17
Panamá
Esa noche que allí entré fue con tormenta grande que me persiguió después siempre.
Carta de Cristóbal Colón a los Reyes Católicos.
Jamaica, 7 de julio de 1503
El entusiasmo cundió entre los integrantes del equipo. Ronald ordenó al piloto del submarino partir hacia ese punto de forma inmediata. Al llegar, los miembros de la expedición pudieron observar que, efectivamente, la pieza encontrada se asemejaba a una nave antigua de unas dimensiones que bien podrían corresponder a las de un barco construido en el siglo XV. La madera, oscurecida por el paso del tiempo y por la prolongada inmersión, tenía un aspecto frágil. Junto a los distintos trozos de madera, aparecían otros elementos alargados recubiertos de una espesa capa de algas.
Edwin preguntó qué podrían ser.
—Cañones. Son cañones de hierro de la época. También las naos y carabelas del Almirante llevaban armas de este tipo —le respondió Ronald—. Tenían que defenderse de múltiples peligros.
El proceso seguido el día anterior para levantar la arena depositada en el fondo marino había dejado a la vista otros objetos. Vasijas y otros recipientes de barro eran ahora visibles en distintos puntos alrededor del barco.
Porter ordenó recuperarlos de forma inmediata y llevarlos a la superficie para su estudio y análisis. Pidió igualmente que rescatasen al menos uno de los cañones para ver si se correspondían con las armas utilizadas en el siglo XV. Tres buceadores se dirigieron a uno de los alargados cilindros situados en la parte más externa del pecio y procedieron a retirarlo del cuerpo del barco. La madera cedió de forma instantánea al mover el cañón.
Ronald solicitó que se tomase también un trozo de esa madera para analizarla en el laboratorio.
El movimiento de los buzos alrededor de los restos volvió a remover considerablemente el fondo marino y fue imposible seguir realizando el análisis visual del pecio, por lo que se ordenó a todos los hombres la retirada inmediata.
Una vez en la playa, Oliver observó nubes que circulaban desde el este a gran velocidad. El aspecto que presentaban resultaba cuando menos amenazador.
*
La misión fue aplazada hasta el día siguiente.
Trabajarían con los elementos encontrados en el laboratorio que habían instalado en una de las cabañas. Aunque los equipos de análisis espectral que habían conseguido traer eran básicos, y sólo servirían para la exploración de la madera, la simple inspección del cañón y de la vasija indicaría si estaban en la dirección correcta.
El aislamiento de la aldea donde se situaban las cabañas no permitía el acceso a Internet ni a otros medios telemáticos, aunque sí disponían de conexión por satélite, desde donde recibían diversas fuentes de información.
Oliver aprovechó el momento para ordenar sus ideas en el interior de su confortable cabaña.
Edwin decidió dar un largo paseo por la playa mientras la luz del día se lo permitiera.
El equipo de investigación trabajaría sin descanso hasta determinar si las piezas encontradas correspondían a las propias de un barco colombino o a las de cualquier otra nave del siglo XV que pudiese pertenecer al tipo de pecio que estaban buscando.
Ronald, cansado del ajetreo de los últimos días, también decidió descansar un rato. A pesar de ello, pidió que le llamasen en cuanto tuviesen los primeros resultados del laboratorio.
*
Cenaron en el mismo restaurante; el propietario del pequeño establecimiento se había dispuesto ofrecer un auténtico festín a todos los expedicionarios de acuerdo con el encargo que le había realizado la noche anterior el americano, previo pago de una suculenta cantidad de dólares.
Oliver aprovechó la situación para preguntar a John sobre el estado del huracán.
El centro meteorológico nacional había pronosticado que Vince seguiría su trayectoria hacia algún punto de la costa de Panamá en los próximos días, y recomendaba evacuar todas las zonas habitadas entre Belén y la ciudad de Almirante, en la provincia de Bocas del Toro, en la frontera con Costa Rica, por donde se esperaba que pasase el ojo del huracán.
—¿Qué categoría tiene? —preguntó Oliver.
—En estos momentos es de categoría cuatro, es decir, bastante fuerte —contestó John Porter—. Pero las previsiones apuntan que se puede fortalecer sobre las cálidas aguas del Caribe, con vientos de más de doscientos kilómetros por hora, e incluso podría pasar a categoría cinco.
—¿No sería más adecuado que nos marchásemos? —dijo el español, sorprendido por la noticia.
—En ningún caso, Andrés —respondió Ronald—. Ahora que el pecio está al descubierto y que puede haber miles de ojos siguiendo nuestras operaciones sería una locura abandonar esta posición. No me fío.
—Bocas del Toro y la frontera con Costa Rica están a más de cien kilómetros de aquí —apuntó John Porter.
—Y ¿qué radio tiene Vince?
—No lo sé con exactitud, pero en la imagen del satélite se ve bastante grande. Es un huracán potente. Sin duda.
—Que Dios nos ampare.
*
La conversación había sido seguida de cerca por todos y cada uno de los trabajadores del restaurante. Cuando se marcharon los miembros de la expedición, el supuesto propietario del establecimiento cerró la puerta de entrada y bajó las persianas de madera que cubrían los sucios cristales.
El huracán podía trastocar los planes previstos.
—¿Qué pensáis? —preguntó.
—Quizá tengamos que hacer las cosas de otra forma —respondió un camarero con aspecto cansado.
—Pienso que si captamos la señal de radio de las transmisiones, podremos seguir en cada momento el estado del rescate del pecio.
—Pues a trabajar. Tenemos poco tiempo —sentenció el falso propietario del restaurante.
*
El día amaneció completamente cubierto por nubes oscuras y fuerte viento. Oliver buscó a Edwin en su cabaña y ambos se dirigieron al laboratorio. El responsable de la investigación les recibió con una sonrisa en los labios. Los técnicos habían determinado en los análisis practicados durante toda la noche que el pecio correspondía a una nave construida en el siglo XV.
—Además, el cañón y las vasijas también indican que fueron fabricados en la misma época —dijo Ronald, que se encontraba allí desde primera hora del día.
Los técnicos indicaron a los dos hombres que mirasen hacia el cañón ya limpio, que se encontraba expuesto sobre la mesa.
—Pero lo mejor de todo —volvió a tomar la palabra el americano— es esto. Venid conmigo.
Mostró el trozo de madera extraído el día anterior, de tono oscuro. La traviesa que habían cortado se encontraba muy deteriorada por el paso del tiempo y los agentes marinos.
—¿A qué te refieres? —preguntó el español.
—Mirad estos agujeritos. Fueron provocados por gusanos que atacaron el barco, y que llegaron a producir lo que no consiguió el temporal, es decir, hundirlo. Esto es lo que se llama broma. ¿Veis estos boquetitos aquí? Están hechos por un molusco lamelibranquio muy destructivo, que cava galerías en las maderas sumergidas de los cascos de los barcos.
El dominicano observaba totalmente perplejo los diminutos puntos diseminados por toda la madera.
—El nombre se aplica a las especies de los géneros Teredo y Bankia —continuó exponiendo Ronald—, moluscos bivalvos que tienen una pequeña concha que se incrusta de forma incisiva en la madera.
—Y ¿cómo puede penetrar? No me lo explico —preguntó Edwin, extrañado.
—La perforación se efectúa por la rotación de su caparazón, que es muy duro y que destroza la madera. Si el molusco se expande, puede llegar a ocasionar el hundimiento del barco, como le pasó a Colón en varias naves, y también a esta que hemos encontrado.
—Y ¿no tiene solución?
—Sí, los barcos posteriores a Colón se protegieron contra el ataque de la broma mediante calafateos con plomo. Pero los barcos del Almirante no, porque fueron calafateados con brea. Precisamente por esto, a principios del siglo XVI se cambió el sistema de la brea por el plomo, para hacer los barcos más resistentes al molusco. Por tanto, la nave que hemos encontrado es anterior a principios de ese siglo.
—Todo esto quiere decir que hay posibilidades de que este pecio sea la nave que buscamos —señaló Oliver.
—Así es, Andrés, así es —respondió exaltado Ronald.
*
El mar no ofrecía el mejor día posible para bucear. El viento seguía soplando con fuerza y una gruesa lluvia comenzó a caer cuando los buceadores seleccionados iniciaron la inmersión. A pesar del mal tiempo, las profundidades marinas presentaban una imagen limpia por el asentamiento de los fondos agitados el día anterior.
El submarino no lograba estabilizar su posición debido al fuerte oleaje. Edwin creyó en varias ocasiones que iba a vomitar. Oliver pidió al piloto situar el sumergible prácticamente depositado en el fondo, dado que su amigo estaba pasándolo mal.
John Porter daba órdenes a los buceadores relativas a la búsqueda de las entradas que pudiese haber al interior de la nave hundida. Uno de ellos encontró un probable acceso a las bodegas. Haciendo señas al resto de los buzos, consiguió que le acercasen una herramienta adecuada para abrir la trampilla.
El nerviosismo de Ronald no tenía límites.
Con la ayuda de otro hombre, el buzo consiguió levantar la puerta superior de la bodega, que salió desprendida. Pidió una potente linterna y solicitó permiso para acceder al interior.
Porter, que ya había iniciado la inmersión, negó la entrada al buzo y se situó frente a la bodega, con la intención de realizar él mismo la primera incursión en una nave del mismísimo Almirante del Mar Océano, más de quinientos años después de su hundimiento.
Ronald ordenó que el segundo buceador en acceder fuese el cámara, que iba transmitiendo imágenes al resto del equipo.
El interior de la bodega presentaba un aspecto sombrío. La oscuridad no permitía ver con nitidez el habitáculo, y el paso del tiempo había depositado una espesa capa de residuos que desvirtuaba el contenido de la estancia.
—Revisad bien la bodega —gritó Ronald, que sentía los latidos del corazón en las sienes.
Al menos cuatro hombres habían entrado. Porter pidió al resto del equipo que permaneciese fuera para no entorpecerse unos a otros en el reducido interior del navío. La bodega no parecía contener cofre alguno. Vasijas y diversos objetos de madera ocupaban la estancia. Uno de los buzos solicitó instrucciones a Porter, que respondió con rapidez.
—Imagino que si alguien dejó aquí un cofre, precipitadamente o no, no lo dejaría en la bodega si tuviese la intención de rescatarlo algún día. Debemos revisar mejor el pecio.
Tras muchas vueltas alrededor de la nave, observó que las dimensiones no daban mucho más de sí. Si había algo allí dentro, tenía que estar en la zona de la bodega del barco o en la parte trasera, donde parecía existir un camarote, posiblemente el dormitorio del capitán. El joven americano volvió al pecio y buscó el acceso hacia atrás, donde el lodo situado en esa parte de la nave hacía difícil localizar cualquier entrada.
Solicitó la ayuda de todos los buceadores disponibles y decidió que moverían el lodo manualmente. Al cabo de unos minutos, la puerta del camarote se perfiló entre una gran cantidad de fangos. Todos acudieron al lugar donde se situaba la puerta y procedieron a limpiarla aceleradamente.
John Porter intentó abrirla con gran dificultad, debido a su mal estado de conservación. De repente, la puerta cedió y se abatió hacia el interior. El camarote del capitán de la nao ofrecía un aspecto aún más tétrico que la bodega, porque los fangos se habían adueñado de la habitación.
En el interior del sumergible, observaban la acción a través de la señal emitida por la cámara de televisión que portaba uno de los buceadores.
Oliver recordó algunas escenas de una conocida película sobre el famoso naufragio de un gran buque, cuando varios buzos provistos de cámaras visitaban el interior del barco hundido.
Lo que parecía un camastro, así como otra serie de muebles totalmente destrozados componían el interior del recinto, que en otro tiempo albergó el dormitorio del capitán.
Allí no había ningún cofre.
Antes de que el desencanto cundiese en el equipo, John Porter observó un detalle sorprendente. Un rayo de luz procedente de la linterna de uno de los buceadores que permanecían en el exterior de la nave atravesó la pared del camarote, dejando entrever un falso receptáculo. De repente, se encontró gritando:
—¡Aquí hay un trasfondo!
—Rompedlo —vociferó Ronald, visiblemente exaltado.
—Debemos ser respetuosos con el pecio —dijo Oliver—. Contenga el cofre o no lo contenga, esta nao tiene un incalculable valor.
Porter destrozó sin ningún tipo de cuidado una parte significativa de la pared del fondo del camarote, abriendo un enorme boquete. Todas las linternas apuntaron al mismo sitio.
Allí, en el doble fondo del cuarto del capitán de la nave, se encontraba un arca de grandes dimensiones.
Los gritos de júbilo y alegría se mezclaron con ruidos provenientes del exterior.
Intensas ráfagas de viento de más de ciento cincuenta kilómetros por hora azotaban la playa donde habían encontrado el arca.
El huracán Vince había cambiado su rumbo violentamente y ahora sobrevolaba la bahía donde Cristóbal Colón viera hundirse La Vizcaína mucho tiempo atrás.