Las olas fueron el primer aliado de la resistencia. Lucas escribía en la playa, sobre la arena, hermosos mensajes para su amada. Clara los leía desde la ventana de su cuarto, con esa sonrisa que espantaba nubarrones. Y entonces las olas hacían su trabajo y borraban las palabras antes de que llegaran los policías del inspector Harpo, y es que la marea y la naturaleza son más poderosas que cualquier empresa humana. Sin pruebas no había delito, y las olas eran más sistemáticas y perseverantes que las instituciones, y cada vez que Lucas escribía sobre la arena, ellas le servían de coartada.

La imaginación de Lucas era desbordante. Al poco comenzó a minar la tierra de versos. En lugar de enterrar bombas que estallan al pisarlas, la resistencia enterraba libros y palabras. No tardaron en aparecer especialistas en detectar las minas, gente con olfato e intuición para descubrir dónde se ocultaban los textos que se podían leer gratis, de contrabando, mientras Harpo decidía crear una unidad especializada en detección de palabras ocultas.

Pero por mucho que la policía se esforzara nunca podría llegar a atrapar a Lucas, y es que la combinación del amor y la imaginación pueden con cualquier enemigo. El siguiente paso fue escribir en los billetes, mensajes muy sencillos con una única destinataria, pero que al cabo se convirtieron en un fenómeno social. El plan era muy simple: Lucas escribía un mensaje en cada billete que pasaba por sus manos, y es que el dinero viaja rápido y libre, va de mano en mano, no sabe de fronteras, ni de censuras, ni de impuestos. La idea era brillante, pero aún podía perfeccionarse, así, cuanto más pequeños fueran los billetes, más oportunidades de difusión habría. En un billete de cien solo se podía escribir un mensaje, pero si cambiaba ese billete de cien por cien billetes de uno, se centuplicaban los mensajes y los impactos.

Pronto no hubo habitante en la ciudad que no leyera los mensajes de amor escritos en los billetes, nunca el vil metal había servido para algo tan fabuloso. Algunos incluso comenzaron a coleccionarlos, como si fueran cromos, para guardar todos los versos diferentes que Lucas regalaba a Clara.

Y mientras esto ocurría y el orden se escapaba de las manos de las autoridades, Harpo y sus hombres seguían empeñados en desenmascarar a esa supuesta y compleja organización que retaba al Estado y sus normas.

Nunca descubrieron a Lucas. Quizás lo hubieran podido hacer si en sus corazones aún hubiera quedado algo de alma de niño, algo de fantasía y de amor. Pero sus corazones estaban secos, allí ya no quedaba nada. Habían perdido la capacidad de soñar.