Capítulo 23
Cole aguardó pacientemente a que el señor Jones le abriese la puerta de la casa y lo acompañara al interior. Lo siguió por el largo pasillo hasta el ya familiar estudio, y entró.
—¡Steerforth! —dijo alegremente David Copperfield. Estaba sentado al escritorio, pero se levantó para saludarlo—. ¡No esperaba que regresara usted tan pronto! —Tras unos instantes añadió—: ¿Ha empezado a trazar planes para conseguir lo que usted ya sabe?
Cole dejó un paquete sobre el escritorio.
—El señor Éufrates Djinn le manda sus saludos menos afectuosos.
David Copperfield contempló el paquete.
—¡Es mío de verdad! —dijo con voz débil—. ¡Después de todos estos años, es mío de verdad! —Lo sostuvo con delicadeza—. Dentro de un momento hablamos. Pero antes… —Sus dedos alienígenas retiraron delicadamente el envoltorio, y el libro quedó a la vista en su raída gloria. Copperfield lo abrió, luego levantó la mirada, y, aunque fuese alienígena, Cole pensó que su rostro, en ese instante, parecía el de un niño pequeño a punto de llorar—. No tiene autógrafo.
—Está mirando usted la última página —dijo Cole—. Tiene que abrirlo por el frontispicio.
Copperfield buscó el frontispicio y una mirada de éxtasis casi humano afloró a su rostro.
—¡No sé cómo podría agradecérselo! —dijo.
—Claro que lo sabe —dijo Cole—. Pagándonos al cincuenta por ciento del precio de mercado durante dos años, y ayudándonos a tenderle una trampa a Tiburón.
—¡Ah, sí! —dijo Copperfield con desdén—. Ya lo he hecho. Pero se merece usted todavía más, y tendré que proporcionarle la recompensa adecuada. No puede imaginarse usted lo que esto significa para mí.
—Retrocedamos un par de frases —dijo Cole—. ¿Qué es lo que ya ha hecho usted?
—La Pegaso estará aquí dentro de tres días —dijo Copperfield, sin apartar los ojos del libro—. Va a tener usted tiempo más que suficiente para prepararse, ¿verdad que sí?
—Tres días serán suficientes —dijo Cole—. ¿Tiburón, o cualquier otro con quien haya hablado, dijo algo acerca de Donovan Muscatel?
—Ni una palabra —dijo Copperfield—. ¿Es que se han asociado?
—No —respondió Cole—. Tres naves de Muscatel buscan a Tiburón.
—¡Ah! —dijo Copperfield—. Entonces fue él quien atacó Cyrano hace unos días. Lo había oído, pero los detalles que me dieron eran muy imprecisos.
—Tiburón atacó la base de Muscatel, mató a muchos de sus hombres y destruyó una nave.
—Bueno, es una manera como otra de acabar con la competencia —dijo Copperfield—. Claro que hay que empezar por asegurarse de que todos los competidores estén en el mismo sitio. —Finalmente apartó los ojos del libro—. Acabo de darme cuenta de que ha venido usted solo. Espero y deseo que la extraordinaria señorita Twist aún se encuentre entre los vivos.
—Se encuentra bien —dijo Cole—. Pero ahora que usted y yo nos entendemos, he llegado a la conclusión de que ya no necesito guardaespaldas.
—Los guardaespaldas siempre son necesarios —dijo Copperfield—. Y esa mujer es bella, y ciertamente formidable.
—Sí, es una lástima que vayamos a devolverle su nave. Me viene bien tenerla en mi tripulación, sobre todo porque conoce la Frontera Interior.
—Puede que recobrar esa nave no sea tan fácil como usted cree —dijo el alienígena—. Conociendo a Tiburón Martillo, lo más probable es que haga estallar la Pegaso y muera en ella con tal de no entregarla.
—Entonces cobraremos los miles de millones que usted va a pagarnos y le comparemos otra nave —dijo Cole.
—¿De verdad está usted decidido a devolverle su nave o proporcionarle una nueva? —preguntó Copperfield.
—Sí.
—Entonces daré por sentado que no sigue usted el mismo camino que Tom Sawyer siguió con Becky Thatcher.
—Se equivoca usted de autor —dijo Cole—. Pero no, no quiero imitarle.
—Pues entonces seré yo quien la pretenda —propuso Copperfield—. Me quito el sombrero ante esa dama. Lo he dicho como figura retórica, por supuesto. En realidad, nunca he encontrado un sombrero que encajase en mi cabeza.
—A mí me parece bien —dijo Cole—. Pero no la haga enfadar, sobre todo si la tiene cerca. —Miró por el estudio—. ¿No tendrá por aquí una radio subespacial? Mi nave se encuentra demasiado lejos para contactar con el comunicador.
—Haré lo que sea por el hombre que ha satisfecho el deseo de mi corazón —dijo Copperfield, e hizo un gesto en el aire con la mano izquierda.
Al instante, un panel que se hallaba sobre su escritorio se desvaneció y una radio ascendió desde el interior y quedó encima del mueble.
—Forrice al habla —dijo el molario—. Sólo recibo audio. ¿Quieres que activemos el visionado?
—No será necesario —respondió Cole—. Voy a ser breve. Todavía me encuentro en Meandro-en-el-Río.
—¿Estás bien?
—Estoy muy bien, y la Kermit también. Quiero que la Teddy R. se encuentre aquí dentro de un día estándar.
—¿Tan cerca del territorio de la República? —preguntó Forrice.
—Sí.
—Te lo he preguntado sólo para estar seguro de haberlo entendido bien —dijo el molario—. ¿Algo más?
—Sí —dijo Cole—. Supervisad el armamento y los escudos defensivos mientras venís. Quiero que, cuando lleguéis, todo se encuentre en perfecto estado.
—Lo haremos. ¿Eso es todo?
—Sí, eso es todo.
—Hasta pronto —dijo Forrice, e interrumpió la conexión.
—¿Quién era ése? —preguntó Copperfield—. No parecía humano del todo.
—Si fuese todavía más humano, sería insoportable —respondió Cole—. Es mi primer oficial.
—¿Cómo se llama, por si necesito contactar con él?
Cole sonrió.
—Le he dado un nombre en código para que a usted no le resulte difícil recordarlo.
—¿Ah, sí?
—Sydney Carlton —dijo Cole.
—¡Pues ya me cae bien! —exclamó alegremente Copperfield.
—Ya me lo imaginaba —dijo Cole—. Volvamos a nuestros asuntos. ¿Dónde estaba la Pegaso cuando contactó con usted? ¿En la Frontera Interior o en la República?
—Ah, en la Frontera, desde luego. Nuestra amiga Olivia Twist tuvo buen cuidado de que todas las naves policíacas y militares de la República la buscaran. —El alienígena miró a Cole—. De pronto lo veo a usted preocupado.
—Lo estoy —respondió Cole—. Se halla usted a unos pocos cientos de años luz de la Frontera Interior. ¿Cómo es que Tiburón cuenta con poder llegar hasta aquí sin que lo identifiquen y lo detengan?
—No lo había pensado —reconoció Copperfield.
—Bueno, pues más le vale que empiece a pensarlo —dijo Cole—. Si contamos con tenderle una trampa, tendremos que saber cómo reconocerlo cuando venga.