15
CON gran alivio de Brynn, el dilema de su doncella se resolvió fácilmente. Una generosa dote demostró ser un excelente aliciente para que el amante de la muchacha le propusiera matrimonio, mientras que a su señor no costó convencerlo de que diera permiso para el enlace. Meg expresó su contento con el arreglo porque deseaba dar un nombre a su hijo. Y su entusiasmo satisfizo a Brynn porque la muchacha no se veía forzada a una unión no deseada.
El problema de Brynn resultaba mucho más difícil de resolver. Durante los días que siguieron, se encontró más dividida que nunca, mientras luchaba contra el deseo que asaltaba su corazón. Lucían la estaba cortejando, no cabía duda de ello. Lo que había comenzado como una guerra de voluntades se había convertido en un decidido cortejo en el que bullía a fuego lento una fiera pasión que devoraba su acuerdo de matrimonio de conveniencia.
Brynn siguió descubriendo que su marido era un hombre de ardiente sexualidad y apetitos insaciables. Hacía el amor con tierno salvajismo pese a toda su sofisticación, pero su indómita rudeza la impulsaba aún a mayores niveles de arrobamiento. E incluso en una mansión llena de criados encontraban oportunidades para la intimidad. Le bastaba con tocarla y el ardiente calor de la pasión de él apartaba de la mente de Brynn cualquier precaución.
Sin embargo, no era tan sólo la pasión de Lucian lo que le resultaba tan difícil de resistir. Ni siquiera su encanto, calidez o ternura sino que demostraba un auténtico interés por ella, interrogándola sobre preferencias y antipatías, escuchando sus sueños, preguntándole por su vida antes de conocerlo.
Brynn trataba de mantener la conversación en un plano escueto y objetivo, pero la perspicacia de Lucían era tan aguda como su perseverancia. Evidentemente, advertía su melancolía cuando hablaba de su familia, en especial de su hermano menor.
—Echas de menos a Theo, ¿verdad? —le preguntó una mañana mientras yacían en el lecho tras un agotador encuentro amoroso.
Ella asintió. La frenética ebullición de la temporada había comenzado ya y Brynn estaba muy ocupada. Y, sin embargo, echaba de menos a Theo terriblemente.
—Muchísimo.
—¿Te gustaría hacerle una visita?
Abrió los ojos como platos mientras levantaba la cabeza del hombro de Lucian.
—Me gustaría más que nada en el mundo, Lucian. Y espero que a Theo le apetezca una pequeña interrupción en sus estudios. Sus cartas son bastante animadas, pero sospecho que se siente algo nostálgico.
—Te acompañaré muy a gusto. Podemos viajar la semana próxima, si lo deseas.
—Eso sería maravilloso —exclamó Brynn sentándose en el lecho—. Escribiré a sus maestros en seguida.
Lucian se echó a reír ante su entusiasmo y fue fiel a su palabra de acompañarla a visitar a Theo a la escuela. Harrow estaba situado a poca distancia al norte de Londres y, tras recoger al muchacho aprovecharon todo el día, disfrutando de un almuerzo al aire libre en Epping Forest, volviendo a la ciudad para vagar por las tiendas de las estrechas y serpenteantes calles de Harrow Hill y tomando el té.
Lucian se comportaba como el anfitrión ideal quedándose aI margen para dejar que la experiencia fuera de ambos, Brynn y Theo; ninguno de ellos deseaba que aquello concluyera. Theo estaba especialmente impresionado por Lucian, pendiente de todas sus palabras, y en más de una ocasión expresó su gratitud por permitirle asistir a la escuela.
—No me lo agradezcas a mí —repuso tranquilamente Lucian—. Fue cosa de tu hermana.
Theo dirigió a Brynn una solemne mirada.
—Lo sé, señor. Y trataré de mostrarme digno de su sacrificio.
Brynn observó que Lucian hacía una mueca y cambió en seguida de tema de conversación.
La visita resultó la experiencia más feliz para Brynn desde su matrimonio. Y una vez ella vio que su joven hermano estaba contento, su corazón estuvo mucho más tranquilo y ligero que desde hacía meses.
Incluso de regreso a Londres persistía su sentimiento optimista. Ya no se sentía tan solitaria. ¿Cómo podría desde que Lucian estaba decidido a comportarse como el marido ideal? Y estaba más ocupada que nunca. Aún solía ayudar a Raven con sus próximas nupcias. Y con la temporada social del otoño londinense en plena marcha, el conde y la condesa de Wycliff estaban muy solicitados. Escogían cada noche entre una docena de invitaciones para fiestas, bailes, veladas y reuniones musicales de moda y cenas. Lucian acompañaba a Brynn a cualquier función a la que ella expresara el deseo de asistir.
—No tienes que acompañarme todas las noches —observó ella una vez, cuando estaban examinando el montón de invitaciones.
Él sonrió.
—¡Ah, pero lo haré, amor! En mi calidad de marido, es mi deber protegerte de los lascivos varones de nuestra alegre ciudad.
Pese a su tono guasón ella sintió que el corazón le daba un vuelco al serle recordado el peligro.
—No deseo privarte de tus habituales pasatiempos —repuso ella esquivando la cuestión.
—No lo haces.
—¿No echas de menos tus diversiones de la Liga del Fuego del Infierno?
—¿Cómo podría echar de menos tan inocuas diversiones si tengo a mi apetecible esposa para mantenerme satisfecho?
Ella dudaba de que aquellas perversas diversiones fueran en absoluto inocuas, aunque no insistió en el tema. No obstante, aunque a Brynn le molestaba reconocerlo, estaba secretamente satisfecha de que Lucian hubiera casi abandonado su frecuentación de la Liga. No le agradaba pensar en él en contacto con aquel estilo de mujeres que divertían a los miembros del disoluto Fuego del Infierno.
Le molestaba pensar en Lucian con cualquier otra mujer. Él era tan solicitado por el bello sexo como ella por sus pretendientes y, para su espanto, Brynn se sentía celosa cada vez que una hermosa mujer miraba a Lucian con ojos de deseo. Era consciente de que su marido había tenido numerosas amantes antes de su matrimonio y se sorprendía escudriñando las multitudes, preguntándose cuáles habrían disfrutado de su cuerpo.
No obstante, por el momento, él parecía interesado solamente en ella, y dedicado por completo a su empeño de dejarla embarazada.
Una semana después de su visita a Harrow, Brynn estaba sentada delante su tocador mientras la peinaban en preparación para asistir a un baile al que planeaban ir aquella noche, después de cenar. Presintió la presencia de Lucían, levantó la mirada y lo vio indolentemente apoyado contra la puerta de su salón.
El corazón comenzó a latirle de aquel modo lento y pesado en que lo hacía siempre que él estaba cerca... y se aceleró al ver que no estaba en absoluto vestido para asistir al baile. Llevaba solamente una bata de brocado de color verde bosque, que claramente le decía que él tenía en mente algo más que bailar hasta el amanecer. Lucían permaneció allí un momento, tan hermoso que cortaba el aliento.
Entonces él, con una breve inclinación de cabeza, despidió a la doncella, molestando en cierto modo a Brynn con su presunción.
—Meg aún no había terminado con mi cabello —protestó cuando la muchacha hubo salido de la estancia.
—Puede acabar más tarde. He ordenado que sirvieran la cena en mi salón y los platos no seguirán calientes mucho rato. ¿Me acompañas, amor?
A él le bastaba con sonreír de aquel modo lento y cautivador, exactamente como estaba haciendo entonces, para que el enfurruñamiento de Brynn se desvaneciera.
Lucían le ofreció la mano y la condujo al salón contiguo donde deliciosos aromas asaltaron sus sentidos. Brynn se dio cuenta de que la escena estaba organizada para amantes. En el hogar ardía un lento fuego y la mesa se hallaba abarrotada de deliciosos platos: pato cocido a fuego lento y ragout de ternera, gelatina de tomate, patatas con salsa holandesa y corazones de alcachofa; de postre, pastelillos genoveses y crema de frambuesas.
Lucían se encargó de servirle y, cuando hubieron acabado, se recostó en su asiento y observó a Brynn por encima de su copa de vino, posando su mirada descaradamente sobre su seno.
Ella se sintió enrojecer ante su lasciva expresión.
—¿Debes comerme con los ojos de ese modo? —dijo por fin—. Cada vez que me miras así me siento sin voluntad.
—Quizá porque cada vez que te miro deseo conseguir eso.
Ella dirigió una mirada al reloj que estaba sobre la repisa de la chimenea.
—¿No deberías comenzar a vestirte para el baile?
—Mi apetito aún no ha sido satisfecho.
—Tras esta deliciosa comida ¿de qué más es posible que estés hablando?
—De ti, amor. Tengo un intenso anhelo de probarte. Me he estado imaginando cuánto me gustaría subirte a la mesa, levantarte la falda e introducir mi cabeza entre tus muslos.
Brynn sintió que la sangre se le encendía ante tan sugestiva imagen.
—¿En la mesa? No hablarás en serio.
Su sonrisa era tentadora, atractiva como el pecado.
—¡Ah, Brynn, qué poco me conoces!
Se inclinó hacia ella, le cogió la mano y le besó la palma.
—Podría entrar alguien —dijo ella sin aliento.
—Podría —convino él—. Pero tengo derecho a disfrutar de mi mujer en privado. '
Se levantó, atravesó la habitación y cerró con llave la puerta que daba al vestíbulo. Luego retiró la mayor parte de platos de la mesa dejando sólo el cuenco de plata con la crema de frambuesas.
—Llegaremos tarde al baile —dijo Brynn en un último intento de ser sensata.
—Está de moda llegar tarde. Además, ese vestido que llevas es peor que ir desnuda —repuso Lucían acercándose por detrás de su silla.
Brynn frunció el cejo sabiendo que su vestido de corte imperio y color jade estaba elegantemente confeccionado, pero era lo máximo de recatado que podía ser un atuendo de noche.
—¿Qué tiene de malo mi vestido?
—Es demasiado provocativo.
Se inclinó, apartó con la boca sus rizos y encontró su oreja que rozó con la punta de la lengua.
—De ningún modo puedo permitir que aparezcas en público de este modo, con un aspecto tan exuberante y tentador. Tengo que quitártelo.
Se inclinó para deslizar las manos bajo su corpiño y acariciarle los pezones. Brynn se arqueó lascivamente a su contacto y reprimió un gemido.
—Lucian... —murmuró por fin.
—¿Sí, mi amor? —preguntó él mordisqueándole la oreja.
—Esto es escandaloso.
—No, no lo es. Es simplemente tu deber que has descuidado de manera escandalosa últimamente. Hoy ni siquiera me has excitado debidamente.
Brynn abrió sus aturdidos ojos con esfuerzo.
—Creo que, para variar, deberías ser tú quien me excitara.
—Estaré más que satisfecho de hacerlo, amor.
El corazón de Brynn comenzó a latir con fuerza mientras él desabrochaba los corchetes de la espalda de su corpiño. Entonces la ayudó a ponerse en pie y deslizó el costoso vestido por sus hombros haciéndolo caer al suelo. Lucian se esforzó con su corsé y camisa, que le sacó por la cabeza dejándola sólo cubierta por las medias, el liguero y los zapatos.
El calor de su mirada la enardecía hasta lo más profundo mientras él miraba fijamente sus senos, que relucían pálidos y desnudos. Lucian abrió su bata y la atrajo estrechamente hasta su endurecido cuerpo haciéndole sentir su deseo. Brynn cerró los ojos con una ardiente tensión irradiando en oleadas desde sus ingles mientras el grueso y latente miembro de él se abría paso entre sus muslos.
Pero él no la tomó. En lugar de ello, la depositó sobre la mesa le retiró las horquillas del pelo.
—Tu cabello es increíble... como fuego —susurró enredando los dedos en los largos rizos—. Rodeándote de llamas.
La mantuvo inmóvil e inició una cálida exploración del interior de su boca. Su beso era implacable en su exigencia, profundo, apasionado, insistente, excitante.
Se sintió aturdida mientras él le separaba los muslos. Su mirada vagó libremente por ella, tal como estaban haciendo sus finas y fuertes manos. Por un momento le cubrió los senos con ellas frotando con las palmas sus endurecidos pezones, pero luego se retiró.
La curva de sus labios era sombríamente sensual mientras sumergía el dedo en el cuenco de crema de frambuesas y la untaba en los picos gemelos de sus senos, que permanecían tensos y enhiestos. Brynn se estremeció ante la fría sensación, aunque el fuego de la mirada de Lucían le caldeaba la carne. Él volvió a sumergir el dedo y trazó un dulce sendero a lo largo de su cuerpo pintándole el ombligo con el dulce manjar y, aún más abajo, empapando los labios de su sexo. Brynn tuvo que apretar los dientes ante la cálida emoción que agitó su cuerpo.
Lucian dejó caer su bata en el suelo y se quedó delante de ella con su magnífico cuerpo desnudo. Luego, acomodando su poderoso torso entre sus piernas abiertas, se inclinó para lamer la crema de sus pezones.
Brynn contuvo una exclamación cuando él chupó las tensas y húmedas crestas, sintiendo que el placer se extendía hacia abajo, hacia el latente núcleo de su cuerpo.
—Delicioso —murmuró él, mientras su áspera lengua se abría camino a lo largo de su piel.
Sosteniendo un seno en cada mano, él llevó más abajo la boca hundiendo la cabeza entre sus muslos, como había amenazado con hacer antes.
Brynn se quedó rígida, apenas dando crédito a las increíbles sensaciones que experimentaba mientras él la saboreaba. Lucian decidido, asumía el control. Lamía y saboreaba excitando sus nervios a cada contacto de su lengua.
Brynn gimoteaba. El latigazo de placer era casi cruel, el abrasador calor húmedo casi insoportable. Desesperada, enredó los dedos entre sus cabellos oscuros y brillantes y se asió a él.
—Lucian... —rogó por fin moviendo la cabeza impaciente de uno a otro lado.
—Aún no, esposa mía. No estás lo bastante excitada. Me propongo complacerte hasta que me ruegues que dé fin a ello.
—Sí estoy lo bastante excitada— protestó ella.
Estaba dispuesta a rogarle si era necesario. Se sentía vergonzosamente dispuesta a hacer todo cuanto él deseara de ella.
Lucian no estaba convencido. Dejó de saborearla y levantó la cabeza para observarla. Ella parecía deliciosamente licenciosa, con los desnudos senos húmedos de su saliva y la espalda arqueada por la excitación. El deseo latía en las ingles de Lucian con ardiente y fiero dolor.
—No voy a tomarte —la zahirió— hasta que tu cuerpo esté temblando, hasta que me pidas a gritos que entre en ti. Entonces voy a deslizarme en tu interior tan profundamente que no sabrás dónde acabo yo y dónde comienzas tú...
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Brynn, pero no bastó para Lucian. La deseaba vibrante y retorciéndose de necesidad por él. Quería que ardiera de deseo, hacerle sentir el mismo fuego, sufrir el mismo tormento que él estaba sintiendo.
Hundió lentamente dos dedos en su interior y Brynn dio un brusco respingo sobre la mesa provocando una sacudida de deseo en el cuerpo de Lucían. Cuando éste, morosamente, acarició su resbaladizo capullo con el pulgar, ella gruñó.
—Lucían, maldito seas —jadeó tratando de aproximarse—.Me estás atormentando.
—Es lo que deseo, atormentarte como tú me atormentas a mí últimamente.
Le separó más los muslos y la mantuvo inmóvil, guiando sus caderas con intención premeditada mientras situaba su erección ante la sedosa entrada.
—Observa mientras te tomo —le ordenó mirando hacia donde se unían sus dos cuerpos.
Mientras hablaba se iba introduciendo en la resbaladiza y caliente humedad provocando un instintivo suspiro por parte de ella, Brynn estaba mojada y encendida en torno a él y tan tensa que Lucían pensó que iba a hacerlo estallar. Pero controló su necesidad con voluntad desesperada. Al retirarse, su henchido miembro relucía con los jugos de ella.
Brynn trató entonces de asumir el mando. Pasó los brazos alrededor del cuello de Lucían y le envolvió la cintura con las piernas, aferrándose a él. Comprendiendo su necesidad, él arremetió de nuevo, esforzándose por profundizar y extrayendo un ronco gemido del fondo de la garganta de Brynn.
Su ruego era innecesario; él sentía de qué modo ella se agitaba.
—Tan hermosa, tan salvaje, tan dispuesta para mí —dijo con voz áspera.
—Lucian... ¡Oh, Dios, por favor...!
El apresuró servicialmente su intensidad y la condujo con un ritmo embelesador y penetrante, su propio cuerpo encendido. La deseaba con un apetito apremiante que amenazaba su cordura.
Apretó la mandíbula mientras ella se arqueaba contra él. A Brynn se la veía salvaje y gloriosa, con la cabeza echada hacia atrás, los desnudos senos oscilando por la fuerza de su jadeante respiración, tan próxima al orgasmo que la más ligera fricción la llevaría al clímax.
Lucian tensó las piernas y se sumergió en su resbaladizo pasaje una última vez, tan profundamente que pudo sentir la boca misma de su útero.
Ella entonces gritó con un sonido de tan profundo placer, que un intenso arrebato recorrió el cuerpo de Lucian. Su frenética exclamación quedó absorbida por el beso de él mientras ella estallaba, sus músculos interiores contrayéndose en torno a su erección, con una fuerza que casi le hizo perder el control. Lucian se agitó triunfal mientras febrilmente devoraba su boca que sabía a frambuesas.
Finalmente, las ondulantes convulsiones se redujeron.
Bastante rato después, Brynn recobró sus sentidos. Somnolienta y cansada, yacía tendida licenciosamente sobre la dura mesa y el aire fresco rozaba su piel caliente en exceso. Lucian aún seguía sumergido dura y profundamente en ella, llenándola de forma magnífica.
—Tú aún no has disfrutado —murmuró ella con voz débil.
Él la miró con una expresión primitivamente masculina, sexual y posesiva.
—Todavía no. Pero la noche aún es joven. Al final, ambos estaremos agotados, sirena.
—Nos perderemos el baile —le recordó ella con una cansada sonrisa curvando sus labios.
—¿Deseas realmente ir?
—En absoluto.
Era la respuesta que Lucian necesitaba. Sin salir de su interior, la levantó y avanzó con ella hacia el lecho, con la hambrienta boca devorando la de Brynn mientras la depositaba sobre el mullido colchón.
Si la pasión de Lucian estaba derribando sus muros defensivos poco a poco, unos días después, Brynn descubrió que tenía el corazón aún más desprotegido. Antes de salir a cabalgar por el parque con Raven se detuvo en el estudio de Lucian para despedirse de él. Cuando ante su orden se inclinó a besarle, él le tendió una caja de madera atada con una cinta verde de satén.
—¿Qué es esto? —preguntó curiosa.
—Un regalo de bodas. No te impresionaron mucho las esmeraldas que te di. Pensé que quizá preferirías esto.
Depositó los guantes en su escritorio y abrió la caja, descubriendo un viejo pergamino en el interior.
—¿Una escritura del castillo de Gwyndar?
—Una de mis propiedades en Gales. Las aguas de la costa son lo bastante cálidas como para que puedas nadar en ellas durante casi todo el año. Te la he transmitido.
Al ver que la expresión de Brynn reflejaba preocupación, Lucian la escudriñó.
—No pareces complacida.
Inspiró profundamente, preguntándose si debía responder con sinceridad.
—No me complace que trates de comprarme, Lucian.
—¿Comprarte?
Fijó sus ojos en él con firmeza.
—Eres tan rico que te has acostumbrado a comprar todo cuanto deseas, pero a mí no me puedes obtener con regalos desorbitados. La fidelidad no puede comprarse.
Los ojos azules de él se ensombrecieron.
—No niego que trato de ganarte, ni que me gustaría que estuvieras contenta con nuestro matrimonio. Pero estás equivocada en cuanto a mis motivos en este caso. Simplemente, he considerado lo que dijiste acerca de depender de mí, acerca de cuan indefensa te hacía sentir eso. Pensé que tener una residencia que puedas considerar tuya te daría una cierta independencia. Si todavía deseas que sigamos caminos separados una vez que nazca mi heredero, puedes retirarte allí y verte libre de mí.
Brynn comprendió que, una vez más, había juzgado erróneamente a Lucian. Más que tratar de ganarse su afecto con regalos costosos, lo que estaba haciendo era ofrecerle, por lo menos en alguna pequeña medida, una alternativa para su futuro.
—Te agradezco tu consideración —murmuró finalmente—. Lucian...
Vaciló tratando de decidir cómo formularle la pregunta que había estado quemándole la lengua desde hacía días.
—Si cumplo con mi deber, ¿podré retirarme sola a Gales?
—Yo desearía que te quedaras en Londres para tu recuperación después del parto, porque aquí es donde están los mejores médicos, pero después puedes marcharte donde gustes.
—¿Y dejar a nuestro hijo contigo?
Su mirada fue firme.
—Ceder a mi hijo es más de lo que estoy preparado para aceptar, Brynn. Desde luego, contrataré a las mejores niñeras.
—Claro —repuso ella más amargamente de lo que pretendía.
Contempló el regalo de Lucian con el corazón dolorido ante la elección que tendría que hacer... ¿Tenía elección? ¿Podría ella abandonar a una criatura de su propia carne?
—¿Y qué sucederá si doy a luz una niña en lugar de a un muchacho? —preguntó por fin.
Él se mantuvo silencioso durante unos momentos.
—Nuestro acuerdo fue un hijo, Brynn.
—Así es.
Cerró la caja cuidadosamente y la dejó sobre el escritorio.
—Gracias por tu regalo —dijo.
Le dirigió una triste mirada, casi melancólica, recogió sus guantes de montar y se volvió sin decir nada más.
Lucian la miró partir esforzándose por resolver sus propias y confusas emociones. Él ya no se sentía tan inflexible acerca de desear que su hijo fuera varón: una hija podía ser igual de satisfactorio. Y si Brynn le daba una, tendría todo el derecho a exigirle que se quedara hasta que hubiera cumplido su pacto de darle un heredero. Sin duda no era un sentimiento carente de egoísmo.
Por otra parte, ella tampoco estaba totalmente equivocada acerca de sus motivos al regalarle el castillo. Fuese o no de manera consciente, estaba intentando comprar su satisfacción. Si Brynn ya no seguía dependiendo de él, de su merced, entonces tal vez escogiera voluntariamente quedarse con él.
Y Dios sabía que él deseaba que se quedase más de lo que había deseado ninguna otra cosa en su vida. Inspiró con decisión. Fuera como fuese, tenía que encontrar un medio de ganarse el corazón de Brynn. El amor podía unirlos más eternamente que los votos matrimoniales. El amor podía...
Lucian se quedó paralizado, sorprendido ante la extraña idea que se había deslizado entre sus pensamientos. ¿Amor? ¿Era ése el nombre de su padecimiento? ¿Aquel deseo por su esposa que lo consumía totalmente y que corroía las raíces de su ser?
No cabía duda de que estaba obsesionado con Brynn. Con Maldición o sin ella, su belleza le causaba dolor, su pasión lo enloquecía de deseo. Pero ¿amor?
Aquél siempre había sido un esquivo concepto para él, sin embargo sin duda se estaba comportando como un hombre atrapado en las garras del amor. Había visto a dos amigos suyos sufrir el mismo tormento. Tanto Damien como Nick habían descubierto un amor apasionado cuando menos lo esperaban.
Lucian admitió que envidiaba la felicidad que ellos habían encontrado con sus esposas. Y que él deseaba para sí. Para Brynn.
Cerró los ojos con fuerza. La amase o no, Brynn era una auténtica fiebre en su sangre. Y deseaba desesperadamente que ella sintiera lo mismo. Deseaba vincularla a él con necesidad primaria, marcar su alma con el fuego que lo estaba abrasando a él. Y, sin embargo...
Abrió los ojos y contempló la caja. Considerando la poco entusiasta reacción a su regalo, su objetivo de ganársela parecía tan lejano como siempre. Y no por causa de cualquier real incompatibilidad entre ellos. Su mayor enemigo era una condenada maldición en la que él ni siquiera creía.
—¿Te preocupa algo? —le preguntó Raven poco después, cuando cabalgaban juntas por Hyde Park.
Brynn se esforzó por desviar la atención de sus sombríos pensamientos y consiguió exhibir una breve sonrisa de disculpa.
—Perdóname, ¿qué estabas diciendo?
—Nada importante. Simplemente te preguntaba si podrías asistir a una feria.
Señaló un cartel clavado en un árbol que anunciaba una próxima feria que se celebraría en Westminster.
Brynn acercó su montura para poder leer la lista expuesta de entretenimientos: juglares, tirititeros, equilibristas, adivinos gitanos... Las últimas palabras le saltaron a la vista. Frunció el cejo preguntándose si el grupo de gitanos que ella conocía de Cornualles estarían tal vez allí. Le parecía recordar que solían encontrarse en Londres en aquella época del año...
Brynn dejó escapar un suspiro comedido. Si Esmeralda estaba realmente en esa feria, tal vez pudiera ofrecerle algún consejo. Tal vez incluso pudiera, reflexionó esperanzada, ayudarla a explicarse sus sombríos sueños sobre Lucian.
Antes de que pudiera responder, Raven soltó un débil suspiro.
—No importa. No creo que Halford aprobase que yo asistiera. Es muy estrecho de miras respecto a la condición de su futura duquesa, y dudo que una feria se adecuara a la categoría aceptable.
Su tono contenía una perceptible nota de decepción acerca de su prometido, pero luego agitó la cabeza.
—De todos modos, Halford perdió bastante su gravedad ante mi petición de subir en globo esta semana.
Con decidida sonrisa, Raven espoleó a su caballo.
Brynn la siguió tras dirigir una última mirada sobre su hombro al cartel registrando de nuevo las fechas y el lugar de la feria. Si pudiera, trataría de asistir, con la esperanza de que Esmeralda se encontrara allí, porque necesitaba desesperadamente ser aconsejada sobre su futuro con Lucian por alguien que conociera la terrible historia de su maldición gitana.
La maldición seguía siendo la oscura mancha en el horizonte de Brynn. Ella había intentado reprimir los avisos de su conciencia, no obstante el peligro le fue brutalmente recordado pocos días después, cuando Lucian la acompañó a la ascensión en globo organizada por el duque de Halford en honor de su prometida.
Varios globos de vivos colores aguardaban para emprender el vuelo, según Brynn vio encantada al llegar al campo de las afueras de Londres. Con la atención centrada en el espectáculo, aceptó la ayuda de Lucían para apearse del carruaje y estaba cruzando distraída la carretera cuando oyó el sonido de unos cascos galopantes. Brynn distinguió un grupo de caballos excitados que se precipitaban directamente hacia ellos, al parecer desbocados.
Se quedó paralizada en el sendero, registrando mentalmente la imagen fantasmal de un conductor encapuchado que esgrimía salvajemente un látigo.
Por fortuna, Lucían no compartió su parálisis. Se abalanzó desesperado, empujó a Brynn, poniéndola a salvo de la letal amenaza, y se arrojó tras ella un instante, antes de que el carruaje pasara con estrépito. Ambos yacieron aturdidos en el suelo, contemplando el vehículo que huía.
Lucian fue el primero en recuperarse. Profirió una maldición en voz baja, se puso en pie y la ayudó a levantarse.
—¿Estás herida? —le preguntó, examinándola con la mirada y las manos para detectar posibles lesiones.
El rostro de Brynn estaba palidísimo mientras lo miraba anonadada.
—Podían haberte matado —susurró ella con voz ronca.
—Cualquiera de los dos podría haber muerto —repuso él en tono torvo—. Pero lo más probable es que fuera un accidente. Unos caballos que se desbocan no es algo insólito.
Sin embargo, Lucian pudo advertir claramente por su petrificada expresión que ella no le creía.
Y, a decir verdad, él tampoco tenía absoluta confianza en sus propias palabras tranquilizadoras. Era bastante plausible que alguien hubiera intentado precisamente matarle; en su tipo de trabajo, tendía a ganarse enemigos. Pero dudaba que una maldición con siglos de antigüedad fuera la culpable del casi fatal accidente. No obstante, Lucian pensó sombrío que, convencer de ello a Brynn era tan improbable como su ascenso a los cielos sin la ayuda de un globo.