15 de septiembre
La Ciudad Olvidada
BAJÉ LA VISTA a mis playeras en la oscuridad. Podía sentir la humedad filtrándose a través de la tela y subiendo por mis calcetines, hasta que mi piel quedó entumecida por el frío. Estaba de pie en algún sitio con agua. Podía oír cómo esta corría, no tanto precipitándose, sino murmurando. Algo rozó contra mi tobillo y luego desapareció. Una hoja. Una rama.
Un río.
Podía oler la putrefacción mezclada con el barro. Tal vez estaba en el pantano cerca de Wader’s Creek. El oscuro borde a lo lejos podía ser hierba de la marisma, y las formas alargadas, cipreses. Extendí una mano y toqué unas plumas que parecían revolotear y que cosquilleaban, largas y ligeras. Heno. Definitivamente era el pantano.
Me agaché y sentí el agua en mi mano. Parecía densa y pesada. Cogí un poco con la mano ahuecada y me la llevé a la nariz, dejando que cosquilleara entre mis dedos. Escuché.
No sonaba bien.
A pesar de todo lo que sabía sobre aguas estancadas, bacterias y larvas, me llevé uno de los dedos a la boca.
Conocía el sabor. Lo habría reconocido en cualquier parte. Fue como chupar el puñado de monedas que robé de la fuente del Parque Forsyth cuando tenía nueve años.
No era agua.
Era sangre.
Luego escuché un susurro familiar y sentí la presión de otro cuerpo golpeando con el mío.
Era él otra vez. Mi yo que no era yo.
ESTOY ESPERANDO.
Escuché las palabras mientras caía. Traté de responder, pero cuando abrí la boca, empecé a ahogarme en el río. Tanteé las palabras, pese a que apenas podía pensar.
¿A qué estás esperando?
Sentí que me hundía hasta el fondo. Sólo que no había fondo, y continué cayendo y cayendo…
Me desperté como si me hubieran dado una paliza. Todavía podía sentir sus manos alrededor de mi cuello, y el mareo, la abrumadora sensación de que la habitación se cerraba sobre mí. Intenté recuperar el aliento, pero la sensación no desaparecía. Mis sábanas estaban manchadas de sangre, y mi boca aún tenía el sabor de monedas sucias. Quité la sábana de arriba, escondiéndola bajo la cama. Tenía que tirarla. No podía dejar que Amma encontrara una sábana empapada de sangre en mi cesto de ropa.
Lucille saltó sobre la cama, con su cabeza ladeada. Los gatos siameses tienen un modo de mirar que parece que estuvieran decepcionados. Lucille no era una excepción.
—¿Qué estás mirando? —Aparté mi pelo sudoroso de los ojos, la sal de mi sudor mezclándose con la sal de la sangre.
No lograba encontrar lógica a mis sueños, pero no iba a poder volver a dormirme.
Así que llamé a la única persona que sabía que estaría despierta.
Link trepó por mi ventana veinte minutos después. Todavía no se había decidido a intentar Viajar, atravesando el espacio y materializándose donde quisiera, pero, aun así, era bastante sigiloso.
—Tío, ¿qué pasa con toda esta sal? —Un rastro de pequeños cristalitos blancos cayó del alféizar cuando Link pasó una pierna por la ventana y se arañó las manos—. ¿Se supone que es para herirme o algo así? Porque es bastante molesto.
—Amma está más loca que de costumbre. —Un eufemismo. La última vez que encontré un montón de sacos de hierbas y pequeñas muñecas hechas a mano a mi alrededor estaba tratando de mantener a Macon fuera de mi habitación. Me pregunté a quién intentaba repeler ahora.
—Todo el mundo está más loco que de costumbre. Mi madre ha vuelto a hablar sobre construir un búnker. Está aprovisionándose de todas las latas del Stop & Steal, como si fuéramos a encerrarnos en el sótano hasta que el Diablo se rinda o algo así. —Se dejó caer en la silla giratoria junto a mi escritorio—. Me alegra que llamaras. Normalmente me quedo sin nada que hacer hacia la una o las dos de la mañana.
—¿Qué es lo que haces toda la noche? —Nunca se lo había preguntado.
Link se encogió de hombros.
—Leo cómics, veo películas en el ordenador, me dejo caer por la habitación de Savannah. Pero hoy me senté a escuchar a mi madre hablando por teléfono con el pastor y con la señora Snow toda la noche.
—¿Está tu madre preocupada por lo que le sucedió a Savannah?
Link negó con la cabeza.
—No tan preocupada como por la sequía del lago. Ha estado llorando y rezando, colgada del teléfono y contándole a todo el mundo que es una de las siete plagas. Después de esto me veo en la iglesia todos los días.
Pensé en el sueño y en las sábanas ensangrentadas.
—¿Qué quieres decir con la sequía del lago?
—El lago Moultrie. Dean Wilks fue a pescar allí esta tarde, y el lago estaba seco. Ha contado que parecía un cráter, y que caminó hasta su mismo centro.
Cogí una camiseta.
—Los lagos no se secan así como así. —La cosa estaba empeorando; el calor, los bichos y la aparición de esos disparatados poderes Caster. Y ahora esto. ¿Qué sería lo próximo?
—Lo sé, tío. Pero no puedo decirle a mi madre que tu novia ha roto todo el universo. —Cogió una botella vacía de té sin azúcar que estaba sobre mi escritorio—. ¿Desde cuándo bebes té? ¿Y dónde consigues la variedad sin azúcar?
Tenía razón. Llevaba bebiendo mi peso en batidos de chocolate desde sexto curso. Pero durante los últimos meses, todo me sabía tan dulce que apenas aguantaba un sorbo de batido.
—El Stop & Steal los pide para la señora Honeycutt porque es diabética. No consigo beber nada demasiado dulce. Algo está pasando con mis papilas gustativas.
—Creo que no mientes. Primero te comes el sándwich de carne picada del colegio, y ahora bebes té. Tal vez no es tan extraño que el lago se haya secado.
—No es…
Lucille bajó de la cama de un salto, y Link giró la silla hacia la puerta.
—Chist, alguien se acerca.
Agucé el oído, pero no oí nada.
—Seguramente es mi padre. Tiene un nuevo proyecto.
Link sacudió la cabeza.
—No. Viene de abajo. Amma está despierta. —Híbrido de Íncubo o no, su audición era bastante impresionante.
—¿Está en la cocina?
Link levantó una mano para que me callara.
—Sí, se oye el ruido de cacharros en la cocina. —Hizo una breve pausa—. Ahora está junto a la puerta trasera. Puedo oír el chirrido de las bisagras de la puerta mosquitera.
—¿Qué chirrido de bisagras?
Limpié los restos de sangre de mi brazo y salté de la cama. La última vez que Amma salió de casa en mitad de la noche fue para encontrarse con Macon y hablar de Lena y de mí. ¿Habrían quedado hoy también?
—Necesito ver a dónde va. —Me puse los vaqueros y agarré las playeras. Seguí a Link por las escaleras, haciendo crujir cada tabla que pisaba. Él no hizo ningún ruido.
Las luces de la cocina estaban apagadas, pero pude ver a Amma de pie junto al bordillo a la luz de la luna. Vestía el traje amarillo pálido que se ponía para ir a la iglesia y guantes blancos. Definitivamente se dirigía al pantano. Igual que en mi sueño.
—Va a Wader’s Creek. —Busqué las llaves del Volvo en el platillo de la encimera—. Tenemos que seguirla.
—Podemos coger mi Cacharro.
—Tendremos que conducir con los faros apagados. Es más duro de lo que crees.
—Tío, si prácticamente tengo visión de rayos X. Venga, vamos.
Esperamos a que el Studebaker de 1950 se acercara al bordillo, como sabía que sucedería. Y así fue, cinco minutos más tarde, la camioneta de Carlton Eaton apareció por Cotton Bend.
—¿Por qué recoge el señor Eaton a Amma? —Link dejó que el coche rodara en punto muerto antes de arrancarlo.
—Algunas veces la lleva hasta Wader’s Creek en mitad de la noche. Es todo lo que sé. Tal vez ella le cocine tartas o algo así.
—Esa es la única cosa que echo de menos comer. Las tartas de Amma.
Link no bromeaba cuando dijo que no necesitaba faros. Dejó una distancia prudencial de varios coches entre nosotros y la camioneta, pero no porque estuviera concentrado en la carretera. Se pasó la mayor parte del trayecto quejándose de Ridley, de la que no podía dejar de hablar, o poniéndome canciones de la nueva maqueta de su banda. Los Holy Rollers sonaban tan mal como siempre, pero incluso allí, el zumbido de los cigarrones los ahogaba. Un zumbido que no podía soportar.
Los Holy Rollers no habían terminado su cuarta canción cuando la camioneta llegó al camino sin señalizar que llevaba a Wader’s Creek. Era el mismo lugar donde el señor Eaton había dejado a Amma la última vez que la seguí. Pero esta noche la camioneta no se detuvo.
—Tío, ¿a dónde van?
No tenía ni idea, pero no me llevó mucho tiempo imaginarlo.
La camioneta de Carlton Eaton rodeó casi por entero la franja de tierra de aproximadamente kilómetro y medio de ancho que había servido de aparcamiento hasta hacía unos pocos meses. La polvorienta extensión llegaba hasta un terreno enorme, probablemente tan muerto y quemado como la hierba del resto del condado. Pero incluso sin la ola de calor, la hierba aquí no habría podido recuperarse aún de los carritos y cucañas, colillas y el peso de las estructuras metálicas, que habían dejado negras cicatrices en la tierra.
—¿Los terrenos de la feria? ¿Por qué ha traído a Amma aquí? —Link se detuvo cerca de unos arbustos quemados.
—¿Tú qué crees? —Sólo había una cosa allí, ahora que la feria no estaba. Una Puerta Exterior a los Túneles Caster.
—No lo pillo. ¿Por qué iba el señor Eaton a traer a Amma hasta los Túneles?
—No lo sé.
El señor Eaton apagó el motor y caminó dando la vuelta al coche para abrir la puerta a Amma. Ella le dio un manotazo cuando él trató de ayudarla. A estas alturas ya debía saberlo. Amma apenas medía metro y medio y no pesaba más de cuarenta y cinco kilos, pero no había nada frágil en ella. Amma le siguió por el descampado hacia la Puerta, sus guantes blancos resplandeciendo en la oscuridad.
Abrí la portezuela del Cacharro lo más suavemente que pude.
—Date prisa o los perderemos.
—¿Estás bromeando? Puedo oírlos charlar desde aquí.
—¿De verdad? —Sabía que Link tenía poderes, pero supongo que no esperaba que fueran tan potentes.
—No soy uno de esos patéticos superhéroes como Aquaman. —Link no estaba impresionado con mis habilidades como Wayward. Además de ser muy bueno descifrando mapas y con el Arco de luz, no estaba demasiado claro lo que podía hacer y por qué. Así que, sí, vale, Aquaman era un símil bastante exacto.
Link aún seguía hablando.
—Estoy pensando en Magneto o Lobezno.
—¿Tienes alguna habilidad doblando metales con la mente o lanzando cuchillos con los nudillos?
—No. Pero estoy trabajando en ello. —Link se detuvo en seco—. Espera un momento. Están hablando.
—¿Qué están diciendo?
—El señor Eaton está buscando su llave Caster para abrir la puerta, y Amma le está soltando un rapapolvo sobre guardar las cosas fuera de su sitio. —Eso sonaba muy propio de Amma—. Espera. Ha encontrado la llave y está abriendo la puerta. Ahora está ayudando a Amma a bajar. —Hizo una pausa.
—¿Qué sucede?
Link dio un par de pasos hacia adelante.
—El señor Eaton se marcha. Amma ha bajado sola.
No debería haberme preocupado. Amma había estado en los Túneles sola cientos de veces, normalmente para buscarme. Pero tenía un mal presentimiento. Esperamos hasta que el señor Eaton regresó a su camioneta, y entonces echamos a correr hacia la Puerta.
Link llegó el primero, algo difícil de ignorar, porque dio un nuevo sentido a la palabra velocidad. Yo me agaché junto a él, estudiando el contorno de la puerta, que no era fácil de encontrar salvo que estuvieras buscándola.
—Bueno, ¿entonces cómo entramos? Supongo que no tienes ninguna cizalla encima. —La última vez que estuvimos aquí, Link abrió la trampilla con una cizalla de jardín que había robado del laboratorio de biología del Jackson.
—No la necesitamos. Tengo una llave. —Miré fijamente la llave con forma de luna creciente. Ni siquiera Lena tenía una.
—¿Dónde la has robado?
Link me golpeó en el hombro, levemente, pero salí volando hacia atrás y aterricé en el suelo.
—Lo siento, colega. No soy consciente de mi propia fuerza. —Me ayudó a levantarme e introdujo la llave en la cerradura—. El tío de Lena me la dio para que pudiera reunirme con él en su escalofriante estudio y aprender a ser un buen Íncubo. —Parecía propio de Macon, que se había pasado años practicando en sí mismo la contención necesaria para alimentarse de sueños Mortales en lugar de sangre.
No pude evitar pensar en la alternativa: Hunting y su Banda de Sangre, y Abraham.
La llave funcionó, y Link tiró de la trampilla redonda abriéndola orgulloso.
—¿Ves? Magneto. Te lo dije.
Normalmente habría hecho algún chiste, pero esta noche me abstuve. Link estaba mucho más cerca de convertirse en Magneto que yo.
El Túnel me recordó a las mazmorras de un viejo castillo. El techo era bajo y las rugosas paredes de roca estaban húmedas. El ruido de agua goteando resonaba en la galería, aunque no había señales de ninguna fuente. Ya había estado antes en este Túnel, pero, de alguna forma, esta noche parecía diferente —o tal vez era yo el que había cambiado—. En cualquier caso, los muros daban la impresión de echarse sobre ti, y deseé llegar al final.
—Date prisa o la perderemos. —En realidad, yo era el que nos estaba retrasando, tropezando en la oscuridad.
—Relájate. La oigo como si fuera un caballo trotando sobre grava. No hay forma de que la perdamos. —Una comparación que Amma no habría apreciado demasiado.
—¿De verdad puedes oír sus pisadas? —Yo ni siquiera podía oír las suyas.
—Sí. Y también puedo olería. Sigue al lápiz y a los caramelos de canela Red Hots.
De modo que Link siguió el olor de los crucigramas de Amma y de sus caramelos favoritos, y yo le seguí a él, hasta que se detuvo en la base de un tosco tramo de escaleras que llevaban hasta el mundo Mortal. Inhaló profundamente, de la forma que solía hacerlo mientras las tartas de melocotón de Amma estaban en el horno.
—Ha subido por ahí.
—¿Estás seguro?
Link levantó una ceja.
—¿Puede mi madre predicar a un predicador?
Link empujó la pesada puerta de piedra, y la luz se coló en el Túnel. Estábamos detrás de algún viejo edificio, la puerta grabada en el desportillado ladrillo. El aire era pesado y pegajoso, con un hedor inconfundible a cerveza y sudor.
—¿Dónde demonios estamos?
Nada resultaba familiar.
—Ni idea.
Link dio la vuelta hasta el frente del edificio. El olor a cerveza era aún más fuerte. Echó un vistazo por la ventana.
—Este lugar es una especie de taberna.
Junto a la puerta había una placa de hierro: HERRERÍA LAFITTE.
—Esto no parece una herrería.
—Eso es porque no lo es. —Un hombre mayor con sombrero Panamá, como el que el último marido de la tía Prue solía llevar, se acercó por detrás de Link, apoyando su peso en su bastón.
—Está usted frente a uno de los edificios más infames de Bourbon Street, y la historia de este lugar es tan famosa como la del propio barrio.
Bourbon Street. El Barrio Francés.
—Estamos en Nueva Orleans.
—Exacto. Ahí es donde estamos. —Después de este verano, Link y yo sabíamos que los Túneles podían llegar a cualquier parte, y que el tiempo y la distancia no funcionaban de la misma manera dentro de ellos. Amma también lo sabía.
El anciano aún continuaba hablando.
—La gente cuenta que Jean y Pierre Laffite abrieron una herrería aquí a finales del siglo XVIII como tapadera de su negocio de contrabando. Eran piratas que saqueaban galeones españoles y trapicheaban con lo que robaban en Nueva Orleans vendiendo cualquier cosa, desde especias y mobiliario hasta carne y sangre. Pero hoy en día, la mayoría de la gente viene por la cerveza.
Me encogí. El hombre sonrió y se quitó el sombrero.
—Bueno, jóvenes, que pasen un buen rato en la Ciudad Olvidada.
Yo no apostaría por ello.
El anciano se inclinó sobre su bastón. Ahora sostenía su sombrero frente a nosotros, agitándolo a la expectativa.
—Oh, desde luego. Claro. —Rebusqué en mi bolsillo, pero todo lo que tenía era una moneda de veinticinco centavos. Miré a Link, que se encogió de hombros.
Me acerqué para dejar la moneda en el sombrero y una huesuda mano me agarró por la muñeca.
—Un chico tan listo como tú. Voy a largarme de esta ciudad y volver a ese Túnel. —Conseguí liberar mi brazo. Él mostró una enorme sonrisa, abriendo totalmente sus labios y dejando a la vista unos dientes amarillentos y desiguales—. Nos veremos.
Me froté la muñeca y, cuando levanté la vista, ya no estaba.
A Link no le llevó demasiado tiempo encontrar el rastro de Amma. Era como un perro sabueso. Ahora entendía por qué había sido tan fácil para Hunting y su cuadrilla encontrarnos cuando estábamos buscando a Lena y la Frontera. Caminamos por el Barrio Francés hacia el río. Podía oler la turbia y parduzca agua mezclada con el sudor y las especias de los restaurantes cercanos. Incluso de noche, el aire era húmedo, pesado y cargado de agua, como una chaqueta mojada de la que no puedes desprenderte, por mucho que quieras.
—¿Estás seguro de que vamos en la…?
Link levantó un brazo frente a mí, y me detuve.
—Chist. Red Hots.
Escruté la acera delante de nosotros. Amma estaba bajo una farola, enfrente de una mujer criolla sentada sobre un cajón de plástico de botellas de leche. Caminamos hasta el extremo del edificio con las cabezas gachas, confiando en que Amma no nos descubriera. Nos pegamos contra las sombras del muro, donde una farola lanzaba un pálido círculo de luz.
La mujer criolla vendía beignets[2] en la acera, su cabello peinado en cientos de pequeñas trenzas. Me recordó a Twyla.
—¿Tú querer beignets? ¿Tú compras? —La mujer sacó un pequeño bulto de tela roja—. Tú compra. Yapa.
—¿Ya-qué? —murmuró Link, confuso.
Señalé el bulto, susurrando:
—Creo que esa mujer está ofreciendo algo a Amma si le compra algunas beignets.
—¿Algunas qué?
—Son como rosquillas.
Amma tendió unos dólares a la mujer, aceptando las beignets y el bulto rojo con su mano enguantada de blanco. La mujer miró a su alrededor, sus trenzas balanceándose sobre los hombros. Cuando estuvo segura de que nadie escuchaba, le susurró algo rápidamente en lo que parecía criollo francés. Amma asintió y metió el bulto en su bolso.
Le di un codazo a Link.
—¿Qué es lo que dice?
—Y yo qué sé. Puede que tenga oído supersónico, pero no hablo francés.
No importó. Amma estaba caminando de vuelta en dirección contraria, su expresión inescrutable. Pero algo iba mal.
Esa noche ya no estaba siguiendo a Amma fuera del pantano de Wader’s Creek para encontrar a Macon. ¿Qué es lo que la habría enviado a miles de kilómetros de casa en mitad de la noche? ¿A quién conocía en Nueva Orleans?
Link tenía una pregunta distinta.
—¿A dónde va?
Tampoco tenía una respuesta para eso.
Cuando alcanzamos a Amma en St. Louis Street, la calle estaba desierta. Lo que tenía sentido, considerando donde estábamos. Miré las altas rejas de hierro del Cementerio de St. Louis N.° 1.
—No es buena señal que haya tantos cementerios como para que necesiten enumerarlos. —A pesar de que tenía una parte Íncubo, a Link no parecía entusiasmarle demasiado la idea de pasear por el cementerio de noche. Le pesaban sus diecisiete años de temor de Dios como baptista sureño.
Empujé la verja para entrar.
—Acabemos con esto.
El Cementerio de St. Louis N.° 1 era diferente a todos los camposantos que había conocido. No tenía una explanada de césped con lápidas y robles arqueados. Este lugar era una ciudad de muertos. Las estrechas avenidas estaban jalonadas de ornamentados mausoleos en distintos estados de decadencia, algunos de ellos de dos pisos de altura. Los mausoleos más impresionantes estaban rodeados por rejas de hierro forjado, con enormes estatuas de santos y ángeles contemplándote desde sus cornisas. Era un lugar donde la gente honraba a sus muertos. La prueba estaba esculpida en el rostro de cada estatua, en cada nombre desgastado que había sido acariciado cientos de veces.
—Este lugar hace que el Jardín de la Paz Perpetua parezca un vertedero. —Durante un minuto, pensé en mi madre. Entendí la necesidad de construir una casa de mármol para alguien a quien querías, que era exactamente lo que este lugar parecía.
Link no parecía impresionado.
—Sea lo que sea, cuando muera limítate a echar algo de tierra sobre mí. Ahorrarás una pasta.
—Recuérdamelo cuando pasen unos cientos de años y esté en tu funeral.
—Bueno, entonces supongo que estaré lanzando un puñado de tierra sobre ti…
—Chist. ¿Has oído eso? —Escuché el sonido de grava crujiendo. No éramos los únicos allí.
—Por supuesto… —La voz de Link pareció desvanecerse cuando una sombra pasó junto a mí. Tenía la misma cualidad brumosa de un Sheer, pero era más oscura y le faltaban los rasgos que hacían que los Sheer parecieran casi humanos. Mientras se movía a mi alrededor, incluso a través de mí, sentí ese pánico familiar de mis sueños aplastándome. Estaba acorralado en mi propio cuerpo, incapaz de moverme.
—¿Quién eres?
Intenté concentrarme en la sombra, vislumbrar algo más que el contorno de algo oscuro, pero no pude.
—¿Qué quieres?
—Oye, tío. ¿Te encuentras bien? —Escuché la voz de Link, y la presión desapareció, como si alguien hubiera estado de rodillas sobre mi pecho y de repente se levantara. Link me estaba mirando. Me pregunté cuánto tiempo llevaba hablando.
—Estoy bien. —No lo estaba, pero no quería confesarle que había… ¿qué? ¿Visto cosas? ¿Sufrido pesadillas sobre ríos de sangre y caídas desde depósitos de agua?
Conforme fuimos adentrándonos en el cementerio, los intrincados diseños de las tumbas y los escasos panteones ruinosos dieron paso a avenidas jalonadas por mausoleos en total deterioro. Algunos estaban hechos de madera, como las desvencijadas chozas que se alineaban en algunas zonas del pantano de Wader’s Creek. Leí los apellidos que aún eran visibles: Delassixe, Labasiliere, Rousseau, Navarro. Eran nombres criollos. El último de la fila se hallaba un tanto apartado del resto, una estrecha estructura de piedra, de poco más de un metro de ancho. Era una arquitectura neoclásica, como Ravenwood. Pero mientras la mansión de Macon recordaba a una ilustración que podías encontrar en un libro de fotos de Carolina del Sur, esta tumba no llamaba la atención por nada. Hasta que me acerqué un poco más.
Ristras de cuentas, anudadas con cruces y rosas de seda roja, colgaban junto a la puerta, y la misma piedra estaba grabada con cientos de burdas equis de distintas formas y tamaños. Había otros dibujos extraños, hechos claramente por visitantes. El suelo estaba literalmente cubierto de regalos y recuerdos: muñecas del Martes de Carnaval y cirios con caras de santos pintados en el cristal, botellas vacías de ron y fotografías desvaídas, cartas de tarot y más ristras con cuentas de brillantes colores.
Link se inclinó y recogió una de las mugrientas cartas entre sus dedos. La Torre. No sabía lo que significaba, pero cualquier carta con gente cayendo de sus ventanas no debía de ser una buena señal.
—Hemos llegado. Es aquí.
—¿De qué estás hablando? —Miré a mi alrededor—. Aquí no hay nada.
—Yo no diría eso —dijo señalando hacia la puerta del mausoleo con la carta desteñida por la lluvia—. Amma ha entrado por ahí.
—¿Estás de broma, no?
—Tío, ¿crees que bromearía sobre entrar en una horripilante tumba por la noche, en la ciudad más fantasmagórica del sur? —Link sacudió la cabeza—. Porque sé que vas a decirme que eso es lo que tenemos que hacer. —Tampoco yo quería entrar ahí.
Link volvió a tirar la carta a la pila, y advertí un letrero de bronce en la base de la puerta. Me incliné y leí lo que podía distinguirse a la luz de la luna: MARIE LAVEAU. ESTA TUMBA NEOCLÁSICA ES EL SUPUESTO LUGAR DE ENTERRAMIENTO DE ESTA FAMOSA REINA DEL VUDÚ.
Link retrocedió.
—¿Una reina del vudú? Como si no tuviéramos ya suficientes problemas.
Yo escuchaba a medias.
—¿Qué estará Amma haciendo aquí?
—No lo sé, tío. Una cosa son las muñecas de Amma, pero no sé si mis poderes de Íncubo funcionan en reinas del vudú muertas. Larguémonos.
—No seas idiota. No hay nada que temer. El vudú es simplemente otra religión.
Link miró a su alrededor nervioso.
—Sí, una en la que la gente fabrica muñecas y las apuñala con alfileres. —Seguramente era algo que había escuchado a su madre.
Pero yo había pasado suficiente tiempo con Amma para saber la verdad. El vudú era parte de su herencia, una mezcla de religiones y misticismo tan única como la cocina de Amma.
—Esa es la gente que intenta utilizar los poderes oscuros. Pero no se trata de eso.
—Espero que tengas razón. Porque no me gustan las agujas.
Apoyé mi mano en la puerta y empujé. Nada.
—Tal vez esté Encantada, como una puerta Caster.
Link cargó con el hombro contra ella, y la puerta arañó el suelo de piedra al abrirse hacia la tumba.
—O tal vez no.
Entré con cautela, esperando encontrar a Amma inclinada sobre unos huesos de pollo. Pero la tumba estaba oscura y vacía excepto por el protuberante nicho de cemento que contenía el ataúd, lleno de polvo y telarañas.
—Aquí no hay nada.
Link caminó hasta el fondo de la pequeña cripta.
—Yo no estaría tan seguro. —Pasó sus dedos a lo largo del suelo. Había un cuadrado excavado en la piedra, con una argolla metálica en el centro—. Mira esto. Parece algún tipo de trampilla.
Era una trampilla que llevaba al subsuelo del cementerio —en la tumba de una reina del vudú muerta—. Esta vez Amma había ido más allá de ser oscura.
Link tenía su mano en la argolla metálica.
—¿Vamos a hacerlo o no? —Asentí, y levantó la puerta.