ESCENA PRIMERA

(La baronesa está sentada en un sillón, y algo fatigada abandona el libro que está leyendo).

BARONESA. - ¿Para qué será la vida? ¡Para satisfacer siempre deseos ajenos, costumbres ajenas y vivir esclavizada! Jorge Sand casi tiene razón. ¿Qué es la mujer ahora? Un ser sin voluntad, un juego de pasiones o un capricho de los demás. Teniendo juicio vive sin defensa en la sociedad, ocultando siempre el ardor de sus sentimientos o bien sofocándolos en plena flor.

¿Qué es la mujer? Vende su juventud según ciertas conveniencias y como a víctima de un sacrificio la preparan. La obligan a querer a un hombre solamente, prohibiéndole todo otro afecto. En su pecho se agita a veces la pasión, y el temor y la razón alejan los nuevos pensamientos; y si alguna vez, olvidando la fuerza de la sociedad, deja caer su honor entregándose con toda el alma a sus sentimientos, entonces deberá olvidar la tranquilidad y la felicidad. El mundo es así; no quiere conocer los secretos; juzga por el aspecto y por el vestido a la honradez y al vicio y jamás ofenderá a la decencia y es muy cruel en sus castigos... (Intentando leer) No, no puedo leer..., estoy turbada por todos estos pensamientos y temo... Y al recordar lo sucedido, yo misma me asombro. (Entra Nina).

NINA. - Paseando en una troika, tuve la idea de venir a verte, mon amour.

BARONESA. - C'est une idée charmante, vous en avez toujours. (Sentándose)

Me parece que estás más pálida que antes. Hoy, sin embargo, a pesar del viento y del frío, tienes los ojos colorados. ¿Me imagino que no es de haber llorado?

NINA. - He pasado mala noche y no me siento bien.

BARONESA. - Si tu médico es malo, elige otro.

(Entra el príncipe Zviezdich).

BARONESA. - (Fríamente) ¡Oh, príncipe!

PRÍNCIPE. - Estuve ayer en su casa para comunicarle que nuestro picnic se ha postergado.

BARONESA. - Le ruego que se siente, príncipe.

PRÍNCIPE. - Acabo de discutir asegurando que la noticia iba a disgustarle, pero veo que usted la ha tomado con calma...

BARONESA. - Realmente me da lástima.

PRÍNCIPE. - Yo estoy muy contento. Yo daría veinte picnics por un solo baile de máscaras.

NINA. - ¿Usted estuvo ayer en el baile de máscaras?

PRÍNCIPE. - Estuve.

BARONESA. - ¿Con qué disfraz?

NINA. - ¿Había muchas máscaras?...

PRÍNCIPE. - Sí. Bajo el antifaz he reconocido allí a muchas damas nuestras. Naturalmente, ustedes hubieran querido conocer sus nombres. (Riendo).

BARONESA. - (Apasionadamente) Yo debo declararle, príncipe, que estas calumnias me resultan completamente ridículas. ¿Cómo puede admitir que una mujer honesta se atreva a ir entre esa gente, donde cualquiera puede ofenderla y atreverse... y arriesgar a ser reconocida... ¡Oh, usted debe avergonzarse y renunciar a sus palabras!

PRÍNCIPE. - Renunciar no puedo, pero estoy dispuesto a avergonzarme.

(Entra un funcionario).

BARONESA. - ¿De dónde viene?

FUNCIONARIO. - Vengo de la administración y quería conversar sobre sus asuntos.

BARONESA. - ¿Han resuelto algo?

FUNCIONARIO. - No, pero pronto se resolverá...

¿Tal vez molesto?...

BARONESA. - De ninguna manera. (Apartándose con él, sigue conversando).

PRÍNCIPE. - (Consigo mismo). Buen tiempo ha elegido para venir con explicaciones. (Dirigiéndose a Nina) Yo la he visto hoy en un negocio.

NINA. - ¿En cuál?

PRÍNCIPE. - En la tienda inglesa.

NINA. - ¿Hace mucho?

PRÍNCIPE. - Recién.

NINA. - Es extraño que yo no lo haya reconocido.

PRÍNCIPE. - Usted estaba muy ocupada.

NINA. - (Animadamente) Elegía una pulsera igual a una que tuve. (Sacándola de la cartera) Es ésta...

PRÍNCIPE. - La pulserita es preciosa, ¿y la otra dónde está?

PRÍNCIPE. - La he perdido.

PRÍNCIPE. - ¿De veras?

NINA. - ¿Qué tiene de raro?

PRÍNCIPE. - ¿Si no es un secreto, puedo saber cuándo ha sido?

NINA. - Hace tres días, tal vez ayer o la semana pasada. ¿Para qué quiere saber cuándo ha sido?

PRÍNCIPE. - Tengo una idea un poco rara tal vez... (Aparte) Está algo turbada y mi pregunta la inquieta. ¡Oh, estas mujeres candorosas! (Dirigiéndose a ella) Quería ofrecerle mis servicios... Tal vez podríamos encontrar la otra pulsera.

NINA. - Cómo no... ¿Pero dónde?

PRÍNCIPE. - ¿Dónde la ha perdido?

NINA. - No recuerdo.

PRÍNCIPE. - ¿Seguramente en algún baile?

NINA. - Puede ser.

PRÍNCIPE. - ¿O tal vez la ha regalado a alguien de recuerdo?

NINA. - ¿De dónde ha sacado semejante conclusión? ¿A quién podría regalarla? ¿A mi marido, por ejemplo?

PRÍNCIPE. - ¡Como si en el mundo sólo existiera su marido! Tiene usted muchas amigas, no cabe la menor duda. Imaginémonos que está perdida, pero aquel que la ha encontrado, ¿recibirá de usted en pago algún agradecimiento?

NINA. - (Sonriendo) Depende...

PRÍNCIPE. - ¿Pero si él la ama, si él por haber encontrado su sueño perdido, por una sonrisa suya daría todo un mundo? ¿Si usted alguna vez le ha sugerido placeres futuros, si usted ocultándose detrás de un antifaz, con palabras amorosas lo ha acariciado...?

¡Oh!... ¡Compréndame!...

NINA. - De todo esto he comprendido una sola cosa: que usted se ha olvidado por primera y última vez de hablar conmigo con el respeto necesario.

PRÍNCIPE. - ¡Oh, Dios mío! Yo he creído... ¿Será posible que usted se haya enfadado? (Aparte) Se ha escapado muy bien... pero llegará la hora y yo lograré mi propósito. (Nina se aleja en dirección a la Baronesa).

(El funcionario saluda y se va).

NINA. - Adieu, ma chére; hasta mañana, debo irme.

BARONESA. - Espera un poco, mon ange; no tuve tiempo de conversar contigo ni dos palabras. (Se besan).

NINA. - (Saliendo) Te espero desde la mañana.

(Sale).

BARONESA. - El día me parecerá largo como una semana. (Todos, menos Nina y el funcionario).

PRÍNCIPE. - (Aparte) Ya me vengaré. Vean a la mosquita muerta. Quizá soy un imbécil y seguramente renegará de lo pasado. Pero yo he reconocido la pulsera.

BARONESA. - ¿Se ha quedado pensativo, príncipe?

PRÍNCIPE. - Sí, tendré que pensarlo mucho.

BARONESA. - Por lo visto vuestra conversación fue muy animada. ¿Sobre qué era la discusión?

PRÍNCIPE. - Yo afirmaba que encontré en el baile de máscaras...

BARONESA. - ¿A quién?

PRÍNCIPE. - A ella.

BARONESA. - ¿Cómo, a Nina?

PRÍNCIPE. - Sí, se lo he demostrado.

BARONESA. - Yo veo que usted está dispuesto a avergonzar a la gente.

PRÍNCIPE. - A veces, por lo extraño, no me decido.

BARONESA. - Tenga piedad por lo menos a la distancia. Además, no tiene pruebas.

PRÍNCIPE. - ¿No tengo? Ayer mismo me entregaron una pulsera y hoy veo otra igual en sus manos.

BARONESA. - ¡Qué testimonio!... ¡Qué lógica respuesta! Si pulseras como ésas hay en cada joyería.

PRÍNCIPE. - Hoy he recorrido todas y me he convencido que no hay más que dos iguales. (Breve pausa).

BARONESA. - Mañana le daré un consejo útil a Nina: «Jamás debes confesarte a un charlatán».

PRÍNCIPE. - ¿Y el consejo para mí?

BARONESA. - ¿Para usted? Continuar con audacia el éxito obtenido y guardar con más celo el honor de las damas.

PRÍNCIPE. - Por esos dos consejos le agradezco doblemente. (Sale).

BARONESA. - (Sola) Cómo se puede jugar con tanta fragilidad con el honor de la mujer. Si yo me confesara, a mí me pasaría lo mismo. Así es que adiós, príncipe. No seré yo la que lo sacaré de esa confusión.

¡Oh, no, Dios me libre! Lo único que me extraña es que yo haya encontrado su pulsera. ¡Bien! Nina estuvo allí, he aquí la adivinanza descifrada... No sé por qué, pero yo lo amo; tal vez de aburrimiento, de despecho, de celos... sufro y ardo y no encuentro en nada mi consuelo. Me parece aún oír la risa de la multitud vacía y el rumor de palabras perversas y compasivas. No, yo me salvaré... aunque sea a costa de la otra. Yo me salvaré de esta vergüenza... aunque sea a precio del tormento de tener que renegar de nuevo de mis actos... (queda pensativa) ¡Qué cadena de terribles intrigas! (Entra Shprij. Saludando, se acerca).

BARONESA. - ¡Ah, Shprij! Tú llegas siempre a tiempo.

SHPRIJ. - ¡Qué suerte! Yo estaría muy contento de poder serle útil. Vuestro difunto marido...

BARONESA. - ¿Siempre eres tan amable?

SHPRIJ. - A su sagrado recuerdo, el barón...

BARONESA. - Hace cinco años, yo recuerdo.

SHPRIJ. - Le presté mil...

BARONESA. - Ya sé. Te daré hoy mismo el interés de los cinco años.

SHPRIJ. - Yo no tengo apuro de dinero. No faltaba más; se lo he recordado por casualidad.

BARONESA. - Dime, ¿qué novedades hay?

SHPRIJ. - En la casa de un conde he escuchado una serie de historias... De allí vengo.

BARONESA. - ¿Y no sabe nada del príncipe Zviezdich y de Arbenin?

SHPRIJ. - (Asombrado) No..., no he oído nada...

De eso han hablado algo y ya no dicen nada... (Aparte) No me acuerdo de qué se trata.

BARONESA. - Si es ya del dominio público, no hay por qué comentarlo.

SHPRIJ. - Yo quisiera saber cuál es su opinión. .

BARONESA. - Ya han sido juzgados por la sociedad. Por otra parte, yo les podría regalar algún consejo; a él le diría que las mujeres valoran la tenacidad de los hombres, ellas quieren ser heroínas logradas por encima de millares de obstáculos. Y a ella le aconsejaría ser menos severa y más modesta... Adiós, señor Shprij, mi hermana me espera a almorzar; si no, me quedaría conversando a gusto con usted. (Alejándose) Estoy salvada. Ha sido una buena lección.

SHPRIJ. - (Solo) No se preocupe, yo he comprendido su insinuación. No he de esperar que me la repita. ¡Qué rapidez de inteligencia y de imaginación!

Aquí hay una intriga... ¡Oh, sí! Yo me meto en este lío; el príncipe me quedará agradecido y le serviré de agente...

Luego vendré aquí con nuevos datos y quizá entonces reciba los intereses de los cinco años.