16
TRAS el siniestro incidente del carruaje, los sentimientos de terror de Brynn retornaron con más fuerza. Así como su sombrío sueño de Lucian moribundo, mientras ella se encontraba de pie junto a él, con las manos manchadas de su sangre. Sin embargo, su sensación de apremio casi rozó el pánico cuando descubrió que estaba embarazada.
Fue Meg, su doncella, quien primero reconoció los síntomas. Brynn se estaba vistiendo para la cabalgata matinal cuando comenzó a sentir extrañas náuseas. Se llevó una mano al estómago y Meg observó su rostro y acudió a buscar el orinal.
—Debería sentarse, milady. Incline la cabeza entre las piernas... Eso es, así.
Brynn se desplomó en una silla y obedeció, preguntándose qué le sucedía. Ella estaba raras veces enferma y no había comido nada a causa precisamente de aquella biliosa sensación. Se cubrió la boca con la mano y trató de tomar aire lenta y profundamente, como su doncella le aconsejaba.
—Se le pasará con el tiempo —le dijo Meg tranquilizándola y acariciando la frente de su señora—. Una vez su vientre comience a hincharse ya no se sentirá enferma. Yo apenas lo siento ahora.
—¿Hincharse?
—Con el bebé.
Brynn, sorprendida, se miró el abdomen. ¿Sería posible? ¿Estaría llevando al hijo de Lucían en su cuerpo? Desde luego, podía ser, teniendo en cuenta sus decididos esfuerzos por concebir. Y en cierto modo ella sabía que era cierto.
Una oleada de alegría la invadió seguida de una punzada aguda de consternación. Una criatura sólo haría su dilema más difícil. Lucian había prometido que podían vivir existencias separadas a cambio de que ella le diera un hijo, pero ¡que los cielos la ayudaran!, ella no deseaba separarse del bebé.
Se llevó una mano a la sien. Con toda probabilidad no tendría alternativa. Tenía que proteger a Lucian al coste personal que fuera. Si obraba con prudencia, lo dejaría ya ahora, de inmediato, antes de que el riesgo que corría su vida se hiciera mayor.
—¿Cree usted que su señoría estará complacido?
Brynn asintió lentamente. Lucian estaría eufórico cuando ella le diera la noticia, pero ¿qué pasaría entonces? Una vez él se hubiera enterado de su embarazo, no habría modo de eludirlo. Insistiría en que ella se quedara a su lado, sometida al cuidado de los mejores médicos. Tendría que soportar su ternura noche y día...
Dudaba ser lo bastante fuerte para resistir tan prolongadas atenciones. Cada día que pasaba, sus sentimientos por Lucian se volvían más fuertes. No podía confiar en mantener las defensas de su corazón intactas hasta dar a luz. Ciertamente, no podía pasar toda una vida con Lucian y mantener su desapasionado aislamiento. Tal vez debería dejarlo inmediatamente, antes de que fuera demasiado tarde...
No, pensó, no le hablaría de su embarazo hasta que hubiera decidido qué hacer.
—No me propongo informarle aún, Meg —murmuró, tratando de contener las náuseas—. No lo haré hasta que esté segura de que realmente estoy embarazada. Por favor, me gustaría que esto quedara entre nosotras.
—Desde luego milady. Será como usted desea.
Brynn acudió a él aquella noche con las emociones confusas, maravillada por tener parte de Lucian creciendo dentro de su cuerpo, combatiendo su temor por el futuro. Pero él la besó con una ternura lenta que deshacía el alma, haciendo que la pasión, dulce y densa, fluyera por ella, derribando su reticencia. Ella se fundía entre sus brazos, acogiéndolo con deseo.
La intensidad de su apareamiento fue sorprendente. Lucian tomó su cuerpo con fiero apetito, murmurando roncas e ininteligibles palabras contra su garganta mientras le pedía que se rindiese, pero a cambio le proporcionaba indescriptible placer, aunque los sollozos de arrobamiento de Brynn no eran sólo físicos. Sentía un vínculo con él que nunca antes había experimentado con ningún otro ser humano.
Después, ella yació entre sus brazos, su aliento mezclado con el de él, acariciándole Lucian la piel desnuda con suaves toques. Podía sentir el firme latido de su corazón bajo su palma y notar dolorido su propio corazón. Lo que habían compartido había sido para ella indescriptible.
El la había hecho sentirse por completo poseída y profundamente deseada, de verdad querida. Nunca se había sentido tan indefensa, tan vulnerable. Tan llena de anhelo.
Deseaba a la criatura que llevaba en su interior, sin duda alguna, pero lo que era peor... deseaba al padre de su hijo. Deseaba a Lucian como marido, quería tener con él un verdadero matrimonio. Anhelaba su amor, amarle a él...
¡Santo Dios!, pensó Brynn cerrando los ojos consternada. No debía amar a Lucian o de lo contrario, él moriría.
A la mañana siguiente, se sentó ante su tocador asiendo el relicario de su madre. Sus náuseas eran igual de intensas aquel día disipando cualquier duda que tuviera de estar embarazada del hijo de Lucian... y fortaleciendo sus temores. ¿Y si la criatura era una hija? De ser así la maldición sería traspasada y todo el terrible ciclo comenzaría de nuevo.
¡Por favor, Dios, no!, pensó Brynn fieramente. Que sea un niño. No podía soportar que su hija sufriera su destino.
Ahora comprendía lo que había sentido su madre. Brynn miró sin ver el relicario que ésta le había entregado como recuerdo del peligro al que se enfrentaba. En el interior se encontraba el retrato en miniatura de su legendaria antepasada, Flaming Nell, pero Brynn veía allí el rostro de su querida madre, un rostro devastado por el dolor de un parto fatal.
«No puedes ceder —le había susurrado roncamente en su lecho de muerte—. Prométemelo, Brynn. Júrame que no te permitirás amar a ningún hombre. Sólo te reportará una terrible congoja. —Aunque debilitada por la pérdida de sangre, había depositado a la fuerza el relicario en la mano de Brynn—. Mira esto... siempre que te sientas tentada. Míralo y recuerda.»
Brynn sintió arder las lágrimas en su garganta ante el recuerdo. Su madre había sucumbido a la tentación del amor y sufrido un indecible pesar como resultado. Sus últimas palabras habían sido de advertencia, un ruego para que tuviera cuidado. Gwendolyn Caldwell había comprendido demasiado bien los insaciables apetitos del corazón. La dolorosa necesidad de amar y ser amada.
El anhelo profundo de su alma que ahora estaba desgarrando también a Brynn.
Sintió que apretaba los dedos sobre el relicario. Aquel día había jurado solemnemente que nunca se permitiría amar, pero ahora se hallaba en peligro de romper su promesa. Temía mucho estar enamorándose de Lucian. Su deseo por él se había convertido en una tortura que ya no podía seguir soportando. No deseaba seguir soportando.
Apretó la mandíbula y dejó caer el relicario en el joyero, apartándolo de su vista. Tendría que dejar a Lucian inmediatamente, a menos que...
Se quedó inmóvil. A menos que pudiera encontrar algún modo de combatir la maldición. Dejó escapar un lento suspiro, recordando el cartel que anunciaba la próxima feria de Westminster y los gitanos adivinos. ¿Sería posible que Esmeralda estuviera en Londres? ¿Podría la gitana ofrecerle alguna esperanza?
Años atrás, ella había acudido a verla llorando por su pretendiente fallecido, en busca de algún consuelo, tal vez incluso de algún medio de absolución. Brynn recordó que, en aquella ocasión, ella estaba demasiado trastornada por la tragedia como para preguntar por la posibilidad de romper el hechizo. A decir verdad, exactamente lo contrario. A causa de la muerte de James y de sus propios sueños siniestros prediciéndola, ella por fin había aceptado el destructor poder de la maldición y se había resignado a su destino.
Pero ahora estaba lo bastante desesperada como para agarrarse a un clavo ardiendo. Si existía cualquier medio remotamente posible para que pudiera quedarse con Lucian sin causarle la muerte, tenía que intentarlo.
Como no deseaba dar lugar a un escándalo asistiendo sola a la feria, Brynn consideró pedirle a Raven que la acompañara. Sin embargo, se sentiría incómoda comentando tales intimidades como sus relaciones conyugales y su embarazo con su amiga, soltera y virgen. Además, Raven estaba muy unida a Lucían y podía sentirse obligada a revelar el secreto. En cuanto a Meredith, Brynn sentía que estaba demasiado felizmente absorta en su propia familia como para involucrarse en sus problemas. En lugar de ello, se llevaría a Meg, sabiendo que no era totalmente insólito en la buena sociedad que una dama aventurera y su doncella disfrutaran de una escapada semejante.
Por fortuna, aquel día de otoño estaba nublado y hacía bastante frío, lo que le permitía llevar una capa sin suscitar comentarios. Brynn mantuvo la capucha bastante baja en torno al rostro para evitar ser reconocida y alquiló un carruaje para que las condujera al lugar de la feria en Westminster.
Una vez allí, vio que era como otras a las que había asistido en Cornualles con sus hermanos, con juglares y titiriteros rivalizando con vendedores ambulantes que ofrecían naranjas, pan de jengibre y pasteles calientes de carne, así como con comerciantes de mercancías más finas, como cintas de satén, guantes y navajas.
A aquella hora tan temprana, la zona no estaba todavía atestada de gente, pero encontrar a la adivina gitana fue más difícil de lo que esperaba. Brynn pasó por numerosas casetas y espectáculos antes de llegar por fin a una tienda que se hallaba en un extremo.
Fue saludada con entusiasmo por una joven belleza ataviada con pañuelos, brazaletes y faldas de brillantes colores, que inmediatamente le ofreció pócimas y hierbas secas que tenía a la venta. Brynn le dijo que lo que quería era que le leyeran la buenaventura: dejó a Meg aguardando fuera y entró en la tienda.
El interior estaba escasamente iluminado con sólo un dorado resplandor proyectado por una lámpara de aceite hecha a mano. Cuando ajustó su visión, Brynn pudo ver a una anciana sentada en una alfombra, ante una mesa baja. Vio que en efecto se trataba de Esmeralda y el corazón le latió más de prisa.
La gitana tenía el cabello gris, estaba casi desdentada y su tez morena tenía la textura del cuero. Sin embargo, sus negros ojos eran agudos como dagas.
—Milady —dijo con voz cascada—, estoy enterada de su buena suerte. Se ha convertido en condesa.
—Sí, madre —repuso ella, utilizando el término respetuoso que los gitanos empleaban para dirigirse a sus mayores—. ¿Y a usted? ¿Le van bien las cosas?
—Bastante bien —replicó Esmeralda con una mueca—. Es un buen año para encontrar crédulos.
Con un amplio ademán de sus dedos huesudos adornados con anillos de plata, invitó a Brynn a sentarse delante de ella, ante la mesa.
No obstante, cuando la gitana intentó cogerle la mano, Brynn negó con la cabeza.
—No he venido para que me lea la mano, madre. Más bien tengo una pregunta que hacerle.
Inspiró profundamente y sacó varias guineas de su bolso, que colocó sobre la mesa.
—Es un asunto de gran importancia.
—Han vuelto sus sueños —replicó solemne la gitana mientras los ojos le brillaban al ver las monedas de oro.
—Sí.
—Comprendo. ¿Cuál es la pregunta, milady?
—Confiaba en que usted pudiera decirme si... si hay algo que yo pueda hacer para acabar con la maldición.
—Teme por su amante —conjeturó la anciana.
—Sí —repuso Brynn—, por mi marido.
Esmeralda cogió una moneda y la mordió con sus escasos dientes probándola.
—No será fácil. La maldición sobre Flaming Nell sigue siendo asombrosamente poderosa.
—Pero ¿puede romperse?
Durante largo rato, la gitana la escudriñó. Por fin asintió.
—¿Ama usted a su marido?
—Yo... no estoy segura —respondió Brynn quedamente, sin desear enfrentarse a la pregunta—. Si permitiera que eso sucediera pondría en peligro su vida. No puedo soportar el pensamiento de causarle la muerte.
—Pero ¿está dispuesta a morir por él? Eso es lo que yo debo preguntarle.
—¿Morir por él?
—Sí, milady. Debe amarle lo bastante como para sacrificarse a sí misma. Ése es el secreto del verdadero amor. ¿Está dispuesta a dar su vida por él? Sólo usted puede acceder a su propio corazón.
Brynn miró fijamente a la marchita gitana con los pensamientos arremolinados. ¿Podía ella amar tanto a Lucian?
Por fin se sobrepuso.
—¿Está diciendo que debo morir por él?
Esmeralda le dedicó una mirada de simpatía que contenía un toque de tristeza.
—Tal vez no se tenga que llegar a eso.
—Pero ¿no puede decirme qué debo hacer para salvarlo?
—No, no puedo decirle eso, milady. Sólo lo que tengo por cierto. Un amor que es verdadero puede luchar contra el más maligno hechizo.
Brynn pensó con creciente frustración que parecía una contradicción. Si amaba a Ludan, él moriría; sin embargo, debía amarlo lo bastante profundamente o moriría.
—Anímese, milady —dijo Esmeralda pasando un brazo sobre la mesa para asir la mano de Brynn—. No todo está perdido.
—Gracias, madre —murmuró ella con una sonrisa distraída.
Se levantó despacio y salió de la tienda sintiéndose algo aturdida. Le habían dado una respuesta confusa. Debía estar dispuesta a sacrificar su propia vida para salvar la de Lucian. Y, no obstante...
¿Podía ella realmente dar crédito al enigmático consejo de Esmeralda? Y, de ser así, ¿cómo podía iniciar tal sacrificio, aunque fuera la clave para romper la maldición?
Para su sorpresa, Lucian estaba en casa cuando Brynn llegó. Lo encontró bajando la gran escalera cuando ella entraba con su doncella. Mientras que Meg se escabullía pasando por su lado hacia la parte posterior de la casa, Lucian se inclinó para besar a Brynn en la mejilla.
—Ya estás aquí. Me preguntaba adonde habrías ido. Confío en que hayas pasado una mañana agradable.
Brynn vaciló. No deseaba que Lucian se enterara de que había visitado a la gitana adivina, no podía darle pie para que él le hiciera preguntas incómodas sobre sus razones. Si él hurgaba demasiado hondo, tendría que reconocer sus recientes sentimientos hacia él, lo que podía resultar desastroso.
—Sí —dijo—. He ido con Raven a la biblioteca de préstamos.
Advirtió que él entornaba los ojos una fracción de segundo.
—Qué extraño. Acabo de encontrarme con Raven cuando regresaba a casa desde Whitehall y se lamentaba de que su tía había requerido su presencia toda la mañana.
A Brynn le resultó difícil contener su rubor.
—Qué cabeza de chorlito la mía. Me refería a mi amiga Meredith. He visitado la biblioteca con Meredith.
Lucian contempló sus manos vacías.
—No parece que hayas encontrado ningún libro de tu gusto
—No, nada —repuso Brynn tratando de parecer impávida mientras él escudriñaba su rostro. Le dirigió su más radiante sonrisa—. Si me disculpas debería cambiarme para la comida.
Lucian la miró marcharse pensando en la culpabilidad que había visto relampaguear en sus verdes ojos. Brynn le había mentido, no tenía ninguna duda.
Apretó los puños involuntariamente mientras la veía retirarse. Al comienzo de su matrimonio, ella nunca había compartido con él sus secretos pero últimamente, con la evolución de su relación, había llegado a esperar cierto grado de honradez entre ellos.
Lucian sintió que se le endurecían las facciones. En una ocasión, había sospechado de la complicidad de Brynn en las actividades ilegales de su hermano, pero había sofocado decididamente sus sospechas, dispuesto a llevar a cabo un nuevo comienzo entre ellos. ¿Se había precipitado? ¿Por qué le mentiría Brynn? Aún más, ¿era aquélla la primera vez? ¿O era simplemente la primera vez en que él la había descubierto?
Si Lucian estaba preocupado al descubrir su mentira, aún se sintió más perturbado a la mañana siguiente, cuando se topó con Meg, que salía precipitadamente de la habitación de su esposa con un orinal.
—¿Sucede algo? —preguntó a la doncella.
—No, milord. Nada por lo que inquietarse. Su señoría se siente mal a causa del bebé. Eso es todo.
Lucian sintió que una conmoción le recorría el cuerpo.
—¿Bebé?
Al ver su perplejidad, Meg se llevó la mano a la boca, consternada.
—¡Oh, Dios, no debía decirlo! Su señoría no deseaba que usted lo supiera.
Él se esforzó por sonreír.
—Bien, ya que usted me lo ha dicho será nuestro secreto.
Cuando se hubo marchado la doncella, Lucian se quedó en el pasillo largo rato, sintiéndose pasmado. ¿Iba realmente a ser padre? ¿Se encontraba un paso más próximo de alcanzar el objetivo que tan desesperadamente ansiaba?
Sus emociones recorrieron todo el espectro, desde orgullo a sentido de posesión, del asombro a la ira porque Brynn intencionadamente le ocultase tal noticia. ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Por qué había permitido que se enterara por otro conducto de que estaba embarazada de un hijo suyo, en especial cuando sabía cuánto significaría para él?
Y, sin embargo..., tal vez existiera una explicación razonable. Tal vez Brynn simplemente deseaba decírselo ella misma.
Desechando sus sospechas, dio unos suaves golpecitos en la puerta de la habitación de su esposa. Al no recibir respuesta, entró con cuidado. Brynn estaba sentada ante el fuego, contemplando las llamas con una expresión ausente en su hermoso rostro.
La ternura le invadió mientras la observaba. Una criatura les uniría de un modo que nunca podrían hacer los votos del matrimonio. Tal vez ahora, Brynn llegaría a aceptar su unión...
Exhaló un lento suspiro. Sólo entonces se dio cuenta de cuan desesperadamente deseaba su aceptación. Ella se había vuelto cada vez más preciosa para él, más preciosa incluso que la criatura que llevaba en su seno.
—¿Brynn? —murmuró.
Ella se sobresaltó y lo miró.
—Meg me ha dicho que te sentías mal.
Brynn se sonrojó y negó con la cabeza.
—En realidad no es nada.
Lucían le dirigió una mirada calculadora invadido por un repentino escalofrío. ¿Pretendía mantener silencio sobre un asunto de tanta importancia? ¿Aun cuando él le había dado una evidente oportunidad de decírselo?
—¿Estás segura de que estás bien?
Ella trató de sonreír.
—Sí. Tal vez algo que cené anoche me sentó mal.
La decepción, dura y amarga, invadió a Lucian antes de que otra y más terrible explicación se le ocurriera. ¿Sería posible que ella planeara huir antes de que él pudiera enterarse de su embarazo, para que así no pudiera reclamar a su hijo? Había advertido a Brynn que se proponía conservar a su hijo con él aunque ella deseara vivir aparte. ¿Era por eso por lo que estaba decidida a guardar silencio? ¿Se proponía dejarle?
Lucian se esforzó por liberar sus pensamientos de tal posibilidad. No podía creer que Brynn tuviese previsto asestarle un golpe tan devastador cuando ella sabía cuánto significaba para él engendrar un hijo. No obstante, sentía que estaba haciendo un enorme esfuerzo por confiar en ella. Tal vez sólo estaba buscando pretextos para disculparla. Después de todo, ¿qué sabía acerca de su fascinante esposa?
—Muy bien pues. —Deliberadamente, Lucian dominó su expresión fingiendo tranquilidad, aunque en su interior sus pensamientos estaban enturbiados.
Brynn le estaba engañando, no cabía duda. Y si podía ocultar algo tan importante como su embarazo, ¿qué otros secretos, tal vez incluso siniestros, guardaba?