10

DE nuevo soñaba con Lucian. Su lengua estaba en ella, asediando dulcemente su sexo entre sus muslos, chupando, excitando, saboreándola con suavidad. Su ternura era exquisita.

Ella se arqueaba ante aquel placer, gimoteando a causa de la aguda sensación que recorría su cuerpo. Las caricias de Lucian la llevaban al borde de la explosión, sin embargo él se contenía, dejándola insatisfecha, dolorida de excitación.

—Lucían... por favor...

Deseaba que se unieran, anhelaba su posesión.

El comprendió su ansia.

La besó más arriba, su aliento ardía sobre la piel desnuda de Brynn... sobre su vientre, sus senos, la curva de su garganta. Su cuerpo se estremeció acogiéndolo mientras él la cubría. Deslizó su henchida dureza en el interior de su rendida y húmeda carne penetrándola profundamente... pero luego se mantuvo inmóvil.

Con insoportable delicadeza rozó su rostro suavemente con los labios provocando un suspiro de profunda alegría en su garganta. Cuando él le sonrió, su conmovedora ternura le hizo sentir ganas de llorar. Impotente de deseo, se amoldó a él mientras en ella crecían el calor y una desesperada necesidad.

Entonces él comentó a moverse con un ritmo antiguo, innato, elemental. Su anhelo estalló mientras él la amaba, desembocando en una dulce angustia que la hizo temblar hasta que, con una arremetida final, él desencadenó una tormenta de fuego y ella gritó ante el penetrante éxtasis...

Brynn se despertó agitada en la oscuridad, con el cuerpo palpitante de necesidad. Junto a ella, el lecho estaba vacío. Se hallaba sola.

Sólo había estado soñando. Lucían no se encontraba con ella excitándola con sus conmovedoras caricias. Brynn lo había ahuyentado con su frialdad.

Se tocó el rostro sorprendida de que estuviera bañado en lágrimas. En sus sueños había descubierto la ternura que ansiaba de Lucían, el calor, la alegría.

Apretó con fuerza los ojos y estrechó una almohada contra sus senos recordando su sueño y su desesperada ansia de acariciarlo.

Aunque no podía permitirse tal debilidad. Podía deplorar la fría reserva existente entre ellos, pero sabía que no podía ser de otro modo.

Lucían no visitó su lecho aquella noche ni en ningún momento de la semana siguiente, una tregua por la que Brynn se dijo a sí misma que estaba agradecida. Sin embargo, su táctica de evitarla sólo renovó su sensación de soledad.

La tensa relación con su esposo no era su único motivo de desaliento. Deseosa de evitar una reedición de los recientes contratiempos con sus caballeros admiradores, Brynn había reducido intencionadamente sus compromisos sociales. Cuando salía, procuraba mantener en torno a ella una multitud de amigas y se negaba a hablar con Pickering y Hogarth.

Sus esfuerzos sólo contribuyeron a hacerla sentirse más aislada. Y, además, se sorprendió experimentando una extraña melancolía que no podía ser atribuida simplemente a la soledad. Su regla seguían llegando, lo que significaba que no había concebido, y significaba también que el precario estado de su matrimonio continuaría. Aunque Lucían estaba evitando su lecho por el momento, aquello tendría que cambiar.

Su soledad disminuyó brevemente hacia el final de su primer mes como condesa, cuando Grayson le hizo una visita a su retorno de Harrow.

Brynn estaba tan contenta de verlo, que bajó volando la escalera y prácticamente se lanzó sobre su hermano mientras él la aguardaba en el vestíbulo de entrada.

—¡Dioses, no me ahogues, gatita! —exclamó él riendo mientras se liberaba de su fuerte abrazo.

Al comprender que estaba siendo observada por el mayordomo y varios lacayos, Brynn cogió a su hermano por la mano y lo arrastró hacia el salón más próximo, cerrando la puerta tras ellos para tener intimidad.

—Confío en que me traigas noticias de Theo. Apenas he sabido una palabra de casa desde que me marché.

—Porque hemos estado ocupados tratando de organizarlo todo. Nunca me había dado cuenta de cuánto contribuías a hacer de ese lugar un sitio cómodo, Brynn.

Ella desechó el cumplido con impaciencia.

—¿Qué hay de Theo?

—Te complacerá saber que está sin novedades y felizmente acomodado en Harrow. Le dejé debatiendo la eficacia de ciertos ácidos con uno de sus nuevos maestros.

—¿Felizmente? ¿Parecía realmente feliz?

—Eufórico. —La mirada de Grayson se volvió inquisitiva— ¿Y qué hay de ti, Brynn? ¿Eres feliz?

Ella se encogió de hombros, no deseosa de hablar sobre su matrimonio.

—Yo nunca he deseado la felicidad. Ahora, por favor, cuéntame sobre Theo.

Se instaló con Gray en el sofá y lo interrogó durante media hora sobre la reacción de su hermano menor ante la escuela y desde los detalles de su llegada allí hasta cuántos pares de calcetines se había llevado. Cuando por fin estuvo satisfecha, se recostó en el asiento y dejó a Gray disfrutar de su té, que el atento mayordomo había servido hacía unos momentos.

Cuando por fin encontraron tiempo para comentar los planes de Gray, él respondió de repente extrañamente cohibido.

—Confiaba en poder alojarme aquí si a Wycliff no le importa. Prefiero no gastar fondos tomando una habitación en una posada.

—Desde luego que debes quedarte —declaró Brynn añadiendo en voz baja y desafiante—: Tanto si a Wycliff le importa como si no.

Llamó al mayordomo y dio órdenes para que el viejo carruaje y los caballos de Caldwell fueran conducidos al establo y luego ella acompañó a Gray a una habitación de invitados. Su relación con el ama de llaves, la señora Poole, seguía siendo tensa y no deseaba que las agrias observaciones de la mujer estropearan su reunión con su hermano.

Con el propósito de dar tiempo a Grayson para que se refrescara y descansara, Brynn le sugirió que se encontraran a las seis para cenar.

—Sé que no está a la moda de Londres, pero prefiero conservar los horarios del campo.

—¿Nos acompañará Wycliff? —preguntó Gray con estudiada despreocupación.

—Lo dudo —repuso Brynn—. Yo suelo cenar sola. Lucian no pasa mucho tiempo en casa.

Aquello devolvió de nuevo la inquisitiva mirada a los ojos de su hermano, pero directamente no preguntó nada sobre su Matrimonio. En lugar de ello le formuló una extraña cuestión.

—Brynn ¿qué sabes acerca del trabajo de Wycliff en el Ministerio de Asuntos Exteriores?

—No mucho. Nunca hemos hablado de ello.

—He oído decir que está comprometido en Inteligencia nacional... espionaje si lo prefieres.

—Eso me han dicho. —Enarcó las cejas asombrada—. ¿Por qué lo preguntas?

Grayson se encogió de hombros.

—Simple curiosidad. Así pues, te veré a la hora de cenar.

—Muy bien.

Brynn regresó a su sala de estar y leyó un rato, luego se cambió para cenar y fue en busca de su hermano. Al no encontrarlo en su dormitorio ni en la sala de estar, amplió su búsqueda a la planta inferior. No estaba en el salón ni tampoco en el comedor. Cuando finalmente dio con él estaba en el estudio. Se hallaba sentado al escritorio, rebuscando en uno de los cajones.

—¿Gray?

Él la miró sobresaltado y la culpabilidad le sonrojó el rostro.

—¿Qué estás haciendo? Ése es el escritorio de Lucian.

—Yo... Estaba buscando instrumentos de escritura.

—Puedes encontrar papel y pluma en tu habitación.

—¿Sí? No se me había ocurrido mirar allí.

Metió la mano más hacia el interior del cajón y luego lo cerró y se levantó. Brynn se quedó rígida al ver que deslizaba algo en su bolsillo. Fue hacia él preguntándose si creería que era ciega.

—¿Qué has cogido, Gray?

Su rubor se acentuó.

—Nada realmente importante.

—Grayson Caldwell —dijo Brynn sintiéndose como si estuviera regañando a su hermano menor cuando se portaba mal— Déjamelo ver.

Él vaciló un momento prolongado antes de sacar el objeto de su bolsillo.

—No es nada importante.

Brynn vio que se trataba de un anillo con el sello de Wycliff.

—¿Es el sello de Lucían?

—Sí. Simplemente deseaba cogerlo prestado.

—¿Por qué?

—Porque necesitaba timbrar una carta.

—¿Por qué no le pides simplemente que té lo haga él?

—¡Oh, desde luego! —repuso Gray con un filo de sarcasmo—.Le obsequiaré con claras pruebas de que estoy traficando con cargamento de contrabando. ¿Cómo crees que reaccionaría, Brynn? Es un oficial del gobierno británico. ¿Crees realmente que si fuese a contarle mis actividades ilegales haría la vista gorda?

Brynn frunció el cejo.

—¿Por qué estás todavía implicado en actividades ilegales? Me dijiste que dejarías de hacer contrabando en cuanto estuvieran pagadas tus deudas. El acuerdo que firmó Lucian contigo debía haber sido más que suficiente... ¿No lo fue?

—No del todo —repuso Grayson, negándose a mirarla a los ojos.

Ella suspiró profundamente.

—Gray, no le pediré dinero a Lucian. Bastante duro fue venderme a él en matrimonio. Me niego a sentirme aún más obligada...

—No serviría de nada que lo hicieras. El dinero no puede salvarme de esta dificultad.

Ella le puso una mano en el brazo y escudriñó su rostro.

—¿Sucede algo malo, Gray?

—Nada malo. Simplemente necesito el sello de Wycliff en una carta de autorización para enviar por barco una carga de brandy. Ellome permitirá evadirme de los aduaneros si me descubren.

—¿Por qué debes asumir siquiera ese riesgo? ¿No puedes dejar ya de hacer contrabando?

—Me propongo dejarlo, Brynn. Muy pronto. Pero todavía tengo obligaciones. No puedo abandonar hasta que haga un último envío. Ésta será mi última aventura como contrabandista lo juro; pero será más peligrosa que la mayor parte de ellas.

El ruego que se leía en sus ojos la dejó atónita. Nunca había visto a su hermano tan preocupado.

Inquieta por la intensidad de ese sentimiento, Brynn le sostuvo la mirada largo rato, hasta que por fin negó con la cabeza.

—Gray... no puedes usar su sello sin su permiso. No sería correcto. Debes devolverlo.

La expresión de su hermano se endureció.

—Por favor, Brynn, no me pidas que haga eso. No tengo alternativa.

—No te lo estoy pidiendo, te lo digo. Si insistes en cogerlo, tendré que informar a Lucian.

Él se la quedó mirando largo rato.

—No puedes recurrir a él, Brynn. Me arruinaría. Creo que Wycliff ya sospecha que soy un libre comerciante. Podría ordenar a los oficiales de consumos que acosaran nuestras playas hasta que me capturasen. Yo podría acabar en prisión aunque estés casada con él. ¿Es eso lo que deseas?

—No, desde luego que no, pero...

—No es sólo mi propia piel la que me preocupa. También es la tuya y la de Theo.

Brynn, alarmada, sintió acelerársele el corazón.

—¿Theo? ¿De qué estás hablando?

Grayson aspiró profundamente y agitó la cabeza.

—Nada. Sólo quería decir que, socialmente, tendría consecuencias negativas para ti que yo fuese encarcelado. No te preocupes. Me propongo resolver mis problemas. Pero necesito ese anillo sólo por unos momentos.

—Gray...

—Por favor, Brynn, debes confiar en mí.

Ella escudriñó el rostro de su hermano hasta que finalmente desvió la mirada.

—No existe otro medio —dijo él en voz baja—. Por favor, créeme. No me rebajaría a esto si no estuviera desesperado.

Brynn se disponía a responder, pero se quedó paralizada al distinguir un murmullo de voces masculinas en el vestíbulo. Con un sobresalto, giró en redondo encontrándose con Lucían, que estaba en la puerta.

Sintió que se ruborizaba de culpabilidad, tanto como su hermano hacía unos momentos. Ellos ni siquiera debían estar allí.

Preguntándose hasta qué punto él habría oído su conversación, lo observó con cautela mientras Lucian saludaba a Grayson amablemente y le estrechaba la mano. No pudo advertir ningún indicio de sospecha en su comportamiento, pero aun así le resultó difícil mantener la compostura cuando Lucian volvió su atención hacia ella.

—Le estaba enseñando la casa a mi hermano —balbuceó—. Nos disponíamos a cenar.

—Excelente. Confío en que no os importará que os acompañe.

—No... desde luego que no —repuso Brynn con sonrisa forzada.

Durante el resto de la velada, no tuvo oportunidad de cruzar una palabra en privado con su hermano, ni para interrogarle cerca de sus comentarios ni para pedirle que devolviera el anillo de su marido.

Para sorpresa de Brynn, Lucian se esforzó por representar el papel de anfitrión encantador, llevando en gran parte el peso de la conversación, puesto que ella tenía poco que decir con su mente tan distraída. Simplemente jugueteó con sus alimentos mientras se preguntaba qué debía hacer. El contrabando de brandy era una cosa, pero hurtar una propiedad de Lucian estaba incuestionablemente mal.

Brynn argumentaba consigo misma que, aun así, si Gray tenía problemas, ella no podía abandonarle. Y si Theo se hallaba en peligro... Tenía que descubrir qué era lo que le preocupaba de tal modo.

Al final de la cena, Brynn dejó a los caballeros tomando su oporto y se dirigió al salón, a solas, donde acabó paseando de uno a otro lado. Pero cuando los dos hombres se reunieron con ella, la conversación permaneció centrada en deportes masculinos.

Por fin, comprendiendo que Gray se proponía esquivarla, renunció y se retiró a dormir, dejando que Lucian le entretuviera jugando al billar hasta bien entrada la noche.

A la mañana siguiente, se despertó más temprano de lo habitual, exactamente cuando despuntaba la aurora. Al oír el ruido de unos cascos de caballo en el pavimento del exterior se cubrió con una bata y corrió escaleras abajo, encontrándose con Gray dispuesto para partir.

Cuando Brynn llegó al camino principal de entrada, su hermano alzó la mirada.

—Gray—dijo secamente—. Creo que te olvidas de algo.

Él sonrió y miró intencionadamente al mayordomo que estaba dirigiendo el transporte del equipaje al carruaje.

—¡Ah, sí, gatita! No me despedía de ti.

Se inclinó sobre ella y la besó en la frente mientras le susurraba al oído:

—No me riñas, Brynn, en especial delante de los sirvientes.

—Lo haré si no me explicas inmediatamente qué está sucediendo —repuso ella con un áspero susurro—. ¿En qué clase de problema te encuentras?

—Nada que no pueda manejar. No me proponía alarmarte.

—Grayson... —repitió mientras crecía su frustración—, ¿qué hay acerca del... objeto que no te pertenece?

Él buscó en su bolsillo y le metió el anillo en la mano.

—Aquí está, tómalo.

Brynn cerró los dedos sobre el frío metal y exhibió una dulce sonrisa en consideración a los lacayos.

—Si vuelves a hacer algo así, querido hermano... —murmuró.

—Lo sé. Echarás mi cabeza como cebo a los peces. —Le dirigió una sonrisa forzada—. Pero lo comprendas o no, esto me ha salvado la vida.

Volvió a besarla en la mejilla y se despidió. Brynn se estremeció al verlo partir, preguntándose si Gray podía haber dicho en serio que su vida se hallaba en peligro.

En el momento en que la puerta principal se cerró tras ella, Brynn se volvió y se metió en el estudio de Lucian con la intención de devolver el anillo a su sitio.

Acababa de llegar junto al cajón del escritorio, cuando oyó la voz de su marido a sus espaldas.

—¿Puedo ayudarte a encontrar algo, amor?

Brynn se sobresaltó, alarmada, y se volvió de cara a él. Encontrarse con sus ojos azules siempre la estremecía, pero en aquella ocasión eran especialmente penetrantes. Le devolvió la mirada preguntándose, con un sentimiento de desesperación, qué excusa podía darle para estar allí.

—Siento curiosidad por saber qué te fascina tanto de esta habitación.

—Nada —repuso ella sabiendo que estaba volviendo a sonrojarse—. He... he perdido un pendiente. Pensé que quizá se me habría caído aquí ayer.

Lucian avanzó hacia ella y Brynn dio un paso atrás. El la recorrió con la mirada, abarcando desde su deshabillé y los cabellos cayéndole salvajemente por los hombros, hasta la bata que se había puesto sobre el camisón y sus pies descalzos.

—Tal vez deberías haberte calzado —murmuró, acercándose a ella.

Brynn tragó saliva dificultosamente.

—Yo... no he tenido tiempo. Deseaba despedirme de mi hermano.

—¿No te preocupa que pudieras descontrolar a los lacayos vagando por la casa en este estado de desnudez?

—Estoy perfectamente bien tapada —contestó ella con excesiva falta de aliento—. Más que cuando llevo un atavío de noche.

La bien cincelada boca de Lucian se curvó en una sonrisa.

—Por la noche no sueles llevar los cabellos sueltos y flotando de este modo, recién salida del lecho. Tendrías que pensar un poco en nosotros, los pobres mortales, sirena —añadió antes de que su sonrisa desapareciera de repente.

Su encantadora expresión había sido automática; Brynn comprendió que formaba parte del habitual comportamiento seductor de un libertino. Pero de repente habría recordado sin duda a quién se estaba dirigiendo.

La expresión de Lucian era solemne mientras le retiraba un mechón rizado del rostro, pero cuando le rozó la sien con los dedos, Brynn se estremeció. Estaba segura de que él no había pretendido que su roce fuera excitante, sin embargo, la quemó como si fuese una marca de fuego.

Intranquila, le devolvió la mirada. Lucian estaba muy, muy quieto, embelesado. Reconoció la turbia mirada carnal en sus ojos.

Aspiró profundamente sabiendo que debía actuar de prisa para romper el encantamiento.

Cuando la mirada de Lucían se fijó en sus labios, Brynn se esforzó por sonreír con frialdad.

Como si no tuviera control sobre sus acciones, él le acarició el labio inferior con el pulgar. Su voz era increíblemente ronca cuando murmuró, casi para sí mismo:

—Interpretas muy bien a la doncella de hielo. Haces que un hombre tenga ganas de deshacerte.

Brynn sabía que él podía deshacerla muy fácilmente si ella se lo permitía, y sintió su pulso acelerarse de modo salvaje.

Le costó toda su fuerza de voluntad mantener su supuesto desinterés.

—No estás solo —le replicó inyectando hielo en su voz—. Muchos otros caballeros piensan lo mismo.

Él dejó caer la mano como si hubiera tocado carbones encendidos, mientras la mirada ardiente y seductora abandonaba bruscamente sus ojos.

—Estaré ausente durante el resto del día —dijo con sequedad.

Y dando la vuelta abandonó el estudio.

Brynn dejó escapar un estremecido suspiro. De pronto, recordando su propósito, volvió al escritorio y dejó caer el sello de Lucian en el cajón como si fuera veneno. Luego cerró los ojos sintiendo los violentos latidos de su corazón.

La trastornaba tenerle que mentir a Lucian. Despreciaba el engaño, pero había tenido pocas alternativas. No podía exponer a su hermano por temor a cómo reaccionaría Lucian. Grayson podía estar comprometido en algo ilegal, pero seguía siendo de su carne y de su sangre. Ciertamente, le debía más lealtad que a su flamante marido.

¿O no era así?