19
LUCIAN contemplaba su copa de vino mientras aguardaba a que regresara su bella esposa preguntándose si se cumplirían sus peores temores. ¿Estaría Brynn confabulada con su hermano? ¿Era ella también ladrona y traidora? Tenía pocas dudas de que había permitido que su sello fuese utilizado por sir Grayson, facilitando de ese modo a Caliban y a sus secuaces que pudieran robar el envío de oro. ¿Estaba también ayudando a su hermano a pasar de contrabando a Francia el oro robado?
Una terrible frialdad invadió a Ludan ante la probabilidad de su traición. Frialdad y furia. Estaba furioso con Brynn a causa de la elección que le estaba obligando a hacer. Él siempre se había considerado un hombre honorable, pero el honor no parecía especialmente importante cuando se contraponía a la posibilidad de perderla en la prisión... o peor aún, en el patíbulo.
No podía permitir que aquello sucediera. No podía permitir que Brynn fuese encarcelada, en especial cuando ella estaba embarazada de su hijo.
Lucían apretó las mandíbulas. Le enfurecía pensar que ella arriesgase el futuro de su hijo o hija para implicarse en una traición. Le enfurecía aún más que Brynn destruyera la promesa de felicidad que habían encontrado juntos.
Deseaba acariciarla ¡maldita fuera! Deseaba amarla, construir un futuro con ella, engendrar una familia. Él había cometido errores con Brynn, lo admitía. Se había casado con ella sin ninguna consideración a sus deseos, buscando dar fin a la vacuidad de su vida, pidiéndole que le diera un hijo que llenara el agujero abierto en su interior. Pero él creía —confiaba— en que había dejado atrás sus errores.
Brynn había colmado su vida. Durante unas breves semanas, había encontrado la dicha en sus brazos. No obstante, ahora lo único que podía sentir era que el vacío de su interior se había hecho más grande, tan vasto como toda la eternidad. Y que había en él una ira que lo corroía como veneno.
Lucian se pasó una mano por los oscuros cabellos, plenamente consciente de su propia locura. Era un condenado necio por haber confiado en Brynn. Se había enamorado de una atractiva hechicera, de una radiante belleza de llameantes cabellos y fogosidad fascinante. Estaba obsesionado con ella. Lo obsesionaría hasta que exhalara su último suspiro. Pero ya no se fiaba de ella.
Aun así, tenía que tratar de protegerla. Sus hombres habían rodeado la casa de Caldwell. Si su hermano salía de allí, Philip Barton tenía órdenes de seguirle a distancia por la posibilidad de que sir Grayson les condujera hacia el oro.
El propio Lucian asumiría la responsabilidad de mantener ocupada a Brynn. No le permitiría que pusiera en peligro a su hijo nonato. Sin embargo, pese a que eso era como hurgar en una herida existente en algún nivel sombrío, desesperado y profundo, necesitaba saber cuan lejos llegaría ella.
Si estaba implicada en la traición, tenía que ver la prueba con sus propios ojos. Se proponía dejar que Brynn tomara la iniciativa aquella noche, para, figuradamente, darle la cuerda suficiente para que ella misma se colgara.
¿Y si era culpable? Entonces tendría que enfrentarse a ello y a la terrible situación posterior. Tendría que salvarla, costara lo que costase. Aunque eso significara sacrificar su honor.
Lucian cerró los ojos con fuerza mientras un salvaje dolor le oprimía el pecho. La herida de su corazón no era mortal, pero casi. Sólo podía confiar en que, algún día, aquel abrasador dolor disminuyera un poco. Pero en cierto modo dudaba de que eso llegara a suceder.
Puesto que el vestido que llevaba no tenía bolsillos, Brynn deslizó el frasco de gotas somníferas entre sus senos, donde lo sintió, frío y pesado contra su carne. Luego, con grave desgana, regresó al comedor.
Lucian estaba repantigado ante la mesa, pero levantó la mirada cuando ella entró. Brynn recurrió a toda su capacidad de fingimiento para sonreír y disimular que estaba a punto de traicionarle.
Cuando él le tendió la mano, ella se le acercó y permitió que él la sentara en su regazo.
—Siento que Grayson haya tenido que marcharse —dijo ella manteniendo su tono cuidadosamente inexpresivo.
—Yo no. Me alegro de tener la noche para nosotros.
Brynn advirtió que las palabras eran encendidas, aunque su expresión seguía siendo fría.
—¿Deseas volver al salón? —preguntó ella.
—Se me ocurre un modo mucho más agradable de ocupar nuestro tiempo.
Se inclinó y depositó un ligero beso en su clavícula, una acción sugerente que a ella le dio a entender con gran claridad lo que él tenía en mente. Brynn cerró los ojos profundamente afectada, incluso por aquel leve contacto. Pero el más mínimo roce de Lucian siempre la atormentaba de deseo.
No obstante, cuando él desplazó sus labios más abajo, sobre el abultamiento del seno, ella se puso en tensión. No podía permitir que se los desnudara, y descubriera el frasco que escondía entre ellos. Apoyó las palmas en sus hombros y lo empujó suavemente hacia atrás.
—Aquí no, Lucian. Los sirvientes...
—¿Dónde pues?
Sabía que tenía que encontrar un medio de administrar la droga. Brynn contempló la copa de vino de Lucian, que estaba casi vacía.
—¿Quieres venir a mi habitación?
—Creí que no ibas a pedírmelo nunca. —Deslizó llas manos hasta su cintura y la puso en pie—. Adelante, amor. Me reuniré contigo en seguida.
Agradecida de que él hubiese aceptado su invitación tan fácilmente, Brynn dio un rodeo por las cocinas para ir en busca de más vino. El nuevo jefe de cocina de su hermano estuvo encantado de abrir un nuevo barrilete y facilitarle una licorera de cristal llena y dos copas.
Cuando llegó a su dormitorio, Brynn cerró cuidadosamente la puerta tras ella y depositó la bandeja en una mesita auxiliar. Luego sacó el frasco de su seno y vaciló largo rato, confusa. En su interior se agitaba desesperación, pesar, pesadumbre, temor por Lucian.
Abrió el frasco con un profundo suspiro. No tenía idea de cuánto debía utilizar, pero la dosis administrada debía ser la suficiente para mantener dormido a Lucian por lo menos unas horas. Murmuró una angustiada oración y añadió seis gotas en una copa.
Hasta que comenzó a desnudarse no se dio cuenta de que no había cogido una bata. Al sentir frío, Brynn volvió a ponerse el vestido, estremeciéndose cuando la seda resbaló por su cuerpo desnudo.
Entonces se sentó a esperar. Deseaba que Lucían acudiera ya porque la ansiedad y las dudas le estaban destrozando los nervios. Podía distinguir el tenue crepitar del fuego que se apagaba y también los dolorosos latidos de su corazón.
Brynn sabía que estaba mal traicionar a Lucian de aquel modo y, sin embargo, no tenía elección. Abrigaba un terrible temor acerca de aquella noche. La vida de su marido se hallaba en peligro, lo sentía en todos los huesos de su cuerpo. Si él trataba de capturar a los traidores, lo matarían, era tan sencillo y espantoso como eso.
Estaba desesperada por salvar a Lucian, aunque ello significara seducirlo y drogado para evitar que llevase a cabo su labor. Una vez él estuviera dormido y a salvo, ella misma, fuera como fuese, tenía que tratar de detener a Gray, aunque no tenía la menor idea de cómo conseguiría tal cosa. Permaneció sentada, devanándose los sesos durante un buen rato, con una sofocante opresión en el pecho, sintiéndose atrapada entre los lazos de la sangre y los del amor.
Cuando por fin se abrió la puerta, Brynn tuvo un sobresalto y se puso en pie. Cuando Lucian entró en la habitación, ella vio que seguía aún vestido aunque se había quitado la chaqueta y el pañuelo. Llevaba la camisa abierta mostrando parte de su pecho, terso y duro.
Se quedó sin respiración ante la imagen que tenía ante ella. Era uno de los hombres más pecaminosamente bellos que había conocido, con su esbelta elegancia y su cuerpo perfecto. Cuando cerró la puerta, se apoyó indolentemente contra ella, con expresión enigmática, mientras buscaba su mirada.
Brynn tragó dificultosamente saliva tratando de hacer acopio de valor para su representación. Entonces deslizó el corpiño de sus hombros y dejó caer el vestido al suelo con un susurro de seda, quedando completamente desnuda ante él.
Oyó cómo Lucian dejaba escapar un profundo suspiro. Aunque su sonrisa parecía forzada mientras la recorría con su audaz mirada.
—¿Estás intentando seducirme, mi amor?
Ella trató de que su sonrisa fuera provocativa.
—Tan sólo una bienvenida. Me alegro de que hayas venido.
Durante largo rato, fijó la mirada en sus ojos color zafiro, pero él no hizo ademán de acercarse a ella. El tiempo se extendía entre ambos como un alambre tenso. No obstante, el suave chasquido del fuego en el hogar rompió por fin el hechizo.
Decidida a parecer despreocupada, Brynn se encogió de hombros y fue hacia la mesita auxiliar de caoba donde se encontraba la bandeja con la licorera de cristal que contenía el vino y las copas. Las llenó y se acercó a Lucian ofreciéndole la que estaba drogada.
Durante un momento interminable, él se quedó mirando la copa de vino. Ella podía sentir cómo le latía el corazón esperando que él bebiera. ¿Por qué dudaba?
La inundó el alivio cuando él tomó un sorbo, y a la vez se maldijo a sí misma en silencio. Tenía que esforzarse por mostrar compostura para que su agitación no la denunciase. A diferencia de Lucian, era una aficionada en asuntos de intriga. Él había medido su ingenio con innumerables traidores y sospecharía si ella no se comportaba con naturalidad, como si deseara hacer el amor con él.
El la contemplaba con evidente gravedad y había una sutil tensión en su esbelto y musculoso cuerpo. ¿O esa tensión la sentía simplemente ella por lo que estaba a punto de hacer?
Al ver que Lucían seguía observándola, Brynn desvió la mira da incapaz de resistirlo. Se aborrecía a sí misma por su traición
—¿Es de tu gusto el vino? —le dijo, esforzándose por beber de su copa.
—Sí. Pero los mejores son los franceses.
Ella le dirigió una rápida mirada, sin saber por qué había mencionado a los franceses. Se preguntó si sospecharía de ella o si se refería al contrabando de su hermano. Los ojos de Lucían brillaban con interés sexual, sin embargo ocultaban cualquier otra emoción.
Ella se estremeció.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—Confiaba en que tú me calentaras.
Ella vio oscurecerse sensiblemente la mirada de él ante su provocativa respuesta y por primera vez en su vida se alegró de la maldición que la volvía irresistible para los hombres. Necesitaría de todas las ventajas de que pudiera disponer si pretendía utilizar el deseo de Lucían para sus propios fines, porque, pese a su evidente atracción sexual por ella, no parecía estar de talante amoroso.
—¿Por qué no atizas un poco el fuego mientras que yo corro las cortinas?—dijo él.
Brynn asintió y fue hacia el hogar mientras Lucían se volvía y se encaminaba hacia una de las ventanas. Ella se arrodilló, sintiendo el calor de las ardientes llamas en su piel desnuda, y deseando que también pudieran caldear el frío dolor de su corazón.
Miró por encima del hombro y vio cómo, desde el otro extremo de la habitación, Lucian corría la cortina y seguía hacia la última ventana, donde permaneció un momento mirando hacia fuera y bebiendo de su copa. Brynn vaciló, preguntándose exactamente cómo lo distraería hasta que sucumbiese a la droga.
Armándose de valor, se levantó y fue a reunirse con Lucían colocándose tras él. Fuera, un frío cuarto de luna pendía sobre el negro horizonte, en parte oscurecido por fantasmales y rápidas nubes. Un viento helado soplaba desde el mar: ella podía distinguir las olas golpeando la rocosa playa.
«Una noche buena para la traición.»
No obstante, el interior del dormitorio era cálido y silencioso.
—¿Todavía estás enfadado conmigo? —murmuró ella en un esfuerzo por captar la atención de Lucian.
Él corrió bruscamente las cortinas y se volvió para enfrentarse a ella. Involuntariamente, Brynn dirigió una rápida mirada a su copa, que sólo estaba llena en una tercera parte. Su alivio fue profundo, aunque todavía tenía que interpretar un papel; no podía detenerse hasta que Lucian estuviera profundamente dormido.
Esbozó una tentadora sonrisa, sumergió un dedo en la copa de Lucian y luego se lo deslizó por el labio inferior.
—¿Cómo puedo mitigar tu ira, Lucian?
—Creo que ya lo sabes, amor.
Brynn dirigió la vista más abajo de la cintura de Lucian. Allí donde sus calzones se le ceñían a los poderosos muslos y se extendían, tensos, sobre su erección. Una inmediata y estremecedora respuesta la invadió junto con un momentáneo chispazo de euforia. Él aún podía estar enojado con ella, pero la deseaba.
Decidida a excitarlo más, le deslizó lenta y provocativamente los dedos por la cinturilla de los pantalones. Al ver que él no respondía, Brynn le retiró la copa de vino y la depositó junto a la de ella. Luego comenzó a desabrocharle la abertura frontal.
El corazón le golpeaba en el pecho cuando se la abrió del todo y liberó la tensa erección que se agitaba ansiosa entre sus muslos. Con una sonrisa tentadora, cerró sus acariciantes dedos en torno a la base de su palpitante miembro y se arrodilló a sus pies.
Cuando miró a Lucian, Brynn vio que apretaba con fuerza la mandíbula. Aún estaba luchando contra ella y, no obstante, se hallaba por completo excitado, el rígido pene levantado, la exuberante cabeza brillando a la luz de la lámpara.
Un lascivo calor le envolvió el cuerpo y palpitó en su interior contrastando extrañamente con el dolor de su corazón.
Mientras lo acariciaba con los dedos, Brynn se inclinó más para posar sus labios a lo largo del latente miembro, saboreando la piel lisa como el mármol. Lucian experimentó una brusca sacudida cuando ella lo besó allí y una ardiente excitación se despertó en ella ante el familiar y erótico sabor de él.
Ella lo asió persistente. La piel de Lucian estaba encendida, abrasadora, mientras ella pasaba con suavidad la lengua por la henchida cabeza... por la sensible rugosidad inferior... Luego cerró los labios en torno a la erección para tomarlo más plenamente en la boca.
Sintió a Lucian tenso de placer mientras ella lo excitaba. Era evidente que estaba luchando por controlarse.
Su ya rígido miembro se expandió aún más mientras ella lo exploraba con la lengua y la boca, saboreando sus tersos y aterciopelados contornos, haciendo el amor con la parte más íntima de él. Lucian le había enseñado aquello, cómo usar sus habilidades carnales para lograr un efecto tan devastador. Él le había mostrado los placeres de la carne, la había inducido a aceptar su pasión femenina...
Lo sintió estremecerse, pero siguió excitándolo deliberadamente rozándolo suavemente con los dientes. Brynn experimentó un momento de triunfo cuando él gruñó.
—¿Te hago daño? —murmuró zahiriente contra su carne.
—Sí —repuso él roncamente—. Grave daño.
—¿Debo detenerme?
—No, sirena...
Cuando volvió a deslizar los labios por su dardo, él enredó los dedos en sus cabellos y se tensó de nuevo contra su boca, con la respiración acelerada e irregular. Su deseo de ella siempre había sido fiero y Brynn lo estaba utilizando implacablemente contra él.
Oyó que él pronunciaba su nombre roncamente y sintió que se agitaba. Cuando Lucian se aferró a sus hombros, Brynn se estremeció de placer. Estaba casi tan excitada como él, con el pulso acelerado, sus cavidades femeninas húmedas de deseo, ansiando fundirse con la dura carne masculina. Ella se había propuesto seducirlo, pero se había visto atrapada en su propio juego. Cuando Brynn lo miró, descubrió que sus ojos nublados por la pasión se reflejaban en los de ella.
—Lucian —suspiró, destruyendo el último resto de su control.
Con urgencia, él la puso de pie y la levantó en brazos. Sus labios cubrieron los de su mujer con encendido y húmedo calor, su boca atrapó febrilmente la de Brynn mientras ella le rodeaba las caderas con las piernas.
La llevó hasta la cama, la depositó sobre las sábanas de seda y se tendió sobre ella, entre sus acogedores muslos. Por un instante, vaciló, sosteniendo la absorta mirada de Brynn.
Su rostro era increíblemente hermoso a la fluctuante luz de las velas, sus rasgos estaban tensos de deseo y de algo que extrañamente parecía dolor. Cuando Lucian acercó una mano hacia su garganta para acariciarla, Brynn se removió impaciente debajo de él preguntándose por qué se demoraba.
—¡Por favor... te deseo, Lucian! —susurró ella roncamente.
Él la obedeció, deslizando el henchido extremo de su erección en la palpitante hendidura, resbaladiza por la propia necesidad de la mujer.
Brynn estaba húmeda y ansiosa de él. Lo envolvió ávidamente con las piernas atrayéndolo hacia sí mientras él la penetraba introduciendo su poderoso miembro profundamente en su ardorosa y ansiosa carne. Brynn tensó los brazos en torno a él y se le abrió plenamente, desesperada por recibirlo a fondo, por llenarse de su esencia, aunque luchaba con su corazón.
La unión estalló entre ellos como una tormenta de fuego, violenta, fiera, terrible. Lucian se estremeció de nuevo y gruñó contrayendo su cuerpo salvajemente mientras vertía su simiente dentro de ella. Su explosión arrastró a Brynn, que se arqueó indefensa debajo de él, salvajemente convulsa mientras oleada tras oleada el éxtasis la alcanzaba; exclamaciones de dicha surgían de su garganta y lágrimas de angustia brotaban de sus ojos.
Cuando por fin se apaciguó su brutal clímax, Brynn se dio cuenta de que estaba llorando. Temblaba de amor y de dolor, que se confundían en un nudo enmarañado y cortante como el filo de una navaja en su interior.
En el turbulento período posterior yacieron juntos jadeantes, sin aliento. Su acto amoroso nunca había sido tan potente, tan completo... tan angustioso.
Entonces él le besó los cabellos y Brynn sintió que se le partía el corazón. Cuando Lucian la alivió de su peso situándose a su lado, lo estrechó entre sus brazos casi desesperada mientras hundía el rostro contra su hombro tratando de sofocar sus lágrimas. ¡Santo Dios, cuánto le quería! Era un tormento saber que su amor podía conducirlo a la muerte.
Yació allí largo rato, debatiéndose entre remordimientos y pesares. Si por lo menos no hubiera tenido que traicionarle. Si hubiera podido mantener su corazón al margen. Si, en primer lugar, nunca se hubiera casado con él...
Cuando por fin la respiración de Lucian se hizo sosegada, Brynn se echó atrás para poderle ver la cara. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera sumido en el atontamiento de las drogas.
—¿Lucían? —murmuró.
Aguardó durante largo rato antes de desenredar por fin sus miembros de los, suyos y apartarse de él. Lucían yacía allí inmóvil, como si estuviera muerto para el mundo. Pero por lo menos no estaba muerto. Ella no podría soportar perderlo realmente.
Se enjugó las lágrimas, dejó escapar un profundo y tranquilizador suspiro y se forzó a abandonar el lecho. Ahora ya no podía seguir pensando en Lucian. Ni tampoco podía demorarse. Tenía que intentar detener a su hermano y evitar que cometiera traición, tratar de frustrar a los verdaderos traidores.
Su plan era desesperado, pero podía funcionar. Grayson le había dicho que el oro estaba escondido en las cuevas de debajo de la casa, que los contrabandistas planeaban recuperar el contrabando aquella noche. Aunque dudaba que pudieran hacerlo sin la presencia de Grayson o ni siquiera que fueran capaces de encontrar las cajas fuertes sin sus instrucciones, porque sin duda él las había escondido bien.
Sólo con que pudiera mantener a Gray lejos hasta la marea alta, el oro estaría a salvo por aquella noche. Por la mañana, ella podía revelar a las autoridades locales dónde estaba sin implicar a su hermano. Luego Lucian recuperaría las cajas fuertes sin arriesgar su vida y Gray podría escapar de sus despiadados chantajistas...
Desde luego que él y Theo tendrían que procurar ocultarse, y ella les acompañaría. Ella y Gray podían escapar aquella noche. Recogerían a Theo de la escuela y huirían a algún lugar seguro...
¡Por favor, por favor, Dios misericordioso, que funcionase su plan! Y que la ayudase a hacer entrar en tazón a Gray. Ella tendría que usar graves métodos para convencerle, no le cabía duda.
Se vistió rápidamente con su habitual atuendo de contrabandista: un par de viejos calzones, botas y una cálida chaqueta de lana Luego se recogió los llamativos cabellos y los cubrió con un gorro de marino. Por fin, tras una última y persistente mirada a su dormido esposo, Brynn apagó todas las luces menos una, que se llevó consigo para alumbrar su camino, y se escabulló de la habitación.
Bajó directamente al estudio de su hermano y se dirigió al armario donde Gray guardaba sus mejores armas. Depositó la lámpara, retiró una cajita de madera del armario y la abrió, esperando encontrar un par de pistolas de doble tiro.
Brynn vio alarmada que la caja estaba vacía y comprendió que Gray debía de haberse llevado las armas. Pero había una pistola más antigua hacia el fondo del armario. Con manos temblorosas, perdió unos preciosos minutos preparándola y cargándola. El mismo Grayson le había enseñado cómo podía defenderse ella de sus pretendientes en exceso amorosos si llegaba el caso.
Se había metido la pistola en el cinturón y cerrado el armario cuando una voz queda sonó detrás de ella helándole la sangre en las venas.
—¿Te importaría explicarme por qué has dejado nuestro cálido lecho y te has vestido como una contrabandista, amor?