ESCENA PRIMERA
SALEN PRIMERO: JUGADORES, EL PRÍNCIPE
ZVIEZDICH, KAZARIN Y SHPRIJ
(Sentados alrededor de una mesa y jugando a los naipes, rodeados de curiosos).
JUGADOR 1º - Iván Ilich, hago juego.
BANQUERO. - Comience nomás.
JUGADOR 1º - Van cien rublos.
BANQUERO. - Aceptado.
JUGADOR 2º - Yo continúo.
JUGADOR 3º - Usted tiene que mejorar su suerte, pues no le ha ido muy bien.
JUGADOR 5º - Hay que doblar las apuestas.
JUGADOR 3° - De acuerdo.
JUGADOR 2º - ¿Juegas toda la banca?... ¡No creo que resistas!
JUGADOR 4° - Escúcheme, querido amigo: el que hoy no se inclina no logrará nada.
JUGADOR 3º - (En voz baja al 1°). Mucho cuidado.
PRÍNCIPE ZVIEZDICH. - ¡Banca!
JUGADOR 2° - ¡Eh, Príncipe! La ira arruina la sangre; juegue sin enfadarse.
PRÍNCIPE. - Deje por esta vez de darme consejos.
BANQUERO. - ¡Cubro!
PRÍNCIPE. - ¡Demonios!
BANQUERO. - Permítame recoger.
JUGADOR 2° - (Burlonamente). Veo que con esa pasión está dispuesto a perder todo. ¿Qué valen sus galones?
PRÍNCIPE. - Los he logrado con honor y usted no podrá comprármelos.
JUGADOR 2º - (Sale murmurando entre dientes).
Debía ser más modesto con esta desgracia y a su edad.
(El príncipe bebe un vaso de limonada y se sienta aparte, pensativo).
SHPRIJ. - (Acercándose, comprensivo). ¿No le hace falta dinero, príncipe? Puedo ayudarlo en seguida.
No es mucho el interés... Estoy dispuesto a esperar cien años.
(El príncipe inclina fríamente la cabeza y no le responde. Shprij se aleja, disgustado. Salen Arbenin y otros. Arbenin entra, saludando; se acerca a la mesa y haciendo una señal se aleja con Kazarin).
ARBENIN. - ¿Qué tal? Ya no juegas, Kazarin, ¿eh?
KAZARIN. - Estoy mirando, hermano, cómo juegan los demás. ¡Y tú, queridísimo, te has casado, eres rico, te has vuelto un gran señor y has olvidado a tus camaradas!
ARBENIN. - Sí, es cierto, hace mucho que no juego con vosotros.
KAZARIN. - ¿Siempre ocupado?
ARBENIN. - Más con amores que con asuntos.
KAZARIN. - ¿Concurres con tu esposa a los bailes?
ARBENIN. - No.
KAZARIN. - ¿Juegas?
ARBENIN. - No... Me he calmado. Pero veo aquí a mucha gente nueva. ¿Quién es ese pituco?
KAZARIN. - Shprij, Adam Petrovich... Se lo presento en seguida. (Shprij se aproxima y saluda). Aquí le recomiendo a este amigo: Arbenin.
SHPRIJ. - Yo a usted lo conozco.
ARBENIN. - Yo, sin embargo, no recuerdo haberlo encontrado antes, ni haber conversado con usted.
SHPRIJ. - ¡He oído hablar tanto de usted, que hace mucho que deseaba conocerlo!
ARBENIN. - De usted no he oído hablar nada, por desgracia, pero desde luego ya me enteraré. (Secamente responde al saludo, y Shprij, haciendo una mueca agria, se aleja). No me gusta... He visto muchas caras, pero ésta es difícil de inventarla. A propósito: la sonrisa mala, los ojos vidriosos. Mirándolo no parece un hombre y, sin embargo, no parece un demonio.
KAZARIN. - ¡Ay, hermano mío!; ¿qué vale el aspecto exterior? Que sea el mismo demonio... pero es un hombre necesario. Si te hace falta, te dará un préstamo. ¿De qué nacionalidad será? Es difícil responder. Habla en todos los idiomas y lo más seguro es que sea judío. A todos los conoce, está en todas partes, todo lo recuerda, todo lo sabe, tiene presente a todo nuestro siglo. Fue vencido más de una vez; pero con los ateos es ateo, con los creyentes, jesuita; entre nosotros, jugador perverso, y entre la gente honrada, el hombre más honrado. Para ser más breve, ya lo amarás, te lo aseguro.
ARBENIN. - El retrato es bueno, pero el original es malo. ¿Y aquel alto, con bigotes, y de mejillas rosadas? Seguramente mercader de una tienda de moda; amante preferido, venido de tierras lejanas. Seguramente un héroe, pero no en los hechos; maestro en el manejo de la pistola.
KAZARIN. - Casi... fue licenciado de su regimiento por un duelo, o quizá porque no asistió a él; temía ser muerto; además tiene una madre muy severa; cinco años después fue retado a otro duelo y esa vez tuvo que pelear en serio.
ARBENIN. - ¿Y aquel de pequeña estatura, despeinado y con sonrisa sincera, con una cruz y esa tabaquera?
KAZARIN. - Truschov. ¡Oh! Es un chico inapreciable. Creo que estuvo de servicio siete años en Georgia o fue enviado con algún general; creo también que con alguien allí se ha peleado y recibió cinco años de castigo y una cruz colgada al cuello.
ARBENIN. - ¡Oh! Es usted muy meticuloso en elegir a sus nuevos conocidos.
JUGADORES. - (Gritando). ¡Kazarin! ¡Afanás!
¡Pavlovichl ¡Aquí!
KAZARIN. - ¡Voy! (Con aparente interés). Voy como un terrible creyente. ¡Ja, ja, ja, ja!
JUGADOR 1° - ¡Rápido!
KAZARIN. - ¿Es que pasa una desgracia?
(Los jugadores conversan animadamente, luego se calman. Arbenin observa al príncipe Zviezdich y se acerca a él).
ARBENIN. - ¡Príncipe! ¿Qué hace usted aquí? Me parece que no es la primera vez...
PRÍNCIPE. - (Disgustado). Eso mismo quise preguntarle a usted.
ARBENIN. - Me voy a anticipar a su pregunta.
Hace ya mucho tiempo que los conozco y antes solía frecuentar a menudo esta compañía; miraba con mucha inquietud cómo giraba la rueda de la suerte y cómo algunos salían victoriosos y otros vencidos. Yo no los envidiaba y tampoco participaba con ellos de ese camino. He visto a muchos jóvenes llenos de esperanza; ignorantes y muy dichosos en la ciencia de la vida; de almas muy ardientes, para quienes el amor era el objetivo de la vida. Los vi perecer muy pronto ante mis ojos... ¡Y he aquí que mi destino me trae nuevamente!
PRÍNCIPE. - (Tomando sus manos, conmovido).
¡He perdido!
ARBENIN. - Ya veo. ¿Y qué hacer? ¿Ahogarse?
PRÍNCIPE. - ¡Oh! ¡Estoy desesperado!
ARBENIN. - Hay sólo dos remedios: hacer un juramento y no jugar jamás, o sentarse inmediatamente de nuevo. Pero, para ganar aquí una jugada, usted deberá arrojar todo: la familia, los amigos y el honor; usted deberá probar, sentir fríamente su capacidad y su alma, y por partes entregarla y acostumbrarse a leer claramente en los rostros apenas conocidos por usted, todos los impulsos y pensamientos, utilizar varios años en el hábil manejo de las manos y despreciar todo: las leyes de la gente y las leyes de la naturaleza; de día pensar, de noche jugar, jamás estar libre de torturas y que nadie adivine sus tormentos. No estremecerse cuando junto a usted esté un rival, maestro como usted en el juego; esperar un fin feliz a cada instante y no sonrojarse cuando abiertamente le digan «¡Canalla!».
(Pausa. El príncipe, angustiado, apenas pone atención a sus palabras).
PRÍNCIPE. - No sé qué hacer, ni cómo proceder.
ARBENIN. - ¿Qué desea?
PRÍNCIPE. - Tal vez la felicidad...
ARBENIN. - ¡Oh, la felicidad no está aquí!
PRÍNCIPE. - Es que yo he perdido todo... ¡Ay, deme un consejo!
ARBENIN. - Yo no doy consejos.
PRÍNCIPE. - Entonces... me sentaré de nuevo...
ARBENIN. - (De pronto, tomándolo del brazo).
¡Espere un poco! Me sentaré yo en su lugar. Usted es joven, yo también fui joven y sin experiencia como usted, engreído, y si... (Haciendo una pausa) alguien me detenía, entonces... (Mirándolo fijamente y luego cambiando de tono). Deme usted valientemente la mano, deseándome buena suerte. De lo demás no se preocupe, es asunto mío. (Acercándose a la mesa y ocupando un lugar). No rechacen a este inválido.
Quiero probar también ahora mi destino. Veremos si ahora la suerte protegerá a su antiguo esclavo.
KAZARIN. - No pudo resistir... Se encendió aquel viejo fuego. (En voz baja) Y ahora no hagas mal papel y demuéstrales qué significa enfrentarse con un viejo jugador.
JUGADORES. - ¡Permiso! Los naipes son suyos; usted es el dueño; nosotros somos ahora las visitas.
JUGADOR 1° - (Al oído de su compañero).
Cuídate, y muy listos los ojos. No me gusta este Caín.
Me va a cubrir el As con otro As suyo.
(El juego comienza. Todos se agrupan alrededor de la mesa; se oyen algunas exclamaciones. Al final de la conversación varios de los presentes se alejan de la mesa con aspecto sombrío. Tomando del brazo a Kazarin, Shprij se adelanta hacia el primer plano del escenario).
SHPRIJ. - (Con sorna) Se agruparon todos como si comenzara la tempestad.
KAZARIN. - Me va a dejar aterrorizado por un mes.
SHPRIJ. - Se ve que es un maestro.
KAZARIN. - Fue.
SHPRIJ. - ¿Fue? ¿Y ahora...?
KAZARIN. - ¿Y ahora?... Se casó y es muy rico, se ha vuelto hombre de alta posición; parece un corderito y de verdad es aquel mismo animal... Alguien me dirá que se pueden perder las costumbres y vencer la naturaleza.
Es un imbécil el que afirma eso. Aunque aparente ser un ángel, sigue llevando el demonio en el alma. Y aunque tú eres sólo un niño, amigo mío (Golpeándole el hombro) comparado con él, también tú ocultas un demonio.
(Dos jugadores se acercan conversando en voz alta).
JUGADOR 1º - Yo te decía.
JUGADOR 2° - ¡Qué hacer, hermano! Por lo visto han chocado dos potencias. Tal vez es muy astuto. Pero no, a todos los ha vencido uno por uno. Hasta da vergüenza recordarlo...
KAZARIN. - (Acercándose) ¿Qué tal, señores, es que ya no tienen fuerzas? ¿Eh?
JUGADOR 1° - Arbenin es un crack.
KAZARIN. - ¿Y? ¿Qué tal, señores?
(Reina inquietud entre los jugadores).
JUGADOR 3° - ¡De esta manera creo que llegará hasta los diez mil!
JUGADOR 4° - (En voz baja) No resistirá...
JUGADOR 5º - Veremos.
ARBENIN. - (Poniéndose de pie) ¡Basta!
(Recoge todas las monedas de oro y se aleja; los demás quedan junto a la mesa; también Kazarin y Shprij. Arbenin toma del brazo al príncipe y en silencio le entrega el dinero. Arbenin está pálido).
PRÍNCIPE. - ¡Oh! ¡Jamás lo olvidaré!... Usted me ha salvado la vida...
ARBENIN. - Y su dinero también. (Con amargura) Y en verdad es difícil decir qué vale más.
PRÍNCIPE. - ¡Qué gran sacrificio ha hecho por mí!
ARBENIN. - Ninguno. Estoy contento de tener la ocasión para inquietar mi sangre y nuevamente encender con ardor mi mente y mi pecho. Me he sentado a jugar como si usted hubiera partido a un duelo.
PRÍNCIPE. - ¡Pero podía haber perdido!
ARBENIN. - ¿Yo? ¡No!... Aquellos días placenteros han pasado. Yo veo todo y conozco todas las mañas; es por eso que ahora ya no juego.
PRÍNCIPE. - Usted elude mi agradecimiento.
ARBENIN. - Para decirle la verdad, no lo soporto.
Jamás, ni a nada ni a nadie le debo algo yo en la vida; y si a alguien he pagado con el bien, no ha sido por quererle demasiado, sino simplemente porque he visto utilidad en eso.
PRÍNCIPE. - No le creo.
ARBENIN. - ¿Quién lo obliga a creerme? Estoy acostumbrado a eso desde hace mucho tiempo y si no fuera por pereza me volvería hipócrita... Pero terminemos esta conversación. (Pausa). Si nos fuéramos a divertir un poco, no nos haría mal ni a usted ni a mí...
Hoy es fiesta y creo que hay baile de máscaras en la casa de Engelhardt.
PRÍNCIPE. — Es cierto.
ARBENIN. - Vamos.
PRÍNCIPE. - Estoy contento.
ARBENIN. - (Consigo mismo) Entre la multitud descansaré un poco.
PRÍNCIPE. - Allá hay mujeres, ¡una maravilla!... Y hasta dicen que suelen ir...
ARBENIN. - Que digan, a nosotros qué nos importa. Bajo el disfraz, todas las clases son iguales; las máscaras no tienen alma, ni nombre; tienen cuerpo; y si la máscara esconde sus facciones, hay que quitarle el antifaz con audacia. (Salen).
(Los mismos, menos Arbenin y el príncipe Zviezdich).
JUGADOR 1º - Se ha declarado en huelga a tiempo. Con él es inútil jugar
JUGADOR 2º - No nos dio siquiera tiempo de levantar cabeza.
LACAYO. - (Entrando) ¡La cena está lista!
DUEÑO. - ¡Vamos, señores! El champaña os consolará de vuestras pérdidas. (Salen).
SHPRIJ. - (Solo) Quisiera hacer amistad con Arbenin... Pero también quiero cenar gratuitamente.
Cenaré aquí..., averiguaré aún algo, y lo seguiré al baile de máscaras.
(Sale murmurando).