7 de septiembre
Lejos de la carretera 9
DESPUÉS DEL COLEGIO, Link se quedó a jugar al baloncesto con los chicos. Ridley se negó a irse sin él mientras el equipo de animadoras permaneciera en el gimnasio, aunque no quisiera admitirlo.
Me quedé junto a las puertas del gimnasio viendo cómo Link regateaba por la cancha sin romper a sudar. Observé cómo encestaba desde la esquina, desde el tiro libre, desde la línea de tres puntos, desde el centro de la pista. Observé cómo los otros chicos se quedaban parados con la boca abierta. Observé al entrenador sentado al fondo de las gradas con su silbato atascado en la boca. Disfruté de cada minuto, casi tanto como Link.
—¿Lo echas de menos? —Lena estaba mirándome desde la puerta.
—En absoluto —negué con la cabeza—. No me apetece pasar el rato con esos chicos. —Sonreí—. Y por una vez, nadie nos mira. —Le tendí la mano y ella la cogió. La suya era cálida y suave.
—Salgamos de aquí —propuso.
Boo Radley estaba sentado en la esquina del aparcamiento junto a la señal de stop, jadeando como si no hubiera suficiente aire en el mundo para refrescarlo. Me pregunté si Macon aún seguiría vigilándonos, a nosotros y a todos los demás, a través de los ojos Caster del perro. Llegamos hasta donde estaba y abrimos la puerta del coche. Boo no lo dudó.
Condujimos por la carretera 9, hasta donde las casas de Gatlin desaparecían para dejar paso a una sucesión de campos. En esta época del año, el campo solía ser una mezcla de verde y marrón —maíz y tabaco—. Pero este año todo era negro y amarillo, hasta donde el ojo alcanzaba: plantas muertas y cigarrones comiendo todo a su paso hasta la carretera. Podías oír cómo crujían bajo las ruedas. Parecía que algo estaba mal.
Ese era el otro tema del que no queríamos hablar. El apocalipsis que había caído sobre Gatlin en lugar del otoño. La madre de Link estaba convencida de que la ola de calor y los bichos eran consecuencia de la ira de Dios, pero yo sabía que se equivocaba. En la Frontera, Abraham Ravenwood había prometido que la elección de Lena afectaría tanto al mundo Caster como al de los Mortales. No bromeaba.
Lena miraba por la ventanilla, sus ojos fijos en los asolados campos. No había nada que pudiera decir para hacerla sentir mejor o menos responsable. La única cosa que podía hacer era tratar de distraerla.
—Hoy ha sido un día de locos, incluso para ser el primer día de clase.
—Me siento mal por Ridley. —Lena se levantó el cabello de los hombros, retorciéndolo en un despeinado moño—. No es ella misma.
—Lo que significa que ya no es una demoniaca Siren trabajando secretamente para Sarafine. ¿Por qué debería estar triste?
—Parece tan perdida.
—¿Quieres saber mi pronóstico? Va a volver a enrollarse con Link.
Lena se mordió el labio.
—Sí, bueno. Ridley todavía cree que es una Siren. Jugar con la gente es parte de su oficio.
—Apuesto a que echará abajo a todo el equipo de animadoras antes de haber terminado.
—Entonces la expulsarán —contestó Lena.
Frené al llegar al cruce, saliendo de la carretera 9 y tomando la dirección de Ravenwood.
—No antes de que incendie el Jackson hasta los cimientos.
Los robles crecían y se arqueaban sobre la carretera que llevaba a casa de Lena, haciendo que la temperatura bajara entre uno o dos grados.
La brisa que entraba por la ventanilla revolvía los oscuros rizos de Lena.
—No creo que Ridley pueda aguantar en esta casa. Toda mi familia actúa como si estuvieran locos. La tía Del no sabe si va o viene.
—Eso no es nada nuevo.
—Ayer la tía confundió a Ryan con Reece.
—¿Y Reece? —pregunté.
—Los poderes de Reece están por todas partes. Siempre se está quejando de ello. A veces me mira y empieza a divagar, y no sé si es por algo que ha leído en mi rostro o porque no puede leer nada en absoluto.
Reece ya era bastante excéntrica de por sí en circunstancias normales.
—Al menos tienes a tu tío.
—Más o menos. Tío Macon desaparece en los Túneles durante todo el día, y se niega a decir lo que está haciendo allí abajo. Como si no quisiera que lo supiera.
—¿Y de qué te extrañas? Él y Amma nunca quieren que sepamos nada. —Traté de aparentar que no estaba preocupado mientras las ruedas seguían aplastando más cigarrones.
—Han pasado semanas desde que volvió y aún no entiendo qué tipo de Caster es. Quiero decir, además de Luminoso. No quiere hablar de ello con nadie. Ni siquiera conmigo. Eso es lo que ella estaba tratando de decir.
—Tal vez no se conozca a sí mismo.
—Olvídalo. —Volvió la vista a la ventanilla y cogí su mano. Teníamos tanto calor que apenas sentí el ardor de su tacto.
—¿No puedes hablar con tu abuela?
—La abuela pasa la mitad de su tiempo en Barbados, tratando de entender las cosas. —Lena no dijo lo que de verdad significaba. Que su familia estaba tratando de encontrar la forma de restaurar el Orden, de desterrar el calor y los cigarrones y cualquier cosa a la que hubiera que prestar atención en el mundo Mortal—. Ravenwood tiene más hechizos Vinculantes sobre sí que una prisión Caster. Es tan claustrofóbico que me siento tan Vinculada como la casa. Da un nuevo significado a estar encallado. —Lena sacudió la cabeza—. Sólo espero que Ridley no lo note, al menos ahora que es Mortal.
No quise decir nada, pero estaba convencido de que Ridley lo notaba, porque a mí me pasaba. Cuando nos acercamos a la gran casa, pude sentir la magia, crepitando como si fuera un cable de alta tensión, una densa y espesa niebla que no tenía nada que ver con el tiempo.
La atmósfera de la magia Caster, Oscura y Luminosa.
Había podido sentirla desde que volvimos de la Frontera. Y cuando me acerqué a las retorcidas puertas de hierro forjado que marcaban los límites de Ravenwood, el aire a mi alrededor chasqueó, casi tan cargado como una tormenta eléctrica.
Las puertas en sí no eran la verdadera barrera. Los jardines de Ravenwood, tan descuidados cuando Macon desapareció, eran el único lugar en todo el condado que servían de refugio contra el calor y los bichos. Quizá fuera una muestra del poder de la familia de Lena, pero cuando atravesamos las puertas, pude sentir la energía del exterior empujando en un sentido mientras Ravenwood lo hacía en el otro. Ravenwood se mantenía firme, se advertía por el modo en que el interminable tono marrón de su entorno, aquí, en su recinto, se tornaba verde, de forma que los jardines permanecían intactos, sin mácula. Los arriates de Macon florecían y brillaban, sus árboles podados y en orden, las amplias praderas verdes recortadas y limpias, extendiéndose desde la gran casa hasta el río Santee. Incluso los senderos estaban rastrillados con grava nueva. Sólo los Hechizos y Vinculaciones mantenían Ravenwood a salvo. Pero el mundo exterior empujaba contra las rejas, como las olas estrellándose contra las rocas, batiendo el mismo arrecife sin descanso, para erosionar unos cuantos granos de arena cada vez. Al final las olas siempre se abren paso. Si el Orden de las Cosas estaba realmente roto, Ravenwood no podría continuar demasiado tiempo siendo el único baluarte de ese mundo perdido.
Subí con el coche fúnebre hacia la casa y antes de que pudiera decir una palabra estábamos fuera, en el húmedo aire del exterior. Lena se tiró sobre la hierba fresca y yo me dejé caer junto a ella. Había estado esperando este momento todo el día, y sentí pena por Amma, mi padre y el resto de Gatlin, atrapados en el pueblo bajo el ardiente cielo azul. No sabía cuánto más podría aguantar así.
Lo sé.
Mierda. No pretendía…
Lo sé. No me estás culpando. Está bien.
Se acercó un poco, buscando mi cara con su mano. Me preparé. Mi corazón ya no se disparaba cuando nos tocábamos. Ahora podía sentir su energía abandonando mi cuerpo como si estuviera siendo succionada. Pero ella vaciló y dejó caer su mano.
—Es mi culpa. Sé que no te ves capaz de decirlo, pero yo sí puedo hacerlo.
—L.
Rodó de espaldas y miró al cielo.
—De noche me tumbo en la cama, cierro los ojos e intento abrir una brecha. Intento acercar las nubes y empujar lejos el calor. No sabes lo duro que es. Lo mucho que nos cuesta a todos nosotros mantener Ravenwood así. —Arrancó una brizna de hierba verde—. El tío Macon dice que no sabe lo que pasará después. La abuela piensa que es imposible saberlo, porque esto nunca había sucedido antes.
—¿Tú les crees?
Cuando se trataba de Lena, Macon era tan previsible como Amma conmigo. De existir algo que ella pudiera haber hecho diferente, él sería la última persona en decírselo.
—No lo sé. Pero esto va más allá de Gatlin. Lo que fuera que hice está afectando a otros Caster ajenos a mi familia. Los poderes de todo el mundo están fallando igual que los míos.
—Tus poderes nunca han sido predecibles.
Lena apartó la vista.
—La combustión espontánea es algo más que impredecible.
Sabía que tenía razón. Gatlin se tambaleaba peligrosamente al borde de un acantilado invisible, y no teníamos ni idea de lo que había en el fondo. Pero eso no podía decírselo —no cuando era la única responsable de que estuviéramos así.
—Ya averiguaremos lo que está sucediendo.
—No estoy tan segura. —Extendió una mano al cielo y yo recordé la primera vez que la había seguido hasta el jardín de Greenbrier. La había observado trazar nubes con la yema de los dedos, crear formas en el cielo. No sabía entonces en dónde me metía, pero tampoco me habría importado.
Todo había cambiado, incluso el cielo. Esta vez no había una sola nube que siluetear. No había nada aparte del amenazador calor azul.
Lena alzó la otra mano y me miró.
—Esto no va a parar. Las cosas van a ponerse peor. Tenemos que estar preparados. —Empujó el cielo con ambas manos sin pensarlo, retorciendo el aire lentamente, como caramelo moldeado entre sus dedos—. Sarafine y Abraham no van a desaparecer así como así.
Estoy preparado.
Giró su dedo en el aire.
—Ethan, quiero que sepas que ya no tengo miedo de nada, ya no.
Yo tampoco. No mientras estemos juntos.
—Esa es la cuestión. Si algo sucede, será por mi culpa. Y tendré que ser yo quien lo arregle. ¿Entiendes lo que quiero decir? —No apartó los ojos de sus dedos.
No. No lo entiendo.
—¿No lo entiendes? ¿O no quieres entenderlo?
No puedo.
—¿Te acuerdas cuando Amma te decía que no hicieras un agujero en el cielo o el universo se colaría por él?
Sonreí.
«C.O.N.C.O.M.I.T.A.N.T.E. Doce vertical. Vamos, tú tira del hilo y verás al mundo entero deshilachándose como un jersey, Ethan Wate».
Lena debía estar riéndose, pero no lo hacía.
—Yo he tirado de ese hilo cuando utilicé el Libro de las Lunas.
—Por mi culpa. —Pensaba en ello constantemente. Lena no era la única que había tirado de ese hilo que ataba a todo el condado de Gatlin, por encima y por debajo de su superficie.
—Me Cristalicé a mí misma.
—Tenías que hacerlo. Deberías estar orgullosa de ello.
—Lo estoy —titubeó.
—¿Pero? —La observé detenidamente.
—Pero voy a tener que pagar un precio, y estoy lista.
Cerré los ojos.
—No hables así.
—Estoy siendo realista.
—Estás esperando a que suceda algo malo. —No quería ni pensarlo.
Lena jugó con los amuletos de su collar.
—Realmente no es una cuestión de «si», sino de «cuándo».
Estoy esperando. Eso es lo que decía el cuaderno.
¿Qué cuaderno?
No quería que ella lo supiera, pero ahora no podía callarme. Y no era capaz de fingir que podíamos retroceder a cómo eran las cosas antes.
La injusticia de todo ello se abatió sobre mí. El verano. La muerte de Macon. Lena actuando como una extraña. Escapando con John Breed, lejos de mi lado. Y luego el resto, la parte que sucedió antes de conocer a Lena: mi madre no volviendo a casa, sus zapatos colocados donde los dejó, su toalla todavía húmeda desde la mañana. Su lado de la cama sin tocar, el olor de su pelo aún en la almohada.
El correo que todavía seguía llegando a su nombre.
Lo repentino de todo ello. Y su permanencia. La cruda y solitaria evidencia de que la persona más importante de tu vida súbitamente había dejado de existir. Lo que en un mal día significaba que tal vez no había existido nunca, mientras que en uno bueno, aparecía el otro miedo. Porque aunque estuvieras cien por cien seguro de que ella había existido, tal vez eras la única persona a la que le importaba o la recordaba.
¿Cómo puede una almohada oler como una persona que ni siquiera está ya en el mismo planeta que tú? ¿Y qué haces cuando un día la almohada huele como cualquier otra almohada vieja a una almohada extraña? ¿Cómo conseguirás apartar de tu cabeza esos zapatos?
Pero yo lo había hecho. Y había visto a la Sheer de mi madre en el cementerio de Bonaventure. Por primera vez en mi vida, creía que algo sucedía cuando morías. Mi madre no estaba sola bajo la tierra de ese Jardín de la Paz Perpetua, como siempre temí que estaría. La estaba dejando marchar. O al menos estaba cerca de hacerlo.
¿Ethan? ¿Qué pasa?
Me encantaría saberlo.
—No voy a dejar que te suceda nada. Nadie lo hará. —Pronuncié las palabras aun sabiendo que no era capaz de protegerla. Las dije porque sentía como si mi corazón fuera a desgarrarse por entero.
—Lo sé —mintió. No dijo nada más, pero comprendió lo que yo sentía.
Tiró del cielo con las manos, tan fuerte como pudo, como si quisiera apartarlo del sol.
Escuché un sonoro chasquido.
No sabía de dónde procedía, ni tampoco cuánto duraría, pero el cielo azul se abrió y aunque no había ninguna nube a la vista, dejamos que la lluvia cayera sobre nuestros rostros.
Sentí la hierba húmeda, y las gotas en mis ojos. Parecían reales. Sentí mis ropas sudadas humedecerse en vez de secarse. La estreché contra mí y sostuve su cara en mis manos. Entonces la besé hasta que no fui el único en quedarse sin aliento, y la tierra de debajo de nosotros se secó y el cielo volvió a lucir azul e inclemente.
De cena había el premiado pastel de pollo a la cazuela de Amma. Sólo mi porción era del tamaño del plato, o tal vez de la bandeja entera. Pinché la masa con el tenedor para dejar que el vapor se escapara. Podía oler el agradable aroma del jerez, el ingrediente secreto. Cada pastel de carne en nuestro condado tenía un ingrediente secreto: crema agria, salsa de soja, pimienta de cayena, incluso queso parmesano recién rallado. Secretos y masa iban de la mano por aquí. Cubre algo con masa dorada y todas las personas del pueblo se matarán tratando de averiguar qué es lo que se esconde debajo.
—Ah, ese olor me hace sentir como cuando tenía ocho años. —Mi padre sonrió a Amma, que ignoró tanto el comentario como su sospechoso buen humor. Ahora que el semestre en la universidad había comenzado y estaba ahí sentado con la camisa que llevaba a clase, se le veía casi normal. Casi podrías olvidar que se había pasado un año durmiendo todo el día, encerrado en su estudio por la noche «escribiendo» un libro que resultó no ser más que un montón de páginas con garabatos y sin apenas hablar o comer hasta que empezó su lenta y empinada ascensión de vuelta a la cordura. O tal vez era el olor de los pasteles que también funcionaba en mí. Hundí el tenedor hasta el fondo.
—¿Has tenido un buen primer día de colegio, Ethan? —preguntó mi padre con la boca llena.
Examiné el trozo de mi tenedor.
—Bastante bueno.
Bajo la masa, todo estaba picado en trozos diminutos. No podías distinguir los dados de pollo de los de verduras en el pequeño caos de las entrañas del pastel. Mierda. Cuando Amma era tan meticulosa nunca era buena señal. Este pastel de pollo era la consecuencia de una tarde de furia que no quería imaginar. Me compadecí de su rayada tabla de cortar y cuando miré su plato vacío supe que esa noche no se sentaría para charlar un rato. O explicar por qué no lo haría.
Tragué despacio.
—¿Y qué tal tú, Amma?
Estaba de pie junto a la encimera de la cocina removiendo una ensalada con tanta fuerza que pensé que el cuenco de cristal estallaría en mil pedazos.
—Bastante bien.
Mi padre levantó lentamente su vaso de leche.
—Bueno, mi día ha sido increíble. Me desperté con una idea asombrosa, surgida de ninguna parte. Debió de venirme ayer noche. Durante las horas de oficina escribí una propuesta. Voy a empezar un nuevo libro.
—¿Sí? Es genial. —Cogí el cuenco de ensalada, concentrándome en un trozo de tomate con aceite.
—Es sobre la Guerra Civil. Tal vez consiga encontrar la forma de utilizar las investigaciones de tu madre. Tengo que hablar con Marian sobre ello.
—¿Y cómo se va a titular el libro, papá?
—Eso es lo que me llegó de la nada. Me desperté con las palabras en mi cabeza. La Decimoctava Luna. ¿Qué opinas?
El cuenco se resbaló de mis manos, golpeando la mesa y haciéndose añicos en el suelo. Las hojas despedazadas se mezclaron con fragmentos de cristal roto, brillando sobre mis playeras y las tablas del suelo.
—¡Ethan Wate! —Antes de que pudiera decir otra palabra, Amma estaba allí, recogiendo la caldosa, resbaladiza y peligrosa mezcla. Como siempre. Cuando me agaché para ayudar, pude escuchar cómo me susurraba entre dientes.
—Ni una palabra más. —Fue como si me hubiera golpeado en plena boca con la masa de un pastel de carne.
¿Qué crees que significa, L?
Yacía en la cama paralizado, mi cara enterrada en la almohada. Amma se había encerrado en su habitación después de la cena, lo que estaba casi seguro que significaba que tampoco sabía lo que estaba sucediendo con mi padre.
No lo sé.
El kelting de Lena me llegó con la misma claridad que si estuviera sentada a mi lado en la cama, como de costumbre. Y como de costumbre, deseé que fuera así.
¿Cómo ha podido salir con algo así? ¿Habremos comentado algo sobre las canciones delante de él? ¿Se nos habrá pasado algo?
Algo más. Esa fue la parte que no dije y traté de no pensar en ello. La respuesta llegó rápidamente.
No, Ethan. Nunca dijimos nada.
Entonces si está hablando de la Decimoctava Luna…
La verdad nos golpeó a la vez.
Es porque alguien lo ha querido así.
Tenía sentido. Los Caster Oscuros ya habían matado a mi madre. Mi padre, que estaba empezando a rehacerse, era un blanco fácil. Ya había estado en el punto de mira una vez, la noche de la Decimosexta Luna de Lena. No había otra explicación.
Mi madre se había ido, pero había encontrado una forma de guiarme enviándome la Canción de Presagio, Dieciséis Lunas y Diecisiete Lunas, que habían quedado en mi cabeza hasta que finalmente empecé a escucharlas. Pero este mensaje no venía de mi madre.
L, ¿crees que es algún tipo de advertencia? ¿De Abraham?
Tal vez. O de mi maravillosa madre.
Sarafine. Lena casi nunca la nombraba si podía evitarlo. Y no podía culparla.
Tiene que ser uno de ellos, ¿no crees?
Lena no contestó, y continué tumbado en mi cama en el oscuro silencio, confiando en que fuera uno de los dos. Uno de los demonios que conocíamos, surgido de alguna parte del mundo Caster conocido. Porque los demonios que no conocíamos eran demasiado aterradores como para pensar en ellos —y los mundos que no conocíamos, aún más.
¿Todavía estás ahí, Ethan?
Aquí estoy.
¿Me leerías algo?
Sonreí para mis adentros y busqué bajo mi cama, sacando el primer libro que encontré. Robert Frost, uno de los favoritos de Lena. Lo abrí al azar. «Nos hemos construido un lugar apartado/detrás de palabras ligeras que bromean y se burlan,/pero oh, el corazón agitado/hasta que realmente alguien nos encuentre…».
No dejé de leer. Sentí el tranquilizador peso de la consciencia de Lena apoyarse en mí, tan real como si su cabeza descansara en mi hombro. Quería conservarla allí cuanto pudiera. Me hacía sentir menos solo.
Parecía que cada línea estuviera escrita pensando en ella, al menos esa fue mi impresión.
Mientras Lena se quedaba dormida, escuché el murmullo de los grillos hasta que me di cuenta de que no eran grillos, sino cigarrones. La plaga, o como quiera que la señora Lincoln la llamara. Cuanto más escuchaba, más me parecía que sonaba como un millón de sierras en la distancia, destruyendo mi pueblo y todo cuanto lo rodeaba. Luego los cigarrones se fundieron con algo diferente: los acordes bajos de una canción que reconocería en cualquier parte.
Llevaba oyendo las canciones desde antes de conocer a Lena. Dieciséis Lunas me había llevado hasta ella, la canción que sólo yo podía escuchar. No podía eludirlas, al igual que Lena no podía huir de su destino ni yo esconderme del mío. Eran advertencias de mi madre, la persona en la que más confiaba en cualquier mundo.
Dieciocho Lunas, dieciocho esferas,
del mundo más allá de las eras,
uno no escogido, muerte o nacimiento,
Un Día Roto aguarda a la Tierra…
Traté de encontrar sentido a las palabras, como siempre hacía. «El mundo más allá de las eras» excluía el mundo Mortal. ¿Pero qué estaba por venir de ese otro mundo? ¿La Decimoctava Luna o «Uno no escogido»? ¿Y quién podría ser?
La única persona que estaba descartada era Lena. Ella había hecho su elección. Lo que significaba que quedaba otra elección por hacer, a cargo de alguien que tenía aún que hacer una.
Pero era la última línea la que me ponía enfermo. «¿Un Día Roto?». Eso podría valer por cada día presente. ¿Cómo podían estropearse las cosas todavía más?
Deseé tener algo más que una canción y que mi madre estuviera aquí para explicarme qué significaba. Más que nada, deseé saber cómo arreglar todo lo que habíamos roto.