CAPÍTULO 7
Nadie hubiera podido experimentar las emociones que Joe había conocido en una noche y un día y continuar como de costumbre. El ver a un hombre que había preferido morir antes de matar a Joe, entre otros, tuvo su efecto, y también lo alteró el saber que pudo haberle matado sin que él mismo lo supiera. El examen para buscar quemaduras radiactivas, del cual podría deducirse que moriría muy pronto, fue otra experiencia dura. Y Sally..., había estado expuesta al peligro de radiación del cobalto, pero no lo supo sino cuando el peligro había desaparecido ya. En realidad, había estado mucho más temerosa por él que por ella misma y se daba cuenta claramente de ello. Cuando además de todo, se encontró Joe en la plataforma espacial, se sintió profundamente emocionado.
Sin embargo, no habló de ello, sino que, por el contrario, hizo comentarios técnicos, examinando las paredes interiores y su alineación, casi desde la entrada provisional. En realidad, el blindaje de la plataforma era doble. La capa exterior era destinada a detener los meteoritos. Las partículas de polvo cósmico podrían chocar contra ella y explotar sin causar daños internos. También podrían perforarla sin provocar una falta de aire. Entre las dos capas de blindaje habría lana de vidrio para asegurar el aislamiento térmico. En el interior, después de la lana de vidrio, una capa de material elástico haría exactamente el mismo servicio que el blindaje de un tanque de gasolina a prueba de balas. Aun a velocidades meteóricas de más de setenta kilómetros por segundo, ningún meteorito de menos de un centímetro podría perforarla. Si uno lograra hacerlo, la capa de material elástico se cerraría herméticamente por sí misma, impidiendo rápidamente que el aire escapase. Joe podía explicar qué protegía las capas metálicas.
—Cuando un proyectil viaja a más de una cierta velocidad —dijo Joe, mientras pensaba en algo completamente diferente—, no aumenta la probabilidad de hacer un agujero. A velocidades superiores a un kilómetro y medio por segundo, el impacto no puede ser transmitido de la parte frontal de la bala a la posterior. La sección posterior de este tipo de balas llega al punto del golpe antes de ser alcanzado por el golpe del choque; es algo parecido a lo que sucede en un choque de trenes, éstos no se detienen inmediatamente; cuando un meteorito golpee la plataforma, se acortará sobre sí mismo, como los vagones de un ferrocarril que choca con otro a gran velocidad.
Sally escuchaba enigmáticamente.
—Por eso, el efecto perforador no existe ahí —dijo Joe—. Cuando un meteorito choque con la plataforma, explotará, hará volar una parte de la capa metálica en cantidad igual a la de su masa, pero no más. Tomando peso por peso, una sopa de guisantes sería tan buena defensa como el acero reforzado.
—¡Vaya! —dijo Sally—. ¡Debes leer todos los artículos de los periódicos!
—Y con el uso de las matemáticas, se ha calculado que la plataforma no recibirá un golpe de meteorito durante los primeros veinte mil años que flote alrededor de la Tierra.
—Veinte mil doscientos setenta, Joe —dijo Sally, tratando de bromear, pero su rostro reflejaba preocupación—. Yo también leo los artículos. En realidad, hay ocasiones en que sirvo de guía a los articulistas, cuando se les autoriza un permiso para visitar la plataforma.
Los ojos de Joe se agitaron.
—¡Tú conoces todo esto más que yo! Eso me pone en mi sitio, ¿no es así?
Ella sonrió, pero ambos se sintieron incómodos. Luego penetraron más adentro en la nave espacial.
—Hay mucho espacio —dijo Joe—. Pudo haber sido más pequeña.
—Nueve décimos del total estarán vacíos cuando ascienda —dijo Sally.
Por alguna causa, no se sentían bien juntos. Joe no debió tratar de dar lecciones a Sally acerca de la plataforma y ella podía haber evitado dar a entender tan claramente que había hablado demasiado. El vacío de la plataforma, cuando ascendiera, sería totalmente diferente al de los demás satélites pequeños. Éstos eran construidos en forma de cohetes; tenían que ascender con el combustible que ellos mismos llevaban y una gran proporción de ese combustible se gastaba solamente en perforar la atmósfera. Sus líneas tenían que ser aerodinámicas y sus proporciones pequeñas a causa de la resistencia del aire. Pero el caso de la plataforma era diferente, pocas ventajas tendría con un diseño apropiado para cortar el aire y, por lo contrario, perdería mucho. El método planeado para su lanzamiento permitía que fuera grande y ligera y, además, evadía las razones que justificaban la fabricación de pequeñas cápsulas en las que los astronautas repetidamente ascendían, para girar alrededor de la Tierra. Pero estaban casi riñendo sobre ese punto.
Joe cerró la boca firmemente. Sally era la única persona en el mundo que lo juzgaría por lo que intentaba hacer más que por lo que realizaba. No iba a arriesgar su aprobación sólo por el afán de lucirse, y se calló.
Llegaron al cuarto de máquinas. Eso no tenía nada que ver con la fuerza de movimiento de la plataforma. Era ahí donde estaban las máquinas que hacían habitable la plataforma; ahí estaban centrados los motores de servicio, el sistema de circulación del aire y las bombas de fluidos. A un lado del cuarto de máquinas se habían instalado ya los giróscopos principales, sólo esperaban que montaran los giróscopos piloto para controlarlos como el instrumento de dirección controlaba el timón de un transatlántico. Joe observó los giróscopos principales. Le eran familiares debido a los dibujos de trabajo, pero dejó que Sally continuara caminando y la acompañó sin intentar detenerse para observar cuidadosamente.
Luego ella le mostró las habitaciones y él comenzó a sospechar que también necesitaba aprobación.
Las habitaciones de la tripulación estaban centradas en un gran espacio abierto que medía 183 metros de largo por 61 de ancho y de alto. Había libreros, dos balcones y algunas sillas. Las puertas de las cabinas privadas estaban colocadas en diversos niveles, pero no había escalones que subieran a ellas. Sin embargo, había sillas, con cinturones para atarse a ellas cuando estuvieran en estado de ingravidez, había ceniceros que estaban ingeniosamente diseñados para parecer precisamente eso y no otra cosa, pero las cenizas no caerían dentro de ellos cuando la plataforma estuviera en el espacio. Tendrían que ser aspiradas por una fuerza de succión. El piso y el techo estaban cubiertos con alfombras sin dibujos.
—Va a ser una sensación extraña —dijo Sally, casi defensivamente—, pero parecerá bastante normal. Creo que eso es lo importante. Esta habitación se asemejará más a una gigantesca biblioteca particular que a ninguna otra cosa. Uno no recordará a cada instante por las cosas que ve, que está viviendo en un medio totalmente sintético, ni se sentirá prisionero. Si todas las habitaciones fueran reducidas, el hombre se sentiría cautivo. De esta manera, cuando menos, puede pretender que no lo está.
Su mente no estaba puesta totalmente en sus palabras. Joe la había asustado, ella quería provocar su interés e intentó obtenerlo en su propio nivel y por medio de las cosas que él consideraba importantes.
—El gran problema estará en dormir —dijo ella.
Él asintió, luego hicieron una pausa momentánea y continuaron observando el gran recinto. Sally se movió inquieta.
—Tú ya has estado en un elevador que cae como una plomada, ¿no es así? Pues cuando la plataforma esté en el espacio, sucederá lo mismo, nada tendrá peso. Si estuvieras en un elevador que pareciera caer y caer durante horas y más horas, ¿crees que podrías dormir, Joe?
Joe frunció el ceño. No había pensado mucho en eso, y sacudió la cabeza.
—Es posible adaptarse cuando se está despierto —continuó Sally—, pero hacerlo dormido es algo completamente diferente. Tú has soñado que ibas cayendo y despertaste sobresaltado.
—¡Por supuesto! —exclamó Joe, y luego dio un silbido—. ¡Ya veo! Uno se duerme y sentiría caer, de manera que se despierta por eso. Todos en la plataforma estarían cayendo constantemente..., o, cuando menos, esa es la sensación que tendrían.
No veía ninguna solución, habían corrido muchas historias de medicamentos que permitían a los astronautas soportar horas y días de no pesantez cuando estaban en órbita. Él no sabía si eran ciertas, pero el temor de caer es el primer miedo experimentado por el ser humano, y no importa cuántos conocimientos adquiera el hombre respecto a que la ingravidez sería normal en la plataforma espacial, su mente consciente dejaba de funcionar cuando dormía y una subconciencia totalmente primitiva tomaba el mando y no estaría satisfecha. Podría despertarlo frenéticamente cuando dormitara, hasta que enloqueciera por el insomnio y sólo le permitiría dormir cuando estuviera completamente exhausto.
—Va a ser difícil —comentó, preocupado—. Pero no podemos hacer gran cosa.
—Yo sugerí algo —dijo Sally—, ellos lo construyeron y espero que dé buenos resultados —procedió a explicarle cuidadosamente, observando su rostro en busca de aprobación—. Se trata de un catre con una cubierta que se sujeta sobre un colchón inflado. Cuando una persona desee dormir, entrará en él e inflará el colchón. Eso lo mantendrá en el catre y ejercerá una ligera presión sobre él, por todos lados.
Joe se sentía ansioso por expresar su aprobación, no le agradaba el hecho que ambos se sintieran nerviosos.
—Será como si el hombre nadara —sugirió—; uno puede dormirse cuando flota, no se siente el peso, pero hay presión. Una persona podrá dormir si tiene la misma sensación que cuando flota en el agua. Sí; es un plan excelente, Sally, ¡creo que resultará! ¡Si uno siente que está flotando, no tendrá la sensación de caer! ¡Es una idea genial!
Sally pareció sentirse más aliviada.
—Yo llegué a esa conclusión en una forma muy diferente —dijo Sally—. Cuando dormimos, somos como bebés. Ya probé uno de esos catres. Se siente verdaderamente ligero, se tiene la sensación que alguien lo sostiene con sumo cuidado, como si fuéramos pequeñuelos rodeados de cuidados y seguridad.
Luego ella se volvió abruptamente y le mostró la cocina. Todas las cacerolas estaban cubiertas y la parte superior de la estufa era de láminas de alnico, dispuestas como si fuera la parte superior de un mandil magnético. De esa manera, las cacerolas estarían fijas. Las cubiertas tenían una extraña capa que intrigó a Joe.
—Es teflón plástico —comentó Sally—. No se derrite ni se quema. Cuando se infla, sujeta la comida sobre la base caliente de la cacerola. Fue diseñada para que la tripulación pudiera comer alimentos ya preparados; yo opiné que ya era bastante problema el tener que seguir nuevas costumbres para comer y colgaron una de las estufas de cabeza. Yo cociné huevos y tocino, y hasta hot cakes, con la tapadera de la sartén apuntando hacia el suelo. Ellos dijeron que el efecto psicológico sería inapreciable.
Joe se sintió divertido, se había sentido incómodo porque al llegar a la plataforma, conversaron durante varios minutos sin la cordialidad que le era tan necesaria. Pero ahora se sentía impresionado y experimentó gran admiración.
—Muy bien, Sally —le dijo—. Debes ser la primera chica en el mundo que piensa en los quehaceres domésticos en el espacio.
—Las muchachas también irán al espacio, ¿no es así? —le preguntó sin mirarlo—. Si en otros planetas existen colonias, tendrán que hacerlo, y algún día hasta las estrellas...
Sally se quedó inmóvil. De pronto la tensión entre ellos se desvaneció y Joe deseó hacer algo para demostrarle la admiración que sentía por ella y explicarle sus sentimientos. El interior de la plataforma estaba sumido en el más completo silencio. En algún sitio lejano, el aislador de lana de vidrio estaba siendo terminado y el ruido de los trabajadores se hizo audible, pero los corredores internos de la plataforma no eran resonantes. Estaban recubiertos con un material que ocultaba por completo la cubierta metálica. En ese instante, Joe y Sally estaban solos y él experimentó un sentimiento de ansiedad.
La contempló anhelante. Su color estaba algo más encendido que lo normal. Era una chica agradable, ya lo había notado antes, pero ahora que la tensión no admitida que había reinado entre ambos había desaparecido y con el recuerdo de su temor cuando él había estado en peligro... Recordó también su absurda oferta de llorar en su lugar si se sentía mal por la destrucción de los giróscopos.
Se encontró dando vueltas al anillo que llevaba en el dedo, se lo sacó, vio que estaba lleno de hollín y grasa a causa del trabajo que había estado haciendo. Él sabía que ella presentía lo que iba a hacer, pero Sally volvió la vista hacia otro lado.
—Escucha, Sally —le dijo, torpemente—. Hace mucho tiempo que nos conocemos, me... eres muy simpática; sé que tengo algunas cosas que hacer todavía, pero... —se detuvo, tragó saliva, y, cuando Sally se volvió a verlo, su rostro no era ya tan grave ni tampoco tan sonriente—. Sally. ¿Cómo podría pedirte que usaras esto?
Ella asintió con ojos brillantes.
—Así está bien, Joe, me gustaría mucho.
Los siguientes momentos fueron un interludio. Ella se echó a llorar ridículamente y le explicó que debía ser más cuidadoso y no arriesgar tanto su vida. Luego, escucharon un sonido muy débil que provenía desde el exterior de la plataforma. Era el ulular de una sirena, que gritaba dando gemidos cortos y agitados. El sonido se hizo más firme y continuó lanzando sus gemidos.
—Es la alarma —dijo Sally, con ojos todavía humedecidos—. Todos tenemos que salir de la semiesfera. ¡Vamos, Joe!
Regresaron por el camino que habían seguido y Sally miró a Joe. Sonrió repentinamente.
—Cuando tenga nietos —le anunció—, voy a contarles que yo fui la primerísima chica en el mundo que fue besada en una nave espacial.
Pero antes que Joe pudiera hacer realidad tal hecho, ella estaba en las escaleras, en plena vista, y comenzaba a descender, de manera que Joe se limitó a seguirla.
La base se estaba vaciando. El desnudo piso de madera estaba salpicado de figuras que se encaminaban directamente hacia la salida de emergencia. Nadie se apresuraba, porque los encargados de seguridad gritaban que no era una alarma, sino una medida de precaución, y que no era necesario que se apresuraran. Habían sido informados por medio de radios portátiles que era una cuestión de rutina. Por medio de esos aparatos recibían órdenes o informes desde cualquier parte de la semiesfera o de la plataforma misma.
Los camiones estaban colocados en línea en una manera ordenada, listos para salir por las puertas levadizas. Los hombres descendieron de los andamios, después de haber colocado las herramientas en sus debidas posiciones entre turnos, para ser contadas e inspeccionadas. Otros hombres descendían cómodamente de una línea de ensamblaje en uno de los carros. Excepción hecha del gigantesco objeto que se encontraba en el centro y del hecho que todos vestían sus ropas de trabajo, la escena era muy semejante a una sala de espera principal de alguna estación ferroviaria gigantesca, por la que cruzaran multitudes de personas en dirección a sus trenes.
—No hay prisa —dijo Joe, después que oyó lo que anunciaban los encargados de seguridad—. Iré a ver qué encontró mi grupo.
El trío (Haney, el jefe y Mike) acababa de llegar a los montones de escombros carbonizados que ahora estaban descubiertos. Sally se sonrojó casi imperceptiblemente cuando advirtió que el jefe había visto el anillo de Joe en su dedo.
—Tendremos libre el resto del día, ¿no? —preguntó el jefe—. ¡Miren! Encontramos todo el material que necesitamos y van a darnos un taller para trabajar; mañana lo pondremos en orden y podremos comenzar. ¿Enviaste ya la lista de partes a la fábrica para que trabajen en ellas?
—Voy a enviarla por facsímil. Después...
El jefe sonrió con burla benigna.
—¿Qué vas a hacer después de eso, Joe? Es decir, si tenemos el resto del día libre.
Sally intervino apresuradamente.
—Íbamos..., él iba a ir a un día de campo conmigo al lago Red Canyon. ¿Necesitan de veras hablar toda la tarde de negocios?
El jefe rió. Había conocido a Sally, de vista cuando menos, en la fábrica Kenmore.
—No, señorita —le contestó—. Sólo preguntaba; yo trabajé en ese proyecto de Red Canyon, hace varios años. Participé en la construcción de la presa que formó el lago; ahora debe estar muy bonito. Bien, Joe, te veré cuando empiece el trabajo nuevamente. Creo que no será hasta mañana.
Joe comenzó a retirarse en compañía de Sally, cuando Mike lo llamó.
—¡Joe! ¡Espere un momento!
Joe regresó. La agrietada faz del enano estaba preocupada.
—Quería decirle algo —dijo, con voz extraña—. Alguien se preocupó bastante a fin que el material no llegara aquí. No sospechan que puede arreglarlo; si descubren que nos han asignado un taller especial a nosotros, lo más probable es que piensen que deben tomar ciertas medidas.
—Mmmm, sí —dijo Joe—. Cuídense bien, los tres.
Mike lo miró de hito en hito y luego hizo una mueca.
—Usted no comprende —le dijo—. ¡Muy bien! Es posible que yo esté loco.
Joe volvió a reunirse con Sally. La idea del día de campo había sido una completa sorpresa, pero le agradaba. Salieron por la pequeña puerta que daba al edificio de seguridad. Los dejaron entrar. En ese lugar había una calma y eficiencia sorprendentes, aunque la rutina había sido interrumpida por la orden de suspender todo trabajo. Mientras subían a la oficina del mayor Holt, Joe oyó una voz que dictaba con naturalidad.
—...el intento de sabotaje atómico fue completamente vencido en el exterior de la semiesfera, pero, de cualquier forma, no habría tenido la oportunidad de triunfar, porque los contadores Geiger habrían revelado cualquier intento de introducir material radiactivo...
Continuaron su camino y Joe dijo:
—Cualquiera diría que están dictando un anuncio comercial.
—Quizá sea eso —dijo Sally—. Lo que dijo sobre los contadores Geiger es verdad, sólo que ahora usan aparatos de centelleo. Descubren un reloj de carátula radiada a seis metros de distancia.
Joe asintió.
—Tengo que sacar mis cosas de la máquina copiadora.
Pero tenía que ver a la secretaria del mayor Holt, para enseñarle cómo enviar la lista de las partes pequeñas que necesitaba. Iría al lado oriental, donde estaba el receptor facsímil más cercano. De allí lo enviarían rápidamente a la fábrica, con un mensajero especial. La señorita Rose se sentó sombríamente ante su máquina y comenzó a escribir las iniciales de la petición de entrega, que era parte de la documentación. La lista de las partes pasó rápidamente por la máquina y volvió a aparecer.
—Usted y Sally pueden descansar esta tarde —dijo la secretaria del mayor con morbidez—. Pero para el mayor Holt y para mí, no hay descanso posible.
—Estoy seguro que a Sally le encantará que venga con nosotros —dijo Joe sin entusiasmo.
La poco agraciada secretaria del mayor Holt sacudió la cabeza.
—Hace más de un año que no tomo un día de descanso —suspiró—. El mayor depende mucho de mí. ¡Nadie más podría hacer lo que yo hago! ¿Van al lago de Red Canyon?
—Sí. Creo que es un lugar muy agradable —dijo Joe.
—Esta es una región terriblemente seca y árida —dijo la señorita Rose—. Y ése es el único cuerpo de aguas en 160 kilómetros, o más. Espero que de verdad sea bonito. Yo nunca he estado allí.
Le devolvió la lista a Joe: una copia exacta de su puño y letra estaba reproducida a unos dos mil quinientos kilómetros de distancia y otra copia más llegaría a la fábrica Kenmore en menos de una hora. Y no podía haber errores de transmisión.
Sally salió de la oficina de su padre, le sonrió a la señorita Rose y llevó a Joe hasta la entrada.
—Tengo el auto —dijo, gozosa—, y cuando lleguemos a la casa, la canasta con la comida estará ya preparada. Estoy de acuerdo en que el lago es demasiado frío para nadar, porque recibe agua de las nieves, Joe, pero podemos mirarlo, es muy hermoso.
Salieron. Los trabajadores de la plataforma se agrupaban en la flota de autobuses que acababan de llegar. El coche negro los estaba esperando; Joe abrió la puerta y Sally le entregó las llaves. Entonces, se quedó observando a los hombres que llenaban los autobuses.
—Llevarán las noticias por todo Bootstrap —observó—, afirmando que se ha encontrado cobalto radiactivo y que es mejor que todos se hagan un examen de radiaciones. Braun pudo haberlo llevado consigo y algunas personas recibirán quemaduras leves, y otras, graves, pero tú la habrías recibido de seriedad. Por eso, quizá nadie más fue dañado. Probablemente Braun no la llevó a todas partes. Si alguien resulta quemado, será el hombre que lo entregó.
Joe echó a andar el auto, arrancó y dio la vuelta a la semiesfera. Se detuvieron en la casa del mayor Holt para recoger la canasta de la comida que su ama de llaves había preparado, siguiendo las órdenes que había recibido por teléfono. Luego se alejaron. Red Canyon estaba a unos 130 kilómetros de la base y la única carretera que iba allá, pasaba por Bootstrap. Sin embargo, ya estaba lleno de autobuses que, en un viaje no previsto, corrían con menos decoro que de costumbre, Joe, que guiaba el auto negro, apenas logró hacer mejor tiempo que los autobuses mismos.
Atravesaron la ciudad y su tráfico peculiar que estaba constituido principalmente por bicicletas. En el extremo opuesto había una caseta de seguridad que revisaba a todos los que pasaban. Sally empleó ahí su pase con muy buenos resultados. Luego, continuaron su camino por un paisaje árido, vacío y tostado por el sol, en dirección a las montañas del oeste. Todo parecía solitario, y, por primera vez, Joe pensó en la gasolina y miró preocupado el indicador.
Sally sacudió la cabeza.
—Pierde cuidado, el tanque está lleno: una cortesía de Vigilancia. Cuando dije adónde íbamos y le pedí el auto a papá, él ordenó que lo revisaran todo. Si puedo soportar esto, apuesto que seré una fanática precavida el resto de mis días.
—Supongo que todo el mundo debe contagiarse —dijo Joe—. Mike, el enano, ya sabes quién, me llamó para sugerir que las personas que destrozaron los giróscopos podrían hacer lo mismo con nosotros para evitar que hagamos las reparaciones necesarias.
—Eso ya es el colmo —dijo Sally, con firmeza—. Ellos no pueden saber que ustedes piensan que es posible hacerlo. Pero la preocupación hace estragos en todos. ¿No has notado que el pelo de papá está encaneciendo? Pues se debe a eso; y la señorita Rose está igualmente tensa. Las cosas se saben en una forma muy extraña; papá no ha podido saber cómo. En una ocasión, hubo sabotaje y él podía jurar que nadie tenía la información que lo hubiera hecho posible, excepto él y Rose. Ella estaba histérica, insistía en que quería que la encerraran en algún sitio para que nadie sospechara de ella. Renunciaría mañana mismo, si pudiera, ¡es espantoso...! —hizo una pausa y, luego, sonrió débilmente—. En realidad, esta tarde una probabilidad contra mil...
Joe volvió la vista hacia Sally.
—¿Qué?
—Prometí que no iríamos a nadar y... —se detuvo, un poco turbada—. Hay dos pistolas en la cajuela. Papá te conoce y yo prometí que pondrías una de ellas en tu bolsillo cuando llegáramos al lago.
Joe aspiró profundamente, ella abrió el compartimiento para guantes y él extrajo una pistola y le echó un vistazo. Era una.38 de gatillo interior. Una buena arma, además, muy segura. La colocó en el bolsillo, pero frunció el ceño.
—Había pensado no preocuparme por nada —dijo, fastidiado—, pero ahora tendré que estar alerta todo el tiempo.
—Quizá puedas mirar sobre mi hombro y yo pueda hacerlo sobre el tuyo —sugirió Sally—; así podremos vernos el uno al otro, de vez en cuando.
Ella rió y él esbozó una sonrisa, pero la línea que surcaba su frente permaneció invariable.
Continuaron velozmente por la carretera. En una ocasión, llegaron a un pequeño pueblo que parecía ser habitado por sólo un centenar de personas; había estaciones de gasolina y dos o tres tiendas de abastecimiento, que ciertamente eran demasiadas para ser sostenidas por los habitantes del lugar. Pero habían visto algunos potros atados a unas trancas y también algunos automóviles. La tierra en ese lugar era ondulada y las montañas habían ido creciendo hasta parecer grandes murallas que se dibujaban contra el cielo. Joe condujo el auto con cuidado al atravesar la única calle y, en el mismo centro de la ciudad, tuvo que dar una vuelta pronunciada para evitar a un perro, que dormía plácidamente en la carretera.
Siguieron su camino. El automóvil dejaba detrás una estela de polvo blanco en los sitios en que éste yacía sobre la carretera. Giraba furiosamente cuando alguien pasaba sobre él.
Llegaron al pie de las montañas. La carretera se hizo sinuosa al ascender por ellas. Joe tuvo que manejar dos horas enteras antes de llegar a la presa. Llegaron después de un descenso; era una gigantesca obra de albañilería, completamente alejada de la civilización, excepción hecha de la carretera. De la parte superior de la presa caía un penacho de agua.
—La presa la usan para resolver el problema de irrigación —dijo Sally con aire profesional—, pero el lugar donde emplean el agua está muy lejos de aquí. La plataforma recibe toda la energía de aquí. Una de las pesadillas de papá es que alguien haga volar la presa, y la base y Bootstrap se queden sin corriente eléctrica.
Joe permaneció silencioso. Condujo el coche por la vereda ascendente que trepaba por el cañón entre sesgos impresionantes. Era un lugar escabroso, pero de pronto llegaron a la cima del cañón; la parte superior de la presa y el lago aparecieron a la vez. Ahí, ante sus ojos, estaba una extensión de agua que se alejaba por las montañas rocosas a lo largo de kilómetros y kilómetros, para perderse finalmente de vista en una vuelta. Había árboles jóvenes, en la superficie del lago se veían pequeñas olas y en sus orillas crecía pasto verde. La estación generadora era una estructura baja que se encontraba en el centro mismo de la presa. No había nadie a la vista.
—Por fin llegamos —dijo Sally, cuando Joe detuvo el auto.
Él salió y dio la vuelta para abrirle la puerta, pero cuando llegó, ella ya descendía con la canasta en la mano. Él quiso llevarla, pero ella insistió en no soltarla. Finalmente, comenzaron a caminar amigablemente, cargándola entre los dos.
—Ese lugar es muy bonito —dijo Sally, señalando un punto.
Una pequeña saliente de roca penetraba hasta el lago. Formaba lo que podía ser casi una isla, de unos quince metros de un extremo a otro. Tenía algunos árboles pequeños, y Joe y Sally se dirigieron a ella, descendiendo por la ladera y atravesando el istmo rocoso que la unía con la tierra.
Sally colocó la canasta sobre una piedra y rió, sin ningún motivo, cuando el aire hizo volar sus cabellos. Era un viento fresco que venía del lago y Joe se sorprendió al comprender que el aire se sentía diferente y olía a nuevo cuando soplaba sobre agua abierta, como la del lago. Hasta ese instante no había pensado realmente en la terrible sequedad del aire en Bootstrap y sus alrededores.
La canasta se inclinó hacia un lado y la colocó más firmemente.
—¿Tienes hambre?
Su mente estaba literalmente vacía, con excepción de una sensación de comodidad y satisfacción por el hecho de estar en un lugar con un lago, pasto y la compañía de Sally, con quien podría gastar una buena parte de la tarde. Era una sensación agradable, y contento por ella abrió la tapadera de la canasta de la comida.
Sobre las cosas para merendar estaba un revólver; era el otro que había estado en el compartimiento del auto. Sally no lo había olvidado. Joe lo miró y dijo irónicamente:
—¡Juventud despreocupada y feliz...! ¡Eso somos nosotros! ¿Cuáles son los bocadillos de jamón, Sally?