ESCENA III

LAS HABITACIONES DEL PRÍNCIPE. LA PUERTA QUE UNE LAS DOS HABITACIONES ESTÁ ABIERTA; ÉL SE HALLA ACOSTADO SOBRE UN SOFÁ

IVÁN Y LUEGO ARBENIN

(El lacayo Iván mira el reloj).

IVÁN. - Ya son más de las siete y me ha ordenado despertarlo cuando suenen las ocho. Como duerme a la rusa y no a la moda, tendré tiempo de ir hasta la cantina.

Cerraré la puerta con candado, es más seguro, pero... parece que sube alguien por la escalera; diré que no está en casa y rápidamente los haré marchar. (Entra Arbenin).

ARBENIN. - ¿Está el príncipe en casa?

LACAYO. - No está en casa, señor.

ARBENIN. - No es verdad.

LACAYO. - Hace cinco minutos que se acaba de ir.

ARBENIN. - (Escuchando) ¡Mientes! Está aquí.

(Señalando el escritorio del príncipe) Y está durmiendo, por lo visto, dulcemente; desde aquí se escucha su pausada respiración. (Aparte) Pero pronto dejarás de hacerlo.

LACAYO. - (Aparte) Qué oído tiene...

(Dirigiéndose a Arbenin) El príncipe me ha prohibido despertarlo.

ARBENIN. - Le gusta dormir... tanto mejor, ya dormirá para siempre en paz, en sueño eterno. (Al lacayo) Creo que ya le he dicho que deberé esperar hasta que se despierte. (El lacayo sale).

ARBENIN. - (Solo) Ha llegado el momento.

Ahora o nunca. Ahora pondré a prueba todo, sin trabajo y sin temor; demostraré a nuestra generación que por lo menos hay un espíritu que sabe responder con frutos cuando le cae la semilla de la ofensa y la humillación.

¡Oh! Yo no soy de ellos. Es tarde para mí. Gritando atraería al enemigo y ellos reirían..., pero ahora no podrán hacerlo, ¡oh, no! Yo no soy de ésos. No permitiré ni una hora más sobre mi cabeza esta vergüenza insoportable. (Acercándose a la puerta) Duerme. ¿Qué es lo que verá en sueños por última vez?

(Con sonrisa terrible) Yo creo que él morirá del golpe.

Ha dejado la cabeza colgando... Yo le ayudaré a la sangre... Y todo a cuenta de la naturaleza. (Entra en la habitación. Después de dos minutos sale con el rostro pálido) ¡No puedo! (Pausa) Sí, es más fuerte que mi voluntad. Yo me he traicionado, he temblado por primera vez en mi vida. ¿Hace mucho que soy un cobarde, acaso?... ¿Un cobarde?... ¿Quién lo ha dicho?...

Yo mismo, y eso es cierto... ¡Qué vergüenza! ¡Huye, avergüénzate, hombre despreciable! ¡A ti, como a los demás, nuestro siglo te ha aplastado! Por lo visto te vanagloriabas lastimosamente..., lastimosamente, por cierto, y te has cansado y te encuentras bajo el yugo de la civilización. No has sabido amar y has desviado la venganza. Has llegado y... y no puedes, y no has podido.

(Pausa. Se sienta) He querido abarcar mucho; debo elegir un camino seguro y el intento enciende profundamente mi corazón atormentado. ¡Así es, así es!

El vivirá, el asesinato ya no está de moda. A los asesinos los castigan en la plaza pública. Así es, he nacido en el seno de un pueblo instruido; el idioma y el oro son nuestro puñal y nuestro veneno!

(Tomando una hoja de papel y la pluma del tintero que está sobre la mesa, escribe; luego toma el sombrero y se dirige a la puerta, y en ese momento se enfrenta con una dama con un velo).

DAMA. - (Con velo) ¡Ay! ¡Todo ha fracasado!...

ARBENIN. - ¿Qué es esto?

DAMA. - (Arrancándose de sus brazos) ¡Déjeme pasar!

ARBENIN. - ¡No! ¡Este no es un grito fingido de una benefactora sobornada! (Dirigiéndose a ella)

¡Cállese! Ni una palabra, o si no en el instante... ¿Qué sospecha es ésta?... Levante ese velo mientras estamos solos.

DAMA. - Me he equivocado... He entrado aquí por un error.

ARBENIN. - Sí, se ha equivocado en la hora y el lugar.

DAMA. - ¡Por Dios, déjeme pasar! ¡Yo a usted no lo conozco!

ARBENIN. - Su turbación me extraña... Usted debe descubrirse. Levante el velo. Él está durmiendo y puede levantarse en cualquier momento. Yo lo sé todo...

Pero debo convencerme...

DAMA. - ¿Lo sabe todo?

(Levantando el velo de la dama, retrocede asombrado; luego vuelve en sí).

ARBENIN. - Agradezco al Creador, que me ha permitido hoy no equivocarme.

BARONESA. - ¡Oh! ¿Qué es lo que he hecho?

¡Ahora todo ha terminado!

ARBENIN. - La desesperación está fuera de lugar.

No es muy agradable, ni muy divertido, por cierto, en una hora como ésta, en vez de recibir abrazos apasionados, encontrarse con una mano fría. Un instante de temor no es todavía una gran desgracia. Yo soy modesto y sabré callar. Puede usted agradecer a Dios que soy yo precisamente y no otro; si no, la noticia correría por la ciudad como un reguero de pólvora.

BARONESA. - ¡Ah! ¡Él se ha despertado, habla!

ARBENIN. - Está hablando en sueños... Cálmese, yo ya me voy. Pero explíqueme únicamente, ¿qué poder tiene Cupido que este hombre la ha embrujado y por él todas las mujeres se encienden de pasión? ¿Por qué no es él el que está desesperado a sus pies rogándole con juramentos y con lágrimas? ¿Pero es usted, es usted misma, esa mujer espiritual, que ha olvidado la vergüenza y que ha venido a entregarse? Explíqueme qué poder tiene para que otra mujer, que en nada vale menos que usted, también está dispuesta entregar todo, la felicidad, la vida, el amor, por una sola mirada y una sola palabra. ¿Para qué?... ¡Oh, soy un imbécil!

(Enfurecido) ¿Para qué, para qué?...

BARONESA. - (Categórica) Ya comprendo de que me habla... Ya sé para qué ha venido...

ARBENIN. - ¡Cómo! ¿Quién le ha contado?

(Cambiando de tono) ¿Qué es lo que sabe?...

BARONESA. - ¡Oh! Yo le ruego que me perdone...

ARBENIN. - Yo no la he acusado. Por el contrario, me alegro por la felicidad de mi amigo.

BARONESA. - Estoy enceguecida por la pasión; yo soy culpable de todo, pero escúcheme...

ARBENIN. - ¿Por qué? A mí realmente me da lo mismo..., soy enemigo de la moral severa.

BARONESA. - Si no fuera por mí, no hubiera existido la carta, ni...

ARBENIN. - ¡Ah! ¡Esto es ya demasiado!... ¡La carta!. .., ¿Qué carta? ¡Ah! ¡Entonces es usted quien los ha juntado... y los ha aleccionado!... ¿Hace mucho que usted se empeña en ese nuevo papel? ¿Qué es lo que la ha empujado?... ¿Usted trae aquí sus inocentes víctimas o es que la juventud viene a usted? Sí, reconozco que usted es todo un tesoro, pero ya no me extraña el libertinaje de nuestras damas.

BARONESA. - ¡Oh, Dios mío!...

ARBENIN. - Le hablo sin halago... ¿Cuánto le pagan por sus servicios estos señores?

BARONESA. - (Cae sentada sobre un sillón) ¡Pero usted es inhumano!...

ARBENIN. - Sí, me he equivocado, soy culpable.

¡Usted lo hace por su honor! (Quiere salir).

BARONESA. - ¡Oh! ¡Voy a perder el juicio!...

Espere... Se va, no quiere escucharme... ¡Oh... me muero!...

ARBENIN. - Y bien, continúe, eso la conducirá a la gloria... No me tenga miedo y despidámonos... Pero Dios me libre encontrarnos nuevamente... Usted me ha quitado todo, todo en el mundo; la he de perseguir siempre y en todas partes; en la calle o en su soledad y en la sociedad! Y si nos encontráramos... sería para ambos una desgracia... Yo la mataría... pero la muerte sería un premio que debo guardar para castigar a otra.

Usted ve que yo soy bueno; a cambio de los tormentos del infierno le dejo el paraíso de la tierra. (Sale).

LA BARONESA SOLA

BARONESA. - (Dirigiéndose a Arbenin, que sale) Escúcheme, le juro que fue un engaño... ella es inocente... y la pulsera... todo fue cosa mía... todo fue obra mía... ¡Se fue y no me oye! ¿Qué hacer? En todas partes la desesperación... ¡Debo decirle! Yo quiero salvarlo, cueste lo que cueste. Le rogaré, me humillaré, engañaré, hasta puedo llegar a fingir cualquier cosa... pero... él se ha levantado... viene... ¡Oh, qué tormento!

LA BARONESA Y EL PRÍNCIPE

PRÍNCIPE. - (Desde la otra habitación) ¡Iván!

¿Quién está allí?... He oído voces. ¡Qué gente! No se puede uno acostar a dormir ni por media hora.

(Aparece) ¡Ah! ¡Qué visita! Hermosa, me alegro mucho verla. (La reconoce y se echa atrás). ¡Ay, baronesa! ¡No, no puede ser, es increíble!...

BARONESA. - ¿Por qué ha retrocedido? (Con voz débil) ¿Está asombrado?

PRÍNCIPE. - (Algo turbado) Naturalmente, me es muy agradable... Pero esta felicidad no la esperaba.

BARONESA. - Y sería extraño que la esperase.

PRÍNCIPE. - ¿En qué he estado pensando? ¡Oh, si yo hubiera sabido!

BARONESA. - Usted hubiera podido saber todo y, sin embargo, no sabía nada.

PRÍNCIPE. - Estoy dispuesto a pagar mi culpa y recibiré todo castigo con humildad; estaba ciego y mudo; mi ignorancia, los hechos... y ahora no encuentro ni palabra... (Tomándola de las manos) ¡Pero sus manos están heladas! ¡Su rostro revela sufrimiento! ¿Acaso duda de mis palabras?

BARONESA. - ¡Usted se equivoca! No he venido a pedir amor, ni rogar su reconocimiento; he decidido venir a verlo olvidando el temor y la vergüenza natural entre nosotros, para cumplir una obligación sagrada. Mi vida ha pasado y la que me espera es muy distinta. Pero fui motivo de una desgracia y habiendo decidido abandonar la sociedad para siempre, quería arreglar algunas cosas y para eso he venido. Estoy dispuesta a soportar mi vergüenza, y si yo no me he salvado, trataré de salvar a la otra.

PRÍNCIPE. - ¿Qué significa esto?

BARONESA. - No me interrumpa: me ha costado mucho esfuerzo decidirme a hablar de esta manera. Sólo usted, sin saberlo, fue causa de todos mis dolores. Sin embargo, yo debo salvarlo... ¿Por qué? No sé... Usted no merece todos estos sacrificios; usted no puede amar... ni comprenderme... y quizá tal vez no es eso lo que yo quiero..., pero escúcheme. Hoy he sabido, puedo decirlo, total es lo mismo..., usted le ha enviado ayer a la esposa de Arbenin, imprudentemente, una carta... Por las palabras suyas se podría suponer que ella lo quiere.

¡Pero eso es mentira, mentira! ¡No crea, por Dios!... ¡Esa idea nos perderá a todos, a todos! Ella no sabe nada...

¡Pero el marido ha leído la carta y es terrible en el amor y en el odio! Él estuvo aquí... él lo matará... está acostumbrado a la maldad... usted es tan joven...

PRÍNCIPE. - En vano es su temor; Arbenin hace mucho tiempo que conoce la sociedad y es demasiado inteligente para decidirse a hablar públicamente y por último terminar sin necesidad, de una manera sangrienta, esta comedia. Si él se ha enfadado, no es todavía una desgracia. Tomará las pistolas, mediremos los treinta y dos pasos... y le aseguro que estos galones no los he recibido por haber huido del enemigo.

BARONESA. - Pero si su existencia para alguien tiene más valor que para usted... y está vinculada con su vida... ¿Pero y si lo mataran? Si lo matan... ¡Oh, Dios, yo seré culpable de todo!

PRÍNCIPE. - ¿Usted?

BARONESA. - Tenga piedad...

PRÍNCIPE. - (Pensativo) Yo debo ir al duelo: yo soy culpable ante él, he herido su honor aunque no lo sabía, pero no puedo justificarme.

BARONESA. - Hay un medio.

PRÍNCIPE. - Acaso sea mentir. Encuéntreme otra solución. Yo no mentiré para conservar la vida. ¡Voy en seguida!

BARONESA. - Un momento... no vaya... escúcheme. (Tomándolo del brazo) Todos estáis engañados... Aquella mascarita... (Inclinándose casi sobre la mesa) fui yo.

PRÍNCIPE. - ¿Cómo? ¿Usted?... ¡Oh, qué ilusión!.

(Pausa). ¿Pero Shprij? Él me dijo... ¡Él es el culpable de todo!

BARONESA. - (Volviéndose y apartándose algo) Fueron momentos de olvido, una locura terrible de la que me arrepiento ahora. Ya ha pasado y olvídese de todo. Devuélvale la pulsera, que fue encontrada por casualidad por este destino extraño y prométame que este secreto quedará entre nosotros... A mí me juzgará Dios y a usted lo perdonará... Yo me retiro... y pienso que ya no nos veremos más. (Acercándose a la puerta, ve que él quiere seguirla) No me siga. (Sale).

PRÍNCIPE. - (Solo. Después de larga reflexión) Realmente no sé qué pensar. De todo esto sólo comprendo que he perdido una ocasión feliz como un simple escolar. Dejándola ir sin hacer nada.

(Acercándose a la mesa) Pero... ¿y esta carta? ¿De quién es? ¿De Arbenin?... ¿Qué dice?... «Estimado príncipe.: Te espero hoy en lo de M. a la noche; habrá de todo y pasaremos un rato alegre. No te quise despertar, para que siguieras durmiendo toda la tarde. Adiós. Te espero sin falta. Tuyo sinceramente. Eugenio Arbenin». Hace falta realmente un ojo muy especial para ver en esto una amenaza. ¿Dónde se ha visto que se invite a una cena antes de convocar a un duelo?