CAPÍTULO 13

El día del lanzamiento, se produjeron varias reacciones curiosas. Había un país muy pequeño al otro lado del mundo, que se jugaba desesperadamente su existencia, confiando en el éxito de la plataforma. Tenía un vecino muy poderoso y belicoso y, si la plataforma era lanzada al espacio, podía desafiar a ese vecino. Era un riesgo peligroso, pero lo aceptó.

También hubo una última pelea en las Naciones Unidas, ante las que la plataforma fue denunciada por cierto bloque de naciones asociadas, que amenazaron destruir la organización internacional si lanzaban la plataforma. Era otro riesgo. Si la plataforma no ascendía al espacio, las Naciones Unidas se transformarían en una alianza militar o en algo menos que una inútil sociedad de debates.

Por supuesto, se registraron algunos sucesos menos importantes. Se habían compuesto ya catorce canciones, que estaban listas para ser lanzadas al mercado, preparadas, orquestadas y ensayadas con cantantes, dispuestas a saturar los oídos del público. Iban desde Tenemos una nave de guerra en el cielo, netamente belicosa, hasta las baladas como Tendremos una luna para los dos. La melodía de la segunda canción había sido plagiada de otra que había sido popular hacía cuatro años, que, a su vez, lo había sido de otra anterior por seis años, la cual había sido tomada de una de las composiciones de Bach, de manera que la canción estaba bastante bien si no se le prestaba atención a las palabras.

Y por supuesto, filmaron una gigantesca epopeya súper colosal, en colores y con números musicales, que celebró su gran estreno simultáneamente en ocho ciudades principales. Se tituló Hacia las estrellas. Se habían filmado tres finales, de los cuales seleccionaron el más apropiado. Uno de ellos terminaba con el fracaso de la plataforma debido al sabotaje, y el héroe, representado por un actor que había tenido que interrumpir su luna de miel para filmar la película, permanecía espléndidamente decidido a construirla nuevamente. El segundo final relataba cómo la plataforma se dirigía hacia Alfa Centaurus, que difícilmente era la intención de los que habían construido la plataforma. El tercer final era secreto, pero se corrió el rumor que los insensibles ejecutivos de la industria del cine habían llorado como niños, cuando lo vieron en preestreno.

Por supuesto, los trabajadores de la semiesfera no le dieron a eso mucha importancia. El trabajo continuaba con ritmo febril. La construcción estaba concluida por completo, por lo que, en teoría, los miembros de los sindicatos de soldadores, montadores de tuberías y trabajadores de la construcción de acero, debían retirarse a Bootstrap. Los miembros de otros sindicatos, los de mantenimiento de construcción, de equipo y desmantelamiento, además de otras varias ramas, deberían haber sido reunidos en ciudades lejanas y aprobadas por el departamento de seguridad, para después ser llevados a Bootstrap y pagarles tiempo suplementario al retirar el piso de madera y desmantelar las secciones necesarias de la pared oriental de la base.

Pero la sangre habría corrido si lo hubieran intentado. Los hombres que habían construido la plataforma se encargarían de hacerla ascender, o, de lo contrario... Aquellos hombres nunca tendrían otra oportunidad para verla; se elevaría o se estrellaría.

De manera que la plataforma fue preparada para su despegue por los mismos hombres que la construyeron. Una sección gigantesca que comprendía tres enormes piezas triangulares, que formaban parte de la pared de la base, fue retirada hacia arriba y hacia abajo, de manera que quedara separada de la enorme semiesfera. Estas partes descansaron sobre cientos de ruedas que, por primera vez, tocaban las dieciséis líneas de rieles colocadas alrededor de la parte exterior de la base. Luego, la monstruosa sección fue finalmente retirada.

Como resultado, quedó una enorme abertura, por donde penetró la luz del sol, para posarse en la primera verdadera nave espacial hecha por el hombre.

Joe observó cómo la luz del sol golpeaba la superficie y su primera sensación fue de desilusión. La inclinación normal de la plataforma no era favorable, pero ahora se hallaba prácticamente oculta por los cohetes de combustible sólido, que se consumiría en el lanzamiento. También el piso del cobertizo tenía un aspecto extraño. Estaba completamente cubierto de extrañas formas de propulsores, que habían sido llevados en una interminable fila de camiones durante toda la noche. Un joven teniente del aeródromo de los propulsores buscó a Joe para asegurarle que cada gota de combustible de cada uno de los propulsores había sido revisada en dos ocasiones, una en los tanques de almacenaje y otra dentro de los propulsores, lo cual Joe agradeció cortésmente.

Ya no había andamios, ni camiones. Sólo quedaban dos grúas gigantescas, que podían manejar los propulsores como si fueran juguetes. El efecto de la luz del Sol que penetraba en la base y hacía resaltar tales cambios, era extraño.

En la parte exterior, los carpinteros martilleaban diestramente, construyendo una plataforma de tablones. La mayor parte de los carpinteros habrían trabajado más efectivamente con pistolas remachadoras o sopletes para soldar, pero nadie decía nada. Siempre que un tronco o un madero era clavado en su sitio, alguien lo cubría con banderitas cursis. Había hombres que colocaban alambres en la plataforma y otros que acomodaban las cámaras de cine y televisión. Los agentes de seguridad observaban esas actividades con ojos suspicaces desde un lugar en el que se encontraba una masa resplandeciente de micrófonos.

Joe se sentía afortunado. Quizá se debiera a que Sally había usado sus influencias, pero, de cualquier forma, ambos tenían un lugar ventajoso, por el que otras personas hubieran pagado sumas extravagantes. Estaban esperando en la rampa circular, entre las dos cubiertas de la semiesfera que serían rotas para ampliar la salida. Se encontraban a la mitad de la altura de la curva de la gran abertura y podían ver absolutamente todo, desde los pilotos de los propulsores, que se encontraban revisando los dispositivos, hasta la tranquila llegada de los grandes personajes a la plataforma que se encontraba abajo.

La base estaba inundada de una especie de murmullo expectante. Era posible que se tratara solamente del viento que soplaba por la sección abierta. Joe y Sally observaron cómo un solemne grupo de agentes de seguridad dirigían a los civiles por el tramo de escalones de madera que Joe recordaba tan bien. Los civiles subieron a la plataforma y el tramo de escaleras fue retirado. Había un grupo de hombres de mucha confianza, que estaban haciendo las últimas verificaciones en el exterior de la plataforma. Uno estaba a la altura aproximada de Joe y Sally. El resto de los inspectores descendieron hasta el suelo, pero aquél hizo algo muy humano. Cuando terminó de hacer su revisión hasta el último detalle, sacó algo de su bolsillo. Era un bote de pintura negra y, provisto de un pincel, escribió su nombre sobre las placas plateadas de la plataforma: C. J. Adams, Jr. Satisfecho, descendió hasta el suelo y se alejó felizmente.

Las grúas comenzaron a realizar su trabajo. Cada una bajaba lentamente y recogía un propulsor. Hacían girar los objetos hasta una posición vertical y los colocaban exactamente en el costado de la plataforma, donde quedaban colgando ridículamente. Por supuesto, se sostenían con contactos magnéticos. Levantaban otros y los colocaban de la misma forma, desde el extremo del corredor en la pared. Joe y Sally podían ver las cabezas de los pilotos en sus cabinas de plástico.

La música comenzó a sonar detrás de la plataforma. Los asientos se llenaban y, como era natural, los personajes menos importantes llegaban primero. Había mujeres con vestidos en los que habían puesto extremo cuidado y que nadie veía, excepto las otras mujeres. El ejército estaba representado y los hombres con ropas de civil se reunían en grupos. Entre ellos, se encontraban los ingenieros que habían hecho los cálculos para el diseño de la plataforma. Luego, las grandes personalidades y los políticos. Pero hay pocas cosas menos impresionantes que un hombre de barriga prominente vestido de etiqueta que se pasea por el suelo, visto desde una altura de sesenta metros.

Había uniformes militares que no pertenecían a las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Estaban cargados de medallas que resplandecían a la luz del Sol, y la gente comenzaba a llegar en mayor número, mientras las cámaras de los noticiarios filmaban.

Las grúas trabajaban metódicamente, bajaban y recogían objetos que tenían la forma de la parte superior de una pieza de pan, y giraban después hacia el costado de la plataforma. Cada vez que lo hacían, el objeto se fijaba rápidamente. Muchos de ellos quedaban fijos sobre los tubos de los cohetes, los mismos tubos que, en poco tiempo, arderían y se consumirían. Joe y Sally observaron los propulsores en su nuevo aspecto, semejando trozos de metal con bocas abiertas, que eran sus toberas.

La música guardó silencio y alguien comenzó a decir un discurso. No había ningún público que escuchara, excepto los hombres que habían construido la plataforma, y éstos no estaban interesados en las frases retóricas. Pero, por supuesto, el acontecimiento estaba siendo retransmitido a todas partes. Dos de los satélites de televisión que surcaban ya el espacio estaban encargados de hacer que todo el mundo viera esa escena.

El orador concluyó y otro tomó su lugar. Luego, otro. Uno de los oradores habló durante menos de un minuto, y las personas que llenaban la plataforma le aplaudieron. Pero el que le siguió tenía ademanes espléndidos y habló interminablemente. Las grúas fijaron el último de los propulsores y luego se retiraron. La plataforma estaba casi totalmente oculta bajo la masa de los impulsores a reacción, tan poco agraciados.

Las grúas se retiraron estruendosamente, pero el orador continuó hablando. Alguien le dio un tironcito en la manga y terminó bruscamente, sentándose, mientras se limpiaba la frente con un enorme pañuelo.

De pronto, hubo un rugido, uno de los propulsores había puesto en marcha su motor. Luego, otro rugido, y otro más. Uno por uno, la multitud de horrendos objetos se sumaron al estruendo. El ruido se convirtió en algo que no era ya sonido. Era una barahúnda, que no podía recibirse en los oídos. Alcanzó un punto elevado de la escala y se mantuvo allí. Luego, de pronto, todos los motores disminuyeron el régimen al unísono y, luego, rugieron con mayor fuerza. Estaban probando los controles dentro de la plataforma. Tres..., cuatro..., cinco veces, el tumulto disminuyó gradualmente y, luego, volvió a aumentar de nuevo.

Joe sintió que Sally tiraba de su brazo. Se volvió y vio, muy cerca, el vientre y las alas en flecha de un avión a reacción, que ascendía en línea recta. Luego, vio otro jet que pasaba trazando una línea a lo largo de la abertura de la cúpula. Se desplazaba con increíble velocidad, se elevó sobre la curva de la semiesfera y desapareció. Pero había muchísimos más.

Eran los aviones de combate de la guardia de aviones a reacción. Durante largos meses, habían volado constantemente sobre la semiesfera para protegerla, y, en ese momento, se elevaban para relevar a los que se encontraban en el aire, vigilando. Se elevaban para formar una pantalla interceptora de cientos de kilómetros en todas las direcciones, por si acaso hubiera alguien suficientemente loco para intentar algo todavía. No volverían a ver al monstruo en la semiesfera y, por ello, en una fila que llegaba hasta el horizonte, desfilaban volando para poder echar una ojeada, que bien se merecían. Joe vio pequeños puntos que se colocaban al final de la línea, para la privilegiada mirada a la plataforma, antes que se elevara.

Repentinamente, desaparecieron y Joe sintió una sensación emocionante de orgullo, que no surge ante la fuerza, el esplendor, o el poderío pomposo, pero que es muy profundo cuando las manos del hombre modifican la magnificencia.

El rugido de los motores de los propulsores alcanzó un volumen absolutamente imposible de soportar. Todo el interior de la semiesfera estaba brumoso, pero la luz de la mañana penetraba en ella.

Y la plataforma se movió.

Al principio, fue solamente un tambaleo. Giró muy suavemente hacia un lado, pivotando sobre los puntos de apoyo que la habían sostenido; luego, giró hacia atrás y hacia el otro lado. El vapor se hacía más espeso. De cada uno de los motores jet, un chorro de fuego casi invisible descendía y la humedad de la tierra se convertía en vapor, y los bloques de madera sueltos, en humo acre. La plataforma giró exacta y precisamente en dirección contraria hasta ocupar nuevamente su posición original y el corazón de Joe latió con fuerza, porque sabía que la vuelta había sido efectuada por medio de los giróscopos y que éstos habían sido manejados por los giróscopos piloto, de los que era él el responsable.

Luego, la plataforma volvió a moverse. Se elevó poco a poco y osciló hacia delante. Se estabilizó y volvió a dar un bandazo. Después, se dirigió vacilante hacia la gran abertura, excavando con una de sus partes inferiores un surco en el suelo de tierra.

El ruido pasó de lo increíble a lo inconcebible. Parecía como si todos los truenos desde el comienzo de los tiempos hubieran vuelto a sonar juntos para festejar el lanzamiento de la plataforma.

Ésta flotó y salió de golpe de la semiesfera. Se dirigió vacilante hacia el este. Su altura, en aquel momento, era quizá de un metro sobre el nivel del suelo, pero los propulsores lanzaban cegadoras nubes de humo y nadie podía estar seguro de ello.

Había una confusión indescriptible. El humo y el vapor eran lanzados en todas las direcciones posibles. Joe observó movimientos frenéticos y vio que los uniformados y los de traje de etiqueta se empujaban para huir de ellos. Los puntos, que antes eran mujeres brillantes y elegantemente vestidas, corrían dando gritos sofocados, tratando de huir del humo. Una robusta figura se cayó, volvió a levantarse con esfuerzo y echó a correr frenéticamente en busca de la salvación.

Pero la plataforma se desplazaba. Estaba aproximadamente cien metros más allá de las paredes de la base. Doscientos, trescientos... Ganaba velocidad. A ochocientos metros de la base, estaba ya francamente alejada del suelo y dejaba tras sí una estela de desierto abrasado y chamuscado.

Se movía rápidamente. A tres kilómetros de la base, su velocidad era ya de treinta kilómetros por hora. A los cuatro kilómetros su velocidad había doblado ya y se encontraba a varios centenares de metros sobre el suelo. Continuaba acelerando y ascendiendo. Pronto estuvo a seis kilómetros, a siete, a ocho.

Flotaba, ascendiendo con una gran deliberación, funcionando cientos de potentes propulsores de difícil manejo, que colgaban de la plataforma y la empujaban hacia arriba y hacia delante.

Continuó alejándose en dirección al oriente, aumentando sin cesar la velocidad. No daba la impresión de aproximarse del horizonte. Pasó de ser un punto gigante a uno diminuto sobre el firmamento. Finalmente, Joe no pudo seguir pretendiendo que la veía, pero, aun entonces, se oía un ligero zumbido en el cielo. Ninguna de las personas que había presenciado el lanzamiento podía escucharlo.

Luego, Joe miró a Sally y ella a él; y Joe se sentía inundado de un júbilo incontenible, que le hacía sonreír tontamente y que representaba el triunfo tanto de sí mismo como de sus sueños. Ella lo abrazó balbuciendo incoherentemente algo sobre la plataforma que ascendía, ascendía, ascendía...

Al atardecer, se encontraban esperando en el pórtico de las habitaciones del mayor, que estaban localizadas en la parte posterior de la base. Estaban reunidos el mayor, Haney, el jefe, Mike y Joe; la apariencia del mayor había cambiado completamente. Parecía haberse encogido. Cualquiera diría que era un hombre fatigado más allá de los límites permisibles, pero su trabajo estaba realizado y la sola reacción bastaba para explicarlo todo. Estaba sentado en una silla, con un vaso a su lado, y parecía que no había nada en la Tierra capaz de hacerle mover un solo dedo. Sin embargo, esperaba.

Sally salió con una bandeja en la que les sirvió gravemente los vasos y los bizcochos; luego, se sentó en los escalones al lado de Joe, lo miró y le hizo un gesto amigable. Joe se sentía perfectamente satisfecho de Sally, pero incómodo al demostrarlo delante del padre de la chica. Mike dijo, desafiadoramente:

—Sigo opinando que habría sido más fácil de poner en órbita si hubiera sido construida para personas como yo.

Nadie lo contradijo; era cierto. De todas maneras, todos estaban demasiado descansados y aliviados para entrar en discusiones con él.

—Todo salió bien —dijo Haney, soñadoramente—. ¡Todo! Entraron en la corriente de propulsión tal y como esperaban y alcanzaron 483 kilómetros más de velocidad. Estaban a unos doce kilómetros de altura cuando los propulsores dispararon sus retropropulsores y a unos dieciocho cuando los pilotos de los propulsores la dejaron ir; debieron casi fracturarse el cuello cuando arrancaron nuevamente sus motores. Y los cohetes de la plataforma encendieron perfectamente, produciendo llamas de más de kilómetro y medio de largo, y entonces iban a..., ¿a cuánto iban entonces?

—¿Qué importa? —preguntó el jefe, tranquilamente—. ¡Iban rapidísimo!

—Les quedaba aún un diez por ciento de los cohetes sin disparar cuando entraron en órbita —dijo Mike, con aire de autoridad—. Cuando traspasaron el cinturón de Van Allen, el revestimiento los protegió al ir encerrados en la cabina. Después de eso, se pusieron en órbita.

—No tardarán en aparecer nuevamente —dijo el jefe.

Joe y Sally permanecieron contemplando hacia el oeste; la plataforma giraba alrededor de la Tierra de oeste a este, como la antigua Luna y, debido a su velocidad, podría hacerlo visiblemente.

El mayor Holt habló repentinamente. La autoridad y la energía habían desaparecido de sus modales.

—Ustedes cuatro me han dado el mayor susto de mi vida, pero, ¿se dan cuenta que el truco de sabotaje de los dos camiones cargados de explosivos habría destrozado la plataforma si no hubiera sido por ese plan descabellado que trazaron y las precauciones que tomamos a causa de él?

Joe dijo despectivamente:

—Tuvimos suerte, una suerte increíble.

—Hay personas que parecen atraer accidentes —dijo el mayor—. Siempre sucede alguno cerca de ellos y nadie sabe por qué. Ustedes cuatro, quizá Joe en particular, no son de ese tipo, más bien parecería que fueran lo contrario. Dudaría en reconocer que es obra de sus cerebros, especialmente el de Joe; lo conozco desde hace mucho tiempo; pero..., ¡ah...!, Washington no parece ser de la misma opinión.

Sally tocó a Joe para advertirle, pero su rostro estaba brillante y orgulloso. Joe se sintió muy extraño.

—Joe estuvo a punto de subir con la plataforma —continuó el mayor—, pero con una inyección de penicilina o algo semejante, el enfermo se alivió rápidamente y ahora debe estar en órbita alrededor de la Tierra. Su cooperación con las autoridades superiores produjo comentarios muy favorables, y ustedes cuatro..., ¡ah...!, fueron muy útiles en las últimas fases de la conclusión de la plataforma. De manera que opinan que todos merecen un reconocimiento. Todos, por supuesto, pero especialmente Joe.

Joe sintió que palidecía.

—Se ha propuesto (pero recuerden que dije propuesto); aún no es oficial. Se ha propuesto nombrar a Joe capitán de un cohete de transporte que se encargará de llevar suministros y tripulación de reemplazo a la plataforma; en las instrucciones que tomó cuando se creía que iba a subir, demostró una habilidad especial, con la ventaja que es una persona a quien los accidentes parecen rehuir. Los cohetes de transporte llevarán una tripulación de cuatro personas incluyendo al capitán, y, por supuesto, la recomendación que el capitán haga tendrá mucho peso en las decisiones.

Joe estaba perplejo y Mike exclamó con grandes esfuerzos:

—¡Joe!, tú sabes que yo puedo hacer cualquier cosa que un elefantón pueda realizar, y yo sólo consumo una cuarta parte del alimento y el aire. ¡Tienes que llevarme, Joe! ¡Tienes que hacerlo!

El jefe comentó benignamente:

—Yo estoy a cargo del cuarto de maquinarias y Haney será el patrón; ¡que se atreva Joe siquiera a pensar partir sin nosotros! Aunque eso te deja sin gran cosa que escoger, Mike, a menos que accedas a ir como simple tripulante.

—¡Aún no es oficial! —les advirtió el mayor Holt—. ¡No es nada seguro!

Luego, Sally volvió la vista del rostro de Joe y la dirigió hacia el firmamento.

Entonces apareció ante sus ojos. Quizá con un telescopio podrían haberla visto como lo habían hecho mientras trabajaban en ella, pero a simple vista no podía verse así. Era simplemente un punto pequeño incandescente que se movía deliberadamente en el cielo. Era una mota, plateada por el Sol, que volaba mientras ellos la observaban.

En ese mismo instante, había varios millones de personas observándola. Flotaba libremente en el vacío. Para algunos significaba esperanza y confianza de llegar a una vejez tranquila y de obtener una vida digna de vivirse para sus hijos y los hijos de sus hijos; para otros era un gran triunfo técnico. Para unos cuantos significaba el fin de las guerras y la desaparición de los turbulentos modos de vida que hasta entonces habían dominado la Tierra, y eso equivalía al desastre para ellos. Pero la plataforma tenía un significado para todos los habitantes de la Tierra; para aquellos que sólo habían podido orar por su éxito, quizá tenía un significado más especial.

Joe habló tranquilamente cuando su voz volvió a él.

—Iremos a visitarla allá arriba; iremos todos nosotros.

Sintió que Sally encerraba fuertemente su mano en la de ella, y oyó su voz.

—¿También yo, Joe?

—Tú también.

Joe se puso de pie y miró atentamente, mientras Sally se colocaba a su lado; los demás se acercaron también. Formaban un grupo sobre el césped, de la misma manera que miles de personas lo hacían alrededor del mundo, para verla pasar.

La plataforma espacial, un punto plateado de luz solar, recorría tranquilamente el cielo, que se hacía más intensamente azul, hacia el este..., hacia la noche.

FIN