IX
Marte ocupaba la mitad del cielo visible. Al mirar por las lucernas de la nave el resplandor ámbar rojizo del planeta se esparcía por doquier dando a los rostros de los viajeros del espacio un extraño tinte. Los ojos de Collie siguieron el rastro de aquellas colinas pedregosas, los enormes desiertos, los casquetes polares y la silueta de una tormenta de arena rojiza sobre una zona de miles de millas cuadradas de terreno desierto y vacío. Parecía imposible que aquello pudiera ser otro mundo. Pero aquello se hallaría bajo sus pies tan firme y tan real como las colinas de la Tierra, y la Tierra, entonces sólo sería una brillante estrella en el firmamento.
La espacionave se colocó en una órbita a algunos miles de millas sobre la superficie de la rodante superficie y se dispusieron los instrumentos para saber con ellos lo que se esperaba conocer. Potentes telescopios, espectroscopios, termocuplas, un extracto de las más interesantes notas de las tomadas por Schiaparelli y Lowell, aquellos astrónomos que habían dedicado en el pasado sus vidas completas a la fascinante observación del planeta rojo, y otra serie de dispositivos adecuados. No existía gravedad alguna en la nave, se permanecía suspendido del espacio en un silencio fantasmal. Las voces eran sólo un murmullo y el pequeño zumbido de los ventiladores parecía extrañamente alto de tono contra el silencio que les rodeaba.
Collie oyó a Feinberg decir:
- Parece que es cierto lo que los astrónomos han imaginado durante tanto tiempo. Quizás haya un poco más de oxígeno que el detectado desde la Tierra o las estaciones del espacio; pero ciertamente, no es suficiente para respirar libremente. Las temperaturas van desde el frío de la Tierra hasta cifras insoportables. Bastante llano, con pocas filas de colinas o sistemas orográficos. Hay una vegetación bastante bien desarrollada, probablemente implicando una elaborada simbiosis; pero nada parecido a las praderas terrestres o a sus bosques. Unos cuantos lagos diminutos, especialmente alrededor de los polos; por lo demás, la superficie es bastante seca. No se aprecian signos de vida inteligente, o de animales de cualquier especie, aunque imagino que deben existir algunas especies pequeñas. Por lo que se deduce en conclusión, creo que hemos llegado a un lugar bastante desagradable.
- Siempre será mejor que la Luna -opinó Arakelian-. Aunque no por mucho más volumen.
- Puede ser colonizado -dijo Wayne-. Estoy ci-ci-cierto de eso.
Feinberg volvió a su trabajo, la preparación de un mapa. Era una gran tarea, con todos los detalles que necesitaban con la necesidad de contrastarlo con el sistema de coordenadas establecido por los astrónomos de la Tierra. Y tener que hacer semejante tarea en caída libre, no era nada sencillo. Papeles e instrumentos flotaban en el aire al alcance de la mano.
Collie se marchó de la habitación, donde no tenía nada que hacer y con la ayuda de las agarraderas se fue acercando poco a poco al salón. El ruso Ivanovitch, Gammony y Lois Grenfell estaban allí jugando al póquer.
- ¡Hola, muchacho! -le dijo el negro-. Ven y siéntate. -No jugaban con dinero efectivo, ¡para que les servía en aquellas circunstancias!, pero lo sustituían con vales imaginarios, que en diversas otras partidas habían alcanzado sumas importantes-. Vamos, siéntate y a ver si pierdes la camisa.
- ¡Humm! -murmuró Ivanovitch-. Lois es la única que debería perder la camisa.
La chica se sonrojó, se mordió los labios y no dijo nada. Collie sintió una repentina rabia crecer en su interior. Misha no debería gastar semejantes bromas en asuntos que no le importaban en absoluto. Porque Lois era una chica excelente. Había permanecido con él muchas veces desde que dejaron el Sol atrás, y O’Neil se había retirado a un segundo plano, mascullando su infelicidad silenciosamente. Collie sintió que las palabras se le ahogaban en la garganta y se contuvo. No era el momento de comenzar con disputas. Tampoco parecía lo más correcto estar allí manejando cartas grasientas de una baraja, mientras la raza humana, representada por ellos, viajaba a las estrellas. Pero, ¿qué otra cosa se podía hacer? Unos heroicos discursos y el sonar de trompetas triunfantes hubieran estado fuera de tono.
En realidad no había forma de decir lo que el hombre llegaría a ser tras la larga noche del cambio que iba a experimentarse ante él. Collie reprimió el curso de sus pensamientos que le estaban atosigando en aquel sentido y se decidió a tomar asiento en la mesa. Tomó un lápiz magnetizado y una hoja de papel y escribió la cifra de 500 dólares con su nombre y firma.
- Está bien -dijo finalmente-. Denme cartas.
Comenzaron a descender dejando atrás la noche y las estrellas, sobre los chorros de fuego de los reactores en frenado y observando los ecos producidos en los valles. Gammony, O’Neil y Arakelian pilotaron el navío, los otros formaban un precioso equipo trabajando unidos, y supliendo con sus sentidos privilegiados los aparatos que fallaban a bordo. Cuando tocaron la superficie, lo hicieron en medio de una impresionante tormenta de arena barrida por el soplo de los cohetes, que hizo borrarse todo el paisaje de los alrededores, envolviendo a la nave y haciéndoles imaginar por un momento, que iría a fundirse allí para siempre.
En seguida el trípode tocó el suelo rocoso, la descarga se extinguió, los motores comenzaron a apagarse hasta producirse un total y completo silencio. Habían llegado.
Ninguno dijo una palabra. Era un momento demasiado grande para hablar. La mano de Collie apretó cordialmente la de Lois y sus dedos se entrelazaron íntimamente. Los demás saltaron de sus butacas de aceleración y permanecieron inmóviles, sin hablar, mientras el silencio parecía aumentar más y más en su entorno.
Wayne habló desde el puente de mando. Su tono era normal, aunque no muy seguro.
- Vamos. Salgamos al exterior.
Lentamente, hablando lo indispensable, los tripulantes saltaron hacia sus trajes espaciales. Eran rígidos, aislados de la temperatura exterior, con juntas deslizantes y cascos transparentes, portando cada uno oxígeno enriquecido a diez libras de presión. Eran de color escarlata, luminoso durante la noche, para ayudar a cualquiera que pudiera extraviarse. Unos cables calefactores estaban distribuidos por toda la estructura, y una pequeña, pero eficiente bomba succionaba el aire de Marte, comprimiéndolo y calentándolo lo suficiente como para que un hombre pudiera respirarlo, sin perjuicio del tanque de reserva colgado a la espalda.
Sobre los hombros estaba montado un receptor para la onda eléctrica que transmitía la energía desde la nave al traje, al igual que la radio individual, que independizaba a cualquier tripulante en cualquier dirección que pudiese tomar. Con el equipo y su propia masa, los tripulantes venían a pesar un poco más, bajo la gravedad de Marte, que lo que pesaban en la Tierra; pero nada les impedía poder caminar en un amplio círculo alrededor de la espacionave.
Se echaron hacia atrás, dejando a Alaric Wayne salir primero; pero no pareció darse cuenta del gesto. Saltó descendiendo la escalera metálica con su perro, una figura casi cómica dentro del traje especialmente diseñado para Grouchy, quien siguió torpemente los pasos de su amo. Mirando hacia abajo, Collie vio a aquellas dos pequeñas y solitarias figuras, como objetos oscuros contra la atezada desolación que les envolvía por todas partes.
Cuando sus propias botas tocaron el suelo de Marte, permaneció en pie durante un rato, sumergido en sus propios pensamientos. Tras él, la nave era un enorme pilar metálico, apuntando hacia el cielo azul noche del planeta, que marcaba una suave franja verdosa en el horizonte. Bajo sus pies, sólo había una compacta masa de arena que crujía levemente al pisarla, rodando en grandes dunas tan lejos como su vista podía alcanzar. Apenas si el viento que soplaba ligeramente, podía haber tenido fuerza para apilarla de aquel modo; pero sin duda, aquellas grandes dunas eran el resultado de millones de años de trabajo climatológico. El suelo era una extraña mezcla de colores amarillo y ocre, aquí y allá una roca mineralizada emergía sobre la superficie del desierto arenoso, con una sombra negra y recortada como el filo de una navaja.
El horizonte se curvaba agudamente hacia fuera, y en el tenue aire, parecía incluso hallarse mucho más cerca de lo que estaba, como si el planeta hubiera obstruido con grandes vallas su paso. El sol se deslizaba hacia el oeste, como un pequeño disco pálido que esparciese una escasa luz sobre aquel mundo vacío; Collie pudo comprobar la presencia de la luz zodiacal, que había visto tan claramente desde el espacio, y unas cuantas estrellas de primera magnitud, brillar en pleno día. No le fue posible ver la Tierra, y aquello contribuyó a hacer más grande su aislamiento y su soledad.
Permanecía en una gran quietud. El leve zumbido de su compresor, el sonido de sus propios pulmones y del pulso arterial, parecían sobrepasar a cualquier susurro que Marte le hubiera enviado como bienvenida. Haciendo un esfuerzo, pensó que estaría en condiciones de oír el débil silbido del aire esparciéndose sobre aquella terrible desolación. Lois sería, seguramente, la única criatura en condiciones de decir si Marte se expresaba de algún modo. Sus ojos se encontraron tras la transparente máscara del casco y se sonrieron mutuamente.
- Por allí. -Las palabras de O’Neil le llegaron al oído claramente a través del micrófono-. Se ve un puñado de árboles…
- El equivalente en Marte a una selva tropical -refunfuñó Arakelian-. Bien, vayamos a echar un vistazo, ¿por que no?
Y allá se dirigieron, marchando pesadamente sobre la arena, de forma que uno de ellos al menos pudiera estar cerca de la nave. Parecía una precaución sin sentido. No parecía el lugar apropiado para tropezarse con bestias salvajes o enemigos hostiles. Pero la amenaza de Marte era más fuerte y más antigua y más paciente. Marte podía extraer todo el aire de los cascos de sus visitantes y dejar los pulmones exhaustos, el frío podría helar la sangre en las propias venas, podría ir consumiendo el cuerpo de un terrestre por el hambre y la sed y pasarse mil años antes que su cuerpo fuese enterrado como una momia bajo las arenas lentas y movedizas del planeta. Y aquél era el mundo que habían conquistado.
El boscaje no era muy grande: unos cuantos acres de árboles grises y retorcidos, de baja altura, con hojas en forma de quitasol, mezclados con diversas especies de vegetación musgosa seca, con líquenes rojizos y fungoides de color pálido. Ninguna de aquellas formas se parecía a nada existente en la Tierra, resultaba una pesadilla surrealista hasta que los ojos se acostumbraban a su presencia.
Sin embargo…, ¡era vida! Allí, entre la herrumbre y las rocas, bajo un cielo sin lluvias y un sol pobrísimo, a millones de millas de la amada Tierra, existía algo que vivía. Collie tocó la tosca superficie gris de un árbol con una especie de reverencia. La vida era una cosa frágil, una especie de pálido chispazo en la rodante inmensidad de un universo inorgánico; pero podía luchar por ocupar un lugar; rota y vencida en un mundo, era capaz de saltar a otro de algún modo y encontrar su propio espíritu y perpetuarlo. De algún modo, aquel feo arbolito se convertía en un símbolo de esperanza, y muy bello ciertamente.
- Vamos a tomar unas muestras y a analizarlas, tratando de calcular cuál es su ciclo vital -dijo Feinberg, y sus palabras parecían llegar desde muy lejos.
- El equipo científico puede hacerlo -dijo Wayne aprobando con la cabeza-. Mientras tanto, el resto de ustedes puede comenzar a levantar un campamento. Cuanto más pronto tengamos establecida nuestra base, mucho mejor.
Todos volvieron a la nave. No era cuestión de calcular el trabajo para el día siguiente; era imprescindible hacerlo desde el comienzo de su llegada si querían sobrevivir. Sin embargo, determinaron hacer aquella noche una cena especial para celebrarlo, incluyendo algunas botellas de un vino viejo y algunos artículos propios de una celebración como aquélla. En el reducido espacio de la cabina con aire comprimido, todos se emborracharon finalmente. Wayne y O’Neil permanecieron formales; pero los demás rieron a carcajadas, cantaron a voces y chocaron los vasos una y otra vez con sus brindis.
- Bien, caballeros…, lo hemos conseguido.