ESCENA II
EL DORMITORIO DE ARBENIN
(Entra Nina seguida de la mucama).
MUCAMA. - Señora, usted se ha puesto demasiado pálida.
NINA. - (Quitándose los aros) Me siento mal.
MUCAMA. - Usted está cansada.
NINA. - (Consigo misma) Mi marido me asusta, no sé por qué. Anda muy callado y tiene una mirada extraña. (Dirigiéndose a la mucama) Me siento realmente mal. Debe ser por el corset. Dime, ¿qué te parece el vestido que llevaba hoy? ¿Me quedaba bien a la cara? (Acercándose al espejo) Tienes razón; estoy pálida, mortalmente pálida. ¿Pero quién no está pálido en Petersburgo?.
Sólo la vieja princesa, y, sin embargo, sus colores son sospechosos. (Se quita los bucles y comienza a trenzarse el pelo). Toma, y alcánzame un chal.
(Sentándose en un sillón) ¡Qué bonito es el nuevo vals!
Hoy bailaba con una agilidad, como si estuviese embriagada, llevando una idea, un deseo que me oprimía involuntariamente el corazón; no sé si era algo de tristeza o tal vez algo de alegría... Sascha1, dame un libro. Cómo me ha fastidiado este príncipe... En realidad me da lástima ese chiquillo enloquecido. No recuerdo ya qué es lo que me decía... Su marido es un malvado... hay que castigar... el Cáucaso... desgracia... ¡Qué pesadilla!
MUCAMA. - (Señalando los vestidos) ¿Puedo retirarlos?
NINA. - Déjalos. (Muy pensativa. Aparece Arbenin en el marco de la puerta).
MUCAMA. - ¿Puedo retirarme?
ARBENIN. - (A la mucama, en voz baja) Puede retirarse. (La mucama espera la orden de Nina). ¿Por qué no sales? (Sale, y Arbenin cierra la puerta con llave).
ARBENIN. - Ya no te hace falta.
NINA. - ¿Estás aquí?
ARBENIN. - Estoy aquí.
NINA. - Creo que estoy enferma; tengo la cabeza ardiendo. Acércate un poco. Dame la mano; ¿sientes cómo me arde? ¡No sé para qué he comido ese helado!
Por lo visto, me he resfriado. ¿No te parece?
ARBENIN. - (Distraído) ¿El helado? Sí.
NINA. - Querido mío, tenía deseos de conversar contigo. Has cambiado tanto desde un tiempo a esta parte. Ya no eres tan cariñoso como antes y tu voz es brusca y tu mirada fría. Y todo por aquel baile de máscaras. Yo realmente los odio y he jurado no volver jamás a un baile semejante.
ARBENIN. - (Aparte) No es extraño. Ahora ya no lo necesita...
NINA. - A qué conduce proceder alguna vez sin cuidado.
ARBENIN. - ¡Sin cuidado, oh!...
NINA. - Esa es la desgracia.
ARBENIN. - Había que haberlo pensado todo antes.
NINA. - ¡Oh, si yo hubiera conocido de antemano tus costumbres, no hubiera sido tu esposa! Poco divertido resulta estar sufriendo así sola.
ARBENIN. - Además, ¿para qué te hace falta mi amor? ¡Si mi amor no te hace falta!
NINA. - ¿De qué amor me hablas? ¿Para qué quiero yo esta vida?
ARBENIN. - (Sentándose a su lado) Tienes razón.
¿Qué es la vida? La vida es una cosa vacía; mientras rápidamente hierve la sangre en el corazón, todo en el mundo nos alegra y nos contenta. ¿Por qué pasarán los años con sus deseos y pasiones y todo se volverá cada vez más sombrío? ¿Qué es la vida? Una charada hace mucho tiempo conocida para conjugación de los niños, cuya primera parte es el nacimiento y la segunda una serie terrible de preocupaciones y el tormento de nuestras heridas secretas. ¡Y, por último, la muerte, y todo junto, un engaño!
NINA. - (Señalando el pecho) Hay algo que me arde terriblemente en el pecho.
ARBENIN. - Ya pasará... si está vacío. Calla y escucha. Te estaba diciendo que la vida es un camino hermoso. ¿Pero cuánto dura?... La vida es como un baile, gira alegremente, y todo alrededor es claro y luminoso... Y cuando uno vuelve a casa y se quita el vestido arrugado, recuerda sólo que está cansado. Pero es mejor despedirse mientras el alma no se acostumbra a su vaciedad y el mundo por un instante parece un sueño, y la mente no es pesada y la lucha con la muerte todavía es fácil. Pero no todos tienen esa felicidad que le da el destino.
NINA. - ¡Oh, es claro, pero yo quiero vivir!
ARBENIN. - ¿Para qué?
NINA. - ¡Eugenio, estoy sufriendo, estoy enferma!
ARBENIN. - ¿Acaso no hay tormentos más fuertes y terribles que los tuyos?
NINA. - Manda a buscar un médico.
ARBENIN. - La vida es la eternidad, la muerte un solo instante.
NINA. - ¡Pero yo quiero vivir!
ARBENIN. - ¡Y cuánto consuelo les espera a los mártires!
NINA. - (Asustada) ¡Te imploro; manda a buscar un médico, pronto!
ARBENIN. - (Levantándose. Fríamente). No iré.
NINA. - (Después de una pausa) ¿Estás bromeando? ¡Pero hablar de esa manera es no tener corazón! ¡Me puedo morir! ¡Anda, rápido!
ARBENIN. - ¿Y qué? ¿Acaso no puede usted morirse sin el médico?
NINA. - ¡Pero eres un malvado, Eugenio! ¡Soy tu esposa!...
ARBENIN. - ¡Sí! ¡Ya lo sé, ya lo sé!
NINA. - ¡Oh, ten piedad! Este fuego se derrama por mi pecho, me muero...
ARBENIN. - (Mirando el reloj) ¿Tan pronto?
Todavía no; te falta media hora.
NINA. - ¡Oh, tú no me quieres!
ARBENIN. - ¿Por qué te he de querer? ¿Por qué me has encendido un infierno en el pecho? ¡Oh, no!
¡Estoy contento, contento con tus sufrimientos! ¡Dios mío!, ¿y tú, tú te atreves a exigir amor? ¿Acaso te he amado poco? Dime. ¿Y acaso has sabido apreciar el valor de mi ternura? ¿Acaso he exigido mucho de tu amor? Una sonrisa de ternura, una mirada amistosa de tus ojos... ¿y qué es lo que he encontrado?: astucia e infidelidad. ¿Es acaso posible venderme así a mí, a mí, traicionarme por el beso de un imbécil?... ¿A mí, que era capaz de entregar el alma por una sola palabra tuya? ¡A mí me has traicionado, a mí, y tan pronto!
NINA. - ¡Oh!, si yo supiera en qué soy culpable, entonces...
ARBENIN. - Calla, o me volveré loco. ¿Cuándo acabará este tormento?
NINA. - El príncipe encontró mi pulsera y luego tú has sido engañado por algún calumniador.
ARBENIN. - ¡Con qué yo he sido el engañado!
¡Basta! Yo me he equivocado... Yo he soñado que podía ser feliz... Yo pensaba nuevamente amar y tener fe... pero la hora del destino ha sonado y todo ha pasado como el delirio de un enfermo. Quizá hubiera podido realizar mis sueños celestiales dejando que mis esperanzas renacieran en el corazón y florecieran como antes. ¡Pero tú no lo has querido!... ¡Llora, llora! ¿Pero qué valen, Nina, las lágrimas de las mujeres? Nada más que agua. Yo, yo he llorado, pero yo soy un hombre. ¡Sí, yo he llorado de rabia, de celos, de dolor y de vergüenza! Pero tú no sabes lo que significan las lágrimas de un hombre. ¡Oh, no te acerques a él en ese instante: lleva la muerte en las manos y un infierno en el pecho!
NINA. - (Echándose de rodillas y llorando, levanta los brazos hacia el cielo) Dios Todopoderoso, ten piedad de mí. Él no me oye, pero tú siempre me escuchas. Tú todo lo sabes y tú, Todopoderoso, me perdonarás...
ARBENIN. - ¡Calla! ¡Siquiera ante El, no mientas!
NINA. - Yo no miento. Yo jamás mancharé mi ruego y mi plegaria con una mentira; yo le entrego mi alma atormentada. El será tu juez y también mi defensor.
ARBENIN. - (Caminando por la habitación, con los brazos cruzados) Ahora ya es tiempo, Nina, para que reces; tú morirás, faltan sólo algunos minutos, y quedará en secreto la causa de tu muerte y sólo nos juzgará Dios.
NINA. - ¿Cómo? ¿Morir? ¿Ahora? ¿En seguida?
¡No, no puede ser!
ARBENIN. - (Riendo) Ya sabía que eso a usted la asustaría.
NINA. - ¡La muerte, la muerte! ¿Es cierto?... ¡Tengo un fuego en el pecho que parece un infierno!...
ARBENIN. - Sí, yo te he dado veneno en el baile.
(Pausa).
NINA. - ¡No creo, es imposible..., no! ¡Te estás burlando de mí! (Aproximándose) Tú no eres un monstruo, no puede ser; tú debes tener en el alma alguna chispa de bondad... No me puedes matar en la flor de mi vida con semejante frialdad. No vuelvas la cabeza de esa manera, Eugenio, no me dejes sufrir de esa manera. Sálvame, quítame este miedo... Mírame a los ojos... (Mirándolo fijamente y buscándole los ojos) ¡Oh, veo la muerte en tus ojos! (Dejándose caer sobre una silla, cierra los ojos; él se acerca y la besa).
ARBENIN. - Sí, morirás, y yo quedaré solo, solo...
Pasarán los años y moriré también y estaré solo... ¡Qué horror! Pero no tengas miedo: se abrirá ante ti un mundo espléndido y los ángeles te llevarán ante su celestial amparo. (Llorando) Sí, yo te amo, te amo..., yo he olvidado todo nuestro pasado. Hay límites para la venganza, y mira: tu asesino está aquí como un niño, llorando a tus pies... (Pausa).
NINA. - (Apartándose de sus brazos, sale corriendo hacia la puerta) ¡Aquí! ¡Aquí!... ¡Socorro!... ¡Me muero!...
¡Veneno! ¡Me han envenenado! ¡No oyen!...
Comprendo; eres prudente... ¡No hay nadie... no vienen... pero recuerda: hay un juicio final y yo, asesino, te maldigo!
(Antes de llegar a la puerta, cae desmayada).
ARBENIN. - (Sonriendo amargamente) ¡Una maldición! ¿Qué utilidad tiene una maldición? Yo he sido maldecido por Dios mismo. (Acercándose a ella) Pobre criatura, no tiene fuerzas para castigar... (De pie ante ella, con los brazos cruzados) Está pálida...
(Estremeciéndose) Pero todos sus rasgos siguen tranquilos; no se ve en ellos el arrepentimiento ni la conciencia atormentada... ¿Habrá sido...?
NINA. - (Débilmente) Adiós, Eugenio, me muero, pero soy inocente... ¡Eres un malvado!
ARBENIN. - No, no, no te excuses, que ya no te ayudará ni la mentira, ni la astucia... Habla pronto... ¿Me has engañado?... ¡El propio infierno no puede jugar con mi amor! ¿Callas? ¡Oh, la venganza es digna de ti!... Pero no te ayudará; morirás y será un secreto para la gente.
Queda en paz...
NINA. - Ahora para mí todo es igual... pero ante Dios soy inocente... (Muere).
ARBENIN. - (Se acerca a ella y rápidamente se aleja) ¡Mentira! (Se deja caer sentado en un sillón).