ELEMENTOS DE SU BIOGRAFÍA
De brevedad inverosímil, los veintisiete años de su vida comienzan de esta manera.
Su madre: María Mijailovna Arséniev, perteneciente a una opulenta familia aristocrática, se casa con el militar retirado de escasos bienes Yuri Petrovich Lermontov, a pesar de la oposición de su madre. Al poco tiempo nace en la ciudad de Moscú, el 2 de octubre de 1814, Mijail Yurevich Lermontov. El niño pierde la madre a los tres años de edad y como el padre no gozara de la buena voluntad de la abuela, que ama apasionadamente al nieto, queda éste bajo su influencia y educación.
Desde niño crece en la residencia de su abuela, cerca de la aldea de Tarjan. Asiste a los continuos roces enemistosos entre su padre y su abuela, que dividen su cariño y atormentan su niñez, reflejada más tarde en su obra literaria.
Preparado por preceptores ingleses y franceses, que le dieron múltiple instrucción, ingresa en el año 1828 a los estudios regulares. Pero sus conocimientos son superiores a los de sus profesores, y después de dos años de choques continuos, en que manifiesta su temprana y brillante erudición, abandona los estudios.
Intenta trasladarse a la Universidad de San Petersburgo, pero no obtiene éxito y decide elegir la carrera militar, ingresando en 1832 a la escuela de los Caballeros de la Guardia. Igual que Pushkin, comienza a escribir versos desde muy temprano. Pronto es autor de El prisionero del Cáucaso, Los Corsarios y otras obras que reflejan la vida y las pasiones de los hombres del Cáucaso, ambiente que conoció durante su infancia. Ya desde sus primeros estudios el poeta adolescente demostró tener un gran sentido moral de la vida, de la sinceridad de los hombres, y reaccionó siempre con gran sensibilidad ante la hipocresía y la bajeza de sus compañeros.
Los choques con sus maestros afinaron y fortalecieron la conciencia de su talento. Muy temprano escribe poemas, dramas, encendidas protestas en contra de la esclavitud, llamados a la acción, motivos sobre el dolor castrador de la soledad, temas que ocupan el primer período de su creación y preocupan su corazón y su mente.
El talento del lírico inglés, romántico y rebelde, que entusiasma a todos los poetas de su tiempo, encuentra en Lermontov, como encontró en Pushkin, a uno de sus más fieles admiradores. El credo revolucionario de Byron atrae a la juventud liberal revolucionaria de su época; pero Lermontov, tanto como Pushkin, dueños de una personalidad muy propia, no aparecen en las letras como simples imitadores del romántico inglés.
Conociendo la diferencia que lo separaba de Byron, Miguel Yurevich afirma en un poema, al que pertenecen estas estrofas:
No, yo no soy Byron, yo soy otro Elegido también por fuerzas desconocidas, Y, como él un vagabundo perseguido por el mundo, Pero con el alma rusa...
El joven corneta del regimiento de Húsares de la Guardia adquiere fama como poeta recién en el año 1837, con sus poemas acusadores de la sociedad en que vivía, y penetrados de desprecio por la ruindad que lo circunda. Su poema dedicado a Pushkin, La muerte del poeta, terminó por inquietar a la corte del zar y decidieron que su sospechoso autor debía ser confinado a un regimiento de castigo del Cáucaso.
Allí se pone en contacto con los revolucionarios liberales confinados después del fracaso de la revolución decembrista de 1825 y traba amistad con A. Odoievski.
Ese año de permanencia en el Cáucaso es fecundo y tiene una importancia decisiva en su obra. Las vinculaciones de su abuela con figuras de la Corte le permiten, después de varios pedidos, volver a San Petersburgo, en cuya sociedad vuelve a hallarse a disgusto, pues cada vez es mayor el odio que le inspiran los círculos del zar.
Anatematiza en sus poemas a esa multitud interesada que rodea al trono, deseando con cada verso romper la alegría frívola que lo rodea y arrojarle a los ojos, valientemente, "poemas de hierro» templados de amarguras y de odio.
En los años treinta y nueve y cuarenta escribe su célebre trilogía novelada, El héroe de nuestro tiempo.
En 1840, tres años después que Pushkin fuera retado a duelo por un contrarrevolucionario francés refugiado en Rusia, Lermontov es retado también a duelo por el hijo del embajador francés, acusado de divulgar calumnias sobre su persona. Durante el duelo, Lermontov tira al aire y su contrincante no pega en el blanco. Aunque el entredicho pareció concluir felizmente, las consecuencias fueron harto penosas para el poeta. Después de analizar el duelo, un tribunal militar decide condenar a Lermontov a un regimiento de castigo. La intervención de su abuela nuevamente hace que el confinamiento no sea tan riguroso, pero, con todo, es trasladado a un regimiento del Cáucaso.
Allí vuelve a encontrarse con los revolucionarios de su tiempo y conoce personalmente al que sería entonces el primer crítico de Rusia. El encuentro de Belinski con el poeta fue inolvidable para ambos. En una carta que escribió después de esta visita, Belinski dice:
«Hace poco estuve en la reclusión de Lermontov y por primera vez hablamos de corazón a corazón. ¡Qué profundo y poderoso espíritu tiene! ¡Con qué justeza trata los problemas vinculados al arte y qué gusto puro y profundo tiene...!»
Durante su permanencia en el Cáucaso, Lermontov se ve obligado a participar en los choques de las tropas zaristas en contra de los pueblos montañeses oprimidos.
Pero su conducta es rebelde y le gana el odio del zar Nicolás I, que trata de deshacerse del poeta, ordenando que lo ubiquen en la primera línea del frente. Rodeado de intrigas y de persecuciones que van cercando su vida, termina por ser ofendido y burlado por uno de sus compañeros que lo reta a duelo y lo mata el 15 de julio de 1841.
OBRA DEL POETA
La Revolución Francesa, saludada jubilosamente por su pluma en varios poemas, como también el movimiento revolucionario de julio de 1830, no alcanzan a reponerlo de la desesperación motivada por la derrota de los decembristas de 1825. La generación de los liberales revolucionarios no ve la posibilidad de una nueva ofensiva en contra de la Rusia de la servidumbre feudal. Un clima de depresión y de calumnia asfixiante lo rodea y le inspira aquellos versos inolvidables:
Adiós, Rusia,
País de esclavos, país de señores.
Y adiós a ustedes, uniformes celestes, Y a vosotros, pueblo obediente.
Tal vez, tras la cordillera del Cáucaso Me libraré de vuestros pajes,
De vuestros ojos vigilantes
Y de vuestras orejas siempre alertas.
Su odio no puede transformarse en acción y por ello sufre. Vive en años cuando la reacción impone otros caminos de lucha y la historia exige un largo período preliminar para crear las fuerzas de una nueva etapa de lucha.
Lermontov comprende con claridad su situación trágica y exclama:
Y como el delincuente ante la condena, Miro el futuro con temor,
Miro el pasado con angustia,
Busco a mi alrededor un alma hermana.
Destinado históricamente a actuar en un período que no le permitía la solución de los conflictos sociales, penetrado de esa imposibilidad, a menudo se preguntaba si el futuro comprendería el horror de la existencia de su generación que en los momentos de mayor júbilo no podía olvidar la angustia de su tiempo.
Su generación es, como decía Lunatcharski, «el eco sincero y profundo de la insurrección de los decembristas».
La obra múltiple de Lermontov ha dejado para la literatura rusa poemas, dramas y novelas, de las cuales El héroe de nuestro tiempo es tal vez su obra fundamental.
La novela consta de tres partes y su personaje principal es Pechorin.
Escrita casi al mismo tiempo que la novela en verso de Pushkin Eugenio Onéguin, su personaje central tiene ciertas características comunes que lo unen sin que el personaje de Lermontov sea de ninguna manera la imitación del héroe pushkiniano. Pechorin es el joven representante de la sociedad dirigente, con las características y enfermedades sociales y psicológicas de su tiempo. Simboliza la culta juventud de la nobleza con todas sus contradicciones. Lermontov presenta al personaje con este retrato: “tenía una pequeña mano aristocrática, una alta y noble frente despejada, cabello claro y cejas y bigotes oscuros". Además describe su vestuario, presentando su resplandeciente y blanca ropa, su elegante chaqueta de terciopelo. Cuando describe su psicología lo hace con brevedad, señalando que sus ojos «sonreían burlonamente, mientras él no sonreía, pues su mirada penetrante y pesada parecía atrevida si no fuera por su aspecto general tan indiferente». Su figura es de complexión recia y de cintura fina, capaz de sufrir los cambios de clima y una vida de trajín. Por otra parte, sufría del sistema nervioso y según expresión del propio Lermontov tiene similitud con algunos personajes de Balzac. Su fortaleza le permite permanecer largas horas de caza, le sobra coraje para enfrentar un jabalí, y al mismo tiempo es de los que se resfrían a la menor corriente de aire o palidecen cuando golpean las puertas y ventanas.
Lermontov pone en boca de su personaje estas palabras: «En mí viven dos personas al mismo tiempo. Una actúa y otra la juzga...» «Toda mi vida -reconoce el propio Pechorin- fue un eslabonamiento de contradicciones lamentables entre el corazón y la razón».
La dualidad de la enfermedad espiritual que aqueja al personaje se manifiesta en su actitud frente a la vida.
Pechorin es un desencantado con apariencias de indiferente. El pesimismo de Pechorin tiene un sentido profundamente escéptico. Pechorin dice de sí mismo que su alma «está arruinada por la sociedad»; «la imaginación siempre inquieta, el corazón insatisfecho; todo es poco, me acostumbré a la tristeza con la misma facilidad que al goce y mi vida se torna cada vez más vacía». Y más adelante agrega: «mi juventud descolorida transcurrió en lucha con la sociedad y los mejores sentimientos debí guardarlos en la profundidad de mi corazón temiendo la burla. Y allí ocultos murieron... Al conocer bien la sociedad y sus resortes me hice hábil en el manejo de esta ciencia de la vida... Y entonces en mi pecho nació la desesperación fría, impotente, cubierta de amabilidades y sonrisas bondadosas. Yo me he vuelto moralmente un inválido; la mitad de mi alma dejó de existir secándose, evaporándose, y muerta yo la arranqué para arrojarla y me quedé con la otra parte dispuesta a vivir al servicio de cada uno, y nadie sabía siquiera de su existencia». Este estudio psicológico es acusador. Es la sociedad cruel de la tercera década del siglo XIX que en Rusia deformaba y mutilaba las mejores energías de la intelectualidad joven. El camino penoso de los Pechorin fue abriendo la ruta para las nuevas fuerzas que más tarde actuarían en Rusia. De aquí que, en efecto, la imagen de Pechorin fuera la imagen del héroe de la sociedad dominante de su país.
La composición de esta novela, las imágenes y el idioma son brillantes, teniendo en cuenta especialmente que, hasta Lermontov, Pushkin apenas había abordado el relato o la novela corta y casi no existían traducciones al ruso de las primeras novelas francesas. Gogol consideraba que nadie «había escrito en Rusia con una prosa tan perfecta y perfumada como Lermontov».
Sus obras de teatro El baile de máscaras, Los españoles, El hombre raro, Los dos hermanos, lo han consagrado en la literatura rusa como dramaturgo de primera agua. El camino abierto en el teatro mundial por el insuperado genio dramático de Shakespeare encontró en el espíritu de Pushkin y Lermontov a sus continuadores más respetuosos.
El baile de máscaras, que por su título podría creerse que sólo encierra la conocida intriga de carnaval, es en realidad el mero marco para desarrollar una tragedia profunda de sentimientos universales. Además de reflejar con maestría diferentes tipos de la sociedad, Lermontov aborda un carácter humano aun no reflejado en literatura. Arbenin, el personaje central, encarna la tragedia de los celos.
Podría decirse que después de Otelo, el escritor ruso no podía aportar ninguna novedad psicológica a las características del celoso marido de Desdémona. Sin embargo, la diferencia entre Otelo y Arbenin es enorme como la que hay entre el general moro y un hombre de la alta sociedad rusa. Si bien es cierto, en ambos existe el mismo prejuicio sobre la dependencia emocional absoluta de la esposa al marido y el sentimiento de los celos es universal, las condiciones históricas, la situación y sobre todo las características raciales y nacionales imprimen rasgos propios a la tragedia de Lermontov. A diferencia del general moro, primitivo, inculto y colérico, Arbenin es escéptico, culto, fino y frío.
Hombre acostumbrado a vencer los corazones femeninos, de postura wildeana como la mayoría de los personajes de Lermontov, Arbenin ama, sufre, cela y mata a su manera.
Su calculada aparente frialdad y autodominio desafiante, esconden un subsuelo volcánico que se manifiesta de otra manera. La elegancia y el individualismo, sumados a un egoísmo implacable, hacen que la figura de Arbenin sea una creación. El diálogo antes de la muerte de Nina, que perece envenenada por su celoso marido, es de un dramatismo que pasma la sangre. La indeclinable decisión del asesino es fría e inalterable, a pesar de las palabras de inocencia de la víctima. La locura, castigo final que da el autor al personaje por su crimen, continúan esa atmósfera de misterio que tiene la enigmática psicología rusa, sobria, trágica y convulsiva hasta el extremo.
Es realmente asombroso que el autor haya podido escribir este drama a los veinticuatro años de edad, creando personajes cuya comprensión requiere la sabiduría de los grandes dolores.
Otros sentimientos universales aparecen tratados en la obra dramática de Lermontov. Y si bien es cierto que su obra El demonio no pertenece exactamente a este género, es un poema dramático de profundo contenido filosófico, de gran vuelo, al que tal vez no fue ajena la lectura en alemán del Fausto de Goethe.
Imágenes gigantescas se debaten en la acción buscando el bien y la belleza.
El demonio vivía para sí mismo, aburriéndose de sí mismo, y su egoísmo le pesaba fatalmente. La vida sin objeto, la falta de ideal, la penosa soledad, le hacen exclamar:
Qué amargura angustiosa
Vivir todo este siglo,
Sólo para gozar o sufrir...
Vivir para uno mismo,
Aburrirse de sí mismo
Y en esta eterna lucha
No encontrar la victoria.
Compadecer siempre y no desear.
Ver, sentir y saberlo todo,
Tratar de odiar todo lo que existe Y despreciar todo en el mundo.
Este pesimismo satura toda la obra de Lermontov, pero no es un pesimismo descorazonador, es un pesimismo acusador. Sus personajes están condenados a la inacción por las condiciones históricas en que viven y sufren de ello. También revelan las causas que disminuyen su energía y crean esa postura psicológica que ha denominado muy bien Máximo Gorki: .
«El pesimismo de Lermontov es un sentimiento real: en ese pesimismo vibra claramente el desprecio a la sociedad que lo origina y lo condena; manifiesta una sed de lucha como también de angustia y la desesperación, al tener conciencia de la soledad y la impotencia. Su pesimismo está dirigido íntegramente en contra de la sociedad dominante.»
En los poemas líricos de sus primeros años, Lermontov afirmaba:
Yo debo actuar todos los días.
Yo debo hacer que cada día sea inmortal; Como la sombra de un gran héroe, no puedo comprender
Qué significa descansar
Con este espíritu, esta energía y voluntad de acción, al poeta le toca vivir la dramática derrota de los decembristas y la condena personal del confinamiento riguroso. Todo esto explica la amargura de sus personajes, «condenados a la soledad en un país de esclavos y señores».
En su desafío a la Rusia de Nicolás I, Mijail Yurevich usa el tono lírico-social que le confiere el derecho de ser uno de los precursores del lirismo combativo en la poesía rusa. En uno de sus poemas dice que su generación «envejecerá por falta de acción»; «ante el peligro, los jóvenes vergonzosamente mezquinos, y ante el poder, simples esclavos despreciables».
La nobleza quedó reflejada en sus estrofas con sus pequeñas pasiones e intenciones míseras, «clase que no dejará al futuro ni ideas fecundas ni el genio de trabajos comenzados».
Este poeta ruso quería salir del círculo que lo rodeaba. Lermontov comprendió el papel humano, civil y no sólo literario del poeta. El lirismo de sus poemas El profeta, El poeta y otros, lo demuestra. Al romper con esa sociedad caduca, al despreciarla, marcha por el verdadero camino y, como Pushkin, encuentra en el pueblo, en los revolucionarios liberales de vanguardia, a sus verdaderos amigos. En la descripción de ciertos personajes de Mziri, La canción sobre el zar Iván Vasilievitch y otros de su novela El héroe de nuestro tiempo, aparecen hombres del pueblo, montañeses o caucasianos, dotados de la psicología opuesta a la de los héroes de la sociedad dominante. Sanos, viriles, audaces, tal vez más primitivos pero llenos de vitalidad optimista e imbuidos de un amor pagano. Ya no son figuras cansadas y anémicas. Son hombres temperamentales, apasionados y resueltos, sensuales y pintorescos como la maravillosa tierra del Cáucaso, grandiosa y virgen, leal y voluptuosa.
Cuando el talento de Lermontov recién subía al cenit, su vida fue quebrada definitivamente, dejando para la literatura rusa una herencia sugestiva y perdurable. Una serie de personajes de Turgueniev y de Chejov ahondaron más tarde los rasgos de los «hombres inútiles» de la sociedad y tienen raíz en la psicología del héroe de su obra.
Junto con Pushkin y Gogol, Lermontov afirmó la orientación crítica de la literatura de su tiempo, educando al pueblo en el amor y el respeto de los mejores sentimientos, en una prosa o verso de sutil encanto y elegancia.