20 de diciembre

Híbrido

ESTABA EN LA PARTE superior del blanco depósito de agua, con la espalda al sol. Mi sombra descabezada caía a través del cálido y pintado metal, desapareciendo por el borde hasta el cielo.

ESTOY ESPERANDO.

Ahí estaba. Mi otra mitad. El sueño avanzaba a trompicones como una película que hubiera visto tantas veces que, inconscientemente, la empezaba a cortar y montar yo mismo, como para dejar sólo algunos fotogramas…

Golpe fuerte.

Patadas en la barbilla Peso muerto.

Caída

—¡Ethan!

Rodé fuera de la cama y aterricé en el suelo de mi dormitorio.

—No me sorprende que los Íncubos se aparezcan en tu habitación, sigues durmiendo como los muertos. —John Breed estaba frente a mí. Desde donde estaba tumbado, parecía medir seis metros de altura. Y también parecía que pudiera patear mi culo mejor de lo que yo había estado haciéndolo con el mío en el sueño.

Era un pensamiento extraño. Pero lo que vino después fue aún más extraño.

—Necesito tu ayuda.

John estaba sentado en la silla de mi escritorio, que ya empezaba a considerar como la silla de los Íncubos.

—Desearía que vosotros los Íncubos pudierais encontrar alguna forma de dormir. —Me puse mi gastada camiseta de Harley Davidson por la cabeza. Irónico, considerando que estaba sentado enfrente de John.

—Sí. Aunque no es realmente una opción. —Levantó la vista hacia el techo azul.

—Entonces desearía que pudierais imaginar lo que el resto de nosotros necesitamos…

John me interrumpió.

—Soy yo.

—¿Qué?

—Liv me ha contado todo. El Uno Que Son Dos soy yo.

—¿Estás seguro? —Yo mismo no sabía si creerle.

—Sí. Lo he descubierto hoy en el funeral de tu tía.

Eché un vistazo al reloj. Debía haber dicho ayer, y yo debería estar durmiendo.

—¿Cómo?

Se levantó y empezó a recorrer la habitación.

—Siempre he sabido que era yo. Nací para ser dos cosas. Pero en el funeral, supe que esto era algo que tenía que hacer. Lo sentí cuando la Vidente estaba hablando.

—¿Amma? —Sabía que el funeral de la tía Prue había sido muy emotivo para mi familia, para todo el pueblo en realidad, pero no esperaba que afectara a John. Él no formaba parte de ninguna de esas cosas—. ¿Qué quieres decir con que siempre lo has sabido?

—Mi cumpleaños es mañana, ¿no es así? Mi Decimoctava Luna. —No parecía muy contento por ello, y no pude culparle. Considerando que traería el fin del mundo y todo eso.

—¿Sabes lo que estás diciendo? —Seguía sin confiar en él.

Asintió.

—Se supone que debo hacer el intercambio, como dijo la Reina Demonio. El patético y malogrado experimento de mi vida por un Nuevo Orden. Ya casi me siento mal por el universo. Me llevo una ganga. Salvo por el hecho de que no estaré ahí para verlo.

—Pero Liv estará —dije.

—Liv estará. —Se dejó caer en la silla, sujetando su cabeza entre las manos.

—Maldición.

Levantó la vista.

—¿Maldición? ¿Eso es lo mejor que se te ocurre? Estoy dispuesto a dejar mi vida aquí.

Casi podía imaginar lo que pasaba por su mente; lo que podía hacer que un chico como él quisiera morir. Casi.

Sabía lo que se sentía al estar dispuesto a sacrificarte por la chica que amabas. Yo iba a hacer lo mismo en la Frontera, cuando nos enfrentamos a Abraham y a Hunting. En Honey Hill, cuando nos enfrentamos al fuego y a Sarafine. Hubiera muerto por Lena un millón de veces.

—A Liv no le va a hacer ninguna gracia.

—No. No le hará —coincidió—. Pero lo entenderá.

—Creo que cosas como estas son difíciles de entender. Yo ya llevo tiempo intentándolo.

—¿Sabes cuál es tu problema, Mortal?

—¿El fin del mundo?

John sacudió la cabeza.

—Que piensas demasiado.

—¿En serio? —Casi me reí.

—Confía en mí. A veces tienes que confiar en el instinto de tus entrañas.

—¿Y qué quieren tus entrañas que haga yo? —pregunté despacio, sin mirarle.

—No lo sabía hasta que entré aquí. —Caminó hacia mí y me agarró del brazo—. El lugar con el que estás soñando. La gran torre blanca. Ahí es donde necesito llegar.

Antes de que pudiera decirle lo que pensaba sobre que buceara en mis sueños al estilo Íncubo, escuché el desgarro y habíamos desaparecido…

No podía ver a John. No podía ver nada salvo la oscuridad y una tira plateada de luz ensanchándose. Cuando avancé, escuché de nuevo el desgarro, y vi su rostro.

Liv estaba esperándonos arriba del depósito de agua.

Se abalanzó sobre nosotros, furiosa. Pero no me miraba a mí.

—¿Estás completamente loco? ¿Acaso pensabas que no averiguaría lo que tramabas? ¿A dónde ibas a venir? —Se echó a llorar.

John se colocó delante de mí.

—¿Cómo has sabido dónde estaba?

Ella agitó una hoja de papel en el aire.

—Dejaste una nota.

—¿Le dejaste una nota? —pregunté.

—Sólo para despedirme… y esas cosas. No dije a dónde iba.

Sacudí la cabeza.

—Es Liv. ¿No pensaste que lo averiguaría?

Ella levantó su muñeca. Los diales del selenómetro giraban enloquecidos.

—¿El Uno Que Son Dos? ¿No pensaste que sabría al momento que eras tú? Si no te hubieras acercado a mí cuando escribía sobre eso, nunca te lo habría dicho.

—Liv.

—Llevo meses tratando de encontrar una forma de no pasar por esto. —Cerró los ojos.

Él extendió su brazo para cogerla.

—He tratado de encontrar una forma de no implicarte.

—No tienes por qué hacer esto. —Liv sacudió la cabeza y John la estrechó contra su pecho, besando su frente.

—Sí. Tengo que hacerlo. Por una vez en mi vida, quiero ser el tipo que hace lo correcto.

Los ojos azules de Liv estaban enrojecidos de llorar.

—No quiero que te vayas. Apenas acabamos de… nunca he tenido la oportunidad. Nunca hemos tenido la oportunidad.

Él puso su dedo en su boca.

—Chist. La tuvimos. La tuve. —Miró hacia la noche, pero aún hablaba con ella—. Te quiero, Olivia. Esta es mi oportunidad.

Ella no respondió, salvo por las lágrimas que rodaron por su cara.

John dio un paso hacia mí, tirando de mi brazo.

—Cuídala por mí, ¿lo harás?

Asentí.

Se acercó aún más.

—Si la haces daño, si la tocas, si dejas que alguien le rompa el corazón, te encontraré y te mataré. Y luego seguiré haciéndote daño desde el otro lado. ¿Entendido?

Lo entendía mejor de lo que se pensaba.

Me soltó y se quitó la chaqueta. Se la tendió a Liv.

—Guárdala. Para que me recuerdes. Y hay algo más. —Rebuscó en uno de los bolsillos—. No recuerdo a mi madre, pero Abraham dijo que esto la pertenecía. Quiero que te lo quedes. —Era un brazalete de oro con una inscripción en niádico, o en algún otro lenguaje Caster que sólo Liv sabría cómo leer.

Las rodillas de Liv flaquearon y empezó a sollozar.

John la sostenía tan fuerte que las puntas de sus pies apenas tocaban el suelo.

—Me alegro de haber encontrado finalmente alguien a quien quisiera dárselo.

—Y yo también. —Ella apenas podía hablar.

La besó suavemente y se apartó de ella.

Me saludó con un leve gesto de cabeza y se lanzó por encima de la barandilla.

Escuché la voz de ella, resonando en la oscuridad. La Lilum.

El Equilibrio no está saldado.

Sólo el Crisol puede hacer el sacrificio.