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BRYNN tampoco pudo ignorar sin más la propuesta de lord Wycliff porque Gray la interrogó acerca de ella aquella noche, después de cenar. Theo, como de costumbre, se había escapado a su guarida directamente después de los postres, dejando a su hermano mayor y a su hermana a solas en el pequeño comedor próximo a la cocina, donde tomaban sus comidas en aquellos tiempos para ahorrarles trabajo a sus escasos sirvientes.

Brynn pudo advertir que Gray la observaba especulativamente, como si se estuviera preparando para una conversación que fuera más allá del cortés intercambio de trivialidades que había caracterizado la cena. Temiendo el tema en cuestión, ella bebía su virio a pequeños sorbos y aguardaba. Reinaba el silencio. Las comidas eran ahora mucho más tranquilas, sin sus otros tres hermanos en casa. Arthur y Stephen, dos y tres años respectivamente más jóvenes que Brynn, se habían incorporado a la armada de Gran Bretaña poco después de que su padre pereciera y sus finanzas se desplomaran tan vertiginosamente. Y el año anterior, Reese, de dieciocho años, se había ido también para hacer fortuna en la marina mercantil.

Hasta entonces, de todos ellos, Reese era el que más había sufrido por las desastrosas inversiones paternas. No había habido dinero para comprarle una comisión naval, ni siquiera para que asistiera a la universidad, como habían hecho sus hermanos mayores. Sin embargo, aquello no preocupó a Reese, puesto que era el menos estudioso, pero Theo se quedaría desolado si se le negaba la oportunidad...

—¿Brynn?

Ella se sobresaltó al ver interrumpidos sus pensamientos.

Gray sonrió débilmente.

—No es propio de ti estar tan profundamente ensimismada que incluso dejes de oírme.

—Lo siento. ¿Qué me decías?

—Te he preguntado dos veces qué respuesta le has dado a Wycliff.

Ella se estremeció mientras Gray introducía por fin el tema que temía.

—Lo he rechazado, desde luego.

—¿Has considerado su propuesta por lo menos? Wycliff es uno de los mejores partidos de Inglaterra.

—Tal vez sí, pero yo no tengo interés en casarme con él.

—¿Por qué no?

—Existen decenas de razones.

Grayson apretó la mandíbula, pero por un momento se limitó a observar a su hermana en silencio por encima de su copa de vino. Cuando por fin habló, su voz tenía un insólito filo de amargura.

—Podrías pensar en tu familia antes de desperdiciar alegremente esta oportunidad de librarnos de las deudas.

Lo injusto de la acusación dejó a Brynn sin respiración. Abrió la boca para responder, pero Gray inició una extensa diatriba, mucho más contundente por su tono tranquilo.

—Por mi parte, estoy cansado de economizar para vivir, Brynn. Esta casa se está desmoronando porque no podemos permitirnos reparaciones. Apenas podemos mantener nuestra barcaza de pesca, nuestro único medio de vida, y pagar a la tripulación Debemos enormes sumas. El prestamista está presionándonos para cobrar las deudas emitiendo veladas amenazas... En cualquier momento podría verme encarcelado por deudas.

Brynn se mordió la lengua. No hacía falta que le recordase a Gray que ella se esforzaba todo lo posible por ayudar a cancelar esas deudas. Comprendía su desesperación. La humillación de sentirse tan profundamente endeudado, de tener que vender preciosas reliquias familiares y despedir a empleados queridos. La culpabilidad de ser incapaz de mantener a su familia. La preocupación que lo corroía al preguntarse cómo asegurar su supervivencia día tras día.

Y Gray había aportado su parte de sacrificio. Muy dolorosamente, había tenido que abandonar sus propias aspiraciones matrimoniales y ver cómo la joven dama a la que él quería se casaba con otro caballero.

—He rechazado a otros pretendientes y nunca has tenido nada que objetar —repuso Brynn cuando él hubo acabado.

—Ninguno era tan ventajoso como éste. No encontrarás mejor pesca que Wycliff.

—No se trata de un pez.

Grayson se limitó a fruncir el cejo ante su intento de bromear.

—Sabes perfectamente que no puedo dejar a Theo —señaló Brynn—. Por lo menos, hasta que su futuro quede asegurado.

—Su futuro estará totalmente asegurado si te casas con Wycliff. Se ha ofrecido a financiar los estudios de Theo. Él puede contratar a los mejores profesores o enviarlo a la escuela. En realidad, Wycliff es lo bastante rico como para comprar toda una escuela. Y tú ya no tendrías que seguir jugando a institutriz.

Aquello la hirió considerando cuánto se había esforzado por enseñar a su hermano menor.

Brynn inspiró profundamente para tranquilizarse, intentando ser paciente.

—No estoy segura de que Theo esté preparado para asistir a la escuela. Los muchachos pueden ser muy crueles.

—Tal vez, pero ahí está su futuro. Él, por así decirlo, es demasiado estudioso. Y tú no puedes mantenerlo protegido toda su vida, tal como has hecho hasta ahora.

Brynn contempló su copa. Con frecuencia habían discutido a causa de su exceso de proteccionismo. Ella estaba tan pendiente de Theo como lo estaría cualquier madre, puesto que lo había criado desde que nació.

—Es fácil para ti abogar por mi boda con Wycliff —repuso Brynn quedamente—. No eres tú quien debe convertirse en su esposa.

Gray la observó pensativo.

—Parece una persona bastante agradable. Y dudo que no lo encuentres atractivo, considerando cómo se deshacen las damas por él.

—Su atractivo es una parte importante del problema, Gray. Yo... soñé con él anoche, y en mi sueño lo vi moribundo.

Su hermano la miró con fijeza.

—Tal vez sea sólo una coincidencia.

—Sabes perfectamente que no lo es. No deseo ser responsable de su muerte. No podría soportar esa culpabilidad.

—Sólo porque te cases con él no significa que tengas que ser la causa de su muerte. Lo único que tienes que hacer es intentar no sentir ningún afecto por él.

Brynn pensó sombríamente que aquello era más fácil decirlo que hacerlo. La atracción que sentía por Wycliff ya era casi irresistible.

—No quiero asumir el riesgo.

—Él parece bastante deseoso.

—Lo sé. Se rió cuando le advertí lo que podía suceder. —Emitió un sonido de frustración—. ¿Por qué no puede creerme? Si no fuese por la maldición, él ni siquiera estaría persiguiéndome. Desde luego, nunca me hubiera propuesto matrimonio. No sabe nada sobre mí, nada sobre nuestras ilícitas actividades. Dudo que deseara una colaboradora del Libre Comercio como condesa si supiera la verdad. Pero no creí prudente revelarle mi implicación.

—No, desde luego, no hubiera sido prudente —convino Gray frunciendo el cejo—. Hasta hoy no sabía que Wycliff trabaja para el Ministerio de Asuntos Exteriores.

—¿Qué quieres decir con trabaja?

—Está empleado por el gobierno británico.

Ella enarcó las cejas con sorpresa.

—¿Por qué necesitaría empleo un noble con su fortuna?

—Me cuesta creer que lo necesite —respondió Gray—. No tengo idea del porqué. Supongo que por el desafío que representa. Sea cual fuere la razón, es muy poderoso en los círculos del gobierno. No es alguien a quien quisiera defraudar.

—La conciencia de su poder es otra de las cosas que no soporto de él. Le encanta comportarse de manera autoritaria. Rara vez he conocido a un hombre tan arrogante. Cree que le basta con ordenarme que me case con él para que yo acepte con entusiasmo.

Gray la miró con un asomo de simpatía.

—Puedo comprender que tu orgullo se sienta ofendido. También me sucedería a mí. Pero no puedes olvidar cuan extrema es nuestra situación.

Brynn se mordió el labio mortificada por su suave tono. El orgullo siempre había sido uno de sus principales defectos y era humillante tener que tragárselo. Odiaba sentirse tan impotente, tan dependiente de los caprichos de otro.

—No he olvidado nuestra situación, pero me rebelo ante su presunción feudal de que su riqueza puede lograr mi sumisión. Él cree que puede comprarme para alumbrar a sus hijos, y yo no estoy en venta.

—Desea hijos, Brynn. ¿Qué hombre no los desea?

Ella permaneció obstinadamente silenciosa.

—¿Estás diciendo que no deseas tener hijos propios?

Brynn los deseaba sinceramente, pero se había resignado a llevar una existencia estéril, diciéndose a sí misma que se conformaría con criar a Theo.

—No, no estoy diciendo eso, pero ciertamente no deseo que sean engendrados por Wycliff. Piensa cómo me sentiría si asesinara al padre de mis propios hijos.

—Confío en que pudieras evitar hacerlo —dijo Gray risueño.

—¡Éste no es un asunto de broma, Gray!

—Desde luego que no. Lo siento.

Al ver que ella guardaba silencio, él habló de nuevo.

—¿Has considerado que, una vez estenios libres de deudas, ya no tendré que seguir comprometiéndome en el contrabando? Ni tampoco Theo.

Aquello hizo erguirse a Brynn.

—¿Dejarías de llevarlo contigo?

—Sí, desde luego. Sabes perfectamente que lo presioné para que ayudase sólo porque, cuando se marcharon todos nuestros hermanos, necesitaba dirigir mis equipos. Además, es mejor aprender el Libre Comercio a una edad temprana. No puedo renunciar a esa única fuente de ingresos hasta que cancele nuestras deudas.

Gray le sostuvo firmemente la mirada.

—Creí que mantener a Theo lejos del Libre Comercio era nuestro más sincero deseo.

—Desde luego que lo es. No deseo que él tenga que ver con el contrabando ni con el mar. No está hecho para tal peligro físico. Se pone enfermo cada vez que te lo llevas...

Gray interrumpió su familiar diatriba.

—Entonces deberías estarle agradecida a Wycliff por la oportunidad que te da de ahorrarle ese peligro a Theo.

Brynn reconoció que tal vez debería estarle agradecida.

—¿Crees sinceramente que debo casarme con él?

—Sí, aunque sólo sea por Theo.

Brynn se sintió que la inundaba la desesperación mientras comprendía la verdad de la tranquila afirmación de su hermano.

—Muy bien, lo consideraré.

Echó su silla hacia atrás y se levantó bruscamente con la perentoria necesidad de estar sola. Sin más palabras, salió de la sala.

Cuando llegó a su dormitorio cerró la puerta y fue hacia una de las ventanas que dominaban la costa. Un sentimiento de angustia le oprimía el pecho mientras miraba más allá de la línea de la playa rocosa, hacia el mar.

¿Tendría razón Gray? ¿Debería casarse con lord Wycliff? ¿Se atrevería a asumir el riesgo?

Incapaz de permanecer quieta, Brynn paseó por la habitación. Wycliff se comportaría como un caballero mientras se tratara de obtener lo que deseaba, poniéndole los dientes largos con un generoso acuerdo de matrimonio para obligarla a aceptarlo. Pero era el último hombre sobre la Tierra con el que se casaría.

Si tuviera que escoger un marido, escogería a alguien absolutamente opuesto a él; un tranquilo ratoncito por el que no sintiera ninguna atracción, alguien que no le agitara la sangre con una simple mirada. Entonces no habría ningún peligro de que se enamorase...

Apretó la mandíbula, fue hacia el tocador y sacó un joyero que sólo contenía unas pocas baratijas y una pieza en extremo valiosa. Sacó el relicario de su antepasada que había pasado a ella, abrió el cierre para descubrir un retrato en miniatura de lady Eleanor Stanhope —Flaming Nell—, la legendaria tentadora que dos siglos antes había enloquecido a los hombres con sus atractivos rasgos y encendida cabellera y que había sido maldecida por sus pecados libertinos.

No era la primera vez que Brynn deseaba que su bellísima pariente hubiera sido capaz de reprimir su comportamiento licencioso y evitado causar tal pesar a sus descendientes femeninas. Pero no había modo de escapar de la maldición. Wycliff, pese a su escepticismo, había acabado tan obsesionado con ella que hacía caso omiso de todas sus objeciones, de todas sus advertencias, en su determinación por coaccionarla para contraer matrimonio.

Brynn cerró el puño con fuerza sobre el relicario clavándose dolorosamente la filigrana de oro contra la palma. Deseaba con desesperación tener a alguien con quien poder hablar, alguien distinto de Grayson, que tenía tan vital interés en que aceptara.

Sabía que su madre se hubiera mostrado inflexible en que rechazara el cortejo de Wycliff. Pero ¿qué le aconsejaría Esmeralda?

La anciana gitana era descendiente de la creadora original de la maldición. Durante el siglo anterior, habían permitido a su pequeño grupo acampar en la finca de los Caldwell cuando visitaban el distrito, confiando en compensarlos por la ofensa de Flaming Nell.

Cuando falleció el primer pretendiente de Brynn, ella había acudido a Esmeralda para que interpretara sus sombríos sueños. Las crípticas frases de ella le habían resultado a un tiempo confusas y contradictorias, pero Brynn la había dejado con la firme convicción de que debía culparse de la muerte de su pretendiente.

No obstante, en esta ocasión no podía consultar con la anciana, porque no tenía idea de donde encontrarla. Su grupo vagaba por el sur de Inglaterra, desde Cornualles hasta Londres.

Cerró el relicario y devolvió la pieza al joyero. Tal vez estuviera equivocada. Tal vez su preocupante sueño de Wycliff no significase que él fuese a morir realmente, sino tan sólo una advertencia de que ella debía andarse con cuidado. De ser así...

Brynn no deseaba aceptar su propuesta de matrimonio, sin embargo, ¿tenía realmente elección? Si se casaba con él libraría a Grayson de la amenaza de la prisión por deudas. Por añadidura, Theo tendría la educación que él siempre había deseado, el futuro que ella siempre había querido para él. De no ser así, Theo seguiría recibiendo sus inadecuadas enseñanzas en casa, donde además su vida se hallaría en riesgo, viéndose envuelto en los peligrosos bajos fondos del contrabando.

Atormentada por su conciencia, Brynn apretó los ojos con fuerza. Por el bien de su querido hermano tendría que ceder. Tendría que convertirse en la condesa Wycliff y darle a éste un hijo. ¡Santo cielo!

Abrió los ojos y levantó la barbilla con inexorable determinación. Muy bien, se casaría con él. Le daría a lord Wycliff el heredero que deseaba a cambio de un acuerdo matrimonial que cancelase las deudas familiares.

No obstante, la cautela era imperativa. Sería su responsabilidad salvar a Wycliff de su lujuria y de la de ella. Más concretamente, tendría que evitar que naciese entre ellos cualquier clase de afecto.

Brynn inspiró profundamente, confiando con todo su corazón en que pudiera conseguirlo. Sólo rogaba que él no llegase a lamentar haberse comprometido a tan peligrosa unión.