ESCENA PRIMERA

ARBENIN. - (Sentado frente a la mesa, en un sillón) Me he debilitado en esta lucha conmigo mismo, en un esfuerzo torturante y agotador... y, por último, los sentimientos adquirieron no sé qué tranquilidad engañadora y penosa... Sólo a veces se inquieta el alma sin tener por las preocupaciones esta pesadilla fría; y el corazón sufre y parece que se quema. ¿Acaso no ha acabado todo? ¿Acaso todavía debo sufrir más?

¡Mentiras!... Pasarán los días y llegará el olvido. Bajo el peso de los años morirá la imaginación y vendrá por fin alguna vez la tranquilidad a albergarse en este pecho...

(Pensativo, de pronto levanta la cabeza) ¿Me he equivocado? No, los recuerdos son implacables... ¡Cómo veo vivamente sus ruegos, su angustia!... ¡Oh, fuera, fuera, víbora que en mí despiertas! (Dejando caer la cabeza sobre las manos).

ENTRA KAZARIN

KAZARIN. - (En voz baja) Arbenin está aquí, triste y suspirando. Veremos cómo se desempeña en esta comedia. (Dirigiéndose a él) Querido amigo, me he apurado en visitarte al conocer tu desgracia. ¿Qué hacer? El destino así lo quiso y a cada uno le espera su fin... (Pausa). Pero basta, hermano; no te dejes vencer tan fácilmente; eso está bien para la gente, para el público, pero nosotros somos actores. Dime, hermano...

¡Qué pálido te has puesto! Se podría pensar que te has pasado la noche jugando a los naipes y has perdido.

¡Oh, viejo pícaro!... Ya tendremos tiempo de hablar más tarde... Ya llegan tus parientes. Vienen a despedirse de la finada. Adiós, entonces, hasta otro día.

(Sale)

ENTRAN Y PASAN LOS PARIENTES

DAMA. - (A la sobrina) Se ve que Dios lo ha maldecido; fue un mal marido y un mal hijo... No me hagas olvidar que tengo que entrar a una tienda para comprarme un vestido de luto. Aunque no tengo muchos recursos, soy capaz de arruinarme por mis parientes.

SOBRINA. - ¡Ma tante! ¿Cuál habrá sido la causa de la muerte de mi prima?

DAMA. - La causa, señorita, se debe a que es tonta vuestra sociedad de moda. ¡Ya llegarán a conocer otras desgracias! (Salen).

(Salen de la habitación de la finada el doctor y un anciano).

ANCIANO. - ¿Se murió delante suyo?

DOCTOR. - No tuvieron tiempo de encontrarme.

¡Yo siempre he dicho que son una desgracia esos helados y esos bailes!

ANCIANO. - El entierro es lujoso. ¿Ha visto usted la mortaja? Cuando murió mi hermano la primavera pasada, habían puesto una igual sobre el ataúd. (Salen).

DOCTOR. - (Acercándose a Arbenin y tomándolo del brazo) Usted debe descansar.

ARBENIN. - (Estremeciéndose) ¡Ah!... (Aparte) Se me oprime el corazón.

DOCTOR. - Esta noche se ha entregado usted demasiado a la tristeza. Duerma.

ARBENIN. - Trataré de hacerlo.

DOCTOR. - Ya no podemos ayudarle en nada; pero usted debe cuidarse.

ARBENIN. - ¡Oh! ¡Yo soy invulnerable! ¡Cuántos sufrimientos terrenales llenaron mi corazón y yo sigo viviendo... Yo buscaba la felicidad y Dios me la envió con aspecto de mujer; mi aliento perverso manchó su espíritu celestial y he ahí esa criatura espléndida que veis, fría y muerta! Cierta vez, un hombre ajeno a mi vida, arriesgando su honor, perdió en el juego y fue salvado por mí. Sin embargo, sin decir una palabra y burlándose, me quitó todo, todo al cabo de una hora.

(Sale).

DOCTOR. - Está enfermo, fuera de broma, esta vez no me equivoco; esta cabeza está llena de tormentos, pero si se vuelve loco, respondo que seguirá viviendo. (Al salir se encuentra con dos personas).

EL DESCONOCIDO Y EL PRÍNCIPE

DESCONOCIDO. - Con su permiso; quisiera preguntarle si podríamos ver a Arbenin.

DOCTOR. - No podría asegurarle... pues la esposa acaba de fallecer ayer.

DESCONOCIDO. - Cuánto lo lamentamos.

DOCTOR. - Y está tan afligido...

DESCONOCIDO. - Él también me da lástima...

¿Pero está en casa?

DOCTOR. - ¿En casa? Sí.

DESCONOCIDO. - Tengo un asunto muy importante para él.

DOCTOR. - ¿Ustedes son, seguramente, sus amigos?

DESCONOCIDO. - Por ahora, no; pero hemos venido para ver si podemos intimar un poco.

DOCTOR. - Arbenin está enfermo, fuera de bromas.

PRÍNCIPE. - (Asustado) ¿Está acostado, sin conocimiento?

DOCTOR. - ¡No! Habla, camina y tenemos esperanzas todavía...

PRÍNCIPE. - ¡Gracias a Dios! (Sale el doctor) Por fin...

DESCONOCIDO. - Tiene usted el rostro enardecido. ¿Sigue firme en su resolución?

PRÍNCIPE. - ¿Y usted me asegura que es justa su sospecha?

DESCONOCIDO. - Escúcheme; los dos perseguimos un mismo fin, y ambos lo odiamos por igual; pero usted no conoce su alma; es sombría y profunda como la caja de un ataúd; cuando se abre, lo que cae en ella se entierra para siempre; las sospechas necesitan su demostración; él no conoce el perdón ni la piedad cuando está ofendido. La venganza y sólo la venganza es lo que persigue, y ésa es su ley. Sí, esta muerte parece tener una causa oculta. Yo sabía que ustedes eran enemigos y estaba muy dispuesto a servirle.

Si ustedes piensan pelear, yo me apartaré a un lado para ser espectador.

PRÍNCIPE. - Dígame, ¿cómo es que usted supo el día anterior que yo fui ofendido por él?

DESCONOCIDO. - Me gustaría contarle, pero temo que lo aburra. Además, toda la ciudad está comentando...

PRÍNCIPE. - La idea es insoportable, DESCONOCIDO. - Lo está atormentando demasiado.

PRÍNCIPE. - ¡Oh, usted no sabe qué es la vergüenza!

DESCONOCIDO. - ¿La vergüenza? No existe. La experiencia se lo demostrará y le enseñará a olvidarlo.

PRÍNCIPE. - ¿Pero quién es usted?

DESCONOCIDO. - ¿Le hace falta mi nombre?

Yo soy su amigo, celoso defensor de su honor, y creo que no le hace falta saber nada más. Pero chitón, que ya viene... Es él, su andar pesado y lento. ¡Es él! Apártese un instante, que yo debo hablarlo y para ello usted no me sirve de testigo. (El príncipe se aparta)...

(Aparece Arbenin con un candelabro de velas encendidas).

ARBENIN. - ¡La muerte... la muerte! ¡Oh, esta palabra está por todas partes y me penetra; me persigue; callado observé más de una hora su cadáver y mi corazón estaba lleno de angustia intraducible al ver sus rasgos tranquilos de infantil candor; la sonrisa constante, floreciendo apenas en sus labios ante la eternidad que se abrió ante ella marcando el destino de su alma. ¿Será posible que me haya equivocado? ¡Imposible! ¿Yo, equivocarme? ¿Quién me puede demostrar su inocencia? ¡Mentira! ¡Mentira! ¿Dónde están las pruebas? Yo tengo otras. Si a ella yo no le he creído, ¿a quién le daré fe? Sí... yo fui un marido apasionado, pero fui un juez muy frío. ¿Quién se atreverá a decirme lo contrario?

DESCONOCIDO. - Yo me atrevería.

ARBENIN. - (Al principio se asusta y luego, apartándose, acerca las velas hacia el rostro del desconocido para identificarlo) ¿Quién es usted?

DESCONOCIDO. - No es extraño, Eugenio, que no me reconozcas, y, sin embargo, fuimos amigos.

ARBENIN. - ¿Pero quién es usted?

DESCONOCIDO. - Yo soy tu genio del bien.

Siempre he estado a tu lado, aunque invisible. Siempre con otro rostro y con otra vestimenta; conozco todos tus asuntos y casi todos tus pensamientos y hace poco te he vigilado en el baile de máscaras.

ARBENIN. - (Estremeciéndose) No me gustan los profetas y le ruego que se retire inmediatamente. Le estoy hablando en serio.

DESCONOCIDO. - De acuerdo; pero a pesar de tu voz amenazante y de tu decisión categórica, yo no me voy. Y veo, veo claramente que no me has reconocido.

Yo no pertenezco a ese tipo de personas que puede renunciar en un momento de peligro al fin que persigue durante mucho tiempo. He logrado algo de lo que me proponía y moriré aquí, pero no daré un paso atrás.

ARBENIN. - Yo mismo soy así y, sin embargo, no me vanaglorio. (Sentándose) Escucho.

DESCONOCIDO. - (Aparte) ¿Por ahora mis palabras no lo han conmovido o en realidad estoy equivocado? Veremos más adelante. (Dirigiéndose a Arbenin) Siete años atrás. Arbenin, todavía me reconocías. Yo era joven, sin experiencia, impulsivo y con riquezas. Pero tú... en tu pecho ya se encubría esta frialdad, ese desprecio infernal hacia todos, de que tú siempre te vanaglorias No sé si adjudicar ese rasgo a tu inteligencia o a cierta situación; no voy a analizar tu alma; la comprenderá Dios, que fue su creador.

ARBENIN. - El comienzo es bueno.

DESCONOCIDO. - El final no será peor. Cierta vez me convenciste y atrayéndome me llevaste a la mesa de juego... Mi cartera estaba llena y además creía en la felicidad... Me senté a jugar contigo y perdí todo. Mi padre era un hombre avaro y severo... y para no someterme a sus reproches resolví volver al juego para recuperar lo perdido. Pero tú, aunque eras joven en aquel entonces, me tenías en tus garras y yo perdí todo nuevamente. Quedé desesperado, y como tú bien recordarás, hubo lágrimas y ruegos... A ti sólo te provocaron risas... pero mejor hubiera sido para mí que me atravesaran con un puñal. Mas, en aquel tiempo no miraba las cosas con cierta premonición y únicamente ahora la semilla de la maldad dio su fruto. (Arbenin intenta ponerse de pie y luego sigue sentado y pensativo). Desde aquella vez abandoné todo; las mujeres y el amor y los placeres de la juventud. Los sueños de ternura y las dulces inquietudes; se abrió para mí un nuevo mundo de luz, de nuevas y extrañas sensaciones, un mundo, una sociedad de gente humillada y ofendida, con almas orgullosas, de pasiones heladas y atrayentes torturas. He visto también que el dinero es el zar de la tierra y me he doblegado ante él...

Pasaron los años, se llevaron todo; la riqueza y la salud; por siempre se ha cerrado para mí la puerta de la felicidad. Yo he firmado un pacto con el destino y he aquí lo que soy... ¡Ah, tiemblas! ¡Comprendes lo que quiero y lo que buscaba! Repite una vez más que todavía no me conoces.

ARBENIN. - ¡Fuera! ¡Te he reconocido, te he reconocido!...

DESCONOCIDO. - ¿¡Fuera!? ¿Acaso esto es todo? ¿Te has burlado de mí? Y yo estoy dispuesto a divertirme. Hace poco que por casualidad, a mis oídos ha llegado el rumor de que eres feliz; te has casado y eres rico. Me causó amargura, y el corazón, compungido, me ha hecho pensar en ti; ¿pero por qué será feliz? Un sentimiento categórico me empujaba, ordenándome: «Anda, anda, inquiétalo». Y empecé a seguirte, mezclándome siempre con la multitud, siguiéndote por todas partes, sin fatigarme y averiguando todo... Por fin, mis esfuerzos llegan a su término. Escucha, he sabido y... y debo revelarte una verdad... (Pronunciando marcada pero lentamente cada sílaba) Escúchame: tú... has matado a tu mujer...

(Arbenin retrocede bruscamente. Se aproxima el príncipe).

ARBENIN. - ¿La he matado? ¿Yo? ¡El príncipe!

¡Oh, qué es esto!...

DESCONOCIDO. - (Retrocediendo) Yo he dicho todo y el dirá lo demás.

ARBENIN. - (Enfurecido) ¡Ah! ¡Una confabulación! ¡Estupendo! Yo estoy en vuestras manos... ¿Quién lo podrá impedir? Nadie... Ustedes son los dueños de la situación... yo obedezco... estoy a vuestros pies... mi alma se turba ante vuestras miradas... y yo soy un tonto, un niño, y en contra de vuestras palabras no hallo respuesta... Por un instante estoy vencido y fui engañado con bromas; pondré tranquilamente mi cabeza bajo el hacha... ¿pero ustedes no han calculado que yo tengo inteligencia, fuerza y experiencia? Ustedes creyeron que ella se ha llevado todo a la tumba y que yo no podré pagarles lo que merecen, como hacía antes. He aquí cómo estoy humillado ante vuestra opinión con mis palabras de ruego amenazante... Sí, la escena está bien preparada, pero ustedes no adivinaron el final. ¿Y este chiquillo?...

¿El también piensa pelear conmigo? ¿Fue poco una bofetada y quiere recibir otra? ¡Usted recibirá, mi querido, todas las necesarias! ¿O es que está aburrido de la vida? No es extraño; la vida de un imbécil es poca cosa. Puede irse preparando. Usted será asesinado y morirá con el nombre y la muerte de un canalla.

PRÍNCIPE. - Veremos, pero pronto...

ARBENIN. - ¡Vamos, vamos!

PRÍNCIPE. - ¡Ahora soy feliz!

DESCONOCIDO. - (Separándolos) Pero lo más importante se ha olvidado...

PRÍNCIPE. - (Deteniendo a Arbenin) ¡Espere!

Usted debe saber que me ha acusado en vano; que no tiene ninguna culpa su víctima; usted me ha insultado, me ha ofendido a tiempo, y yo quería decirle... pero vamos.

ARBENIN. - ¿Qué? ¿Qué?

DESCONOCIDO. - Tu esposa era inocente; fuiste muy severo con ella...

ARBENIN. - (Riendo) ¿Usted tiene en reserva muchas bromas como ésta?

PRÍNCIPE. - No, no, yo no bromeo, juro por el Creador. La pulsera, por casualidad cayó en manos de la baronesa, quien me la entregó después. Yo mismo me equivoqué. Mi amor fue rechazado por su esposa. Si yo hubiera sabido que por este error ocurriría tanto mal, no hubiera buscado ni una mirada, ni una sonrisa... Con esta carta la baronesa descubre toda la verdad.

Lea usted rápidamente; tengo los instantes contados...

(Arbenin toma la carta y lee).

DESCONOCIDO. - (Elevando los ojos al cielo con hipocresía) La providencia castiga al malvado. ¡Qué lástima! La inocente ha muerto. Pero aquí la esperaba la tristeza, mientras que en el cielo se ha salvado. ¡Ah, yo la he visto! Sus ojos eran el claro reflejo de la pureza de su alma. Quién podría pensar que esa espléndida flor fuera destrozada por la tempestad en un instante.

¿Por qué has callado, infeliz? Arráncate los cabellos desesperado... grita... ¡Qué horror!. .. ¡Oh, qué horror!. ..

ARBENIN. - (Arrojándose sobre ellos) ¡Yo los estrangularé, verdugos! (De pronto cae debilitado sobre el sillón).

PRÍNCIPE. - (Empujándolo con grosería) Los remordimientos no le ayudarán. Lo esperan las pistolas; nuestra discusión no ha terminado... ¿Calla, no me escucha? ¿Habrá perdido el juicio?

DESCONOCIDO. - Tal vez...

PRÍNCIPE. - Usted me ha interrumpido.

DESCONOCIDO. - Nosotros apuntamos a cosas diferentes. Yo me he vengado; para usted, yo creo que ya es tarde.

ARBENIN. - (Levantándose, con mirada salvaje)

¿Qué es lo que ha dicho?... (Decayendo) No tengo fuerza, no tengo fuerza... Fui tan ofendido, estaba tan seguro... ¡Perdóname, perdona, oh, Dios mío! ¿A mí? ¿Perdón? (Ríe a carcajadas) Y las lágrimas, los ruegos, la imploración... ¿Tú has perdonado? (Echándose de rodillas) Y héme aquí echado de rodillas ante ustedes...; decidme, por favor, si no fue cierta la traición, la maldad evidente... ¡Yo quiero, yo ordeno que la acuséis al instante! ¿Que ella es inocente? ¿Acaso ustedes estuvieron aquí? ¿Me miraron en el alma? Yo pido ahora como ella antes me rogaba... ¿Un error? ¿Me he equivocado?... Ella también me lo aseguraba, pero yo le dije que era mentira... (Poniéndose de pie) Yo le dije a ella esto. (Pausa). He aquí lo que les voy a revelar: yo no soy el asesino. (Mirando fijamente al desconocido) ¡Tú fuiste! ¡Rápido, reconoce tú, habla valientemente! ¡Sé sincero siquiera conmigo! ¡Oh, querido amigo, por qué has sido tan cruel, si yo la amaba, yo hubiera dado el cielo y el paraíso por una lágrima suya para no perderla... pero yo te perdono! (Echándose en los brazos del desconocido y llorando).

DESCONOCIDO. - (Rechazándolo con grosería) Vuelve en ti, domínate... (Al príncipe) Llevémoslo de aquí; con el aire tal vez vuelva en sí... ¡Arbenin!

(Tomándolo del brazo).

ARBENIN. - No nos veremos más... Adiós...

Vamos... vamos... aquí... aquí... (Desprendiéndose, se arroja a la habitación donde está el ataúd de Nina).

PRÍNCIPE. - ¡Deteneos!

DESCONOCIDO. - Hoy ha cedido bastante esa mente orgullosa.

ARBENIN. - (Volviendo, con un quejido salvaje)

¡Miren aquí! Miren... (Adelantándose hacia el centro del escenario) Yo te decía que eres cruel. (Cae al suelo y semisentado queda con la mirada inmóvil. El príncipe y el desconocido lo observan de pie).

DESCONOCIDO. - ¡Hace mucho que buscaba la venganza completa y ahora estoy por fin vengado!

PRÍNCIPE. - Perdió el juicio y está feliz. ¿Pero yo?... Para siempre he perdido la tranquilidad y el honor.

FIN