1 de noviembre

El Lado del Ojo Malo

VIÉNDOLA SIN GAFAS, con su ojo de cristal cerrado y el cabello suelto de su siempre tirante moño, Lilian English casi parecía una persona.

Una buena persona.

Llamé al 911. Luego me senté en el raído sillón de flores, mirando el cuerpo de la señora English, y esperé a la ambulancia. Me pregunté si estaría muerta. Otra baja más en esta guerra que no estaba seguro de si podríamos ganar.

Otra cosa que era culpa mía.

La ambulancia llegó poco después. Cuando Woody Porter y Bud Sweet le encontraron el pulso, por fin pude respirar. Me quedé mirando mientras cargaban la camilla en la parte trasera del autobús, tomo lo llamaba Woody.

—¿Hay alguien a quién puedas avisar? —preguntó Bud mientras torraba las portezuelas de la ambulancia.

Había una persona.

—Sí. Ya me ocupo yo. —Volví a entrar en la diminuta casa de la señora English y atravesé el vestíbulo empapelado con dibujos de colibríes en dirección a la cocina. No quería llamar a mi padre, pero al menos le debía eso a la señora English, después de todo por lo que había pasado. Levanté el auricular color rosa pastel y miré fijamente las filas de números.

Mi mano empezó temblar.

No podía recordar el número de teléfono de casa.

Tal vez estaba conmocionado. O eso es lo que no paraba de decirme, pero sabía que había algo más. Algo me estaba sucediendo. Lo que no sabía era el qué.

Cerré los ojos, deseando que mis dedos encontraran los números correctos. Distintas combinaciones de números desfilaron por mi mente. El número de Lena y el de Link, el de la Biblioteca del Condado de Gatlin. Sólo había un número que no podía recordar. El mío.

Lilian English faltó a una clase por primera vez en aproximadamente ciento cincuenta años. Su diagnóstico fue agotamiento severo. Supongo que tenía sentido. Abraham y Sarafine podían provocar eso en cualquiera, incluso sin la ayuda de la Reina Demonio.

Y eso, a su vez, fue el motivo por el que Lena y yo decidimos quedarnos solos en el aula unos pocos días después. La clase había terminado y el director Harper había recogido la pila de papeles que nunca calificaría, pero aún seguíamos sentados en nuestros sitios.

Creo que ambos queríamos quedarnos un poco más en ese lugar en el que la señora English nunca había sido una marioneta, sino más bien una Reina Demonio en toda regla. La verdadera señora English era la mano de la justicia, aunque no fuera la Rueda de la Fortuna. Nunca había permitido que en su clase ocurriera algo anormal. Entro eso y todo el asunto de El crisol, podía entender porque la Lilum se había metido en el cuerpo de la señora English.

—Debería haberlo imaginado. Llevaba todo el año comportándose de forma extraña —suspiré—. Sabía que su ojo de cristal estaba en el lado equivocado más de una vez.

—¿Crees que la Lilum ha estado dando nuestra clase de inglés? Dijiste que hablaba muy raro. Lo hubiéramos notado. —Lena tenía razón.

—La Lilum debía llevar algún tiempo dentro de la señora English porque Abraham y Sarafine aparecieron en su casa. Y, créeme, sabían lo que buscaban.

Estábamos sentados en silencio en los lados opuestos de la habitación. Hoy yo estaba en el Lado del Ojo Malo. Era esa clase de día. Había repasado con Lena cada detalle de la otra noche al menos tres veces, excepto la parte en la que no podía recordar mi número de teléfono. No quería preocuparla por eso también. Pero a ella aún le costaba desentrañar todo el entuerto. No podía culparla. Yo había estado allí y tampoco lo entendía mucho mejor.

Finalmente Lena dijo algo desde el Lado del Ojo Bueno.

—¿Por qué crees que tenemos que encontrar a ese Uno Que Son Dos? —Estaba más preocupada que yo, tal vez porque acababa de enterarse de todo. O tal vez porque involucraba a su madre.

—¿Hay algo que no hayas entendido de lo que te he contado del Crisol? —Le había contado todo lo que pude recordar.

—No. Lo que quiero decir es, ¿qué puede hacer ese Uno que nosotros no podamos? Para forjar el Orden Nuevo, o lo que sea. —Dejó su sitio y se sentó en el borde de la mesa de la señora English, con las piernas colgando. El Nuevo Orden. No me extraña que estuviera pensando en él. Lena sabía que la Lilum diría que ella era la que tenía que Vincularlo.

—Por cierto, ¿cómo se Vincula un Orden Nuevo? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—Ni idea.

Tenía que haber una forma de descubrirlo.

Tal vez haya algo en la Lunae Libri sobre el tema.

Lena parecía frustrada.

—Seguro. Mira en la N, de Nuevo Orden. O en la V, de Vinculación. O en la P, de psicópata, que es como me estoy empezando a sentir.

—Dímelo a mí.

Suspiró, balanceando más fuerte sus piernas.

—Incluso aunque supiera cómo hacerlo, la pregunta del millón es: ¿por qué yo? Yo rompí el último. —Se la veía cansada, con su camiseta negra empapada de sudor y su collar de amuletos enredado en su largo pelo.

—Tal vez era necesario que se rompiera. A veces las cosas tienen que romperse para poder arreglarse.

—O tal vez no necesitaban arreglarse.

—¿Quieres que nos vayamos? Ya he tenido suficiente charla de El crisol por hoy Asintió agradecida.

—Yo también.

Caminamos por el vestíbulo, cogidos de la mano, y observé que el pelo de Lena empezaba a rizarse. La Brisa Caster. Por eso no me sorprendió que la señora Hester ni siquiera levantara la vista de sus largas uñas, que se estaba pintando de púrpura, mientras salíamos dejando el mundo de los Demonios y el Mortal detrás.

Tal y como Link había dicho, el lago Moultrie estaba realmente caliente y marrón. No había una gota de agua a la vista. No había nadie alrededor, aunque quedaban unos cuantos recuerdos de la señora Lincoln y sus amigas clavados en el cuarteado barro de la orilla.

TELÉFONO ROJO DE LOS VIGILANTES DE LA COMUNIDAD

AVISE DE CUALQUIER ACTIVIDAD APOCALÍPTICA

Incluso había apuntado su número de teléfono particular en la parte de abajo.

—¿Y qué constituye exactamente una actividad apocalíptica? —Lena trató de no sonreír.

—No lo sé, pero estoy seguro de que si le pedimos a la señora Lincoln que añada una aclaración, la pondrá aquí mañana mismo. —Pensé en ello—. No pescar. No verter basura. No llamar al Demonio. No a las plagas de calor y cigarrones, o de Vex.

Lena golpeó la tierra seca.

—Nada de ríos de sangre. —Le había contado lo de mi sueño, al menos ese sueño—. Y nada de sacrificios humanos.

—No le des ideas a Abraham.

Lena apoyó su cabeza en mi hombro.

—¿Recuerdas la última vez que estuvimos aquí? —La pinché con un trozo de hierba seca—. Saliste huyendo en la parte de atrás de la Harley de John.

—No quiero recordar esa parte. Quiero recordar la parte buena —susurró.

—Hay un montón de partes buenas.

Sonrió, y supe que siempre recordaría este día. Igual que el día en que la encontré llorando en el jardín de Greenbrier. Había momentos en que al mirarla todo se detenía. Momentos en que el mundo se desvanecía y sabía que nada podía pasar entre nosotros.

La estreché contra mí y la besé con fuerza, en un lago muerto donde nadie podía vernos y a nadie le importaba. Con cada segundo que pasaba, el dolor crecía en mi cuerpo, lo mismo que la presión sobre mi corazón palpitante, pero no me detuve. Nada me importaba más que esto. Quería sentir sus manos en mi piel, su boca tirando de mi labio inferior. Quería sentir su cuerpo contra el mío hasta que no pudiera sentir nada más.

Porque, salvo que encontráramos a quienquiera que fuese y convenciéramos al Uno Que Son Dos para que hiciera lo que tuviera que hacerse con la Decimoctava Luna, tenía la angustiosa sensación de que no importaba lo que sucediera a cualquiera de nosotros.

Ella cerró los ojos, y yo los míos, y aunque no estábamos cogidos de las manos, sentí como si lo estuviéramos.

Porque sabíamos lo que teníamos.