ESCENA II

BAILE DE MÁSCARAS

MÁSCARAS, ARBENIN, LUEGO EL PRÍNCIPE

ZVIEZDICH.

(La multitud se pasea en el escenario. A la izquierda, un canapé)

ARBENIN. - (Entrando) En vano busco distracción en todas partes. Vivaz y ruidosa es la multitud ante mis ojos, pero sigue frío mi corazón y duerme mi fantasía. Son todos extraños para mí y yo también un extraño para ellos. (Se acerca el príncipe, bostezando) He aquí la nueva generación... y yo también fui alguna vez joven como ellos, por lo visto. ¿Qué tal, príncipe? ¿No conquistó todavía alguna aventura?

PRÍNCIPE. - ¿Qué hacer? Hace una hora que estoy buscando.

ARBENIN. - ¡Ah!, ¿usted quiere que la felicidad lo busque a usted? Eso es muy nuevo... habría que hacerle conocer...

PRÍNCIPE. - Todas las mascaritas son muy tontas.

ARBENIN. - Las máscaras nunca son tontas; si calla, es misteriosa; si habla, es encantadora. Usted puede siempre imaginar una sonrisa, una mirada que adorne sus palabras... Por ejemplo, mire usted allí, cómo se yergue noblemente esa alta máscara disfrazada de otomana... ¡Qué gordita! ¡Cómo respira su pecho, con pasión y libremente! ¿La conoce? ¿No sabe usted quién es? Tal vez una orgullosa condesa o baronesa. Una Diana en la sociedad y una Venus en el baile de máscaras. También podría ser que esa hermosura lo visitase esta noche por media hora en su casa. En ambos casos, no pierda el tiempo. (Se aleja).

EL PRÍNCIPE Y LA MASCARITA

(Un dominó se acerca y se detiene; el príncipe, de pie, muy pensativo).

PRÍNCIPE. - Todo eso está muy bien... pero, sin embargo, yo continúo bostezando... Pero he aquí que llega una... ¡Ojalá, Dios mío, que tenga suerte!

(Una mascarita, separándose del grupo, le golpea el hombro).

MASCARITA. - ¡Yo te conozco!

PRÍNCIPE. - Pero, por lo visto, poco.

MASCARITA. - Y hasta sé qué es lo que estás pensando.

PRÍNCIPE. - Entonces eres más feliz que yo.

(Tratando de mirar debajo del antifaz) Si no me equivoco, tiene una boquita espléndida.

MASCARITA. - ¿Te gusto? Tanto peor.

PRÍNCIPE. - ¿Para quién?

MASCARITA. - Para alguno de los dos.

PRÍNCIPE. - No veo por qué... No me asustarás con tus adivinanzas, y aunque no soy nada astuto, ya averiguaré quién eres.

MASCARITA. - Así es que crees estar seguro del fin de nuestra conversación...

PRÍNCIPE. - Hablaremos y nos separaremos.

MASCARITA. - ¿Estás seguro?

PRÍNCIPE. - Tú hacia la izquierda, yo hacia la derecha...

MASCARITA. - Pero si yo estoy aquí con el único propósito de verte y de hablar contigo; si te dijese que dentro de una hora me jurarás que jamás podrás olvidarme; que serías feliz de entregarme la vida aunque sea sólo por un instante. ¡Oh!, cuando yo desaparezca como un fantasma sin nombre y escuches de mis labios sólo: hasta la vista...

PRÍNCIPE. - Eres una mascarita inteligente, pero pierdes mucho tiempo hablando. Ya que me conoces, dime quién soy yo.

MASCARITA. - ¿Tú? Un hombre sin carácter, sin moral, ateo, engreído, malo y débil; en ti se refleja todo nuestro siglo. Nuestro tiempo es brillante, pero miserable. Quieres llenar tu vida, pero huyes de las pasiones; quieres tener todo, pero no sabes sacrificarte; desprecias a la gente sin corazón y sin orgullo, pero tú mismo eres juguete de esa gente. ¡Oh, yo te conozco!...

PRÍNCIPE. - Eso me halaga mucho.

MASCARITA. - También has hecho mucho mal...

PRÍNCIPE. - Sin querer, tal vez.

MASCARITA. - ¡Quién sabe! Lo único que sé es que no deberían quererte tanto las mujeres.

PRÍNCIPE. - Yo no busco amor.

MASCARITA. - ¡No sabes buscarlo!

PRÍNCIPE. - Mejor dicho, estoy cansado de buscarlo.

MASCARITA. - Pero si ella de pronto aparece ante ti y dice: eres mío, ¿acaso eres capaz de quedar insensible?

PRÍNCIPE. - ¿Pero quién es ella?... Desde luego, un ideal...

MASCARITA. - No, una mujer... ¿Y lo demás, qué importa?

PRÍNCIPE. - Pero muéstramela, que aparezca, y sea valiente

MASCARITA. - Tú quieres demasiado. Piensa lo que has dicho. (Breve pausa) Ella no exige ni suspiros, ni declaraciones, ni lágrimas, ni ruegos, ni discurso apasionado.

Pero dadme el juramento de abandonar todo intento, de averiguar quién es ella... y de todo, ¡callar!...

PRÍNCIPE. - ¡Juro por la tierra y por todos los cielos y por mi honor!...

MASCARITA. - ¡Mira, ahora vamos! Y recuerda que no puede haber bromas entre nosotros... (Se van del brazo).

ARBENIN Y DOS MÁSCARAS

(Arbenin arrastra del brazo una máscara).

ARBENIN. - Usted me ha dicho tales cosas, señor mío, que mi honor no me permite soportarlo... ¿Usted sabe quién soy yo?

MÁSCARA. - Yo sé quién ha sido usted.

ARBENIN. - Quítese inmediatamente el antifaz.

Usted procede con falta de honradez.

MÁSCARA. - ¿Por qué? Usted desconoce mi rostro y es como una careta; yo lo veo a usted por primera vez.

ARBENIN. - No creo. Me parece que usted me tiene demasiado miedo. Me da vergüenza enfadarme.

¡Usted es un cobarde! ¡Fuera de aquí!

MÁSCARA. ¡Adiós, entonces!... ¡Pero cuídese! Esta noche le ocurrirá una desgracia. (Desaparece entre la multitud).

ARBENIN. ¡Espere un poco!... ¡Desapareció!...

¿Quién será? Vea la nueva preocupación que Dios me ha dado. Será algún enemigo cobarde, y yo tengo tantos.

¡ja, ja, ja, ja! ¡Adiós, amigo, que te vaya bien!

SHPRIJ Y ARBENIN

(Entra Shprij. Sentadas en el canapé conversan dos mascaritas; alguien se acerca, intrigándolas, y trata de tomar a una de ellas de la mano... Esta, desprendiéndose, se aleja, dejando caer sin darse cuenta una pulsera).

SHPRIJ. ¿A quién trataba usted sin piedad, Eugenio Alexandrovich?

ARBENIN. - Nada, bromeaba con un amigo.

SHPRIJ. - Por lo visto, la broma era muy en serio, pues se alejaba insultándolo.

ARBENIN. - ¿A quién?

SHPRIJ. - A otra máscara.

ARBENIN. - Tiene usted un oído envidiable.

SHPRIJ. - Yo escucho todo, pero guardo completo silencio, y jamás me meto en asuntos ajenos...

ARBENIN. - Se ve. ¿Entonces no sabe usted quién es?... ¿Pero cómo puede ser, no tiene usted vergüenza?

De esto...

SHPRIJ. - ¿De qué se trata?

ARBENIN. - No es nada, lo dije en broma...

SHPRIJ. - Diga no más.

ARBENIN. - (Cambiando de tono) ¿Sigue visitándolo aquel morocho con bigotes? (Se aleja, silbando una canción).

SHPRIJ. - (Solo) Que se le seque la garganta... Se ríe de mí... pero tú también andarás pronto con cuernos.

(Confundiéndose entre la multitud).

MASCARITA 1ª SOLA

(Aparece caminando rápidamente la 1ª mascarita y muy agitada se deja caer sentada sobre el canapé).

MASCARITA. - ¡Ay!... Apenas respiro... No hace más que seguirme. ¡Y si... me arranca el antifaz!... ¡Pero no, él no me ha reconocido!... Cómo podría sospechar de una mujer que la sociedad admira y envidia, que olvidándose de todo se arroja a su cuello, rogándole instantes de dulzura, sin exigir amor y sólo compasión y que le dice: «¡soy tuya!». Este secreto jamás lo conocerá... ¡Que así sea!. .. Yo no quiero... Pero él desea guardar de mí algún objeto de recuerdo..., un anillo...

¿Qué hacer?... El riesgo es terrible... (Advierte una pulsera en el suelo y la levanta) ¡Qué dicha! ¡Dios mío!

Una pulsera perdida. Esmalte y oro... Se la daré...

¡Espléndido!... Que me encuentre después con ella.

LA 1ª MÁSCARA Y EL PRÍNCIPE ZVIEZDICH

(El príncipe, con monóculo, se acerca con paso apresurado).

PRÍNCIPE. - Es la misma... ¡Es ella!... ¡Entre miles la reconocería! (Sentándose en el canapé y tomándola de la mano) ¡Oh, no te escaparás!...

MASCARITA. - Yo no me escapo. ¿Qué es lo que quieres?

PRÍNCIPE. - Quiero verte.

MASCARITA. - ¡La idea es ridícula! Estoy delante tuyo...

PRÍNCIPE. - ¡Es una broma perversa! Tu fin es bromear, pero mi fin es otro... Si no me descubres inmediatamente tus rasgos celestiales, te arrancaré por la fuerza ese pícaro antifaz...

MASCARITA. - ¡Vaya una a comprender a los hombres!... Está insatisfecho... Le es poco saber que yo lo amo... Pero no, usted quiere todo; usted necesita mi honor para mancillarlo. Para encontrarme después en un baile o en un paseo y poder contar esta alegre aventura a los amigos, y para quitarles las dudas, decirles, señalándome con un dedo: es ella.

PRÍNCIPE. - Yo recordaré su voz.

MASCARITA. - Eso sí que es gracioso. Encontrará cien mujeres que hablen con esta misma voz; lo avergonzarán cuando se acerque, y eso no estaría mal.

PRÍNCIPE. - Pero mi felicidad no es completa.

MASCARITA. - ¡Vaya a saberlo! Tal vez usted deba bendecir a la suerte que no me haya quitado el antifaz. Tal vez soy vieja y fea...

PRÍNCIPE. - Tú quieres asustarme, pero conociendo la mitad de tus maravillas, ¿cómo no adivinar las demás?

MASCARITA. - (Intentando alejarse) Adiós para siempre.

PRÍNCIPE. - ¡Oh, espera un solo instante! No me has dejado nada de recuerdo, no tienes ninguna compasión para este pobre loco.

MASCARITA. - (Alejándose) Tiene razón... me da lástima... Tome esta pulsera.

(Arroja la pulsera al suelo; mientras él la levanta, ella desaparece entre la multitud).

EL PRÍNCIPE Y LUEGO ARBENIN

PRÍNCIPE. - (Buscándola en vano con la mirada) Me he quedado con un palmo de narices. ¡Es como para perder el juicio!... (Viendo a Arbenin) ¡Ah!

ARBENIN. - (Acercándose pensativo) ¿Quién será ese mal adivino?... Debe conocerme... y seguramente no es una broma.

PRÍNCIPE. - (Acercándose) Me ha servido muy bien su lección de hoy.

ARBENIN. - Me alegro en el alma.

PRÍNCIPE. - Pero la felicidad llegó volando sola.

ARBENIN. - Sí, la felicidad es siempre así.

PRÍNCIPE. - Apenas creí que ya la tenía, pensé: esto es todo, cuando de pronto como un soplo (sopla en la palma de la mano) ha desaparecido. Ahora puedo estar seguro que si no ha sido un sueño soy un gran idiota.

ARBENIN. - Como yo no sé nada, no puedo discutir.

PRÍNCIPE. - Usted siempre bromeando. No podrá ayudarme en esta desgracia. Le contaré todo... (Le habla al oído). Quedé completamente asombrado. La pícara se arrancó de mis brazos... y he aquí el lamentable fin y todo como un sueño. (Mostrándole la pulsera)

ARBENIN. - (Sonriendo) No comenzó tan mal...

¡Muéstremela! La pulsera es bastante delicada, y creo que yo la he visto alguna vez. Espere un poco pero no, no puede ser... He olvidado...

PRÍNCIPE. - ¿Dónde la volveré a encontrar?...

ARBENIN. - Arréglese con cualquiera; hay muchas bellas, no cuesta mucho encontrar...

PRÍNCIPE. - Pero si no es ella...

ARBENIN. - Tal vez sea muy fácil. Acaso es una desgracia... Imagínese...

PRÍNCIPE. - No, yo la escucho desde el fondo del mar; la pulsera me ha de ayudar.

ARBENIN. - ¿Qué le parece si damos unas vueltas? Si ella no es del todo tonta, hace rato que se habrá ido sin dejar huella.