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La asamblea de trabajadores, reunida con carácter permanente, decidió iniciar una huelga de veinticuatro horas, de la que quedaban exentas cinco mujeres de la limpieza, exclusivamente destinadas a las secciones más estrictamente sanitarias de la clínica y al servicio de las habitaciones de los enfermos más inválidos. Por su parte, los técnicos y el personal sanitario españoles decidieron no sumarse a la huelga, pero emitieron un comunicado en el que lamentaban lo ocurrido y pedían a la empresa que el honor de Luguín fuera públicamente restituido. Mientras el objetivo de la huelga definida era un tanto etéreo, protestar por el trato vejatorio sufrido por un compañero como síntoma de la agresividad de un sistema concebido contra los trabajadores, la propuesta de los técnicos sí ofrecía a Molinas la posibilidad de entreabrir la puerta del final feliz. Tras consultar a los Faber y a Serrano, se encerró con madame Fedorovna en su despacho y una hora después salió con el texto de un posible bando a colocar en los murales de avisos de todo el balneario:

La dirección de El Balneario, razón social Faber and Faber, tiene a bien proclamar su total confianza en la persona de su empleado señor Luguín y lamentar la agresión de que ha sido objeto. Sólo en un clima de mutua colaboración entre personal asistencial y clientes pueden darse las condiciones óptimas para que El Balneario cumpla su función: conseguir la salud del cuerpo y el espíritu en una isla de reposo y serenidad, al margen de las tribulaciones del mundo actual.

La frase final le pareció a madame Fedorovna excesiva para los propósitos reales del comunicado, pero Molinas estaba muy satisfecho de haberla concebido y la impuso. Traducido a los distintos idiomas hablados en la casa, con la excepción del flamenco y el catalán, apareció por doquier, y por si los murales no fueran vehículo suficiente, Molinas tomó consigo mismo el acuerdo de que fuera ciclostilado e introducido en cada una de las habitaciones por debajo de la puerta. Minutos después de la distribución del mensaje, si bien se había conseguido calmar los ánimos indígenas, no ocurría lo mismo con los foráneos que, aunque coincidentes en lamentar la agresión sufrida por el español, consideraban que proclamar la total confianza en Luguín desamparaba no sólo al agresor, sino al conjunto de los pobladores de El Balneario, de nuevo obligados a asumir que el mal habitaba entre ellos. En cada grupo nacional hubo intervenciones apasionadas sobre la necesidad, incluso psicológica, de mantener a Luguín como sospechoso, con o sin la mandíbula fracturada, en la desconfianza además de que la policía española estuviera preparada para llevar la búsqueda de la verdad a sus últimas consecuencias. Si bien cada grupo nacional ratificó la necesidad de mantener el espíritu colectivo y la frase «la unión hace la fuerza» fue la más repetida en cada una de las reuniones, el aplazamiento del desvelamiento del misterio creó una mal reprimida urgencia de sálvese quien pueda, primero dirigida histéricamente a conseguir romper la cuarentena establecida y salir cuanto antes del repentinamente tenebroso balneario. Pero ante las repetidas denegaciones de permisos de salida que Serrano les oponía, los residentes consideraron que el policía era el hombre fuerte y que sería necesario abordarle de uno en uno, cada historia personal con su acento, cada cual con la habilidad o no de imponer sus argumentos, a la vista de que los colectivos se habían estrellado contra normas establecidas y elaboradas por un colectivo más poderoso.

Y así fue como al despacho habilitado para Serrano empezaron a llegar peticiones de audiencias individuales, peticiones que no provenían de un acuerdo colectivo, sino de la coincidencia espontánea en el principio del «sálvese quien pueda». Primero peticiones por escrito y luego una furtiva cola de comunicantes que fueron componiendo en el dolorido cerebro de Serrano un puzzle de inseguridad y esperanza de huida colectiva. Aunque casi todos retornaron al vicio solitario de la redención individual, no por ello dejaron de lado un cierto ritual corporativo, manteniendo la apariencia de que eran un sujeto colectivo vigilante, a la defensiva, organizador de piquetes para evitar atentados terroristas indígenas. En cuanto a la clientela española, mal unificada ya desde el primer día, tuvo menos obstáculos éticos y estéticos para llamar a la puerta de Serrano en cuanto se enteraron de que Klaus Shimmel, el líder natural del grupo alemán, había acudido al policía para conseguir un estatuto de fugitivo preferente. Incluso la intervención de Shimmel, aunque no fue divulgada, fue en apreciación de Serrano la que marcó un estilo.

Sí, señor inspector, Klaus Shimmel, descendiente del mejor encofrador de Essen. Señor inspector, muchas veces me preguntan en mi país cómo un hombre como tú, con tanto poder social y prestigio y dinero, vas a veranear a España, que en primera instancia, sólo en primera instancia, claro está, parece un país para un turismo modesto. Pero yo le he cogido aprecio a este país. He sabido apreciar lo que se ha escondido siempre detrás de las apariencias de este país desordenado, sin norte, lleno de gente ligera de cascos, cantamañanas, eso es, cantamañanas creo que llaman ustedes a este tipo de personas. Cuando recientemente visitó Alemania el jefe del Gobierno español, un auténtico talento, señor inspector, la Cámara de Comercio de Frankfurt convocó a los empresarios que teníamos alguna relación con España para que asistiéramos a la recepción que se daba en Bonn en honor de su presidente de Gobierno. Pocos empresarios de mi país se tomaron la molestia de trasladarse a Bonn, pero yo lo hice y tuve el honor de saludar al señor González y a su encantadora esposa y les expliqué mis preferencias por este balneario, lo mucho que le debe mi salud a este balneario, y les interesó mucho mi experiencia. Entre nosotros, no fue una reunión sin ton ni son, y yo en estos momentos muevo los hilos de una operación económica que será muy rentable para España: instalar en un lugar cercano de aquí una fábrica de estucados sintéticos para revestimiento de techos. Sobre un mismo módulo, aplicable sobre cualquier estructura de techo, podemos ofrecer hasta treinta y cuatro variantes ornamentales según los gustos del cliente, y el mismo complejo técnico puede adaptarse a la producción de losetas para rampas de acceso para minusválidos. Le he traído un catálogo para que comprenda lo importante que puede ser que España sea el primer país del sur de Europa que fabrique nuestras patentes. Ustedes no son nada tontos. Ustedes pueden incorporarse a la vanguardia del mundo. Sólo necesitan que nosotros confiemos en ustedes y que ustedes confíen en nosotros. También le he traído estas fotografías en las que aparezco con el canciller Kohl con motivo de la Feria del Mueble de Colonia.

Desde hace veinte años consigo arrastrar a mis hermanas a un viaje anual a España. Empecé yo, Brit; no me confunda con Frauke y Tilda, porque nos parecemos, pero si nos observa con detenimiento se dará cuenta de que Tilda es más morena que yo y Frauke tiene las piernas más anchas; por eso camina con ese aplomo Frauke y siempre va por delante de nosotras dos; pero las decisiones o las tomo yo o las propongo yo. En mi juventud estudié Filología Románica en Gotinga y descubrí esa maravilla que ustedes tienen, ese escritor extraordinario que de haber sido norteamericano sería más famoso de lo que es: Lope de Vega. Yo me enamoré de Lope de Vega. Me sabía sus letrillas de memoria y también me sabía de memoria un poema histórico sobre el conde de Benavente. Este Benavente no tiene nada que ver con Benavente, el premio Nobel. Ahora no ejerzo como romanista, pero me ha quedado el gusanillo de la cultura española y siempre que puedo me escapo hacia el sur. España no era demasiado bien vista en Alemania cuando yo era joven. Los unos porque no había ayudado a Hitler según lo esperable y los otros porque aquí había un régimen fascista, pero yo venía a veces con mis compañeros de estudios y nos poníamos morados de tortilla de patatas en el Mesón de la Tortilla de Madrid y nos sacaban a bailar unos chicos muy simpáticos que nos cantaban canciones sentimentales al oído y nos hacían cosquillas con sus bigotes pequeños. Yo siempre hablé bien de España, antes, con Franco, y ahora, incluso ahora, porque para mí España, señor inspector, es Lope de Vega y el conde de Benavente y Federico García Lorca. Y por eso conseguí que mis hermanas vinieran conmigo y se entusiasmaran tanto que cada año vuelven. Un año ayunamos aquí y otro nos vamos a Madrid a comernos la tortilla. Precisamente una vez viajamos con mi marido, que es asesor del Departamento de Justicia del Estado de Baviera, y le gustó mucho todo lo que vio. Mi marido conoce a muchos jueces españoles y se carteaba con uno que mataron los terroristas no hace muchos años, porque el terrorismo no conoce fronteras y Alemania está llena de palestinos que ponen bombas. ¿Ya han pensado ustedes en la posibilidad de que todo lo que ha pasado aquí sea obra de los palestinos?

Si me presento como coronel del Ejército español, aunque a efectos prácticos y operativos no lo sea, es porque usted, servidor al fin y al cabo del orden, sabrá comprender que un militar, como un cura, es militar hasta que se muere. Tuve el honor de ponerme a sus órdenes el otro día, sí, yo soy el coronel Villavicencio, pero le renuevo mi lealtad y le advierto que puedo serle muy útil. Quien ha tenido mando de tropa adquiere un sexto sentido psicológico que le hace conocer a la gente. El género humano, inspector Serrano, se divide ante todo en dos grandes apartados: los que se pegan pedos y los que los huelen. Así de claro. Luego hay que empezar a subdividir y a subdividir… ésa es función de los civiles. A nosotros, los militares, y por extensión a ustedes, los policías, nos basta con las grandes clasificaciones porque hemos de actuar sin tiempo para matices. En esa tesitura he estado ya más de cien veces y en esa tesitura se encuentra usted ahora. El capitán general de esta región, íntimo amigo mío, le podrá dar referencias. Estoy seguro de que en cuanto se entere de que estoy aquí retenido, se presentará en persona y me dirá: Villavicencio, deja estas humedades y vente a casa a tomarte pescaíto frito, porque el capitán general se vuelve loco por el pescaíto frito. Aquí donde me ve, yo estuve propuesto dos veces para la Gran Cruz del Mérito Militar: la primera porque en plena instrucción un recluta arrojó a cierta distancia una bomba de mano y yo me tiré para allí y le di, no sé con qué le di, pero la bomba salió disparada y nos salvamos todos de milagro. La otra vez fue en Ifni, a donde fui voluntario cuando se produjo aquel conflicto. Bueno, usted o era escolar de pantalón corto o no había nacido. En Ifni le quité yo la ametralladora a un moro y me la llevé hasta nuestras posiciones. Tendría que haber visto usted la cara del moro. Mi coronel de entonces, el malogrado don José Cortés de Comenzana, me dijo: Villavicencio, todo lo que tienes de bruto, lo tienes de cojonudo. Y con dos ojos en la cara ves lo que hay que ver y en todo lo ocurrido hay gato encerrado, como lo demuestra la parsimonia, la sangre fría que exhibe el general belga, Delvaux, que como usted sabe es un mandamás de la OTAN. A general de la OTAN no llega cualquiera, Serrano, y si es necesario mi concurso para iniciar contactos con Delvaux, pasaré por encima de mis intereses individuales, salir de aquí cuanto antes, y me pondré al servicio de cualquier mando conjunto que se establezca.

No sé si usted ha comprendido la significación de mi graduación y mi destino, Jules Delvaux, general del Cuartel General de la OTAN en Luxemburgo, responsable de Intendencia del Cuartel General, para ser más exactos. No debería añadir nada más. Cumpla con su deber. Es preciso que yo mismo dé el ejemplo de mi discreción, pero altos asuntos me esperan en Luxemburgo y no descartaría la posibilidad de que a estas alturas el Alto Mando estuviera gestionando mi salida de El Balneario y que de un momento a otro llegue un helicóptero. Lamento no serle más útil porque de hecho lo mío es la intendencia y, más aún, los estudios de supervivencia límite, por eso me interesa tanto la dietética y estoy en condiciones de demostrar que los altramuces serán la reserva alimentaria del mundo. Si hay altramuces habrá vacas y si hay vacas el hombre saciará el hambre. En cuanto me jubile me dedicaré a estudios de alimentación y de raticidas. No basta con que el hombre resuelva el problema de las fuentes alimentarias fundamentales, sino que es necesario que extermine a las ratas. Yo tengo un sexto sentido detectador y puedo afirmarle, sin miedo a equivocarme, que este balneario está lleno de ratas, aunque no sean aparentes.

Perdone que no me haya vestido como es debido para la entrevista, pero tengo una alergia especial en la piel y por eso voy todo el día en chandal. José Hinojosa Valdés. Tengo una fábrica de chorizos en Segovia, cinco bares en Madrid y tengo el cincuenta por ciento de acciones de la revista de más tirada de España, una revista de crucigramas y pasatiempos. Pero no se deje llevar por lo que soy ahora o porque vaya siempre vestido con chandal. Ante usted está el jefe de centuria más joven de la provincia de Segovia en 1952 y Víctor de Oro del SEU del año 1956. Casi conseguí ser inspector general del SEU, pero me lo pisó un payaso vestido de Capitán Trueno que ahora es corresponsal de TVE en Moscú, ya ve lo que son las cosas. Yo voy siempre directo al grano, y más cuando hablo con un servidor del orden. Entre usted y yo no vamos a irnos con rodeos. Usted y yo sabemos que los enemigos de España, los enemigos de siempre, acechan y están metidos en este balneario. Ya ni estos lugares de paz respetan. Tengo que expresarle mi sospecha sobre la estancia aquí de Sánchez Bolín, un escritor comunista de colmillo retorcido que en más de una ocasión se ha pronunciado contra el orden establecido, contra el de antes, contra el de ahora, contra el de siempre. Es silencioso y oscuro como todos los rojos y yo no le quito la vista de encima, conque a la primera que le vea que se sale de lo lógico, le detengo y lo pongo a su disposición. Tengo amigos muy bien situados, a pesar de la lamentable situación en que vive nuestra pobre España. Ni los socialistas han podido con ellos y están donde están y siempre estarán conmigo, como debe ser.

No sé si usted ha oído hablar del Côte de Dumesneuil, un tinto limítrofe con los tintos de las Nuits de Saint-George. Yo me llamo Armand Dumesneuil y soy el propietario de la marca y además escribo ensayos sobre el modernismo católico a lo largo del siglo XX. Los edito con mis propios fondos, a través de la editorial que dirige un cuñado mío, pero el propietario de la editorial soy yo, bueno, comparto la propiedad con mi hijo, un arquitecto prestigioso que trabaja sobre todo en París y está casado con Renée d’Ormesson, una rica heredera que es muy amiga de la duquesa de Alba y de don Pío Cabanillas, un político español al parecer muy reputado. En cierta ocasión pronuncié una conferencia en la Real Academia Española de Jurisprudencia sobre «El concepto de culpa en Charles Peguy» y mi conferencia mereció una crítica entusiasmada de don José María de Areilza en ABC. No hace mucho salí en «Apostrophe», un programa de la televisión francesa muy prestigioso, y su conductor, el señor Pivot, me preguntó: ¿Cree usted que Europa es religiosa? ¿Se fija usted en la malicia de la pregunta? Yo hice ver que pensaba, pero ya tenía la respuesta en la punta de la lengua. Y fue ésta. ¿De qué Europa me habla? ¿Se refiere usted acaso a Polonia? No sé si usted sabrá que no hay procesiones como las de Polonia. En ningún otro país he visto una fe más colectiva, más profunda. Amintore Fanfani me distingue con su amistad y yo le correspondo con mi hospitalidad. A pesar de sus orígenes de demócrata cristiano de izquierdas, Amintore sabe apreciar los buenos caldos y es un entusiasta del confit d’oie y del foie-gras del Périgord, especialmente del que enlata mi querido Cartaud, el mejor artisan conservateur de Brantome. Le he hablado de Amintore Fanfani, porque muchas veces hemos discutido sobre la significación de la palabra religiosidad. ¿Qué es la religiosidad? ¿Un estado de conciencia? ¿De ánimo? ¿Una predisposición de la conducta?

Mi marido fue director general en el primer gobierno de Arias y yo nací en Madrid pero me crie en Toledo. Ahora mi marido es representante de una casa norteamericana de electrónica y ayuda a mi padre a llevar dos o tres representaciones: cristal checo, boyas marinas soviéticas y un chicle naturista danés que cambia tres veces de sabor a medida que lo vas masticando. Mi marido es vicepresidente segundo del Atleti, me parece que es el de Madrid, pero no estoy muy segura porque yo nunca le acompaño al fútbol. Mi marido conoce al señor Faber porque a veces viene a visitarme, se hospeda en Bolinches y el señor Faber, como sabe que le gusta mucho el tenis, le invita a jugar con él y con su hermano. Me parece que el alcalde de Bolinches sigue siendo aquel socialista bajito que tiene una cuñada toledana, ¿no? Pues ése también es íntimo de mi Antonio, y el gobernador civil de esta provincia me parece que fue compañero de mi Antonio en UCD o en Alianza Popular, no recuerdo muy bien, pero sé que tenían algo que ver. Mi suegro fue de la División Azul y mi padre hizo la guerra de ex combatiente, bueno, lo de ex combatiente fue después de la guerra, claro, pues la hizo de alférez provisional y acabó de comandante, pero tenía una pierna llena de metralla y se dedicó a las representaciones. Tengo un hermano que es diputado del PSOE por no sé dónde, pero es de los del PSOE civilizado, no de los de Guerra, sino de los del otro. Tengo otro hermano que dio la vuelta al mundo en un velero y salió en la primera página de As. ¿Qué más? Pues yo no aguanto aquí ni un día más porque tengo a mi marido y a mis hijos tirados y me está sentando el régimen como una piedra en el hígado.

Juan Sullivan Álvarez de Tolosa, aunque me llaman Sullivan, como si fuera un apodo, pero es el apellido de mi padre, un enólogo hijo de enólogos, una familia establecida en Jerez desde hace más de cien años. Mira, Serrano, no te voy a poner todas las amistades encima de la mesa, que es lo que esperas. Te voy a poner sólo una. El rey. ¿Sigo? Pues el rey es un conocimiento que me viene directo de mi prima Chon, que empezó de roja, pero luego se casó con un comandante marqués de la promoción del rey. Tú, Serrano, pregúntale a Su Majestad por el Sullivan y verás lo que te dice. Usted perdone si le molesta el tuteo. Es que yo tuteo a todo el mundo. No faltaba más. Pues usted perdone, pero insisto, dígale al rey «Sullivan» y seguro que se echa a reír y le dice: Sullivan es el sinvergüenza más gracioso que he conocido. Ya sabe usted que es un Borbón. Un Borbón es un Borbón y se acabó. No se casan ni con su padre. Pues tiene mérito entonces que un Borbón se acuerde de uno. No hace mucho estuvo en una audiencia del rey, en Madrid, el alcalde de Jerez, un socialista duro, de esos que si pudieran nos quitaban los chalets, pues bien, cuando el rey se enteró de que era alcalde de Jerez le dijo: Si ves a Sullivan, le dices que ya vendrá el verano. Y se echó a reír. Es como una consigna entre el rey y yo.

Oriol Colom para servirle. No sé si usted tendrá una idea clara de cómo somos nosotros, los catalanes, pero le diré un refrán que nos retrata: els catalans de les pedrés fan pans, es decir, los catalanes de las piedras hacemos panes. Con eso está dicho todo. Yo aquí vengo a hacer vacaciones. Tal como suena. Mis vacaciones consisten en venir aquí a morirme de hambre para estar sano y seguir trabajando como un penco. Cada día de más significa que pierdo trabajo y dinero. Si fuera preciso sacrificarse por algo, pues yo apechugo y a lo que sea. Pero es que aquí, señor inspector, es que estamos perdiendo el tiempo y no sé qué ventaja tiene que sigamos aquí todos encerrados como en una cuarentena. Mis negocios no pueden esperarme ni un día más. Centenares de familias comen gracias a mí y no están las cosas como para que se nos complique la vida a los empresarios que aún arriesgamos y reinvertimos, recapitalizamos, y además es que yo no tengo ni un problema, ni uno así con la gente de mi empresa. Me invitan a las bodas de sus hijas o a las primeras comuniones o a los bautizos. Señor Colom por aquí, señor Colom por allá, y cuando vino la democracia yo no las tenía todas conmigo, pero llamé al del partido y le dije: Giral, ¿qué va a pasar ahora? ¿Desorden? ¿Tumulto? ¿Recochineo? Nada de eso, señor Colom, me contestó. Trabajo y negociación. Trabajo y negociación. Ah, bien, Giral, así nos entenderemos, pero con grimecias y saltos de saltimbanquis, no, ¿eh? Y así vamos. Ellos a lo suyo y venga negociar y no hemos tenido problemas graves. Por eso le digo que soy indispensable allá y esto tiene arreglo. Usted me pone condiciones y yo las estudio, y si las puedo aceptar, las acepto. Si usted me dice: Mire, Colom, lo dejo marchar y usted se presenta cada día en una comisaría de Barcelona hasta que todo esté arreglado. Pues yo me presento y tan tranquilos, ¿comprende, señor Serrano?

Me llamo Anne, Anne Roederer, soy enfermera, de Estrasburgo. ¿Durará mucho este encierro? Tengo problemas personales muy serios en Estrasburgo, los dejé aplazados, vine aquí para escapar de ellos. Fue una tontería porque estoy bien de salud y no necesito ni baños, ni masajes, ni nada. Dejé a mi hija con mi ex marido, pero fue por poco tiempo, de hecho ya hace dos días que debería haber vuelto… Aquí no entiendo nada. He llamado a mi embajada y no me dan demasiadas esperanzas… ¿Qué está pasando aquí? Mi vida no tiene demasiado interés, pero no me divierten las situaciones inquietantes. Una persona tan poco inquietante, relevante como yo, ¿para qué la necesita usted aquí? Si me voy mañana usted ni se daría cuenta. Muchas veces me voy de donde estoy y nadie se da cuenta. Me ha pasado en mi casa. En el trabajo. Soy como invisible. Mi marido me decía: Di algo para que me dé cuenta de que estás ahí. Sí, señor inspector.

Mi nombre es Stiller y soy suizo. He solicitado voluntariamente este segundo interrogatorio para despejar cualquier duda que usted pudiera tener sobre lo que declaré ayer. Soy apoderado de la Banca Rotschild en Zurich. No sé si esto le dice mucho o poco a usted, pero quisiera que se diera cuenta de los graves conflictos que pueden derivarse de que mi estancia aquí se prolongue. Nosotros los ejecutivos nos debemos a una utilización muy precisa del tiempo y he aprovechado para venir aquí el tiempo justo que me quedaba entre una convención de la Rotschild celebrada en París y un viaje a Brasil donde próximamente abriremos una sucursal. Un retraso en ese viaje a Brasil significa millones de francos, en fin, para que lo entienda, de dólares. Comprendo que usted cumple con su obligación, pero quisiera darle toda clase de garantías para que no perdamos el tiempo ni usted ni yo. Cualquier hombre con responsabilidades, es decir, personas como usted y como yo, saben que en toda rutina hay un fondo de verdad necesaria, como en todo protocolo. Pero las excepciones confirman la regla y nada se gana con que yo deba retrasar mi salida del balneario dos o tres días. Por otra parte, imagínese que los motivos de la prolongación de mi estancia trasciendan a la prensa de mi país y se conviertan en un factor de especulación que perjudique mi buena reputación y la de mi banco. La banca descansa en el crédito, por sí misma y en sí misma. Creo que es fácil de entender. Me ofrezco a estar a su disposición para cuantas diligencias crea oportunas en el futuro. Además, parta usted de las estadísticas elementales. Lo más lógico es que este crimen sea cosa de gente de aquí. Una rapiña menor, por ahí debe de estar la explicación. ¿Qué podría ganar cualquier persona de orden matando a esos dos viejos?

Mi nombre es Julika Stiller Tchudy y ratifico cuanto ha dicho mi marido, no porque sea mi marido, sino porque está cargado de lógica. No es que yo quiera decir que los españoles son más asesinos que otra gente, pero dadas las circunstancias lo lógico es que el criminal esté entre el servicio o sea un desarraigado vagabundo. ¿Dos desarraigados vagabundos? Tal vez volvió para hacer desaparecer a Von Trotta. Sí, claro, el asesinato del señor Frisch es más inexplicable, pero entra dentro de la misma lógica. Nosotros somos personas de orden que hemos venido aquí a descansar y defender nuestra salud. Yo en mi casa he de dormir con antifaz y con tapones en los oídos y en cuanto empiezo el ayuno me relajo, y además esta maravilla de sol que tienen ustedes, y cuando acabas el ayuno te das una vuelta por el sur y qué maravilla. Tienen ustedes un país maravilloso, defiéndanlo y no se lo dejen arrebatar por la violencia o por la mediocridad. La mayoría de los clientes de este balneario son, en mayor o menor medida, VIP’s y sus opiniones generan opinión. ¿Se imagina lo que va a ocurrir cuando abandonen el balneario y cuenten por ahí lo que han vivido y sobre todo esta sensación de rehenes que todos tenemos? Dudo que un Gobierno auténticamente democrático se hubiera permitido un secuestro de estas características, pero de los socialistas pueden esperarse toda clase de groserías. No son ni mejores ni peores que otros políticos; son, simplemente, más zafios. No tienen estilo y ello se debe a que originalmente son resentidos sociales que se meten en política para ser un poco más ricos y conseguir que los ricos seamos un poco más pobres. No me interrumpas, querido. Sé lo que me digo y no estoy ofendiendo a nadie, no estoy hablando sólo de los socialistas españoles, sino de los socialistas en general y el señor Serrano me entiende y me comprende, porque un policía, un buen policía, en el fondo del fondo sabe distinguir el desorden allí donde se dé, y donde hay socialismo se produce desorden, un desorden mezquino, pequeño, pero desorden. Tratan de quitarte lo que pueden para que el metro sea gratis para los jubilados y son felices. Luego resulta que los jubilados no les pueden tragar, pero les votan para fastidiarnos a nosotros.

Yo, nosotros. Todas las intervenciones habían salido del yo para meterse en el nosotros, pero ese nosotros de casta era una simple suma de yoes. Serrano repasó la lista de entrevistas. Sólo faltaban las chicas italianas, Carvalho y el vasco. Las chicas italianas permanecían desparramadas sobre sus camas y de vez en cuando se reclamaban por el balcón:

Che cosa fai, Silvana?

Niente.

Carvalho no era de esperar, es más, permanecía lo más próximo posible del despacho de Molinas contabilizando las audiencias con una sonrisa que a los confesantes nada decía pero que el confesor interpretaba como una declaración de principios sobre el destino del hombre y del mundo. Fue el propio Carvalho el que cazó a Serrano cuando asomó la cabeza por la puerta para comprobar que la cola había terminado.

—Falta el vasco.

—Ya sé que falta el vasco —contestó agresivamente Serrano, molesto por la fiscalización de Carvalho.

—También faltan las italianas. Si fuera tan listo como se cree, se habría dado cuenta.

—Estas chicas no cuentan. Crecen y adelgazan por segundos.

El vasco se presentó cuando Serrano ya daba por clausurado el confesionario. Apareció en el final del pasillo con la voluntad dividida en hacer avanzar el pie derecho y retroceder el izquierdo, con el cuerpo bamboleante, como si el cuerpo fuera un animal remolón que le impedía avanzar hacia el despacho del policía. Pero finalmente se decidió a diez metros de distancia y pasó ante Carvalho como un sprinter y se coló en el despacho de Serrano antes de que el detective pudiera comentarle cualquier cosa.

Sí, sí, ya sé que es algo tarde, señor inspector. Me llamo Telmo Duñabeitia, ya me conoce, soy un industrial muy respetado y muy conocido en toda España. No hay mejores contraplacados que los Duñabeitia y vengo a solicitarle que me deje salir cuanto antes. Mire usted, tengo buenos amigos en todas partes y eso ya es un mérito en estos tiempos en que a los vascos se nos mira por encima del hombro por culpa de cuatro exaltados, de los de ETA. No les niego yo cojones a esa gente, ¿eh, señor inspector? No son como otros que te van con una cara por delante y luego te la pegan por detrás. Pero son exaltados y a todos los vascos nos juzgan por el mismo rasero. Yo doy de comer a muchas familias y mi estancia aquí es ruinosa. Además, yo me conozco a mi gente y va a pensar que estoy aquí retenido porque soy vasco, porque se nos tiene manía a los vascos. Yo soy amigo de todo el mundo y me entiendo con todo el mundo. Yo, la verdad, no soy una persona que odie a la policía porque sí. Si usted viene al País Vasco, yo no me paseo por la calle con usted, pero si puedo hacerle un favor, se lo haré. Porque una cosa es respetar el qué dirán y otra el que nos entendamos todos, porque todos somos hijos de madre, todos tenemos dos manos y dos pies. Bueno, todos, todos menos los mancos y los cojos.