Aun así, el incidente en el campo de tiro aquella tarde sólo había reforzado su creencia en el hechizo de la gitana. Su comportamiento había sido totalmente modesto, en absoluto incitante, desde luego nada comparable al encantador proceder de Raven. Pero se recordó a sí misma, los dos caballeros no habían luchado por su amiga, sino por ella. Era una necia por haber confiado en que, sencillamente, podía ignorar el poder de la maldición.

NECESITABA convencer a Lucian de la realidad de ésta. Tenía que demostrarle que él era tan vulnerable como cualquier otro hombre. Más aún, de hecho, por sus íntimas exigencias conyugales. Tenía que hacerle comprender el peligro para que él la ayudara a evitar las graves consecuencias.

Sabiendo que era mejor no darse tiempo a dudar y que decreciera su resolución, Brynn abrió la puerta y se introdujo en el dormitorio de él. Hasta aquel momento, nunca había estado en la habitación de su marido. Estaba decorada con masculina elegancia, con ricos colores verde bosque y oro. Un enorme lecho dominaba la estancia. En primer lugar, fue lo que atrajo su mirada, luego la apartó de allí descubriendo a Lucian en el lavamanos, secándose la cara con la toalla.

Brynn se detuvo en seco. Él no llevaba camisa, y la visión de su bruñido y musculoso torso la dejó sin respiración.

Por fortuna, él no la había oído entrar, lo que le dio tiempo a recobrar la compostura. Cerró la puerta suavemente a sus espaldas.

Lucian levantó entonces la mirada y se quedó paralizado; la sorpresa destellando en sus ojos azules antes de que en seguida ocultara su expresión.

—¿Te has perdido? —preguntó con frialdad.

—No. Necesito ayuda con los botones de la espalda del vestido. ¿Me harás el favor?

Lucían la miró suspicaz.

—¿Por qué no llamas a tu doncella?

—No deseo molestarla.

—Pero ¿sí deseas molestarme a mí?

Ella se limitó a sonreír con una lenta y sensual sonrisa que endureció visiblemente los rasgos de Lucian.

—¿Te importa? —repitió su petición.

Él la recorrió con la mirada reparando en sus cabellos sueltos, que caían sobre sus hombros. Sin responder, se acercó a ella. Cuando Brynn se dio la vuelta, Lucian le apartó los cabellos de la espalda casi con brusquedad.

Ante su evidente impaciencia, Brynn no pudo evitar sentir cierta dosis de satisfacción, pero contuvo su lengua mientras él la desabrochaba en torvo silencio.

—Gracias —le dijo cuando él hubo acabado, manteniendo la voz baja y sensual.

Se volvió hasta quedar frente a él. Estaba tan cerca, que podía sentir el calor de su cuerpo. Ella sabía que él también sentía el suyo. Que compartían el mismo tenso deseo. Lo podía ver en sus ojos, que brillaban como zafiros.

—¿A qué estás jugando, Brynn?

—No es un juego, estoy sólo demostrando una cuestión.

—¿Y qué cuestión es ésa?

—Que la maldición es extremadamente poderosa. Yo no he incitado, de manera intencionada, a los caballeros que se han peleado esta tarde. Si hubiera deseado hacerlo, me habría comportado de modo muy diferente.

—¿Como te estás comportando ahora?

—Sí.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, Brynn se mordió el labio inferior y se llevó la mano al escote del vestido.

Lucian se quedó rígido mientras ella se despojaba del tejido de seda para exhibir la exuberante prominencia de sus senos bajo la camisa. Comprendió que se proponía desnudarse ante él e incitarlo deliberadamente, y sintió que sus ingles se endurecían con salvaje dolor.

—Esto es demasiado —dijo tenso, decidido a no reaccionar.

—No lo creo así.

Ella se detuvo al llegar al corpiño, y se quitó la camisa dejando al descubierto sus exquisitos senos de pezones rosados. A Lucian se le secó la boca ante la idea de probarlos.

—¿Crees sinceramente que podrás resistirte a mí? —preguntó ella con voz ronca, perversa y tentadora.

Lucian inspiró hondo. No, no podía resistirse a ella. Un hombre podía volverse adicto a un cuerpo como el de Brynn y olvidar todo lo demás, por mucho que importase. La deseaba ya fieramente, con un anhelo que lo aturdía.

—Estás jugando con fuego —le advirtió, con la voz cargada de deseo.

—Tal vez. Pero sospecho que eres tú quien se quemará.

El no tenía duda de que se quemaría. Sus cabellos eran pura llama y flotaban sobre sus hombros marfileños y sus senos desnudos como con vida propia. Y, no obstante, aun conociendo el peligro, sabía que no podría detenerse.

—Ve con cuidado, Lucian...

Ella no concluyó su frase. La hambrienta boca del hombre se tragó sus palabras mientras sus brazos la aplastaban contra él.

La besó fieramente, con ira y excitación que le hacían hervir la sangre. Ella sabía como fuego. La llama lo abrasó mientras hundía la lengua profundamente en su boca y un salvaje instinto de posesión ardía en su interior.

Él sintió su involuntaria respuesta. Al principio había estado rígida, pero de pronto Brynn se abrió para él separando los labios para aceptar su agresiva lengua. Su endurecido miembro creció bajo sus pantalones con necesidad primaria.

Gruñó contra su boca en un sonido denso y grave. Deseaba más de ella, necesitaba más... La asió por los cabellos y se inclinó sobre su pecho capturando un tenso pezón. Ella se arqueó instintivamente impulsándose contra su cálida boca. Cuando él se demoró en él ella lo asió por los cabellos.

Lucian oyó su ronca respiración entre una neblina apasionada.

—¿Lo ves? —balbuceó ella—. No puedes detenerte...

El hombre se echó bruscamente hacia atrás. Con un fiero esfuerzo de control se separó de ella y se quedó mirándola, aspirando el aire a profundas bocanadas, estremecido por la pasión.

Brynn vio la batalla en su bien cincelado rostro, mientras ella misma experimentaba enfrentadas emociones de triunfo y desesperación. Los ojos de Lucian brillaban de excitación y de algo sombrío, una lujuria primitiva que era casi salvaje.

Buscó su corpiño con manos temblorosas y se cubrió los senos desnudos, que seguían palpitantes tras su explosivo beso.

—¿Lo has visto ahora, Lucian? —preguntó suavemente rogando que la lección hubiera hecho mella en él—. No puedes escapar al poder de la maldición. No serás capaz de resistirte a mí a menos que mantengamos la distancia.

Él apretó los puños.

—Creo que subestimas mi fuerza de voluntad. No me rendiré a tu hechizo, sirena. Te demostraré que la maldición no es real. No volveré a tocarte.

Ésa era precisamente la respuesta que ella había estado esperando que Lucian decidiese luchar contra su atractivo. ¿Por qué de pronto lo sentía como una derrota?

Por otra parte, su recién tomada resolución creaba un nuevo dilema. Brynn se esforzó por sonreír ofensivamente mientras abría los ojos con escepticismo.

—¿Significa eso que no volverás a hacerme el amor? ¿Cómo podré satisfacer entonces mis deberes de esposa y concebir un hijo?

Un candente silencio acogió su pregunta mientras el rostro viril de Lucían se endurecía.

Brynn respiró tranquilamente.

—Eso es lo que tú deseas, ¿verdad? Un hijo. Bien. Yo misma he comenzado a desearlo. Me prometiste que cuando concibiera un heredero ya no tendría que soportar tus atenciones sexuales. De modo que, cuanto antes cumpla con ello, antes nos veremos libres mutuamente. Sin embargo, confío en que, después de esto, cuando visites mi lecho hagas un esforzado intento por controlar tus lujuriosos apremios.

Tras asestar el golpe, se volvió y se esforzó por salir majestuosamente de la habitación.

Lucían, a solas, permaneció conmocionado mientras los vestigios de pasión comenzaban a remitir poco a poco. ¡En nombre del diablo!, ¿qué le había sucedido? Había estado loco por tenerla. Si ella no lo hubiera zaherido mencionando su falta de control, la habría desnudado por completo y tomado allí mismo, forzándola sin ninguna ternura. Podía haberla violado, tan crudo e incontenible había sido su apetito.

Lucian apretó los dientes esforzándose por destensar los músculos, deseando que se disipara el fiero dolor de sus ingles. Nunca se había sentido tan impotente, tan fuera de control. ¿Qué sucedería la próxima vez? Si la tocaba, ¿sería incapaz de resistir a la bruja de cabellos llameantes y ojos verdes que era su esposa?