenómeno, de la mutación. Y seguirá por mucho tiempo. La raza humana más pura continuará produciendo todavía monstruosidades.

- Sí…, eso es cierto también. Creo que lo mejor que pueda hacerse es encontrar a la reserva puramente humana y llevarla a un nuevo y seguro lugar, en las áreas que aún quedan sin contaminación. Ello significaría una población pequeña: pero humana.

- ¡Vuelvo a decirle que eso es imposible! -restalló Drummond-. No existen lugares seguros. Ni uno siquiera.

Robinson detuvo sus nerviosos paseos por la habitación y miró a Drummond como si se tratase de un real y verdadero enemigo físico.

- ¿De modo que ésas tenemos? -refunfuñó encolerizado-. ¿Por qué?

Drummond le repuso lo que ya sabía por su viaje general de inspección por todo el territorio, añadiendo incrédulamente.

- Seguramente que usted sabía ya esto. Sus físicos han medido bien el problema. Sus doctores, sus ingenieros, esos geneticistas que yo he ido desenterrando para usted, también lo conocen. Y es preciso que conozca mucho de esas técnicas especializadas a fuerza de leer sus informes. ¡Tienen que haberlo dicho todo y repetir la misma cosa que yo!

Robinson sacudió la cabeza obstinadamente.

- No puede ser. No es razonable. Esa concentración no será bastante considerable.

- Bien, general, ¿por qué no dirige usted una mirada a su alrededor? ¡Las plantas, los animales, todo está igualmente afectado! ¿Acaso no se han producido aquí precisamente nacimientos anormales?

- No, ésta es una pequeña ciudad todavía, aunque ya haya muchas criaturas que esperan nacer. -El rostro de Robinson se retorció en una mueca-. Elaine está esperando dar a luz en cualquier momento, también. Está en el hospital. Ya sabe usted, nuestros otros hijos murieron todos al principio. Éste será el único que tengamos ahora. Deseamos que crezca del lado normal de la raza humana…, y no de la otra. Usted y yo estamos ya en el declive de la vida. Somos la vieja generación, la que ha hecho naufragar al mundo entero en la mayor catástrofe conocida en la Historia. Estamos obligados a rehacer de nuevo la humanidad y procurar que la disfruten nuestros hijos. Y debemos conseguir que se consiga cuanto antes, ¿no es cierto?

En el interior de Drummond surgió un agudo sentimiento de piedad, de comprensión y de misericordia, y una singular gentileza asomó a su huesuda cara.

- Sí -murmuro-, sí, general. Para eso está usted trabajando con todos sus medios, para reconstruir un futuro más saludable. Por eso estuvo a punto de volverse loco, cuando apareció la amenaza. Por eso se encuentra incapaz de comprender otra cosa distinta.

Puso el brazo alrededor de los hombros del viejo general y le empujó cariñosamente hacia la salida.

- Vamos -dijo-. Vayamos a ver cómo está su esposa. Tal vez encontremos algunas flores en el camino.