6

LA iglesia estaba llena a rebosar. La mayoría de los asistentes eran amigos o conocidos. Algunos eran simples curiosos, ansiosos de ver a un par de rango tan elevado tomando una esposa de tan peligrosa reputación. Mientras se encontraba ante el párroco con su futuro esposo, Brynn pensó que todos los invitados sin duda creían que había atraído al conde de Wycliff al matrimonio con sus poderes sobrenaturales.

A medida que avanzaba la ceremonia, evitó incluso mirar a su alto y perversamente hermoso novio. Era más seguro no mirar los brillantes ojos azules de la misma tonalidad que su chaqueta de excelente corte, o contemplar cómo su pañuelo original y complicadamente anudado resaltaba sus atractivos y aristocráticos rasgos. Sin embargo, ella sabía que todas las mujeres presentes sentían un chispazo de envidia.

En aquel momento, Brynn se habría cambiado gustosamente por cualquiera de ellas. Escuchaba con creciente consternación las palabras que salmodiaba el párroco, que eran antiguas y vinculantes. Estaba siendo unida en sagrado matrimonio a un desconocido.

Brynn hizo una mueca cuando lord Wycliff deslizó una alianza de oro en su dedo. No obstante, la enormidad de sus procesas no hicieron realmente mella en ella hasta que su nuevo rozó ligeramente su boca con un beso. Sus labios, fríos y comedidos, eran a la vez ardientes, como si le recordaran la finalidad del matrimonio.

Se había unido a aquel hombre para siempre, para lo bueno y para lo malo. Y era muy probable que fuese para lo malo.

Brynn, desconcertada, se volvió casi tropezando.

Wycliff la cogió con la mano por el codo y, por un momento, sus miradas se encontraron. Ante la desolación de ella, la ardiente mirada de los ojos de Wycliff expresaba posesión y triunfo.

Con deliberado cuidado, Brynn logró liberar el brazo que él le asía.

—Confío sinceramente que no tenga que lamentar este día —susurró con voz ronca.

—No tengo esa intención —repuso su señoría tranquilamente, sin mostrar en modo alguno la confusión interior que sentía ella.

A Brynn le temblaba la mano mientras firmaba en el registro de la iglesia sellando aquel matrimonio. Luego, reprendiéndose por su cobardía, irguió la espalda y forzó una sonrisa mientras aceptaba los al parecer infinitos buenos deseos de los invitados.

El carruaje del duque condujo al grupo nupcial a la mansión Caldwell, en cuya terraza había sido preparado un festín por el vasto ejército de sirvientes del duque. El almuerzo de los esponsales, que pareció durar horas, fue un tormento para Brynn. Aquel atardecer de julio era tan cálido que se sintió incluso mareada pese a la fresca brisa que llegaba del mar. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para soportar con serenidad los infinitos brindis pronunciados en honor de la pareja nupcial, comenzando por el anciano duque. El costoso champán junto con lo poco más que consiguió tragar, a Brynn le supo como polvo.

Y aún quedaba la noche por delante, que se cernía amenazadora en su mente. Cuándo los invitados comenzaron a retirarse, poco a poco, Brynn sintió crecer su pánico ante el pensamiento del obligatorio lecho conyugal.

Por lo general no se consideraba cobarde, pero debía reconocer que temía el aspecto físico del matrimonio. La idea de entregar su cuerpo a un hombre —aunque fuese su marido— le era ajena. En realidad, había pasado gran parte de su vida evitando a los hombres; la resistencia era en ella una segunda naturaleza.

Wycliff podía exaltarse muy fácilmente. ¿Y si ella no podía resistírsele? Su simple contacto la afectaba más que cualquier otra cosa que hubiese experimentado hasta entonces. Ella podía ser un terrible peligro para él si, mediante sus expertas dotes de seducción, lograba que se enamorase de él.

El sol estaba bajo en el horizonte cuando el duque y la duquesa se despidieron señalando con ello el fin del festejo. En breve, Brynn se encontró sola sentada a la mesa nupcial salvo por la compañía de su nuevo marido y su hermano mayor. Theo hacía mucho que, aburrido, se había escapado a su laboratorio.

Cuando Grayson se levantó para abrazarla, Brynn tuvo que esforzarse por contener el escozor de las lágrimas, sabiendo como sabía que aquélla podía ser una de las últimas veces que lo viera durante mucho tiempo. Se aferró a él un momento más, recurriendo a toda su fortaleza.

Gray la besó en la mejilla y luego retrocedió unos pasos con la mirada fija en Wycliff y una expresión seria en el rostro.

—¿Cuidará de mi hermana? —le preguntó en tono solemne, incluso con un punto adusto.

—No le haré ningún daño. Se lo prometo —repuso Wycliff serenamente.

Grayson desvió la mirada hacia Brynn, a la que se veía incómoda junto a su nuevo marido.

—Si me necesitas, sólo tienes que llamarme.

Ella forzó una sonrisa.

—Lo tendré en cuenta.

Grayson le dio un tranquilizador apretón en la mano y otro beso en la sien y se despidió.

—Tu hermano es muy protector contigo —observó Wycliff cuando estuvieron a solas.

—Existen buenas razones.

—No tengo intenciones de forzarte, Brynn.

—Eso es lo que dice —murmuró en voz baja—. Sólo confío en que pueda recordar sus honorables intenciones cuando llegue el momento.

Wycliff no respondió a su evidente preocupación. En lugar de eso, ante su sorpresa, hizo una seña al sirviente que estaba merodeando por la puerta de la terraza.

—Gracias, Pendry —le dijo cuando el hombre le entregó una caja plana y estrecha.

Aguardó hasta que estuvieron solos de nuevo y le entregó la caja a Brynn.

—Para ti, milady, un regalo de boda —dijo, en respuesta a su interrogativa mirada.

Brynn cogió la caja con cautela y se quedó casi boquiabierta cuando la abrió. En el interior había un exquisito conjunto de collar, brazalete y pendientes de esmeraldas montadas en oro.

—Esmeraldas para combinar con tus hermosos ojos —dijo Wycliff suavemente.

Ella se esforzó por mostrar indiferencia. Si él creía que podía desmoronar sus defensas colmándola de halagos y joyas, estaba muy equivocado.

—No quiera sus sobornos, milord —respondió con sequedad, depositando el regalo sobre la mesa.

—Me llamo Lucían—le recordó él simplemente.

Wycliff miró más allá de la terraza, hacia el vasto océano que destellaba dorado en la distancia.

—Es un atardecer encantador y demasiado pronto para retirarse. ¿Por qué no subes y te pones un vestido más cómodo? Algo viejo que no te importe que se ensucie.

Ella lo miró fijamente.

—¿Por qué?

—Me apetece dar un paseo por la playa.

Brynn consideró preguntarle si había perdido la razón, pero estaba más que deseosa de aplazar lo máximo posible el momento del encuentro.

Hizo lo que él le había dicho, tomándose mucho tiempo para cambiarse de vestido. No pudo evitar advertir que su camisón de bodas estaba extendido sobre el lecho donde había dormido durante todos sus veinticuatro años. Brynn se estremeció, sin querer pensar en la próxima noche.

Cuando bajaba la escalera, encontró a su marido esperándola en el descansillo inferior, con una cesta y lo que parecían varias mantas blancas dobladas sobre el brazo.

—Fresas y champán —repuso ante su tácita pregunta.

—¿Se propone celebrar un picnic a estas horas del día? —le preguntó ella arqueando las cejas con asombro.

—Algo por el estilo. Pensé que estaría bien una celebración privada. Y confiaba en que, mientras, quizá pudiéramos pactar una tregua para la velada.

Brynn estaba insegura acerca de cómo responderle. No deseaba una tregua. No deseaba permitirse bajar la guardia. No obstante, no protestó cuando él le cogió la mano y la condujo de vuelta a la terraza y al otro lado del césped, hacia las rocas.

Ante ellos, el sol era un disco rojo en el horizonte reflejándose en el mar como una bola de fuego. Al llegar al acantilado, Lucian se detuvo para impregnarse por un momento del paisaje. Brynn no podía censurarle que estuviera embelesado: el espectáculo era magnífico.

Bajaron el estrecho sendero hacia la playa rocosa. Ella advirtió que él se dirigía a su propia cala privada, sin saber si debía sentirse alarmada o consternada. Cuando la cogió del brazo, Brynn, nerviosa, se soltó de él, aunque se contuvo de señalarle que podía recorrer el camino con los ojos vendados.

Cerca de la piscina de roca donde se habían conocido, él encontró un breve tramo de arena, donde extendió una de las mantas. Cuando Brynn se hubo sentado, buscó en la cesta y sacó una botella de champán.

—¿Te gustaría tomar una copa?

—Sí, por favor —repuso ella, que necesitaba todo el valor que el alcohol pudiera proporcionarle para pasar aquella velada.

Él sirvió dos copas y luego se instaló a su lado en la manta, tendiéndose de lado y apoyándose en el codo. Brynn, de modo defensivo, levantó las rodillas y bebió de su copa en silencio.

La puesta de sol era espectacular. La brisa había quedado reducida a una suave caricia mientras que el ritmo constante de las olas que llegaban a la playa rocosa contribuía a aplacar sus crispados nervios.

Lucian fue el primero en hablar.

—La calidez de este clima nunca deja de sorprenderme.

—Sí —repuso Brynn de mala gana—. Esta parte de Cornualles es una de las más templadas de toda Inglaterra. Aquí crecen palmeras y las rosas florecen en diciembre.

—Puedo dar fe de que aquí se encuentran hermosas rosas. Yo fui afortunado al descubrir una.

Brynn lo miró de reojo y advirtió que él la observaba directamente.

—Los halagos no causarán efecto en mí, milord. No tengo intención de sucumbir a su experimentada seducción ni de convertirme en otra de sus legendarias conquistas.

—No pienso en ti como una conquista, sirena.

—¿No?

—No. Pienso en ti como mi increíble y encantadora esposa.

Brynn hizo una mueca.

—¿Debo recordarle que acordamos un matrimonio de conveniencia? No hay necesidad de que trate de seducirme, estoy dispuesta a mantener mi parte del trato. En tanto que procure la educación de mi hermano, estoy dispuesta a cumplir con mis deberes conyugales.

Él curvó la boca en ligera sonrisa.

—Confío en que encontrarás nuestro lecho conyugal mucho más agradable que un simple deber.

Brynn apretó los labios refrenándose del apremio de replicar, decidida a mantenerse distante. Cuando le ofreció un plato de fresas, ella rehusó.

Lucian cogió una para él y mordió el jugoso fruto.

—Pareces dispuesta a sacrificar mucho por Theodore.

Su querido hermano era su debilidad.

—Haría lo que fuese por él —dijo fervientemente.

—Parece que hay un largo intervalo en vuestras edades.

Ella miró su copa.

—Después de nacer Reese, mi madre tuvo dificultades. Estuvo embarazada varias veces... —Brynn vaciló, comprendiendo que el tema era demasiado personal y demasiado inmodesto también—. Murió al dar a luz a Theo —concluyó quedamente.

—¿Y tú lo criaste? No podías ser más que una criatura.

—Tenía doce años. Lo bastante mayor como para ocuparme de él.

—Theo es afortunado de tenerte.

Al ver que ella no respondía, Lucían pareció suavizar aún más la voz.

—Siempre deseé tener un hermano o una hermana. Soy hijo único.

Brynn endureció deliberadamente su corazón. No deseaba enterarse de la infancia de su marido ni de nada que pudiera incrementar su intimidad. No podía permitir que sus sentimientos hacia él se suavizaran.

—Es usted víctima de un malentendido: no me interesa saberlo todo de usted, milord.

Él respondió con amabilidad a su desagradable respuesta.

—No te he traído aquí para que nos peleemos, querida.

—¿Por qué me ha traído aquí entonces?

—Pensé que te sentirías más cómoda en tu reino.

—¿Más cómoda?

—Has estado muy poco sociable conmigo todo el día. Tal vez aquí, en un escenario familiar, te sientas menos nerviosa para consumar nuestra unión.

Brynn se sobresaltó y volvió la cabeza para mirarle.

—¿Pretende consumar nuestro matrimonio aquí?

—¿Se te ocurre otro sitio mejor?

—¡Desde luego que sí! Un lecho nupcial es el escenario corriente para una consumación.

—Pero nuestro matrimonio no es exactamente corriente ¿verdad? En realidad, yo lo calificaría de bastante peculiar.

Ella dejó escapar un profundo suspiro mientras buscaba argumentos con que rebatirlo.

—¿Tiene idea del escándalo que sería que nos viesen? ¿O sencillamente no le importa?

—Nadie nos verá. Pretendo aguardar a que oscurezca.

En aquellos momentos era casi el crepúsculo. Brynn tomó un gran sorbo de champán confiando en que el vino espumoso la ayudara a dominar su agitación.

—Aun así será escandaloso —murmuró.

—No mucho más que cuando nadas casi desnuda en este mismo sitio.

Ella agitó la cabeza sintiéndose desesperada. Una cosa era nadar allí, en la intimidad, y otra muy distinta celebrar intencionadamente una noche de bodas en una playa rocosa.

—¿No esperará que me desnude aquí?

—¿Por qué no? Ya he visto la mayor parte de tu cuerpo.

—Hará demasiado frío —repuso ella en tono poco convincente.

—He traído varias mantas. Y me esforzaré todo lo posible por mantenerte caliente.

Wycliff dejó a un lado el plato de fresas y se sentó, haciendo que Brynn se pusiera en tensión.

—Creí que serías más audaz, cariño.

—No soy en absoluto tan audaz.

Una tenue sonrisa curvó la boca de Wycliff ante su indignación.

—Ahora soy tu marido, Brynn. A las mujeres casadas se les permiten más libertades que a las señoritas. —Hizo una pausa—. ¿Sabes lo que se supone que sucederá entre nosotros?

—No soy completamente ignorante. Mis amigas más íntimas están casadas y una de ellas me dijo... en general lo que tenía que esperar.

—Entonces sabrás que las relaciones carnales son necesarias para concebir un hijo.

Se preguntó por qué un niño era tan importante para él, pero no se atrevió a preguntarle y darle una oportunidad de pasar a íntimas confesiones.

—Soy muy consciente de ello, milord.

—Lucian —murmuró él—. Di mi nombre, amor.

—Lucian —repitió ella de mala gana.

—Eso está mejor. ¿Quieres más champán?

—Sí, por favor.

Sabía que estaba bebiendo demasiado, pero no quería detenerse, necesitaba valor si Wycliff se proponía llevar adelante su plan.

Él rellenó su copa y luego procedió a desatar su pañuelo.

—No tienes motivos para preocuparte —le dijo al ver su expresión consternada—. Tengo toda la intención de que tu primera experiencia sea agradable.

—Desde luego que tengo motivos para preocuparme. Acaso usted no crea en la maldición, pero yo no tengo dudas de que su obsesión sólo empeorará una vez que nos...

—¿Nos hayamos convertido en amantes?

—Sí.

—Siempre he mantenido la opinión de que una maldición sólo tiene poder si se le da crédito.

—Bien, entonces puede tener en cuenta mis sentimientos. Usted tiene evidentemente una gran experiencia, de modo que puede comprender mi inquietud.

—Tu inquietud virginal.

Ella se mordió el labio, sabiendo que se sonrojaba.

—SÍ.

Sus intensos ojos azules expresaban simpatía y ternura, así como su tono de voz, bajo y tranquilizador.

—No lo comprendo plenamente porque nunca he sido mujer, pero te prometo que la consumación no será tan desagradable como tu temes.

Brynn, envarada, desvió la mirada de forma intencionada. No tendría ninguna protección contra Lucían si él se proponía seducirla con su ternura.

—No estoy interesada en sus promesas, milord. Accedí a compartir su lecho, nada más.

—Perdóname, amor, pero accediste a ser mi esposa.

Para aquello no tuvo respuesta, porque realmente había accedido a ser su esposa y darle un hijo. Lo que suponía intimidad sexual...

Cuando Lucían se desprendió de su chaqueta, Brynn volvió a ponerse tensa. Le siguió la camisa, produciendo en ella una sacudida cálida de inquietante conciencia. A la media luz evanescente, su torso era inesperadamente musculoso y la dejó sin aliento.

—¿No podríamos... dejar la consumación por el momento? Apenas le conozco.

La mirada de Wycliff contenía una ternura que hacía bajar la guardia.

—Cuanto antes dejes esto atrás, antes comprenderás que no hay nada que temer.

—No tengo miedo exactamente. Sencillamente, no deseo intimar con usted.

—¿Por qué no? ¿Hay algo físico en mí que te resulte desagradable?

—Sabe que no es así. No es nada... físico.

—¿Qué entonces?

«Me haces sentir demasiado vulnerable», pensó ella para sí.

—Su insoportable arrogancia. Cree que todas las mujeres deberían caer rendidas a sus pies.

—Te aseguro que no creo eso en absoluto.

Su voz era baja, vibrante, la acariciaba como suave terciopelo.

Al ver que ella no respondía, le tocó un rizado mechón de cabellos que se había escapado de su severo moño.

—¿No sientes por lo menos curiosidad por conocer los placeres que pueden deparar las relaciones amorosas? ¿En qué consiste ser plenamente una mujer?

—No, en absoluto —mintió ella.

Como si desaprobara su afirmación, le acarició el lóbulo de la oreja con la punta del dedo. Brynn estuvo a punto de retroceder.

—¿No se te ha encendido nunca la sangre ante el contacto de un hombre?

«Sólo contigo», pensó, mordiéndose el labio inferior mientras él le deslizaba lentamente el dedo por la parte posterior del cuello.

—Te prometo que no encontrarás desagradables las relaciones sexuales. Creo poder prometerte que disfrutarás con el aspecto físico del matrimonio.

Ella no quería que se encontrasen sus miradas. Y sin embargo resultaba difícil permanecer distante cuando su piel era recorrida con las yemas de sus dedos con tan deleitable tacto.

Él siguió acariciándole la nuca.

—¿Puedo soltarte el cabello, Brynn? ¿Por favor?

Ella vaciló vagamente desarmada ante aquel «por favor». Le hubiera agradado negárselo, pero en su calidad de marido tenía derecho.

—Si lo desea...

—Lo deseo muchísimo.

Se medio incorporó, se arrodilló tras ella y comenzó a retirar las horquillas de sus cabellos. Brynn contuvo el aliento ante sus tiernas manipulaciones. Podía sentir el cálido, limpio y almizclado aroma de su piel, percibir el calor de su firme y elegante cuerpo en su espalda mientras liberaba la pesada masa y la dejaba caer. Cuando acarició lenta y posesivamente su cabellera, ella sintió un peligroso ablandamiento en su interior. Su toque era muy tierno, sorprendentemente excitante.

Luego, en silencio, le apartó la melena pasando los gruesos rizos sobre su hombro, y comenzó a desabrocharle los botones del vestido. Brynn se quedó rígida. Al cabo de unos momentos sintió la cálida, húmeda punta de su lengua siguiendo la parte alta de su columna y se estremeció. Estaba rozándole la nuca con los dientes, excitando extrañamente su carne.

Permaneció inmóvil, consciente de un inquietante placer que se desenroscaba en la parte baja de su estómago. Sus suaves y persuasivos labios seguían besándole la nuca mientras deslizaba su vestido hacia abajo dejándole los hombros al descubierto. Pudo sentir cómo soltaba los corchetes de su corsé y notar el alivio de la presión restrictiva. Cuando le bajó el corpiño de la camisa, sus senos se desbordaron.

—Lucian... —protestó.

—Me gusta el sonido de mi nombre en tus labios.

Le cubrió los senos con las manos y ella profirió un profundo suspiro.

—No tiene que haber timidez entre nosotros, mi encantadora Brynn. A tu cuerpo le agrada mi contacto. Comprueba cómo se ha acelerado tu pulso... tus pezones están erguidos...

Cerró los dedos en torno a los erectos capullos mandando cálidos aguijonazos de placer por todo su cuerpo, haciéndola arquearse bajo el dulce tormento.

—¿Te gusta lo que sientes, Brynn? Te gustaría sentir lo que puede provocarte mi boca. Déjame saborear tu dulzura...

Le quitó la copa y la dejó a un lado, luego reclinó a Brynn sobre la manta. Mientras él se inclinaba, ella notó cómo sus sentidos giraban vertiginosamente y su sangre latía lenta a causa del vino que había bebido. Le besó los pezones, uno tras otro, lamiendo las hinchadas puntas con su lengua áspera y a la vez sedosa y chupándoselos hasta que ella profirió un gemido ahogado.

Wycliff sopló en una de las turgentes crestas, aún mojadas con su saliva, y Brynn se estremeció ante tan erótica impresión.

Entonces, sosteniendo la aturdida mirada de ella, se sentó sobre los talones y se desabrochó los botones del pantalón deslizándolo luego hacia abajo por sus estrechas caderas.

En la oscuridad creciente, Brynn fijó la mirada en sus desnudas ingles. Estaba duro y excitado, y se quedó ligeramente escandalizada al ver el enorme miembro, latente y erecto entre sus fibrosos muslos.

—Es sólo carne, amor. Tócame y compruébalo tú misma.

Le cogió la mano y se la llevó a las ingles dejándola explorar a su propio ritmo. Brynn se recompuso y lo tocó con mucho cuidado, sintiendo la cálida y satinada piel extendida sobre granito. De modo experimental, cerró los dedos en torno a la rígida longitud y él la sorprendió emitiendo un suave gruñido.

Brynn retiró su mano al punto.

—¿Te ha dolido?

Lucían dejó escapar una suave y ronca risa.

—Ha sido un dolor muy agradable.

Sus ojos ardían cuando volvió a inclinarse sobre ella, pero en esta ocasión, en lugar de ocuparse de sus senos, tomó su boca. Ella yació tensa bajo él hasta que Wycliff murmuró contra sus labios:

—Déjame hacer, sirena. Bésame como yo lo hago. Dame la lengua.

Brynn se abrió entonces a él absorbiendo el lento y penetrante movimiento de su lengua en ardientes latidos aunque sentía una oleada de desesperación recorriéndole el cuerpo. Él era muy experto y ella no tenía armas que la ayudasen a detener su dulce seducción. Contra su voluntad, estaba viéndose envuelta por su potente sensualidad, por sus mágicos besos.

Cuando él la atrajo más cerca, contra su excitado cuerpo, e intensificó su beso, Brynn se estremeció ante la oleada de calor que la invadió. Un escalofrío de deseo comenzó a crecer en su interior tensando sus pezones y sus muslos, caldeando todas sus terminaciones nerviosas. Era como si Lucían tejiera algún extraño hechizo a su alrededor, un hechizo del que ya no deseaba escapar. Alzó los brazos para rodear el cuello de él y cedió a la necesidad de devolver el beso.

Cuando el vacilante avance de su lengua se encontró con la arremetida de la de Lucían, éste sintió una emoción similar al triunfo. La inocencia y el entusiasmo de su boca inexperta, la excitación, la suave búsqueda, eran seductoras. Enredó sus dedos en la rica plenitud de su cabellera y bebió de su dulzura mostrándole a ella cómo responder, dar y aceptar.

Brynn emitió pequeños sonidos de placer desde el fondo de su garganta cuando él deslizó lentamente la mano bajo su cuerpo deteniéndose en la unión de sus muslos, protegida por su vestido. Al ver que ella se quedaba rígida instintivamente, él la acarició para relajarla.

—Déjame tocarte, cariño —murmuró—. Una mujer excitada siente placer cuando toma a un hombre en su cuerpo, y tú debes estar dispuesta para recibirme a mí. Déjame excitarte, encantadora Brynn.

En la oscuridad, él pudo notar su interrogante mirada escudriñándole el rostro.

—No creo que sea posible estar más excitada —susurró Brynn roncamente.

Él ocultó su sonrisa contra la garganta de ella.

—¡Oh, sí es posible! Y será un gran placer para mí mostrártelo.

Ella no protestó cuando él le levantó las faldas dejando su carne expuesta al fresco aire nocturno; en cambio, se tensó mientras él movía su palma sobre el cálido satén del interior de su muslo.

Deseando distraerla, Lucian aplicó su boca a sus hinchados senos, chupándolos de nuevo mientras con los dedos acariciaba los suaves pliegues de su húmedo vértice.

Ella estaba sedosamente húmeda entre las piernas, su cuerpo ya estaba preparado para que lo tomara. Comprenderlo hizo que su miembro se afirmara con salvaje necesidad; sin embargo, sabía que debía procurar, con exquisito cuidado, satisfacerla a ella en su primera vez.

Su gemido jadeante le dijo que lo estaba logrando. Brynn se aferró a sus hombros mientras él buscaba el vértice de su sexo. Murmuró unas suaves palabras tranquilizadoras cuando el cuerpo de la joven se agitó sobresaltado, pero él siguió acariciando la sensible protuberancia. Al cabo de unos momentos, ella tenía ladeada la cabeza hacia atrás y se movía con impaciencia sobre la manta empujando las caderas contra su acariciante mano.

Wycliff la sintió estremecerse y suavemente introdujo un dedo en su sedosa calidez. Brynn gimoteó de nuevo de placer. Lucian deslizó otro dedo en ella, empujando más profundamente, y la joven contuvo un grito sujetándole la mano con los muslos.

Él lamió enérgicamente su henchido pezón y mantuvo el excitante ritmo de los dedos, tanteando y retirándose, hasta que el movimiento imprimió a sus caderas un giro ondulante que ella no podía controlar.

Brynn se arqueó y retorció buscando instintivamente alivio a la febril pasión que él le estaba provocando. Wycliff podía sentir el calor creciente de su piel sonrojada, distinguir los estridentes jadeos mientras llegaba al borde del clímax. Un instante después, la sintió estallar.

Triunfante, Lucian tomó de nuevo su boca captando sus alterados gemidos. Le besó el rostro y la sostuvo hasta que ella yació completamente relajada entre sus brazos. Su ardiente erección era latente y dolorosa, pero se esforzó por permanecer tranquilo dejándole a ella el tiempo necesario para que se recuperase.

Cuando Brynn buscó su rostro en la oscuridad, él percibió su desconcierto.

—¿Era éste el placer de que hablaba? —murmuró ella roncamente.

Él sonrió.

—Sí. Éste era el placer. Pero existe más.

—¿Más? —Su voz sonaba débil—. No sé si podré resistir más.

—Puedes —prometió con dulzura—. Experimentarás un goce aún más profundo cuando nuestras carnes estén totalmente unidas. Déjame mostrártelo, Brynn.

Su silencio, aunque no cordial, sugería rendición.

Él apartó un mechón de su frente y deslizó su muslo entre los de ella, luego vaciló.

Una extraña ternura lo invadió mientras contemplaba sus rasgos en sombras. Era su esposa. La mujer a la que había escogido como compañera de su vida. Lucian había hecho el amor innumerables veces con otras amantes, pero en esta ocasión era algo diferente. Estaba ardiendo de deseo, de lujuria, de necesidad; sin embargo, los sentimientos que se desbocaban en él eran más poderosos que todo lo que había experimentado jamás hasta entonces.

Y más peligrosos. Tener a Brynn debajo de él de aquel modo, respondiendo sexualmente, increíblemente tentadora, le recordaba a Lucian sus sueños eróticos...

Frunció el cejo. ¿Tendría Brynn razón? ¿Se estaba obsesionando con ella?

Agitó la cabeza. Por el momento, no consideraría el posible peligro. Brynn era su esposa. Esquiva y encantadora. Y deseaba saborear sus secretos y hacerla suya para siempre.

Su susurro le acarició el oído.

—Déjame hacerte mía, dulce Brynn...

Con pausada lentitud se tendió sobre ella extendiendo sus muslos con los suyos. La penetró un poco y se detuvo, lo que arrancó una profunda inspiración de la muchacha. Wycliff permaneció quieto, dejando que Brynn se acostumbrase a la extraña dureza que la dilataba y la llenaba.

La respiración de la mujer se hizo más violenta cuando él presionó un poco.

—No te pongas tensa, querida. Trata de relajar tu cuerpo cuando me tomes en tu interior.

Al advertir que la tensión disminuía, avanzó lentamente. En esta ocasión la sintió estremecerse al desgarrarse la frágil membrana de su virginidad, pero ella no profirió más sonido que una tenue boqueada, mientras él la penetraba hasta el fondo.

Durante largo rato, Lucían no se movió, depositando suaves besos sobre su sonrojado rostro, sus párpados, acariciando la exuberante promesa de su virginal presión. Pudo sentir cómo ella se ablandaba, se caldeaba en torno a él y notó su cálida humedad creciendo con renovada fuerza.

—¿Mejor? —le preguntó sintiendo su control poco firme.

—Sí —repuso ella en una sílaba que fue casi un simple reflejo de su respiración.

Lucían se esforzó por contenerse, por controlar la excitación que se esparcía por todos sus sentidos. Brynn estaba húmeda, caliente y arrebatadoramente tentadora, pero aún era inocente e inexperta. Apeló a toda su fuerza de voluntad y comenzó la lenta y exquisita tarea de conducirla al placer moviéndose con suavidad dentro de ella, utilizando toda la pericia que poseía para lograr llevarla de nuevo al clímax.

Brynn ya no ofrecía resistencia. Cuando presionó más profundamente, ella separó los muslos facilitándoselo. Y cuando él se retiró, ella levantó vacilante las caderas, como si le siguiera. Lucian apretó los dientes luchando contra el abrasador apetito de su cuerpo.

Indicios de ese mismo apetito poseían a Brynn. El ardiente dolor interno que ella sentía se estaba incrementando. No obstante, no le producía sufrimiento; era calor, deseo. Todo su cuerpo vibraba al sentir la dura carne de Lucian unida a la suya.

Entonces él tomó sus senos en su boca, besando los erectos pezones, y los aguijonazos de placer se hicieron más agudos. Sus caricias, tentadoras y excitantes, la impulsaban a apretarse más contra él, a moldear su piel con la suya mientras sentía crecer la tórrida y envolvente tensión, en una espiral que subía por su cuerpo desde el vibrante centro de su sexo.

En recompensa, él se sumergió más profundamente y ella gimoteó, rogando sin palabras, indefensa. Wycliff arremetió más intensamente y de pronto Brynn estalló.

Sus sentidos explotaron y gimió llevando inconscientemente la cabeza de Wycliff hacia sus senos, frenética de deseo. Lo único que podía hacer era aferrarse a Lucian y aguantar la tormenta, un mágico torbellino de fuego en la oscuridad.

Sus exclamaciones de éxtasis y asombro aún resonaban en la noche mientras él se permitía alcanzar su propio clímax, profundamente introducido en ella. Vagamente, Brynn sintió el temblor de él, su contenida violencia mientras se movía, posesivo y enérgico, entre sus muslos. Sin embargo, el agitado cuerpo de la mujer parecía aceptar su apremio, acogiéndolo hasta que se disiparon sus últimos estremecimientos.

Aturdida, temblorosa, Brynn se dejó caer lánguidamente hacia atrás cerrando los ojos.

Le pareció que transcurría una eternidad hasta que recobró la conciencia suficiente como para sentir los suaves besos que Lucian depositaba sobre su rostro. Él aún seguía sumergido en ella, con su aliento cálido y suave sobre su piel, mientras Brynn experimentaba aún unos últimos coletazos de insoportable placer.

—¿Ha sido tan desagradable como creías? —preguntó él con voz cálida e íntima.

—En absoluto —repuso ella en un susurro, admitiendo, a regañadientes, que él había tenido razón.

La risa de Wycliff sonó suave y vibrante, tan llena de promesas como la noche que les rodeaba. Cuidadosamente, se apartó de su cuerpo y la estrechó entre sus brazos.

Con una mueca debido a las punzadas de dolor, Brynn oprimió su rostro contra el liso y musculoso muro de su pecho. Podía sentir su calor, percibir el excitante olor masculino a almizcle que desprendía su piel. Su abrazo era tremendamente íntimo, aunque, tras lo que acababa de pasar entre ellos, ella imaginó que se trataba de algo normal.

Se alegraba de que él no pudiera percibir su vergüenza. La amable oscuridad la había ayudado a echar a un lado cualquier inhibición y lógica, convirtiéndola en una salvaje y lasciva criatura en quien a duras penas se podía reconocer.

Estaba aturdida por la maravilla de una pasión que nunca había previsto. Jamás se le había ocurrido que pudiera existir tal grado de sensualidad. Pero su marido era un hombre cautivador, magníficamente viril, seductoramente masculino...

Brynn dejó escapar un profundo suspiro.

Con muy escaso esfuerzo, Lucían había desmontado sus defensas. Lo mismo que cualquier otra mujer a la que él hubiera perseguido, ella, indefensa, había sucumbido a su ternura y a su ardiente pasión... Que los cielos se apiadasen de él.

Cerró los ojos con fuerza. En aquellos momentos no deseaba pensar en el peligro. No entonces. No en aquel instante increíble.

Se acurrucó más profundamente en su pecho deseando poder ocultarse en él.

—¿Se ha resistido alguna mujer a tus intentos de seducción? —murmuró finalmente.

—Tú, amor. —Su tono era suave y ligeramente divertido—. Tú eres la única que puedo recordar. Tal vez con la salvedad de mi madre. Ella solía ser inmune a mis artimañas.

Parecía capaz de reírse de sí mismo. Aquello la sorprendió y la preocupó. Ella no deseaba encontrar nada atractivo en Lucian. No deseaba que llegara a gustarle.

Aun así, se sentía indescriptiblemente agradecida de que hubiera sido tan considerado con su estado virginal, tan delicado con ella. Aún lo seguía siendo; sus dedos describían perezosos dibujos en la desnuda piel de su hombro...

Consciente al fin de que no debía estimular tal familiaridad, Brynn se apartó de Lucian, y luego se estremeció ante la palpitación que latía profundamente donde su cuerpo se había distendido para recibir la fuerza primaria de él.

—Tal vez deberíamos regresar —murmuró él como si sintiera su inquietud—. Estarías más cómoda en una cama de verdad.

Ella se sentó e intentó recomponer sus ropas, pero le resultó difícil, con la mente todavía confusa. Al cabo de unos momentos Lucian le apartó los dedos y la ayudó a vestirse. Brynn se mordió los labios ante la reveladora prueba de su disipación. Incluso en la oscuridad, él estaba familiarizado con la ropa interior de una mujer.

Aunque contuvo la lengua y recibió sus atenciones en silencio, cuando él depositó un beso en su sien, se apartó y se puso en pie. Se sorprendió al sentir una humedad entre los muslos. Comprendió que era la simiente de Lucian, un recordatorio de las relaciones carnales que acababan de mantener.

—Aguarda un momento —murmuró él—. He traído una linterna.

Le oyó abrir la cesta y luego frotar un fósforo. La repentina luz al encenderse la linterna la hizo estremecer, pero la visión de su torso desnudo la obligó a desviar la mirada. Su cuerpo esbelto v musculoso despedía una fluida fortaleza y despertaba mariposas en la parte inferior del vientre de ella, así como nuevos latidos palpitando entre sus muslos.

Él se puso la camisa, devolvió el champán y las fresas y copas al cesto Luego recogió el resto de sus ropas y las mantas y le tendió a ella la linterna.

—Abre la marcha —le dijo

Ella no lo miró mientras se abría camino por la superficie de la roca ni cuando caminó a su lado por el césped hasta la terraza que desde las puertas vidrieras, conducía a la biblioteca, tenuemente iluminada.

Brynn acababa de subir los peldaños de mármol cuando Lucian la obligó a detenerse repentinamente.

—Brynn espera —le ordenó en voz baja y apremiante.

Ella se detuvo, luego con cierta alarma, distinguió la oscura figura de un hombre que se movía entre las sombras de la casa hacia el haz de luz de la linterna. Ella no había sospechado que hubiera alguien allí.

—Soy yo, Davies, milord —murmuró el hombre con acento culto.

Brynn entrevió a un caballero mayor, de aspecto distinguido, cabellos grises y una figura alta y en cierto modo corpulenta. Lucian debía conocerlo porque ella notó cómo se tranquilizaba.

—Si, Davies —repuso con aparente despreocupación—. Supongo que tendrá buenas razones para venir aquí desde Londres.

—Las tengo, señor. Noticias que me temo que no son buenas.

El hombre miró a Brynn.

—Tal vez deberíamos hablar en privado.

—Desde luego. Brynn, éste es mi secretario, el señor Hubert Davies. Davies, mi recién desposada mujer, lady Wycliff.

El hombre se inclinó profundamente.

—Me siento honrado, milady.

Brynn murmuró una cortés respuesta, luego miró a Lucían, que le dirigió una breve sonrisa.

—¿Puedes disculparnos, querida? Parece que tengo que tratar algunos aburridos asuntos de negocios. ¿Por qué no subes? En seguida me reuniré contigo.

A menos de que pensara montar una escena, Brynn no tenía más remedio que aceptar la situación. Siguió su camino hacia el dormitorio perpleja y llena de curiosidad... y asimismo de inquietud.

Aunque, cuando se contempló en el espejo de cuerpo entero, dejó escapar una ahogada exclamación, consternada ante su licenciosa apariencia: la cabellera cayéndole alborotada por la espalda, el vestido desaliñado y las mejillas sonrojadas.

Su sonrojo se intensificó cuando comprendió que el secretario de su marido la había visto de aquel modo. Era vergonzoso haber sido sorprendida con tan descarado aspecto, en especial cuando se había prometido que no sucumbiría a la experta seducción de Lucían.

Se lavó del cuerpo los vestigios de la sesión amorosa y devolvió el orden a su apariencia recogiéndose de nuevo los cabellos; luego descubrió que no sabía qué hacer, si cambiarse el vestido por el camisón o sencillamente aguardar a que llegara Lucían.

Al sentirse desocupada trató de leer, pero descubrió que no podía concentrarse. Su mente erraba hacia su marido, tanto por la increíble pasión que le había mostrado como por los sombríos pensamientos sobre el efecto que aquella noche pudiera tener en su futuro.

Había pasado una media hora cuando su inquietud creció hasta un grado febril. Cerró el libro, se levantó y comenzó a pasear por la estancia, preguntándose qué podía estar ocupando a Ludan.

Se disponía ya a bajar la escalera en su busca cuando oyó un suave golpecito en la puerta del dormitorio. Cuando autorizó la entrada se quedó atónita al ver al señor Davies, su secretario.

—Discúlpeme, milady, pero tengo un mensaje de su señoría.

—¿Un mensaje?

—Sí. Lamenta verse convocado a un asunto importante.

—No estoy segura de comprenderlo —repuso Brynn frunciendo el cejo—. ¿Qué puede reclamar su atención a estas horas de la noche?

—Asuntos que no pueden ser aplazados. Lord Wycliff se ha marchado a Falmouth, donde está anclado su barco. Me ha dado instrucciones de acompañarla en carruaje a Londres por la mañana. Luego la ayudaré a instalarse en su nueva casa.

Brynn se quedó rígida.

—Me pregunto cómo ha podido no tener tiempo de decírmelo él mismo.

—El asunto era urgente, milady. Lord Wycliff le ruega que le disculpe.

Brynn no estaba segura de poder dar crédito a la explicación, pero apretó la mandíbula y contuvo un comentario mordaz diciendo simplemente:

—¿Cuándo puedo esperar volver a verle?

—Lamento no poder decirlo con exactitud, milady. Sin duda, por lo menos pasarán varios días, tal vez una semana, hasta que pueda reunirse con usted en Londres. En cuanto a mañana, será mejor que salgamos pronto, porque el viaje será bastante largo. Yo he venido con el carruaje de viaje de su señoría. Si usted está de acuerdo, haré cargar sus baúles con la primera luz.

—Muy bien, señor Davies —repuso ella algo aturdida.

Con una profunda inclinación, el secretario retrocedió y cerró quedamente la puerta, dejando a Brynn rígida por la impresión, herida y con un creciente resentimiento.

Se preguntaba qué asunto podía ser tan urgente para que un recién casado abandonara a su esposa en su noche de bodas. Y por qué, en nombre del cielo, ni siquiera podía tener la simple cortesía de despedirse de ella.