MIGUEL YUREVÍCH LERMONTOV
(1814-1841)
Años fecundos e inmortales debió vivir Rusia cuando simultáneamente escribían geniales poetas como Gogol, Pushkin, Lermontov, críticos como Belinski y apuntaba el genial adolescente Fedor Dostoievski.
La gratitud, sentimiento poco común entre los hombres, fue una de las cualidades preciosas de Miguel Lermontov. Los que vemos con qué facilidad los escritores saquean o desmedran a sus colegas sin tener la gratitud de dar a conocer las fuentes inspiradoras, nos admiramos de la valiente gratitud de Lermontov, discípulo y continuador de Pushkin, que supo casi jugarse la vida por defender su bandera civil y poética.
Talento fecundo y precoz, Lermontov no podía adquirir un volumen independiente mientras Pushkin como un astro absorbía la fama y el odio de sus contemporáneos. Cuando el autor de Boris Godunov cae herido en el trágico duelo-asesinato, Lermontov sale a defender la gloria del poeta y acusar a los asesinos.
En copias manuscritas reparte una elegía que fue publicada en Rusia mucho más tarde, pero que se transmite en seguida de mano en mano. Llega hasta el conde Benkendorf, virtual jefe de policía del zar, que la califica de «incitación a la revuelta».
En una de sus estrofas dice:
Vosotros, orgullosos descendientes
De antepasados conocidos por su cobardía.
Vosotros, cuyo servil talón ha hollado los restos de familias maltratadas por el capricho de la fortuna.
¡Vosotros, que en ávida turba rodeáis al trono,
Verdugos de la Libertad, del genio y de la gloria,
Amparados a la sombra de la ley!
Vuestra turbia sangre no alcanzará siquiera
A lavar la justa sangre del poeta.
Con estos versos retadores que le cuestan el confinamiento y que decidieron tal vez su trágico destino, entra el poeta en el corazón de Rusia como el heredero inmediato de Alejandro Pushkin.